sábado, 30 de junio de 2018

Nos tomamos un respiro

Un año más -¡y van nueve!- hacemos un alto durante el mes de julio para descansar, dedicar más horas a la familia, saldar viejas cuentas con uno mismo, satisfacer algunas querencias y vagabundear sin depender del tiempo ni de la necesidad por donde nos lleven los pies y la curiosidad. Tomamos vacaciones porque se la merecen los que nos acompañan en esto que es vivir y convivir, sean consanguíneos que habitan ese rincón íntimo en el que guardamos los afectos más valiosos, o extraños y desconocidos con quienes nos une una manera de ver y sentir el mundo, alguna extravagancia compartida o innumerables interrogantes a los que no hallamos respuesta, pero seguimos planteárnoslas. Lienzo de Babel enmudece en julio para regresar en agosto compartiendo inquietudes y desasosiegos con todos los que se dignan seguirnos y prestarnos un poco de su tiempo y atención. Nos tomamos un respiro para poder continuar. ¡Que disfrutéis unas merecidas vacaciones!, pero sin olvidar que hasta el Atlántico es limitado, como nos recuerda Julian Lage:
 

 

jueves, 28 de junio de 2018

Un semestre de vértigo

Nadie podía imaginarse que la política española alcanzaría la velocidad vertiginosa que ha tenido en el medio año transcurrido de este 2018. La alegría que deparó al Gobierno del Partido Popular (PP) la aprobación tardía de los Presupuestos Generales del Estado le ha durado menos que un caramelo en la puerta de un colegio. A las pocas horas de ese triunfo que parecía proporcionar al Ejecutivo fuelle suficiente para acabar la legislatura (prorrogándolos en 2019), el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) le presentaba en el Parlamento una moción de censura que resultó exitosa y apeó, sorpresivamente, a los populares del poder. Los que habían prestado su apoyo al Gobierno para aprobar esos Presupuestos no tuvieron empacho en negárselo para secundar la moción socialista, razón por la cual Mariano Rajoy, sabiéndose ya expulsado de La Moncloa, se pasó más de siete horas atrincherado en un restaurante madrileño para no tener que oír los desaires de sus exsocios parlamentarios. Lo echaron de presidencia del Gobierno sin darle apenas tiempo de guardar las fotos de su despacho. Todo tenía que transcurrir de prisa.

Y es que la cosa venía endiablada desde el comienzo mismo de la legislatura y no tenía pinta de calmarse. Los hechos se desarrollaban a velocidad de vértigo y arrollaban a cuántos se ponían por delante, incluidos los sediciosos que pretendieron declarar unilateralmente una república en Cataluña en octubre pasado, yendo a dar con sus huesos en la cárcel o haciendo las maletas del exilio. Nadie supo prever que el expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, acabaría huido en Bruselas, el vicepresidente Oriol Junqueras estaría desde entonces entre rejas, varios exconsejeros de aquel govern correrían la suerte de uno y otro, según sus lealtades, y que Rajoy, en fin, recalaría en Santa Pola (Alicante) como registrador de la propiedad, su verdadera profesión tras su paso fugaz, de 35 años, por la política. Todos ellos han sido víctimas de la precipitación de acontecimientos que ha jalonado los últimos tiempos de la política española, incapaz de serenarse.   

Todo se aceleró tras la sentencia del caso Gürtel, que declaró culpable, por primera vez en democracia, al Partido Popular de beneficiarse de la trama de corrupción para financiarse irregularmente, y de la consideración por parte del tribunal de la testifical del presidente del Gobierno como poco creíble. Su palabra y su partido quedaban cuestionados con el fallo judicial. Llovía sobre mojado en las sospechas que arrastraba al partido en el Gobierno con la corrupción, lo que motivó y facilitó la moción de censura de los socialistas, inimaginable aunque deseada desde el inicio de la legislatura. Unas semanas antes habíamos asistido a la dimisión de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, por el fraude en la obtención de un supuesto máster que adornaría su currículo académico sin haberlo cursado. También pudimos contemplar la confesión inaudita del exsecretario general del PP valenciano, Ricardo Costa, en la que reconocía que el partido se financiaba con dinero negro. Y hasta vimos al atildado expresidente de aquella comunidad, Francisco Camps, ingresar en la cárcel por elusión fiscal y evasión de capitales. Todo ello ha resultado letal para la formación que gobernaba el país sin más excusas que arrogándose una recuperación económica debida fundamentalmente a factores externos (financiación de la deuda soberana por parte del BCE y abaratamiento de la factura energética de la OPEP) más que a las medidas de austeridad y precariedad adoptadas por el Gobierno.

A mitad de mandato, pues, y contra todo pronóstico, se ha producido un vuelco en la gobernabilidad del país, al acceder los socialistas al sillón de mando mediante la primera moción de censura que consigue su objetivo, sin que nadie se lo esperara, ni siquiera los mismos socialistas. Pedro Sánchez, un tenaz político que se ha fajado contra sus propios compañeros de fila que lo denostaban y contra un Gobierno al que le juró que “no es no”,  conseguía no sólo recuperar la secretaría general del PSOE sino la presidencia del Gobierno, por esas carambolas que el destino concede a los esforzados  y testaduros inasequibles al desaliento.

Ese líder joven y ambicioso, al que todos consideraban temporal en un PSOE en sus horas más bajas, ha constituido el Gobierno más feminista de Europa, el más preparado de España y el más inestable de la democracia por disponer, en principio, de sólo 84 diputados socialistas en un Parlamento de 350 escaños. Supo aprovechar, empero, la oportunidad del rechazo unánime que provocaba el PP de la corrupción para descabalgarlo del Gobierno, tomándole la delantera a Ciudadanos, el partido que pretende liderar la derecha española y que apostaba por convocar nuevas elecciones. Ahora Sánchez deberá retener los apoyos que le brindaron la izquierda y los nacionalistas del Congreso de los Diputados para insuflar la ilusión que los ciudadanos habían perdido en la política y en la honestidad de su ejercicio.

Con sólo tres semanas en el poder y sin derecho a los cien días de gracia que suele dispensarse a todo gobierno para demostrar su empeño, el presidente socialista ha evidenciado sensibilidad con el fenómeno de la migración, autorizando el desembarco en España de los rescatados por el buque Aquarius que Italia rechazaba. Ha aprobado un Decreto-ley para suspender el consejo de administración de RTVE (la televisión pública estatal) y proceder a su renovación de acuerdo con la nueva normativa elaborada por el Parlamento. Ha manifestado su voluntad de acercar los políticos catalanes presos a Cataluña y de reunirse con el presidente de aquella Comunidad para encausar el problema catalán por vías políticas y mediante el diálogo, en el marco de la legalidad vigente. Ha prometido sacar la tumba del dictador Franco del monumento del Valle de los Caídos para reservar aquel lugar a la memoria de todos los fallecidos durante la Guerra Civil y no a la peregrinación y honra del franquismo. Ha considerado que, derrotada definitivamente ETA, la política de dispersión penitenciaria podría modificarse para trasladar los terroristas encarcelados de más edad (70 años), enfermos graves y arrepentidos a cárceles del País Vasco, como muestra de normalidad de un país libre que ha ganado su lucha contra el terror. Ha devuelto el carácter universal de la sanidad española y ha suprimido algunos de los copagos farmacéuticos que afrontaban los pensionistas. Ha anunciado que no se renovarán a su vencimiento las concesiones de las autopistas de peaje. E, incluso, dado el renovado impulso que este Gobierno representa en la forma de actuar en la realidad, ha conseguido que los agentes sociales acuerden subidas salariales del 2 y 3 por ciento, que se fije como objetivo para el año 2020 un salario mínimo de mil euros y que el incremento anual de las pensiones vuelva a estar ligado al IPC. Pero hace depender de los apoyos que consiga en el Parlamento la derogación de la Ley Mordaza, la suavización o eliminación de la Reforma Laboral y hasta un nuevo acuerdo de financiación autonómica. Muchos asuntos que exigen seguir corriendo sin desmayo.

