Y es que la cosa venía endiablada desde el comienzo mismo de
la legislatura y no tenía pinta de calmarse. Los hechos se desarrollaban a
velocidad de vértigo y arrollaban a cuántos se ponían por delante, incluidos
los sediciosos que pretendieron declarar unilateralmente una república en Cataluña
en octubre pasado, yendo a dar con sus huesos en la cárcel o haciendo las
maletas del exilio. Nadie supo prever que el expresidente de la Generalitat , Carles Puigdemont,
acabaría huido en Bruselas, el vicepresidente Oriol Junqueras estaría desde
entonces entre rejas, varios exconsejeros de aquel govern correrían la suerte de uno y otro, según sus lealtades, y que
Rajoy, en fin, recalaría en Santa Pola (Alicante) como registrador de la
propiedad, su verdadera profesión tras su paso fugaz, de 35 años, por la
política. Todos ellos han sido víctimas de la precipitación de acontecimientos
que ha jalonado los últimos tiempos de la política española, incapaz de serenarse.
Todo se aceleró tras la sentencia del caso Gürtel, que declaró culpable, por primera vez en democracia,
al Partido Popular de beneficiarse de la trama de corrupción para financiarse
irregularmente, y de la consideración por parte del tribunal de la testifical
del presidente del Gobierno como poco creíble. Su palabra y su partido quedaban
cuestionados con el fallo judicial. Llovía sobre mojado en las sospechas que
arrastraba al partido en el Gobierno con la corrupción, lo que motivó y facilitó
la moción de censura de los socialistas, inimaginable aunque deseada desde el
inicio de la legislatura. Unas semanas antes habíamos asistido a la dimisión de
la presidenta de la
Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, por el fraude en la
obtención de un supuesto máster que adornaría su currículo académico sin
haberlo cursado. También pudimos contemplar la confesión inaudita del
exsecretario general del PP valenciano, Ricardo Costa, en la que reconocía que
el partido se financiaba con dinero negro. Y hasta vimos al atildado expresidente
de aquella comunidad, Francisco Camps, ingresar en la cárcel por elusión fiscal
y evasión de capitales. Todo ello ha resultado letal para la formación que
gobernaba el país sin más excusas que arrogándose una recuperación económica
debida fundamentalmente a factores externos (financiación de la deuda soberana
por parte del BCE y abaratamiento de la factura energética de la OPEP ) más que a las medidas
de austeridad y precariedad adoptadas por el Gobierno.
A mitad de mandato, pues, y contra todo pronóstico, se ha producido
un vuelco en la gobernabilidad del país, al acceder los socialistas al sillón
de mando mediante la primera moción de censura que consigue su objetivo, sin
que nadie se lo esperara, ni siquiera los mismos socialistas. Pedro Sánchez, un
tenaz político que se ha fajado contra sus propios compañeros de fila que lo
denostaban y contra un Gobierno al que le juró que “no es no”, conseguía no sólo recuperar la secretaría
general del PSOE sino la presidencia del Gobierno, por esas carambolas que el
destino concede a los esforzados y testaduros
inasequibles al desaliento.
Ese líder joven y ambicioso, al que todos consideraban
temporal en un PSOE en sus horas más bajas, ha constituido el Gobierno más
feminista de Europa, el más preparado de España y el más inestable de la
democracia por disponer, en principio, de sólo 84 diputados socialistas en un
Parlamento de 350 escaños. Supo aprovechar, empero, la oportunidad del rechazo unánime
que provocaba el PP de la corrupción para descabalgarlo del Gobierno, tomándole
la delantera a Ciudadanos, el partido que pretende liderar la derecha española
y que apostaba por convocar nuevas elecciones. Ahora Sánchez deberá retener los
apoyos que le brindaron la izquierda y los nacionalistas del Congreso de los
Diputados para insuflar la ilusión que los ciudadanos habían perdido en la
política y en la honestidad de su ejercicio.
Con sólo tres semanas en el poder y sin derecho a los cien
días de gracia que suele dispensarse a todo gobierno para demostrar su empeño,
el presidente socialista ha evidenciado sensibilidad con el fenómeno de la
migración, autorizando el desembarco en España de los rescatados por el buque
Aquarius que Italia rechazaba. Ha aprobado un Decreto-ley para suspender el
consejo de administración de RTVE (la televisión pública estatal) y proceder a
su renovación de acuerdo con la nueva normativa elaborada por el Parlamento. Ha
manifestado su voluntad de acercar los políticos catalanes presos a Cataluña y
de reunirse con el presidente de aquella Comunidad para encausar el problema
catalán por vías políticas y mediante el diálogo, en el marco de la legalidad
vigente. Ha prometido sacar la tumba del dictador Franco del monumento del
Valle de los Caídos para reservar aquel lugar a la memoria de todos los fallecidos
durante la Guerra Civil
y no a la peregrinación y honra del franquismo. Ha considerado que, derrotada
definitivamente ETA, la política de dispersión penitenciaria podría modificarse
para trasladar los terroristas encarcelados de más edad (70 años), enfermos
graves y arrepentidos a cárceles del País Vasco, como muestra de normalidad de
un país libre que ha ganado su lucha contra el terror. Ha devuelto el carácter
universal de la sanidad española y ha suprimido algunos de los copagos
farmacéuticos que afrontaban los pensionistas. Ha anunciado que no se renovarán
a su vencimiento las concesiones de las autopistas de peaje. E, incluso, dado
el renovado impulso que este Gobierno representa en la forma de actuar en la
realidad, ha conseguido que los agentes sociales acuerden subidas salariales
del 2 y 3 por ciento, que se fije como objetivo para el año 2020 un salario
mínimo de mil euros y que el incremento anual de las pensiones vuelva a estar ligado
al IPC. Pero hace depender de los apoyos que consiga en el Parlamento la
derogación de la Ley Mordaza ,
la suavización o eliminación de la Reforma
Laboral y hasta un nuevo acuerdo de financiación autonómica.
Muchos asuntos que exigen seguir corriendo sin desmayo.
Como vemos, estos seis meses de vorágine política han sido
apabullantes en acontecimientos en España. Tantos que se ha podido presenciar
cosas nunca vistas anteriormente, como que el Partido Popular se embarcase en
un proceso de primarias para elegir al sucesor de Rajoy al frente de la
formación, al que han concurrido hasta siete candidatos. Y que un miembro de la Familia Real ingrese en
prisión, también por corrupción, dejando a una infanta triste y compungida y
sin hablarse con su hermano, el rey. Por ello, y como esto siga así, nos veremos obligados
a exclamar aquello: "¡Cosas veredes, amigo Sancho!"
No hay comentarios:
Publicar un comentario