domingo, 31 de mayo de 2020

Habermas, un pensador comprometido


Empecé oír hablar de Jürgen Habermas muy tarde en mi vida, rebasada la cincuentena, cuando me dispuse a estudiar una segunda carrera. Y si lo había oído, no le presté demasiada atención por estar ocupado con objetos volantes no identificados, por estar en babia. Pero durante una asignatura sobre comunicación, en la que citaron a este autor de la “teoría de la razón comunicativa”, ubicándolo entre los filósofos contemporáneos más influyentes de la “Escuela de Fráncfort”, junto a Theodor W. Adorno, Max Horkheimer y Herbert Marcuse, su pensamiento atrajo de inmediato mi interés. Aquellos investigadores alemanes que aunaban filosofía y sociología, partiendo de las ideas de Hegel, Marx y Freud, no se limitaban exclusivamente a elaborar aporías con finalidad académica, destinadas a alumnos de sus cátedras universitarias, sino que conjugaban la elucubración filosófica, en especial su concepto de razón, con el análisis crítico de la sociedad moderna para elaborar teorías de carácter práctico, basándose, entre otras cosas, en el lenguaje, que es el medio que posibilita la interactuación en sociedad a la hora de ponerse de acuerdo en sus intereses enfrentados y alcanzar consensos sobre la mejor forma de vida en común.

Aquella asignatura me reveló a un teórico que creía en el poder de la comunicación y en su radical importancia en toda sociedad democrática, en la que los ciudadanos, si no quieren que la democracia sea un mero decorado, han de participar en la vida pública, aportar sus puntos de vista y abrir debates acerca de los asuntos que les preocupan o interesan para, en conjunto, acordar, argumentativamente y sin restricción, el modelo de vida o convivencia que hace posible una sociedad libre y democrática.   

Habermas emergió ante mí como un filósofo de la modernidad que, además, actuaba como un intelectual ante los problemas sociales, políticos y culturales de su tiempo, capaz de intervenir de buen grado en los debates de la esfera pública que más le preocupaban. De hecho, en alguna ocasión ha reconocido que “es la irritabilidad lo que convierte a un sabio en intelectual”. Esa irritabilidad del pensador que no está encerrado en la burbuja de cristal de su objeto de estudio, sino que sigue con atención los acontecimientos que le han tocado vivir hasta convertirse en un influyente intelectual público que asume el compromiso político inherente a tal actitud, en especial su identificación inequívoca con la democracia, de la que afirma que es una forma de vida indisociable de la sociedad libre y de la mayoría de edad de sus miembros. Pero también advierte de la democracia que practica una “política de hechos consumados, en la que el poder del pueblo se limita a asentir decisiones ya tomadas y que trata a los “ciudadanos como si fuera una masa de menores de edad, para que en cuestiones de destino político se decida todo para el pueblo, pero sin el pueblo.” Habermas, pues, no rehúye de la necesaria función de vigilancia que tiene la crítica política y que debiera ser consustancial a todo aquel que se dedica al oficio de pensar.

Es por eso que la labor filosófica de Habermas se ha centrado en determinar las condiciones en las que tanto los problemas morales como los políticos pueden ser dilucidados de forma racional. Y de ahí, también, que el amplio abanico de sus intereses abarque el estudio del sujeto, la racionalidad -que considera dialógica, no fundamentalista-, la dialéctica, los regímenes políticos, la modernidad y la democracia, como hemos visto, entre otros. En Jürgen Habermas se entrelaza, sellado por el compromiso, la labor del filósofo y teórico social con la del intelectual público, desarrolladas ambas de manera tan brillantes y profundas como clarificadoras y atractivas.

Todos esos estudios filosóficos y de ciencia social lo llevan a elaborar una teoría crítica de la sociedad, que articula a través de la complejidad de la “racionalidad comunicativa”, al entender que el mundo que nos rodea sólo puede ser conocido -interpretado- por patrones culturales y sobre todo lingüísticos. Que la realidad sólo existe mediada por el lenguaje. Entre otros motivos, porque la mente y el razonamiento descansan en el lenguaje, es decir, los sujetos piensan y actúan en el entramado del lenguaje. Lo característico del ser humano es esa racionalidad manifestada a través del lenguaje. Gracias al lenguaje podemos comunicarnos, pero toda comunicación que pretenda orientarse hacia el entendimiento precisa cuatro convicciones o condiciones que den validez al habla: inteligibilidad, verdad, rectitud y veracidad, de lo contrario la comunicación sería parasitaria, engañosa, manipuladora. Cuando no se trata de dominar al otro como si fuera un objeto, sino de comunicar e interactuar con él, de comprenderlo, entonces hacemos uso de una racionalidad comunicativa. Tal es la materia de la “Teoría de Acción Comunicativa” de Jürgen Habermas, es decir, una teoría de la sociedad basada en una teoría del lenguaje y en el análisis de las estructuras generales de la acción, que sigue siendo de actualidad porque sirve para entender las bases de una cultura política democrática y deliberativa.