Como vemos, estos seis meses de vorágine política han sido apabullantes en acontecimientos en España. Tantos que se ha podido presenciar cosas nunca vistas anteriormente, como que el Partido Popular se embarcase en un proceso de primarias para elegir al sucesor de Rajoy al frente de la formación, al que han concurrido hasta siete candidatos. Y que un miembro de la Familia Real ingrese en prisión, también por corrupción, dejando a una infanta triste y compungida y sin hablarse con su hermano, el rey. Por ello, y como esto siga así, nos veremos obligados a exclamar aquello: "¡Cosas veredes, amigo Sancho!"

lunes, 25 de junio de 2018

Perspectivas de la migración


El drama de la migración nos golpea cotidianamente, nos atosigan las fotografías de decenas o centenares de inmigrantes que luchan por llegar por cualquier medio a las costas de nuestro país en embarcaciones rudimentarias o saltando las alambradas de la frontera que nos separa de Marruecos. Son imágenes tan habituales que nos hemos acostumbrado a observarlas como parte del paisaje y que, en el mejor de los casos, nos inducen a pronunciar algún comentario de contrariedad o repulsa, casi nunca de conmiseración y comprensión. O, peor aún, nos dejan en la indiferencia, que es la expresión del que nada siente, nada le importa y nada le preocupa, salvo la propia vida y hacienda. Sin embargo, los hechos que nos revelan son tercos y suceden a diario no sólo en nuestro país sino en todo el Mediterráneo, evidenciando un problema continental que no sabemos cómo resolver e intentamos abordar cada cual –cada país- a su manera. Pero lo peor de esta cotidianeidad del drama es su banalización, la tendencia a ignorar su alcance, negar el mal que lo causa y a no reaccionar ante las implicaciones que representa para nuestra sociedad y los valores en que se fundamenta nuestro modelo civilizado de convivencia.

De tan reiteradas y cíclicas, miramos las fotos más por curiosidad que por interés de lo que nos dan a conocer. Más por excepcionalidad estética que por dato gráfico. Les dedicamos sólo unos segundos antes de continuar con lo que nos interesa o evade de la información que recibimos a raudales, sin ahondar jamás, ni preocuparnos de verdad, en ningún asunto. Sin embargo, esas imágenes muestran perspectivas de los hechos y de quien los observa. Están tomadas desde una posición que en absoluto es neutral ni objetiva. Reflejan una manera de mirar y percibir/comprender lo que pasa, aquí y en el mundo. También, a veces, demuestran con meridiana claridad la existencia de mundos diferentes que no se acercan, sino que se distancian o repelen. Son imágenes que están impregnadas de nuestra actitud ante lo fotografíado, sin siquiera sentirnos aludidos por lo aprehendido, por lo que vemos.

Como esa imagen de dos mundos divididos por una valla. Dos realidades opuestas, separadas por una alambrada, para que en un lado se pueda disfrutar de la vida jugando tranquilamente al golf, y en el otro se desarrolle una catástrofe que empuja a la gente a huir saltando, si es necesario, la barrera. Una valla que subraya la indiferencia distraída de los afortunados en la diversión en contraste con la desesperación incrédula de los que están encaramados a ella, teniendo a la vista el futuro que persiguen y que le es negado. Queda patente en esa foto la indolencia confortable de los privilegiados frente a las dificultades insoportables de los que tienen la mala suerte de nacer al otro lado.

Es una perspectiva de la migración que retrata con fidelidad el hecho y la actitud hacia lo percibido, evidencia la despreocupación que nos ocasiona un drama que sólo nos impele a levantar muros para que nos protejan y aíslen de las miserias del otro lado, pero que son completamente inútiles para combatirlas y paliarlas. Más que la migración, la foto resalta nuestras vergüenzas y el cretinismo de nuestras conductas ante un problema del que no somos ajenos ni inocentes. Una perspectiva que nos avergüenza porque estar a un lado u otro de la valla es simple cuestión de azar, no de superioridad étnica, económica o cultural.  

Pero más bochornosa es, si cabe, la imagen que captó Javier Bauluz, en el año 2000, en la Playa de los Alemanes, en Zahara de los Atunes (Cádiz). Es un rincón solitario, medio salvaje, azotado por el viento cuando sopla Levante con rabia, que es casi siempre, al que los bañistas acuden atraídos por su belleza paradisíaca y su tranquilidad escondida. Pero también es de las zonas más cercanas a África y a las que intentan llegar los que migran de aquel continente. La travesía del Estrecho, a pesar de la escasa distancia, es peligrosa cuando el mar está embravecido y los vientos adquieren velocidad por hallarse encajonados entre las montañas de ambas orillas. Pero nada de ello detiene a los que desean huir de la miseria, la pobreza, las guerras y la muerte. Por pequeña que sea la posibilidad de futuro que adivinan al otro lado del mar, se juegan todas las cartas a esa posibilidad. Las cartas de la vida, que es lo que está en juego. Desgraciadamente, un número nada insignificante de jugadores pierden la partida. El soberbio mar se cobra su precio y abandona la carta de su triunfo sobre la arena, donde deposita los que se ahogan en el intento.

Y eso es, justamente, lo que nos muestra la imagen de Zahara: la presencia de un cadáver devuelto por el mar en una playa en la que los bañistas ni se inmutan. Se ha hecho tan habitual el drama migratorio que ya apenas conmueve ni nos echa a perder el día. Nos estamos acostumbrando a una “monotonía de la muerte”, parafraseando a Saramago, generada por el goteo incesante de los que arriban a nuestras costas, al precio que sea, para toparse con la indiferencia de los más, el rechazo e intolerancia de muchos, y la compasión y solidaridad de los pocos que aún conservan corazón y sentido cívico, tan escaso como el sentido común. Aunque la foto es trucada, más simbólica que fáctica, puesto que la indiferencia de los bañistas es supuesta (nadie les ha preguntado) y oculta en el encuadre a policías, médicos, curiosos, personal de asistencia, etc., -como criticó Arcadi Espada en su Diarios (Espasa, Madrid, 2002)-, sirve al menos para materializar la perspectiva de ese alejamiento del dolor, del sufrimiento, de la angustia y de la desesperación con que contemplamos desde nuestros cómodos sillones domésticos el drama de la migración.

