Líderes del G-7 en Canadá |
Y eso es, justamente, lo que está haciendo con sus decisiones el presidente más bocazas, impulsivo e impredecible de EE UU. y sus populistas políticas supremacistas, englobadas bajo el lema “América primero” (America first) con el que ganó las elecciones, contando con el apoyo encubierto de Rusia, detalle este último que continúa investigándose por parte de un fiscal especial. No ha habido acuerdo internacional ni normas implícitas y explícitas de ese orden mundial que no hayan sido despreciadas por Donald Trump, haciendo que EE UU faltase a su palabra, incumpliera tratados ya en vigor y comprometiera objetivos ambiciosos que afectan a millones de personas. Exhibiendo un claro desdén hacia la diplomacia convencional, Trump impone su veleidosa personalidad (de comercial charlatán) para “ganar” objetivos tangibles a su concepto de nación providencial hegemónica, aun a costa de aislarla del resto de la comunidad internacional y de distanciarla de sus aliados históricos y estratégicos.
Actitud de Trump en la cumbre del G-7 |
Así, nada más asumir el poder se autoexcluyó del Acuerdo
Transpacífico que su antecesor, Barack Obama, había impulsado y suscrito un año
antes con once países de Asia y América. También ha obligado a renegociar, sin
ningún fruto hasta la fecha, el Acuerdo de Libre Comercio para Norteamérica
(NAFTA, en sus siglas en inglés) que mantenía con Canadá y México, a los que
acusa de obtener ventajas. Y es que sus intenciones proteccionistas chocan
frontalmente con todo convenio comercial regido por la reciprocidad y la equidad
entre distintas áreas económicas del mundo. Pero mucho más grave y peligroso aun
es la ideología visceral e imperialista que le ha motivado retirarse del
Acuerdo del Clima de París para la lucha contra el cambio climático, siendo EE
UU uno de los países más contaminantes del mundo, y del Pacto Nuclear de Irán, que
impedía la fabricación de armas atómicas a cambio de levantar las sanciones
económicas. El Pacto había sido trabajosamente elaborado y suscrito entre el
país persa y EE UU, contando con el y aval de China, Rusia, Francia, Reino
Unido y Alemania, pero era duramente criticado por Israel, país protegido por
EE UU que desconfía de Teherán y no desea perder su capacidad de influencia y la
supremacía en la región.
Pero donde ese fanatismo proteccionista se ha exhibido con
más descaro ha sido durante la reciente cumbre del G-7 (grupo de países más
industrializados del mundo: EE UU, Canadá, Alemania, Reino Unido, Francia,
Italia y Japón. Rusia ha sido excluida por la anexión de Crimea en el conflicto
bélico que mantiene con Ucrania), donde el presidente norteamericano, fiel a su
estilo provocador y maleducado, volvió a acusar al mundo entero de robar a
Estados Unidos por preferir un libre comercio mundial, recíproco y equitativo,
sin aranceles ni intervencionismo estatal. Los países que integran el G-7
representan más del 65 por ciento de la riqueza del mundo, por lo que en estas
reuniones coordinan posiciones y mecanismos de colaboración sobre el entramado
económico y político mundial que pueda beneficiarles. Y a esta cumbre Trump
acudió dispuesto a hacer valer su visión aislacionista de la política económica
norteamericana. Llegó a defender los aranceles que está imponiendo a muchos
productos importados con el argumento de la “seguridad nacional”, lo que generó
las críticas del primer ministro de Canadá, país anfitrión de la cumbre, al
recordar que soldados de ambos países “habían luchado hombro con hombro en
tierras lejanas en conflicto desde la Primera
Guerra Mundial”. Estas `verdades del barquero´ hicieron
reaccionar con furia al mandatario norteamericano quien, vía twitter como
suele, menospreció a su homólogo canadiense, tachándolo de “débil y
deshonesto”.
Donald Trump y Justin Trudeau |
Y es que Trump no acepta que se le cuestione y, menos aún,
se le haga aparentar debilidad. Inmediatamente, tras conocer estas críticas,
ordenó retirar su firma del comunicado final conjunto de la cumbre, lo que ha provocado
un cruce de acusaciones entre los mandatarios allí reunidos que ha hecho estallar
una crisis diplomática. Más que acuerdos y estrategias, la última reunión del
G-7 ha evidenciado
las divergencias existentes entre todos contra uno y las mutuas desconfianzas.
Francia y Alemania han expresado su hartazgo con la política incendiaria del
presidente norteamericano y sus exigencias de que el mundo entero baile al son
que más le conviene a los intereses comerciales cortoplacistas de EE UU. Nadie
está conforme con la postura de Donald Trump, salvo Rusia, expulsada del grupo,
e Italia, gobernada ahora por un gobierno populista y xenófobo que ha prohibido
el desembarco de refugiados socorridos por un barco frente a las costas de
Libia. Este es el nuevo “desorden” mundial que ansían los dirigentes
ultranacionalistas y demagógicos, como Trump y los adláteres que desea surjan,
con ayuda de sus ideólogos radicales, en otras partes del mundo,
fundamentalmente, Europa.
Sus contradictorias y veleidosas iniciativas desde que
gobierna en la Casa Blanca
están socavando el orden mundial tan difícilmente conseguido en las últimas
décadas por motivos espurios de proteccionismo comercial y preponderancia
imperial. Se deja llevar por sus instintos empresariales, sin tener en cuenta
sus responsabilidades como estadista de la primera potencia del mundo. Afectado
de egocentrismo, muestra admiración por personalidades autoritarias, de las que
le gustaría ser reflejo, sin importar que sean adversarios, como los
prebostes gobernantes de Rusia o China, al tiempo que desprecia a los líderes
amigos y aliados, de los que desconfía patológicamente. Y no duda en comportarse,
si ello le procura réditos mediáticos, del mismo modo que había criticado ferozmente
en sus predecesores, especialmente del Obama que proponía diálogo y
negociaciones con Irán, Cuba o Venezuela.
Kim Jung-un y Donald Trump |
Ha necesitado sólo un año para entablar lo que denostaba: un
diálogo de banalidades, sin compromisos concretos ni fechas, con el sátrapa de
Corea del Norte, conteniendo aquella verborrea hiperbólica, bélica y humillante
con la que calificaba a Kim Jong-un de “hombre-cohete”, para poder vender al
mundo un ”éxito” diplomático que ha sido incapaz de conseguir desde que conquistó
la presidencia de EE UU. Con tal de incluir en su currículo la firma de un
acuerdo retórico, que no histórico, no ha tenido empacho en desdecir y
rectificar su propia actitud cuando cesó sin contemplaciones a Rex Tillerson, su
anterior secretario de Estado, por mostrarse a favor del diálogo con Corea del
Norte.
Este que emerge es el nuevo "desorden" que persigue Trump: sin
normas, sin valores y sin reglas que garanticen unas relaciones internacionales
basadas en la reciprocidad, la equidad, la lealtad y la legalidad. Él quiere
“america first”, América a su manera, y los demás que se jodan. No es de
extrañar, por tanto, que Angela Merkel calificara su proceder en la cumbre del
G-7 de “aleccionador y deprimente”, y que Emmanuel Macron expresara en el mismo
foro su resignación de que “nadie es eterno”. Pero, mientras tanto, Donald
Trump puede todavía hacer añicos el delicado orden mundial. ¡Dios nos coja
confesados!
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