No se trata, por tanto, de cuestiones que nos puedan parecer ajenas o que no nos incumben. Tal vez, sea hoy, precisamente, en que vivimos inmersos en una sociedad confundida y guiada gracias a una saturación de mensajes e informaciones bombardeados por los medios de comunicación y las redes sociales, con la intención de controlar y homogeneizar nuestras ideas, opiniones y conductas, cuando resultan pertinentes las reflexiones de Habermas sobre el poder de la comunicación y la influencia del lenguaje en la acción humana. Tan pertinentes como su empeño por ofrecer claridad a conceptos, contextos y discursos con los que construimos nuestra realidad o damos forma a nuestro modelo de vida en sociedad. Sin embargo, la crítica social de Habermas no persigue la recuperación de un idealizado mundo desaparecido, sino sacar a la luz las contradicciones de la sociedad existente para obtener de ellas los puntos de partida para modificarla, puesto que toda sociedad tiende siempre a transformarse. También hoy es necesaria esa transformación para mejorar nuestra sociedad de tal forma que ofrezca “referencias para superar el sufrimiento y la desdicha que resultan de las estructuras de los contextos vitales sociales”. De ahí la vigencia del pensamiento de un filósofo tan conspicuo y comprometido como Jürgen Habermas, etiquetado muchas veces como “el paladín de la modernidad” o “el maestro de la comunicación”. A mi me gusta más la de pensador comprometido con los problemas reales de su tiempo. Y para comprobarlo, sólo basta leer el soberbio libro de Stefan Müller-Doohm, Jürgen Habermas, una biografía, que recomiendo encarecidamente. O cualquiera de las obras más importantes del filósofo y sociólogo más conocido de la “Escuela de Fráncfort”.

jueves, 28 de mayo de 2020

Del confinamiento al espacio


Escapando del estado de confinamiento que aqueja a media humanidad, dos privilegiados terrícolas, gracias a su condición de astronautas, podrán abandonar el planeta para visitar la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés), en una misión con la que la NASA recupera su capacidad de poner en órbita naves tripuladas después de nueve años de carecer de estos vehículos, debido a la retirada de los transbordadores espaciales por culpa de los accidentes sufridos por el Challenger, en 1986, y el Columbia, en 2003. Hasta este lanzamiento, EE UU se veía obligado trasladar sus astronautas a la ISS como pasajeros de las naves rusas Soyuz.

Una cápsula de nuevo diseño, denominada Dragon Crew, propulsada por un cohete Falcon 9, de la compañía SpaceX, debía llevar hasta la Estación Espacial a los astronautas Doug Hurley y Bob Behnken, dos veteranos de la NASA que ya antes habían pilotado los transbordadores espaciales. Pero el lanzamiento, previsto para ayer, tuvo que ser suspendido, cuando faltaban sólo 16 minutos para el despegue, a causa de las malas condiciones climatológicas que cubrieron de nubes y provocaron una tormenta eléctrica sobre la zona del Centro Espacial Kennedy, en Florida.  La nueva fecha señalada para volver a intentar el lanzamiento es la del próximo sábado, cuando se prevé una mejora del tiempo y se abre otra oportunidad de trazar una trayectoria óptica (ventana de lanzamiento) hasta la ISS.

Este lanzamiento es especial por diversos motivos. No hay que olvidar que se trata de la primera misión espacial tripulada privada de la historia, denominada Demo-2, que es fruto de un proyecto compartido entre la NASA y la empresa SpaceX (Commercial Crew Program) para conseguir naves que permitan poner en órbita y acceder a la ISS a astronautas norteamericanos sin necesidad de depender de Rusia. El objetivo de la misión es validar los sistemas de lanzamiento y la viabilidad de la cápsula para maniobrar y acoplarse a la Estación Espacial Internacional de cara a futuras misiones espaciales.

La empresa SpaceX, de Elon Musk, propietario también de la compañía que fabrica los coches Tesla, compite con Boeing y Sierra Nevada Corp. en el desarrollo de naves tripuladas para la NASA que sustituyan a los retirados transbordadores. La Dragon Crew ya ha conseguido atracar en la ISS bajo modo automático en marzo de 2019. Las otras compañías van más atrasadas con sus prototipos. Aparte de su ventaja operativa, SpaceX ha actualizado el diseño de los cohetes, torres de lanzamientos, pasillo de acceso a la cápsula y hasta el traje de los astronautas, dotándolos de funcionalidad y atractivo estético. Ya sólo falta que, como se espera, todo funcione bien. Pero para ello hay que aguardar hasta el próximo sábado.