El auténtico valor de estas imágenes es, pues, su perspectiva, el enfoque de quien observa y cómo lo percibe. Más que el hecho en sí, es el contexto y la mirada del observador lo que destaca. Y en ambas fotos, el contexto sobresaliente es nuestra despreocupación, esa percepción de lo ajeno que es para nosotros, presentes en las imágenes, el drama de la migración, lo extraño que nos resulta el dolor de los migrantes y su infortunio. Aunque salten nuestras vallas y mueran en nuestras costas, los inmigrantes y refugiados no son capaces de conmovernos ni despertar nuestra preocupación, más allá del fastidio de su presencia y la alteración que provocan en el paisaje. Hay fotos más duras y crueles que nos muestran la muerte en primer plano de niños ahogados o buitres aguardando una agonía para empezar el banquete. Pero son imágenes sin contexto, sin una perspectiva que nos incluya. Documentos gráficos elocuentes de un drama en el que no nos vemos concernidos más que como vehículos de información. Pero las imágenes aquí comentadas nos retratan sin disimulo como espectadores, nos reflejan tal como somos: hipócritas, egoístas e insolidarios con lo que sucede a nuestro alrededor. Por eso, aunque me golpeen la conciencia y atosiguen mis sentimientos, estas imágenes son las que mayor estremecimiento me provocan con esa perspectiva en la que me sitúan como observador/testigo de la escena. Y no lo soporto.

sábado, 23 de junio de 2018

Verano fugaz


Hace poco que comenzó el verano, justo en el día más largo del año. Pero es curioso que, desde el nacimiento de esta estación calurosa, los días comiencen a menguar tan imperceptiblemente que hasta mediados de agosto no notamos que anochece cada vez más pronto. Y es que así es el verano, algo que siempre va a menos, que apuramos sabiendo que se consume y acaba, aunque el calor de algunas jornadas nos agobie como una sauna en el infierno. Es la estación propicia para el descanso y las vacaciones, actividades por definición pasajeras, breves, cuasi suspiros que nos hacen sentir el instante antes de que disuelva en la vorágine de la rutina. El verano, que ya mengua, acaba de iniciar su recorrido por nuestra piel y su calor nos acompañará hasta, incluso, cuando se haya ido, hasta ese otoño de sueños grises y abrazos fríos. Tiempo de siestas pegajosas y noches de chácharas, esta estación de luz y jolgorio se antoja fugaz como una vida contemplada a la edad en que todo es imparable y nada permanece, salvo la ilusión que nos despierta. Todavía queda todo el verano por delante, pero ya notamos, sin desearlo, que se va apagando, va consumiéndose tan inexorablemente como el brillo de nuestros ojos o la fuerza de nuestros anhelos. Así es el verano, como la vida, algo que aprovechar mientras dure.

jueves, 21 de junio de 2018

Europa y los migrantes

Demostrando una gran sensibilidad ante la actitud de Italia de prohibir el desembarco de más de 600 migrantes rescatados por el barco Aquarius en aguas que separan a ese país de Libia, el nuevo Gobierno socialista de España ha autorizado la acogida por razones humanitarias de esos inmigrantes en nuestro país, adonde han llegado tras una travesía que les ha hecho recorrer medio Mediterráneo y que ha durado más de tres días, en condiciones que dejan mucho que desear, en un navío no preparado para el transporte de personas. Nada más desembarcar en un puerto de Valencia, acondicionado para ofrecerles ropa, alimentación y primeros auxilios, aparte de los trámites de extranjería oportunos, se les ha concedido un permiso especial de residencia de 45 días por las circunstancias excepcionales que han tenido que atravesar. Un permiso que no se concede a todos los inmigrantes que alcanzan las costas españolas por sus propios medios o después de haber sido rescatados por patrulleras de Salvamento Marítimo ante un dilema semejante: socorrerlos o dejarlos a la deriva.

Esta diferencia en el trato a migrantes, según el grado de implicación del Gobierno en la acogida (unos son “irregulares” y otros son “invitados”), desluce innecesariamente lo que, en todos los casos sin distinción, debiera ser el comportamiento habitual ante personas que huyen a nuestro país de las guerras, la pobreza, la desesperación y las persecuciones que les acechan en sus países de origen, obligándolos a lanzarse al mar en busca de auxilio, protección y posibilidades de una vida mejor e infinitamente más digna. Sea por humanitarismo o por exigencia legal, la defensa de los Derechos Humanos que asisten a todos los inmigrantes –insisto: sin distinción- que llegan o traemos a nuestro país debería encabezar la actitud con que los acogemos y tratamos, sin que ello suponga un problema moral, de orden público, de seguridad o de convivencia para nosotros. Y, mucho menos, de temor a un posible “efecto llamada”, como arguyen los líderes nacionalistas populistas y los gobiernos xenófobos que, como el del país transalpino, se niegan a socorrer a unas personas que, enfrentadas a la necesidad imperiosa de sobrevivir, no se detienen por muchas barreras que levantemos ni todo el agua del mar que encuentren en su camino.

Los que huyen no lo hacen atraídos por ningún “efecto llamada”, sino por mero instinto de supervivencia y hacia el lugar más próximo que les parezca seguro y con posibilidades de llevar una vida digna de vivirse. Tampoco les mueve el ánimo de delinquir, como se les acusa para atemorizar a los nacionales y atraer, así, su voto a partidos racistas o al refrendo de medidas egoístas e insolidarias, del todo inhumanas. No llegan a España, Italia o Grecia por ser destinos turísticos, sino porque son territorios limítrofes de la zona de donde proceden y de la que huyen sin importarles jugarse la vida. Estos países sureños –como el nuestro- constituyen una frontera de Europa, lindante de África y Oriente Próximo, que no es, ni puede ser, impermeable a los flujos migratorios de personas que esperan de nosotros, de la Europa civilizada y próspera, cuando menos, una oportunidad y que seamos consecuentes con nuestros propios valores y esos Derechos Humanos que decimos respetar por convicción.

Y es que el problema migratorio es mucho más grave y complejo que la anécdota protagonizada por el buque Aquarius. De hecho, durante el fin de semana en que el barco transportaba a Valencia a los rescatados al sur de Italia, intentaban llegar a nuestras costas más de 1.300 inmigrantes (507 en el Estrecho, 152 al sur de Canarias y 631 en el mar de Alborán) en precarios cayucos, pateras  y lanchas neumáticas, que les hacían pagar un precio insoportable: 43 personas resultaron desparecidas por caídas al mar debido a la extenuación, la hipotermia y los rigores del viaje, a pesar de los esfuerzos realizados por Salvamento Marítimo para rescatarlos, movilizando barcos y helicópteros, tras conocer los avisos de buques mercantes y ONG que alertaban de la presencia de tales embarcaciones, muchas de ellas a la deriva y semihundidas. Se producía, así, uno de los fines de semana de mayor presión migratoria y más trágicos de los últimos tiempos, con muertes que engrosan la estimación de 244 personas perecidas por ahogamiento, superando el total de 224 fallecidos registrados en 2017 en el intento por alcanzar las costas españolas. En todo el Mediterráneo, la cifra se eleva a cerca de 900 muertos en lo que va de año.

Es, por tanto, un problema de primera magnitud por el hecho de que están en juego vidas humanas. Y es un problema que afecta a Europa en su conjunto, aunque el drama se desarrolle en sus fronteras exteriores y, paradójicamente, cuando la presión migratoria está reduciéndose considerablemente desde que se tienen registros, por mucho que las medidas xenófobas de algunos gobiernos intenten trasladar a la opinión pública una preocupación excesiva que alimenta un grado de crispación artificial. Se obtienen réditos electorales con mensajes anti-inmigrantes y refugiados que llevan al gobierno a partidos ultranacionalistas, racistas, supremacistas y extremistas, tanto en Italia y Polonia o Hungría, como en EE UU o Filipinas. Cuela entre la población el miedo al extranjero, sobre todo si es pobre y miserable, víctima de guerras, explotación y calamidades.

Por ello, necesita Europa una política común de asilo y ayuda al refugiado, más allá de las cuotas vinculantes por países, limitar y regular los flujos internos de asilados entre los Estados miembros sin alterar la libre circulación del espacio Schengen, y unas medidas pactadas de defensa y actuación en sus fronteras contra la inmigración irregular (reforzar el Frontex), para no hacer recaer toda la responsabilidad en los Estados fronterizos que actúan de cordón sanitario frente a los migrantes en la zona meridional (Italia, Grecia, España y Malta), como esas controvertidas propuestas de creación de “plataformas regionales de desembarco” fuera de nuestras fronteras (algo parecido, pero con mayor transparencia, a lo que se acordó con Turquía) para acoger y seleccionar, entre migrantes económicos y perseguidos o refugiados políticos, los que se dirijan a la UE por el Mediterráneo, en colaboración con las agencias de la ONU Acnur (para los refugiados) y OIM (para las migraciones). Y, desde luego, potenciar la cooperación y ayuda al desarrollo con los países de origen de la migración.

