Nada más arrancar la de agosto, septiembre preside la
portada del calendario para que, a pesar del calor que persiste abochornando el
ánimo, una sensación de cierta euforia nostálgica acompañe el cambio de hojas
con la expectativa de madrugones, atascos y voceríos colegiales o de compañeros
sorbiendo un primer café camino del trabajo. Una simple hoja de almanaque que
nos hace sentir como si hubiéramos vencido al verano y dejado atrás sus días de
letargo para disponernos adentrarnos en un paisaje menos llano de horas más
cortas y escurridizas que invitan a la renovación de nuestros afanes y
objetivos. Tiempo de recolecciones en los olivos y de colecciones en los
kioscos que inauguran la temporada con nuevos productos y fascículos para solaz
de consumidores insatisfechos. Una hoja que nos devuelve a la rutina cíclica de
nuestras ocupaciones y nos envejece sin remedio con el cómputo de una vida regida
por el paso del tiempo. Septiembre preside el calendario para recordarnos que apuramos
los días luminosos antes de que una pátina gris enturbie el ambiente de nublados
y brisas frescas. Y todo por un cambio de hojas que nos hace transitar desde el
descanso a la fatiga de nuestra cotidianidad. Tan deprisa como arrancar hojas del calendario.
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