Actualización
Como estaba previsto, el sábado 30 de mayo el cohete Falcon 9 partió hacia el espacio, portando la nave Crew Dragon y su tripulación de dos astronautas norteamericanos. Al segundo intento, EE UU ha conseguido disponer de un vehículo propio para llevar astronautas al espacio, sin necesidad de contratar estos viajes en naves de otros países, después de haber dejado fuera de servicio a los transbordadores espaciales en 2011. En tan sólo 8 minutos, la nave alcanzó la órbita inicial. Y se acopló a la Estación Espacial Internacional después de 19 horas del despegue en el Centro Espacial Kennedy, de Florida. Todo un éxito de la astronáutica norteamericana y un triunfo para participación de empresas privadas, como SpaceX, propietaria tanto del cohete como de la nave. Se abre un nuevo capítulo de la aventura espacial. 

martes, 26 de mayo de 2020

¿Cómo seremos mañana?


Nosotros mismos y nuestro mundo alrededor, ¿cómo seremos mañana? Esta es la pregunta que una gran mayoría de ciudadanos, en algún momento, se ha formulado mientras ha estado viviendo la inaudita experiencia del confinamiento al que ha obligado la emergencia sanitaria provocada por la pandemia del Covid-19. Una situación extraordinaria, jamás imaginada, que nos ha tenido encerrados en los domicilios durante más de dos meses, sin poder siquiera visitar a ningún familiar, y teniendo que adoptar nuevos hábitos sociales que obligan guardar distancia ante cualquier interlocutor (conocido o desconocido) y usar elementos de protección, simples barreras físicas (mascarillas, pantallas, guantes, etc.), para amortiguar el riesgo de contagio que, sin esa distancia social, representa toda persona.

Además, unido al parón abrupto de la actividad económica en el conjunto del país, con el cierre de comercios, fábricas, industrias y demás negocios considerados no esenciales, todo ello ha supuesto un cambio súbito y radical en las costumbres y en nuestra manera de ser, una ruptura de la cotidianeidad hasta el extremo de provocarnos angustia e incertidumbres por el futuro, por el mañana que nos aguarda. Un interrogante envuelto en ansiedad que surge porque se ignora si estos cambios serán temporales o permanentes y si afectarán a nuestro “ser y estar” natural, que caracterizaba a la realidad que conocíamos.

Salvo mentes privilegiadas clarividentes, el ser humano no es capaz de saber, cuando asiste de protagonista, si las transformaciones que se producen en cada momento histórico generan un mundo distinto. Se muestra miope a la hora de valorar la importancia de los cambios que caracterizan cada época. Sólo unos pocos perciben de forma inmediata la ruptura del mundo conocido y reconocen el tránsito a una situación nueva, totalmente inimaginable e imprevista. Por ello, cualquier alusión a un posible cambio abrupto que transforme nuestro modo de vida es considerado una visión pesimista, cuando no apocalíptica. Sin embargo, la disrupción de la historia no es infrecuente sino una constante que hace que ésta avance dando retrocesos, no en forma progresiva o rectilínea, a través del tiempo. Por eso, no es descabellado esperar que, tras los cambios experimentados a causa de esta pandemia, que aún no ha sido resuelta definitivamente, el mundo y muchas de nuestras rutinas no volverán a ser los mismos, que aquella forma de vida será irrecuperable. Y aceptarlo es la mejor manera de empezar a amoldarnos a estas nuevas circunstancias, a fin de evitar que causen peores trastornos.   

Porque han sido tantas las transformaciones acaecidas en nuestras vidas que el desasosiego ha hecho mella en nosotros, alimentando el pesimismo, la incertidumbre y hasta el temor por un tiempo venidero que vemos de color negro. Y no sólo por las cautelas que hemos de mantener en los usos sociales, sino también por la forma de sociedad a que abocan tales cambios, haciéndola más insegura y recelosa; por las nuevas condiciones laborales, que con el teletrabajo y el aislamiento social inciden en la inestabilidad, la precariedad y la discriminación laboral; y hasta por el modelo económico o productivo que parece emerger después de la irrupción del virus. Son muchas, pues, las cuestiones afectadas por la pandemia que deberán ser repensadas y modificadas, si se quiere minimizar nuestra vulnerabilidad frente a futuras y probables emergencias sanitarias de similar o mayor magnitud. Y todas ellas nos instan a redefinir nuestro papel y relación con el mundo que hemos construido, y que creíamos controlado.