Con todo, el fenómeno migratorio que sufre Europa no es el de mayor intensidad del mundo ni la fuente de problemas más preocupante del Continente, fuera aparte de que así lo quieran tratar algunos gobiernos europeos. Las poco más de 700.000 personas que solicitaron asilo en alguno de los 23 países comunitarios, en 2017 -según datos de la agencia europea de asilo (EASO)-, representan una proporción minúscula y manejable frente a los 25,4 millones de refugiados solicitantes de protección registrados en el mundo en el mismo período. Y son los sirios, con 6,3 millones de refugiados, los que encabezan este drama, seguidos de los afganos obligados a desplazarse a Pakistán, los rohinyás que padecen genocidio en Myanmar, los sudaneses víctimas de la guerra civil que asola Sudán del Sur, etc. La lista de atrocidades, violaciones, encarcelaciones, explotación, humillaciones y trato inhumano que genera el odio y el racismo contra el extranjero no para de aumentar, incluso en países supuestamente avanzados y civilizados, como Italia, donde hasta los gitanos despiertan la ojeriza del fascista Salvini, o EE UU, donde Trump separa y encarcela a niños de hasta tres años para chantajear a sus padres inmigrantes que desea expulsar del país.

Frente a este panorama, la migración y los refugiados que soporta Europa resulta un problema de menor envergadura que, en cualquier caso, por culpa de las políticas populistas de algunos gobiernos comunitarios, pone en tela de juicio nuestros valores éticos y democráticos y hasta el propio proyecto europeo. Como país que fuimos de emigrantes, ahora estamos, afortunadamente, en condiciones de ofrecer ayuda a los que migran a nuestro territorio, que es Europa, desde el respeto a los Derechos Humanos por encima de cualquier otra consideración o circunstancia. Y de hacer del modo de actuación con el Aquarius la norma a seguir hacia todo inmigrante o refugiado y que Europa en su conjunto ha de imitar y asumir. Ese es el reto que hemos de superar para demostrar el grado de civilización alcanzado por nuestra sociedad y no caer en la banalización del mal con que tratamos al otro, extraño o extranjero, sea migrante o refugiado.     

viernes, 15 de junio de 2018

El cuento de la economía

A pesar de la economía, la sociología o la política, existen pobres y ricos, tanto en términos de renta como en categorías sociales. Hay ricos y pobres porque existen personas que disfrutan o carecen de recursos económicos y, además, según el tipo de renta, unos se agrupan entre los banqueros, los ejecutivos, los empresarios o los profesionales liberales, y otros entre los obreros, los parados, los inmigrantes y hasta los pensionistas. En medio de ambos extremos sociales, se sitúa una extensa clase media y trabajadora que vive al día o tiene muy poca capacidad de ahorro.

Frente a ello, la economía y la política ofrecen distintas representaciones de esta bruta y lacerante realidad, explicaciones más o menos científicas y movidas, en ocasiones, con voluntad de corregir problemas, que sólo convencen a quienes las exponen y a los entendidos, pero cuya eficacia es, históricamente, escasa, por no decir nula. Son teorías y análisis “a posteriori” de los fenómenos que intentan explicar. Y para una vez que osan preconizar, caso del marxismo, no aciertan ni por asomo. En cualquier caso, esas teorías o proyectos económicos no evitan el acumulo exorbitado de riqueza por una minúscula parte de la población, cuyos privilegios y prerrogativas garantizan normas e instituciones creadas a su medida, ni libran de la extrema pobreza o pobreza a los que desafortunadamente han caído en ella, manteniéndose una desigualdad inmoral e injusta que apenas fluctúa, independientemente de la evolución de los ciclos económicos, es decir, ajena a las fases de expansión o crisis de la actividad económica. Siempre habrá ricos y pobres, aunque habrá más pobres cuando menos empleo haya y más ricos cuando el mercado financie sin reservas la especulación indecorosa de los pudientes.

Todos los datos macroeconómicos que nos suelen vender para asegurar que la recuperación es manifiesta y que pronto (nunca se concreta cuándo) la notarán los ciudadanos, es una falacia que engaña a una gran parte de la población, siempre crédula a los milagros, excepto a quienes “venden la burra” y, por supuesto, a los que continúan soportando una situación de pobreza y dificultades a pesar de tales promesas. La economía es un cuento que sólo sirve para que nos acomodemos a una situación dada y sin ánimo de modificarla. Por muchos cuantiles, deciles, percentiles, quintiles y demás trozos en que se divida la población, en un extremo estarán siempre los pobres y en el otro, los ricos. Y ninguna teoría ni estadística económica cambiará esa triste realidad que conforma nuestro modelo de sociedad, entre otras cosas, porque  ni las políticas redistributivas (quitar a los ricos para dar a los pobres) ni el aumento del crecimiento económico (más actividad, más empleo) apenas modifican la pobreza relativa y la desigualdad en general, puesto que no producen un crecimiento asimétrico en el que las rentas de los pobres crezcan más que las del resto. Aparte de que pretender esto es absurdo, siempre será una utopía que los ricos y acomodados consientan ser empobrecidos para sacar de la extrema pobreza a los más pobres y reducir de verdad la desigualdad existente en la sociedad.

Lo más conveniente, por  tanto, es seguir contando el cuento de que se está trabajando en favor de los desfavorecidos todo lo que se puede, que siempre será poco, para, al menos, mantener un simulacro de educación (apostar por una generación venidera mejor formada y, por ende, con mayores oportunidades de prosperar -como nuestros universitarios actuales, en paro o trabajos precarios-), de sanidad cuasi universal (para morir en plazos mientras se aguarda en alguna lista de espera) y de pensión a jubilados (cada vez más reducidas y previa cotización cada vez más prolongada) para que puedan cenar calentito en un asilo. En resumidas cuentas, un cuento con el que imaginamos vivir en el país de las maravillas, gracias a este sistema económico tan formidable que nos hemos dado. En fin.   

jueves, 14 de junio de 2018

¡Calor!


Este año, el calor se ha hecho rogar. A menos de dos semanas del verano, empieza al fin la temperatura a subir en los termómetros para estar en consonancia con la estación. Tal atraso en un calor que nos obliga a desprendernos de las ropas pesadas y oscuras no es habitual en estas latitudes sureñas del país, en las que el calor predomina sobre todas las estaciones del año, acostumbrándonos a darle la bienvenida en plena primavera, tras las fiestas de Semana Santa y Feria. Pero este año, la primavera ha sido inusualmente arrasada por borrascas sucesivas que han dejado un rastro de frío, viento, lluvia e inundaciones interminable. Hasta hoy. Hoy ha hecho su aparición el ansiado, de momento, calor y ha iluminado nuestros rostros de alegría y color, al recordarnos que las vacaciones, las playas y las terrazas bulliciosas nos aguardan a la vuelta de la esquina. Luego el calor se prolongará más allá de lo que corresponde y lo maldeciremos. Pero eso es otra historia. Ahora toca agradecer que el calor se digne a reinar sobre estos días próximos al verano. ¡Ya era hora!

