Escribo este comentario a pocas horas de hallarnos ante el
precipicio de nuevas elecciones, las cuartas en cuatro años, o las quintas si
contamos las autonómicas de Andalucía. Nada, tras las generales del pasado
abril, hace aventurar un acuerdo “in extremis” para evitar el vértigo del
suicidio. Un suicidio que los actores de este drama niegan, pero que ninguno hace
nada por evitar. Por eso escribo a la desesperada ante la cercanía de precipitarnos
irremediablemente por el despeñadero de la insensatez y la tozudez irracional. Parece
que estamos condenados a una crisis política que lleva rumbo de eternizarse en
España desde que, en 2015, se instalara la inestabilidad en la gobernabilidad
de este país y que hizo que Rajoy tuviera que convocar nuevas elecciones apenas
diez meses más tarde, en 2016. Desde entonces no levantamos cabeza.
Pero, en estos momentos, estamos a punto de acabar como
pollos sin cabeza si finalmente no hay acuerdo para la única investidura posible
-la de Pedro Sánchez- entre las dos formaciones que comparten el mismo espectro
político: PSOE y UP. La suma de sus votos no alcanza la mayoría, pero el
nacionalismo representado en el Congreso ha asegurado que la garantizaría si se
fragua ese pacto entre ellos. ¿Qué lo impide? La terca desconfianza entre los
líderes de ambos partidos y su contumaz desprecio a la opinión de los
ciudadanos, expresada en las urnas, se yergue como obstáculo insalvable. Tal
parece que prefieren dejar pasar la oportunidad de que gobierne la izquierda a
permitir que un “socio” imprescindible -por votos e ideología- acapare parte del
protagonismo -tanto dentro como fuera del Ejecutivo- de esta eventualidad.
Acostumbrados a las mayorías absolutas del bipartidismo, desconfían de las
alianzas y coaliciones que aseguran la gobernabilidad. Sus negociaciones se
limitan a advertirse mutuamente de que ni contigo ni sin mí. Razones, por lo
que se ve, de tan elevado peso para el interés general que podrían conducirnos
al barranco y a perder la oportunidad.
Nadie hoy confía, pues, en un milagro que, sin embargo,
todos anhelan. Un gobierno en minoría, con apoyos parlamentarios, que apruebe
un presupuesto para las necesidades perentorias que el país tiene, no se
contempla como suficiente o de importancia para resolver la angustia de esta
situación y zanjar una crisis que dura demasiado tiempo. ¿Es mucho pedir? La
responsabilidad que se supone en unos y otros evitaría la catástrofe de un suicidio
anunciado, aun sabiendo que quien está empeñado en suicidarse no atiende razones.
Ni siquiera cuando el resultado de su autoinmolación beneficiaría sólo a sus
adversarios y perjudicaría a su familia, que es la que hasta el último momento le
ha mostrado su confianza con la papeleta del voto. ¿Estaremos aun a tiempo?
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