Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. |
Una vez dictada esa sentencia que señalaba al PP y no daba
credibilidad al testimonio de Mariano Rajoy, nadie en el hemiciclo de San
Jerónimo quería sostener al Gobierno de un partido político condenado por
corrupción, hecho éste de verdad insólito, aun lo fuera a título lucrativo. Y
es que son tantos los casos de rapiña y corrupción que afectan de una forma u
otra al PP, que la puntilla del veredicto del caso Gürtel venía a poner punto y final a tanta impunidad y descaro.
Ya no cabían más excusas ni condescendencias de mirar hacia otro lado. Los populares se convirtieron en los “apestados”
del Congreso de los Diputados a los que nadie, salvo Ciudadanos -el grupo que
apoyó la investidura de Rajoy con la abstención del PSOE, en 2016-, ha querido
tender la mano para impedir la defenestración de Rajoy. La legislatura ya había
comenzado convulsa y ha acabado en un estertor precipitado y letal. El nuevo
Gobierno que debe rematarla cuando convoque nuevas elecciones, breve por
definición e interesante por la pluralidad de quienes lo hacen plausible, despierta
muchas incógnitas.
Rajoy felicita a Pedro Sánchez |
Las expectativas son dispares y hasta opuestas. Hay quienes
consideran este nuevo período de apocalíptico, sobre todo si alinean sus
simpatías con los que han perdido el Gobierno o pertenecen a los estamentos
sociales mejor tratados por aquel. Banqueros, empresarios, clases acomodadas y
detentadores de capital en general, beneficiarios de la política económica
neoliberal, la desregulación del mercado y la reforma laboral -lesiva para los
trabajadores-, que implementó Rajoy con afán austericida, han manifestado su
temor por el acceso al poder de la izquierda, como si el PSOE representara un
cuestionamiento del Sistema y no la simple modulación de sus aristas más agudas
e injustas. Ni contando con el apoyo incondicional de las formaciones más
radicales con representación parlamentaria, los socialistas –y menos en esta
coyuntura temporal- ejercerán un Gobierno que rompa en lo sustancial los
compromisos de España con Europa, el sistema financiero, el orden económico o
la orientación de su política exterior. Tampoco se apartarán de la legalidad
constitucional del Estado ni del diseño territorial del país, por mucho que
Bildu, PNV, ERC, PDdeCat o Podemos, cuyos votos favorecieron la formación del
nuevo Gobierno, insistan en proponer iniciativas proclives a reconocer un
inexistente “derecho a decidir” sobre alguna utópica independencia de ninguna región
que atente contra la unidad de España. Todo diálogo al respecto, lo único ofrecido
por Pedro Sánchez durante su investidura, se limitará a ofrecer respuesta
política a problemas políticos en el marco de la ley, dentro de su obligación
de hacer que ésta se cumpla y se respete, además de evitar judicializar aun más
el ejercicio de la acción política, incluso para desandar actitudes
intransigentes del pasado y enmendar enfrentamientos estériles.
Será la política social la que acapare la atención de un PSOE dedicado a ganarse el beneplácito de las capas de población perjudicadas por los recortes de Rajoy en servicios públicos básicos (sanidad, dependencia, prestaciones por desempleo, pensiones, etc.), la limitación de derechos (ley mordaza, etc.) y demás políticas sectarias (educación, aborto, etc.) que han empobrecido a las clases medias y trabajadoras, y han fomentado la desigualdad entre los ciudadanos. Muchas de estas medidas sociales son fáciles de materializar porque ya contaban con el refrendo parlamentario suficiente, sin que supongan un incremento insostenible del gasto. Otras, en cambio, requieren mecanismos que compensen o anulen la desviación del déficit que podría acarrear, como ligar la subida de las pensiones al IPC, la universalización de la sanidad a toda la población, incluyendo a los inmigrantes, mejoras para los funcionarios o ampliar la protección a los desempleados, entre ellas.
La reforma laboral y la financiación autonómica requerirán
un complejo trabajo de filigrana para hilvanar posturas de unos y otros en
torno a acuerdos de mínimos que hagan posible la disminución de la precariedad e
inestabilidad en el mercado laboral, por un lado, y satisfacer las aspiraciones
más urgentes de unas comunidades autonomías que han visto mermados
drásticamente sus recursos durante los últimos diez años, por otro lado. Y todo
ello, sin renunciar a la “estabilidad presupuestaria y macroeconómica” a que se
comprometió el reino de España con Bruselas.
Los presidentes de Ucrania y España |
Por insólito que parezca, el cambio de Gobierno producido en
España no es ninguna excepcionalidad en las reglas democráticas al uso en
cualquier país civilizado ni una catástrofe apocalíptica que perjudique los
intereses generales de la
Nación. Es , por el contrario, la “norma” en democracias
consolidadas, en las que la representación política es plural o fragmentada.
Los gobiernos de coalición o de minorías parlamentarias que se agrupan para
consolidar un apoyo mayoritario, incluso entre formaciones incompatibles, es lo
común en Europa frente a esas mayorías absolutas a que estábamos acostumbrados
en nuestro país. Gobiernos multicolor –y no “frankenstein”- hay por doquier en
Europa, Portugal es uno de ellos, sin que se rompa el país ni necesariamente
les vaya mal. Antes al contrario, obligan al diálogo, al consenso y a practicar
una política de acuerdos en los que nadie está en posesión de la verdad ni
ejerce la exclusividad del patriotismo. La insólita normalidad del gobierno
socialista de Pedro Sánchez, asumido tras una moción de censura y sin que el
presidente sea diputado del Congreso, deberá acostumbrarnos a que en
democracia, máxime si es reflejo de la pluralidad de la sociedad, todas las
combinaciones partidistas son posibles, democráticas y, la mayoría de las
veces, beneficiosas para el país, pues evitan el “ahormamiento” ideológico al
que propenden los gobiernos monocolor.
Con un gobierno volcado en lo social, como parece que será
el nuevo Ejecutivo socialista español, simplemente cambian las prioridades para
repartir más equitativamente los beneficios de la recuperación económica y, por
supuesto, los sacrificios que supuso la pasada crisis financiera. Y que ello atemorice
a quienes hasta la fecha han acaparado privilegios no significa otra cosa que
el rumbo elegido es el adecuado. Con que no roben ni caigan en la corrupción,
ya salimos ganando.
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