miércoles, 13 de junio de 2018

El "desorden" mundial de Trump

Líderes del G-7 en Canadá
Desde que Donald Trump accediera a la presidencia de EE UU, los equilibrios políticos, económicos y sociales que de alguna manera posibilitan un cierto orden en el mundo, basado en reglas por todos asumidas y acuerdos internacionales entre Estados que, sin ser perfectos, generan estabilidad y prolongados períodos de paz, han saltado por los aires. El mandatario norteamericano se ha propuesto –y lo está consiguiendo- desbaratar los delicados consensos conseguidos después de la Segunda Guerra Mundial y que han servido para evitar, de entrada, una tercera guerra planetaria (provocaciones no han faltado) y, por si fuera poco, trenzar lazos económicos y políticos que han proporcionado al mundo desarrollado décadas de progreso, bienestar y seguridad como nunca antes en la Historia. Es evidente que no se trata de un sistema perfecto de convivencia global, pero es el que mejores resultados ha deparado a unas naciones condenadas a entenderse, mantener relaciones y afianzar la paz a sus poblaciones, en beneficio común de todas ellas. Y que, salvo conflictos regionales muy delimitados, es el que ha permitido que el mundo haya disfrutado de relativa calma y armonía, confiando en ese orden estable y en las normas legales y diplomáticas que lo regulan. Aunque tal orden es susceptible de mejoras, de momento no existe otro que lo sustituya, por lo que torpedear y romper el existente es una iniciativa suicida propia de ignorantes o lunáticos.

Y eso es, justamente, lo que está haciendo con sus decisiones el presidente más bocazas, impulsivo e impredecible de EE UU. y sus populistas políticas supremacistas, englobadas bajo el lema “América primero” (America first) con el que ganó las elecciones, contando con el apoyo encubierto de Rusia, detalle este último que continúa investigándose por parte de un fiscal especial. No ha habido acuerdo internacional ni normas implícitas y explícitas de ese orden mundial que no hayan sido despreciadas por Donald Trump, haciendo que EE UU faltase a su palabra, incumpliera tratados ya en vigor y comprometiera objetivos ambiciosos que afectan a millones de personas. Exhibiendo un claro desdén hacia la diplomacia convencional, Trump impone su veleidosa personalidad (de comercial charlatán) para “ganar” objetivos tangibles a su concepto de nación providencial hegemónica, aun a costa de aislarla del resto de la comunidad internacional y de distanciarla de sus aliados históricos y estratégicos.

Actitud de Trump en la cumbre del G-7
Así, nada más asumir el poder se autoexcluyó del Acuerdo Transpacífico que su antecesor, Barack Obama, había impulsado y suscrito un año antes con once países de Asia y América. También ha obligado a renegociar, sin ningún fruto hasta la fecha, el Acuerdo de Libre Comercio para Norteamérica (NAFTA, en sus siglas en inglés) que mantenía con Canadá y México, a los que acusa de obtener ventajas. Y es que sus intenciones proteccionistas chocan frontalmente con todo convenio comercial regido por la reciprocidad y la equidad entre distintas áreas económicas del mundo. Pero mucho más grave y peligroso aun es la ideología visceral e imperialista que le ha motivado retirarse del Acuerdo del Clima de París para la lucha contra el cambio climático, siendo EE UU uno de los países más contaminantes del mundo, y del Pacto Nuclear de Irán, que impedía la fabricación de armas atómicas a cambio de levantar las sanciones económicas. El Pacto había sido trabajosamente elaborado y suscrito entre el país persa y EE UU, contando con el y aval de China, Rusia, Francia, Reino Unido y Alemania, pero era duramente criticado por Israel, país protegido por EE UU que desconfía de Teherán y no desea perder su capacidad de influencia y la supremacía en la región.

Pero donde ese fanatismo proteccionista se ha exhibido con más descaro ha sido durante la reciente cumbre del G-7 (grupo de países más industrializados del mundo: EE UU, Canadá, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Japón. Rusia ha sido excluida por la anexión de Crimea en el conflicto bélico que mantiene con Ucrania), donde el presidente norteamericano, fiel a su estilo provocador y maleducado, volvió a acusar al mundo entero de robar a Estados Unidos por preferir un libre comercio mundial, recíproco y equitativo, sin aranceles ni intervencionismo estatal. Los países que integran el G-7 representan más del 65 por ciento de la riqueza del mundo, por lo que en estas reuniones coordinan posiciones y mecanismos de colaboración sobre el entramado económico y político mundial que pueda beneficiarles. Y a esta cumbre Trump acudió dispuesto a hacer valer su visión aislacionista de la política económica norteamericana. Llegó a defender los aranceles que está imponiendo a muchos productos importados con el argumento de la “seguridad nacional”, lo que generó las críticas del primer ministro de Canadá, país anfitrión de la cumbre, al recordar que soldados de ambos países “habían luchado hombro con hombro en tierras lejanas en conflicto desde la Primera Guerra Mundial”. Estas `verdades del barquero´ hicieron reaccionar con furia al mandatario norteamericano quien, vía twitter como suele, menospreció a su homólogo canadiense, tachándolo de “débil y deshonesto”.

Donald Trump y Justin Trudeau
Y es que Trump no acepta que se le cuestione y, menos aún, se le haga aparentar debilidad. Inmediatamente, tras conocer estas críticas, ordenó retirar su firma del comunicado final conjunto de la cumbre, lo que ha provocado un cruce de acusaciones entre los mandatarios allí reunidos que ha hecho estallar una crisis diplomática. Más que acuerdos y estrategias, la última reunión del G-7 ha evidenciado las divergencias existentes entre todos contra uno y las mutuas desconfianzas. Francia y Alemania han expresado su hartazgo con la política incendiaria del presidente norteamericano y sus exigencias de que el mundo entero baile al son que más le conviene a los intereses comerciales cortoplacistas de EE UU. Nadie está conforme con la postura de Donald Trump, salvo Rusia, expulsada del grupo, e Italia, gobernada ahora por un gobierno populista y xenófobo que ha prohibido el desembarco de refugiados socorridos por un barco frente a las costas de Libia. Este es el nuevo “desorden” mundial que ansían los dirigentes ultranacionalistas y demagógicos, como Trump y los adláteres que desea surjan, con ayuda de sus ideólogos radicales, en otras partes del mundo, fundamentalmente, Europa.   

Sus contradictorias y veleidosas iniciativas desde que gobierna en la Casa Blanca están socavando el orden mundial tan difícilmente conseguido en las últimas décadas por motivos espurios de proteccionismo comercial y preponderancia imperial. Se deja llevar por sus instintos empresariales, sin tener en cuenta sus responsabilidades como estadista de la primera potencia del mundo. Afectado de egocentrismo, muestra admiración por personalidades autoritarias, de las que le gustaría ser reflejo, sin importar que sean adversarios, como los prebostes gobernantes de Rusia o China, al tiempo que desprecia a los líderes amigos y aliados, de los que desconfía patológicamente. Y no duda en comportarse, si ello le procura réditos mediáticos, del mismo modo que había criticado ferozmente en sus predecesores, especialmente del Obama que proponía diálogo y negociaciones con Irán, Cuba o Venezuela.

Kim Jung-un y Donald Trump
Ha necesitado sólo un año para entablar lo que denostaba: un diálogo de banalidades, sin compromisos concretos ni fechas, con el sátrapa de Corea del Norte, conteniendo aquella verborrea hiperbólica, bélica y humillante con la que calificaba a Kim Jong-un de “hombre-cohete”, para poder vender al mundo un ”éxito” diplomático que ha sido incapaz de conseguir desde que conquistó la presidencia de EE UU. Con tal de incluir en su currículo la firma de un acuerdo retórico, que no histórico, no ha tenido empacho en desdecir y rectificar su propia actitud cuando cesó sin contemplaciones a Rex Tillerson, su anterior secretario de Estado, por mostrarse a favor del diálogo con Corea del Norte.

Este que emerge es el nuevo "desorden" que persigue Trump: sin normas, sin valores y sin reglas que garanticen unas relaciones internacionales basadas en la reciprocidad, la equidad, la lealtad y la legalidad. Él quiere “america first”, América a su manera, y los demás que se jodan. No es de extrañar, por tanto, que Angela Merkel calificara su proceder en la cumbre del G-7 de “aleccionador y deprimente”, y que Emmanuel Macron expresara en el mismo foro su resignación de que “nadie es eterno”. Pero, mientras tanto, Donald Trump puede todavía hacer añicos el delicado orden mundial. ¡Dios nos coja confesados!

viernes, 8 de junio de 2018

Demasiado gobierno

Pedro Sánchez, el candidato ganador de la moción de censura que derribó al carcomido gobierno conservador de Mariano Rajoy, acaba de designar a los miembros de su Gabinete, escogiendo concienzudamente las personas que lo compondrán.



El flamante Gobierno socialista tendrá 17 ministerios, la mayor parte de los cuales estará dirigido por mujeres, incluida la única vicepresidencia, adjudicada a Carmen Calvo, doctora en Derecho Constitucional, exministra de Cultura y firme defensora de la igualdad entre hombres y mujeres. Además del presidente, sólo seis hombres forman parte del Ejecutivo, en el que sorprenden dos nombres. El astronauta Pedro Duque, en la cartera de Ciencia, Innovación y Universidades, y el juez Fernando Grande-Marlaska, en Interior, ambos independientes en el PSOE. También es llamativo Josep Borrell, en Exteriores, que constituye un mensaje diáfano contra las pretensiones de internacionalización del conflicto catalán, porque será difícil argüir victimismo independentista en el extranjero con un encargado de política exterior catalán, de sobrado prestigio y constitucionalista. Y una extrañeza: el titular de Cultura y Deporte, Máxim Huerta, un periodista y escritor que reniega hacer deporte, como ejemplo de que la cultura ha dejado de ser instrumento creativo de conocimiento y emancipación para devenir espectáculo mediático. Quedan dos varones más: Luis Planas, un reputado experto en los asuntos que le conciernen, Agricultura, Pesca y Alimentación, y José Luis Ábalos, cuya lealtad al presidente, control del aparato y buen hacer para aupar a Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE y a La Moncloa, constituyen méritos que avalan su designación para dirigir el Ministerio de Fomento, la palanca gubernamental de construir país y distribuir riqueza entre los territorios.

Carmen Calvo, vicepresidente del Gobierno
Pero lo que más impacto ha causado ha sido la configuración femenina del Gobierno, en el que las mujeres acaparan once carteras, con el propósito de exhibir el compromiso con la igualdad que ya había manifestado en múltiples ocasiones Pedro Sánchez. De hecho, este Gobierno supera la paridad que la izquierda suele respetar en la formación de ejecutivas orgánicas o gubernamentales, para convertirse en el Gobierno con más presencia de mujeres de Occidente. Ocupan puestos de enorme peso y trascendencia, razón por la que sus titulares fueron seleccionadas por su experiencia y capacitación profesional, además de ser expertas en la materia que han de abordar de inmediato. Las responsables del área económica, Nadia Calviño (Economía) y María Jesús Montero (Hacienda), encarnan la ortodoxia en el compromiso por la estabilidad económica y financiera que España ha asumido ante las autoridades europeas e internacionales para afianzar el proceso de recuperación tras la crisis económica. Una estabilidad necesaria para la creación de empleo, y que éste sea de mayor calidad y menor precariedad.

En puestos clave figuran Dolores Delgado, una fiscal experta en la lucha contra el terrorismo y valedora de la justicia universal, que asume la cartera de Justicia; Margarita Robles, exjueza y exmagistrada del Tribunal Supremo, llega al Ministerio de Defensa desconociendo los motivos por los que se venden fragatas a Arabia Saudí, pero generando menos reticencias y sin el dogmatismo (banderas a media asta en Semana Santa) de la titular saliente. Magdalena Valerio accede a otra cartera estratégica socialmente, Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, en la que deberá revertir las políticas más regresivas en materia laboral del anterior Gobierno. Otras áreas en manos femeninas son Industria, Comercio y Turismo, de la que se ocupa Reyes Maroto, profesora asociada de Economía en la Universidad Carlos III, Isabel Celaá, exconsejera vasca en los gobiernos de Patxi López, que se hará cargo de Educación y Formación Profesional y de dar la cara como portavoz del Gobierno; Carmen Montón dirigirá Sanidad, Consumo y Bienestar Social con el bagaje que trae de su paso como consejera valenciana en estos mismos asuntos, demostrando ser contraria a las privatizaciones y a los lobbies farmacéuticos; y Teresa Ribera, ministra para la Transición Ecológica, confuso nombre para el departamento encargado de Energía, Cambio Climático y Medioambiente. Mención especial merece la titular de Política Territorial y Función Pública, Meritxell Batet, que desde su despacho ministerial deberá afrontar el “problema” de Cataluña, de donde es originaria, para encauzarlo por la senda de la legalidad y normalidad institucional, haciendo uso de sus simpatías federalistas y sus relaciones con los actores de la política catalana.

Los rostros del nuevo Gobierno
En definitiva, son 17 carteras ministeriales –cuatro más que las del anterior Ejecutivo- para un Gobierno cuya solvencia, capacidad e idoneidad no se cuestiona, pero que resultó elegido para erradicar la corrupción institucional y partidista que representaba el Partido Popular (PP) y convocar elecciones en cuanto la situación lo permitiera. La excusa que ha justificado la moción de censura presentada por los socialistas ha sido la corrupción que anidaba en el PP y la incapacidad de esa formación para asumir responsabilidades, creyéndose perdonada por el voto de los ciudadanos. La sentencia del caso Gürtel, que culpabilizaba por primera vez a un partido político por su participación, aun a título lucrativo, en la corrupción, causó tal indignación que aglutinó el voto mayoritario del Congreso en torno a esa oportuna moción de censura socialista. Había que orear el enrarecido ambiente político que la corrupción del PP había provocado y oxigenar con ética y decencia el ejercicio de la política.

Pero, tal como está diseñado, el Gobierno de Pedro Sánchez parece exceder tales cometidos y abrigar la intención de completar la legislatura antes de devolver la voz a los ciudadanos para que decidan. La solidez de su composición está enfocada a demostrar voluntad de persistencia, mediante una gestión eficaz y progresista, todo lo que le sea posible, a pesar de que no dispone de mayoría en el Parlamento que le asegure la permanencia que desea. Su presentación ante los medios transmite la sensación de ser demasiado Gobierno para tan poca legislatura y maniatado por un Presupuesto del anterior Ejecutivo. Es decir, demasiados condicionantes y obstáculos para la ardua tarea de perdurar lo que resta de legislatura, puesto que su legitimidad, hasta que unas elecciones la validen, pasa por impulsar medidas de prevención, lucha y extirpación de toda corrupción e irregularidades que afloren en la “cosa política”, ya sea en las instituciones o, cuando menos, en el partido socialista, que precisamente gobierna con ese cometido tras ganar su moción de censura.
 
Pedro Sánchez
Que persiga, además, realizar políticas transformadoras, progresistas y transparentes desde un Gobierno sólido que inspire confianza en los ciudadanos, es una aspiración partidista que, aparte de ser intrínseca al objetivo de todo partido político, debería haberse esclarecido como programa de gobierno durante el debate de investidura del nuevo presidente. Haber ocultado tales intenciones, por loables que sean, haciendo hincapié en la necesidad de regeneración ética de la política como argumento para derrocar al anterior Ejecutivo, no deja de ser un acto indigno de oportunismo partidista y de premeditado cálculo electoral. Cabe la posibilidad que tal estrategia por conquistar la confianza del electorado, acometiendo iniciativas de gran calado y de un impacto que supere lo simplemente mediático, coincida con las expectativas de los ciudadanos y alcance un insospechado refrendo parlamentario. De lo contrario, no sólo parecerá un Gobierno excesivo para tan breve recorrido legislativo, sino una espectacular tomadura de pelo a ciudadanos ilusos que creían que, con 84 diputados en un Congreso de 350 escaños, se podía dar la vuelta a España como un calcetín. Ojalá me equivoque

miércoles, 6 de junio de 2018

Gustos y miedos


Me gusta más el día que la noche. La luz me tranquiliza, la oscuridad me inquieta. Todo me parece agradable cuando el Sol brilla en lo alto; las tinieblas, en cambio, me infunden amenazas y traiciones. Por eso asocio la vida al día. La muerte parece que acecha siempre de noche, con ánimo de pillarnos desprevenidos y confiados en el sueño. No tengo miedo a la muerte, pero sí a morir, al trance incomprensible de abandonar la vida. La muerte es nada, morir es todo, es dejar de ser. Sin embargo, me gusta más el atardecer que el despuntar del día. Ambos son espectáculos grandiosos de la naturaleza que me fascinan, pero las puestas de Sol me conmueven hasta el estremecimiento, por esa gama de anaranjados con que se tiñe el cielo antes de ennegrecerse por completo. Tal vez sea porque todavía relaciono madrugar a un imperativo, a algo que nos desvela, obligándonos a dejar las sábanas para ser testigos del nacimiento del día. Del atardecer participamos sin que nada nos fuerce a ello, sólo el placer de contemplarlo, de admirar la belleza de un astro que se pierde tras el horizonte infinito.

No obstante, me gusta más desayunar que cenar. Comer para afrontar el día, no para entregarnos a la inconsciencia del dormir. Y es que me gusta comer, aunque cada vez con menos gula. No me agrada tener que ayunar, aun de forma voluntaria. También me gusta andar, pero me da miedo nadar. Lo uno puede cansarme y lo otro, matarme, porque apenas me defiendo en el agua. Prefiero pasear a estar quieto sin hacer nada. Y viajar a permanecer siempre en el mismo lugar. Será porque me gusta la compañía de mis congéneres y me da miedo la soledad, la soledad impuesta y no buscada. La compañía de la familia y los amigos es un lujo que no siempre está a nuestro alcance, mientras que la soledad es un castigo la mayor parte de las veces inmerecido. Por ello cultivo la amistad y rehúyo el enfrentamiento. Soy amante de la paz y enemigo de la guerra. Me place el amor y me enerva el odio. Creo que un beso es más contundente que un puñetazo. Me encantan los abrazos, pero no soy partidario de las banderas. Las banderías me ponen nervioso y me hacen temer lo peor, como las bullas y las aglomeraciones. Tengo miedo de los animales, grandes o pequeños, feroces o mansos, sin embargo las personas me gustan, aunque de manera selectiva. Me gusta la juventud, la vejez me da pánico, por las promesas que ambos estados contienen. Adoro la salud y temo a la enfermedad, del mismo modo que amo la vida y deploro la muerte. No ambiciono riquezas, pero no considero una virtud la pobreza. Me preocupa no poder atender las necesidades básicas de los míos. Pienso que el mundo se podría organizar de tal manera que no condenara a nadie al desvalimiento, a la miseria. Tiendo a la solidaridad e intento no dejarme atrapar por el egoísmo.
 
Y me gusta más leer que escribir, a pesar de que la escritura es una pasión a la que me entrego con esfuerzo. La lectura me brinda visiones de la realidad, la escritura me permite expresar mi propia visión y mi manera de mirar esa realidad. En definitiva, atesoro tantos gustos y miedos entremezclados que ignoro cuáles me definen o condicionan. Vivo en tensión constante entre gustos y miedos, sin poder evitarlo.

martes, 5 de junio de 2018

Insólito cambio de Gobierno

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.
Por primera vez en democracia, se produce un cambio de Gobierno en España a causa de una exitosa moción de censura que contó con el apoyo de casi toda la oposición. Hasta los radicales antisistema pero con representación parlamentaria, los independentistas, los nacionalistas y la izquierda a la izquierda de la socialdemocracia se conjugaron para unir sus votos a la moción presentada por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y derribar el Gobierno de Mariano Rajoy y, cosa unida a la otra, aprobar la investidura de Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, como nuevo presidente del Gobierno. Una operación insólita por inesperada que ya en el año 2015 resultó infructuosa pero que una sentencia judicial ha hecho posible ahora al declarar probado que el Partido Popular (PP), dirigido por Rajoy, y la trama Gürtel de corrupción, encabezada por Francisco Correa, “crearon un auténtico y eficaz sistema de corrupción institucional a través de mecanismos de manipulación de la contratación pública central, autonómica y local”.

Una vez dictada esa sentencia que señalaba al PP y no daba credibilidad al testimonio de Mariano Rajoy, nadie en el hemiciclo de San Jerónimo quería sostener al Gobierno de un partido político condenado por corrupción, hecho éste de verdad insólito, aun lo fuera a título lucrativo. Y es que son tantos los casos de rapiña y corrupción que afectan de una forma u otra al PP, que la puntilla del veredicto del caso Gürtel venía a poner punto y final a tanta impunidad y descaro. Ya no cabían más excusas ni condescendencias de mirar hacia otro lado. Los populares se convirtieron en los “apestados” del Congreso de los Diputados a los que nadie, salvo Ciudadanos -el grupo que apoyó la investidura de Rajoy con la abstención del PSOE, en 2016-, ha querido tender la mano para impedir la defenestración de Rajoy. La legislatura ya había comenzado convulsa y ha acabado en un estertor precipitado y letal. El nuevo Gobierno que debe rematarla cuando convoque nuevas elecciones, breve por definición e interesante por la pluralidad de quienes lo hacen plausible, despierta muchas incógnitas.

Rajoy felicita a Pedro Sánchez
Las expectativas son dispares y hasta opuestas. Hay quienes consideran este nuevo período de apocalíptico, sobre todo si alinean sus simpatías con los que han perdido el Gobierno o pertenecen a los estamentos sociales mejor tratados por aquel. Banqueros, empresarios, clases acomodadas y detentadores de capital en general, beneficiarios de la política económica neoliberal, la desregulación del mercado y la reforma laboral -lesiva para los trabajadores-, que implementó Rajoy con afán austericida, han manifestado su temor por el acceso al poder de la izquierda, como si el PSOE representara un cuestionamiento del Sistema y no la simple modulación de sus aristas más agudas e injustas. Ni contando con el apoyo incondicional de las formaciones más radicales con representación parlamentaria, los socialistas –y menos en esta coyuntura temporal- ejercerán un Gobierno que rompa en lo sustancial los compromisos de España con Europa, el sistema financiero, el orden económico o la orientación de su política exterior. Tampoco se apartarán de la legalidad constitucional del Estado ni del diseño territorial del país, por mucho que Bildu, PNV, ERC, PDdeCat o Podemos, cuyos votos favorecieron la formación del nuevo Gobierno, insistan en proponer iniciativas proclives a reconocer un inexistente “derecho a decidir” sobre alguna utópica independencia de ninguna región que atente contra la unidad de España. Todo diálogo al respecto, lo único ofrecido por Pedro Sánchez durante su investidura, se limitará a ofrecer respuesta política a problemas políticos en el marco de la ley, dentro de su obligación de hacer que ésta se cumpla y se respete, además de evitar judicializar aun más el ejercicio de la acción política, incluso para desandar actitudes intransigentes del pasado y enmendar enfrentamientos estériles.

Será la política social la que acapare la atención de un PSOE dedicado a ganarse el beneplácito de las capas de población perjudicadas por los recortes de Rajoy en servicios públicos básicos (sanidad, dependencia, prestaciones por desempleo, pensiones, etc.), la limitación de derechos (ley mordaza, etc.) y demás políticas sectarias (educación, aborto, etc.) que han empobrecido a las clases medias y trabajadoras, y han fomentado la desigualdad entre los ciudadanos. Muchas de estas medidas sociales son fáciles de materializar porque ya contaban con el refrendo parlamentario suficiente, sin que supongan un incremento insostenible del gasto. Otras, en cambio, requieren mecanismos que compensen o anulen la desviación del déficit que podría acarrear, como ligar la subida de las pensiones al IPC, la universalización de la sanidad a toda la población, incluyendo a los inmigrantes, mejoras para los funcionarios o ampliar la protección a los desempleados, entre ellas.

La reforma laboral y la financiación autonómica requerirán un complejo trabajo de filigrana para hilvanar posturas de unos y otros en torno a acuerdos de mínimos que hagan posible la disminución de la precariedad e inestabilidad en el mercado laboral, por un lado, y satisfacer las aspiraciones más urgentes de unas comunidades autonomías que han visto mermados drásticamente sus recursos durante los últimos diez años, por otro lado. Y todo ello, sin renunciar a la “estabilidad presupuestaria y macroeconómica” a que se comprometió el reino de España con Bruselas.

Los presidentes de Ucrania y España
Por insólito que parezca, el cambio de Gobierno producido en España no es ninguna excepcionalidad en las reglas democráticas al uso en cualquier país civilizado ni una catástrofe apocalíptica que perjudique los intereses generales de la Nación. Es, por el contrario, la “norma” en democracias consolidadas, en las que la representación política es plural o fragmentada. Los gobiernos de coalición o de minorías parlamentarias que se agrupan para consolidar un apoyo mayoritario, incluso entre formaciones incompatibles, es lo común en Europa frente a esas mayorías absolutas a que estábamos acostumbrados en nuestro país. Gobiernos multicolor –y no “frankenstein”- hay por doquier en Europa, Portugal es uno de ellos, sin que se rompa el país ni necesariamente les vaya mal. Antes al contrario, obligan al diálogo, al consenso y a practicar una política de acuerdos en los que nadie está en posesión de la verdad ni ejerce la exclusividad del patriotismo. La insólita normalidad del gobierno socialista de Pedro Sánchez, asumido tras una moción de censura y sin que el presidente sea diputado del Congreso, deberá acostumbrarnos a que en democracia, máxime si es reflejo de la pluralidad de la sociedad, todas las combinaciones partidistas son posibles, democráticas y, la mayoría de las veces, beneficiosas para el país, pues evitan el “ahormamiento” ideológico al que propenden los gobiernos monocolor.

Con un gobierno volcado en lo social, como parece que será el nuevo Ejecutivo socialista español, simplemente cambian las prioridades para repartir más equitativamente los beneficios de la recuperación económica y, por supuesto, los sacrificios que supuso la pasada crisis financiera. Y que ello atemorice a quienes hasta la fecha han acaparado privilegios no significa otra cosa que el rumbo elegido es el adecuado. Con que no roben ni caigan en la corrupción, ya salimos ganando.        

sábado, 2 de junio de 2018

¡Adiós a los cafés!


Las cafeterías son establecimientos que están desapareciendo de las ciudades o van transformándose en otra cosa, en bares de copas o salones de juego, dejando sin lugares a que acudir a quienes disfrutábamos de un buen desayuno sin prisas, leyendo tranquilamente la prensa, por las mañanas, o de un aromático y bien servido café vespertino, que frecuentemente solía acompañarse de un dulce de confitería y una charla distendida con familiares y amigos. Esas amplias y confortables cafeterías, dotadas de dos espacios diferenciados para los que preferían la barra o las mesas del salón, son actualmente tan escasas que prácticamente están en vías de extinción.

Hubo una época dorada de las cafeterías, o salones de té para los snobs, en la que estos negocios abundaban y daban posibilidad de ingerir un café, sin sufrir ni la falta de profesionalidad de los camareros ni los inventos que desnaturalizan esta bebida caliente en un brebaje. Nombres con solera y marcas comerciales que confiaban en su calidad y servicio para atraer una clientela fiel al ritual del café mañanero o vespertino, como Horno San Buenaventura u Ochoa. Ambos nombres fueron referentes de locales donde el aroma del café y las vitrinas de dulces jamás defraudaban al cliente. El primero, con horno propio, tuvo una expansión como franquicia, a partir del histórico local de la calle Carlos Cañal, que le permitió abrir cafeterías por toda la ciudad y algunos pueblos de la provincia. El amplísimo establecimiento, de dos plantas, que tuvo durante años en la avenida de la Constitución, con escudo incluido en la fachada, daba oportunidad a los afortunados clientes que lograban sentarse en las mesas situadas tras los ventanales del primer piso de disfrutar de un café mientras contemplaban, a escasos metros, las piedras y las agujas góticas de la Catedral, construida hace siglos para añadir deleite patrimonial a cada sorbo de café. Ochoa, otra etiqueta con solera, conserva aún el establecimiento de la calle Sierpes, pero ha tenido que cerrar los de Los Remedios y Huerta del Rey. Otros legendarios rincones existentes en la ciudad, donde podía uno refugiarse atrincherado tras una buena taza humeante de café, han ido cayendo a golpe de piqueta y modernidad, como La Ponderosa, en la Gran Plaza, o Cafetería San Bernardo, junto al Palacio de Justicia.

Café Majestic, de Oporto.
Ni siquiera en los pueblos, en que la presión especulativa inmobiliaria era menor, las cafeterías han podido soportar la puñalada mortal que bancos, supermercados o bares de copas les han asestado para arrebatarles un local que ambicionaban por amplitud y ubicación, y que consideraban desperdiciado en atender sólo a los amantes del café cuando se le podía sacar mayor rentabilidad. Como así ha sido, desgraciadamente, llevándose por delante sitios tan acogedores como la cafetería Nueva Florida, en la calle Gutiérrez de Alba de Alcalá de Guadaíra o Reiscamo y Sayca en Castilleja de la Cuesta, entre otros muchos.  

Y es que ya apenas quedan cafeterías amplias, hermosas y agradables como aquellos templos del café que, cual dinosaurios, han tenido que desaparecer a causa de la evolución de un mercado que no consiente el comercio ni las costumbres tradicionales, mucho menos si son pausadas y sin agobios. Salvo la superviviente La Campana, sin salón y amputada de sus sillas en esa céntrica plaza, Sevilla carece de cafeterías que, por su historia y magnificencia, puedan servir de reclamo turístico de la ciudad, como son Café Majestic de Oporto, Café Central de Viena, Café Greco de Roma o Café Le Procope de París, por ejemplo. A los sevillanos nos dejan los bares –algunos con sabiduría para dispensar un buen café- y otros fraudulentos espacios donde sirven un brebaje templado y lleno de espuma que nos quieren colar como café, servido, para colmo, en vasos de plástico y palito de madera. Nos obligan a decir adiós a los cafés como espacio público y estilo de vida.