De entrada, ignoramos o conocemos poco, por lo que no podemos o no nos interesa prever, los patógenos a los que estamos expuestos y cuya infección favorecemos gracias a la osadía con que manipulamos a nuestra conveniencia -comercial- la naturaleza. Así, una tradición local en un remoto mercado de animales ha posibilitado que un germen animal salte al ser humano y se propague endiabladamente por todo el orbe, a la rauda velocidad de nuestra capacidad de intercambios personales y desplazamientos. Mientras se confía en alguna vacuna o fármaco que combata la enfermedad, cosa que tardará cuando menos 18 meses en ser descubierta y estar disponible para toda la humanidad (para el Covid-19 será pronto porque las farmacéuticas investigan medicamentos que ahora son sumamente rentables), el miedo al contagio ha instalado entre la población el alejamiento físico, la distancia social y la histeria hipocondríaca por la asepsia y la desinfección, todo lo cual nos inhibe de relacionarnos como solíamos. No sé si se recuperarán antiguos hábitos, pero lo seguro es que nada será igual que antes, porque los controles de temperatura, los rastreos de sospechosos de contagiar (supercontagiosos los llaman ya) y las actitudes de señalamiento o estigmatización social serán difíciles de erradicar. Ya hemos visto hasta dónde llega el fanatismo en aquellos que atosigaron y ejercieron el odio contra vecinos que consideraban focos de “riesgo” (podían contagiar) por su dedicación profesional (sanitarios, dependientes de supermercados, etc.). Menos mal que no eran judíos.

El colapso de los hospitales ante el incremento de pacientes afectados por la pandemia ha dejado en evidencia las políticas de “sostenibilidad” y rentabilidad que se aplicaron no hace muchos años a prestaciones básicas del Estado, como la sanidad, la educación y la dependencia, entre otras. La escasez de recursos materiales y humanos, en especial en aquellos servicios de alta especialización profesional y complejidad tecnológica, como las unidades de cuidados Intensivos, hizo que los hospitales se vieran desbordados y tuvieran que improvisar espacios ajenos en los que atender la demanda epidémica. Y lo que es peor, que se priorizara la atención sanitaria en razón de la edad, lo que contribuyó en gran medida a que el número de fallecidos por la pandemia se cebara en los ancianos residentes en asilos que fueron discriminados. Las denuncias contra las administraciones que dictaron normas en este sentido ya abundan en los juzgados. La injusticia social que ello denota, sobre todo en personas vulnerables, es intolerable. Tanto las residencias de ancianos como la atención hospitalaria tendrán que ser revisadas para que esto no vuelva a suceder. Eso significa cambiar políticas para enfocarlas a la prestación de servicios y no a la posibilidad de negocio.     

Ello nos impele a cuestionar el modelo económico que prevalecía en nuestra sociedad, sin renunciar al sistema capitalista que domina al mundo, pero modulando su rapacidad. Entre otras cuestiones porque, como afirma Chomsky en una entrevista a la agencia Efe, publicada por diario.es, los destrozos causados por la pandemia no son otra cosa que un “fallo masivo y colosal de la versión neoliberal del capitalismo”. Ni los científicos se prepararon para probables epidemias de otros coronavirus, como la del SARS de 2003, porque parecían remotas e investigarlas no resultaba rentable, y la “sostenibilidad” de los hospitales hizo que no estuvieran equipados de manera eficaz para afrontar previsibles incrementos de la demanda asistencial. Todo se hace con el menor coste y para el mayor beneficio posibles. Esta mentalidad economicista también habría que modificarla, al menos en cuanto a la provisión de servicios por parte del sector público y en la externalización al sector privado de los mismos.

Como nos advierte Habermas, el progreso entendido como lo técnicamente factible, lo económicamente rentable y lo que suscita más repercusión social, no siempre es lo más conveniente para la sociedad. Ni el crecimiento es siempre progreso ni el progreso implica necesariamente bienestar general. Habituados como estamos que el consumo satisfaga casi todas nuestras necesidades, a cambio de crearnos nuevas necesidades, las deficiencias y desigualdades de una economía atenta exclusivamente del beneficio irrumpen violentamente cuando más falta hace que sea un instrumento al servicio de la sociedad en situaciones excepcionalmente difíciles.

Los nubarrones nos acobardan. Pero si todas esas cuestiones no son tenidas en cuenta y volvemos a confiar en el mercado para que solucione nuestros problemas colectivos básicos, no tardaremos mucho en lamentarlo: en cuanto otro microbio sea inmune a la farmacopea actual o una crisis económica sacuda una vez más la endeble arquitectura de nuestro mundo contemporáneo. Entonces volveremos a interrogarnos acerca de cómo seremos mañana, cuando la respuesta es fácil: seremos más débiles y pobres.         

viernes, 22 de mayo de 2020

Esperando la normalidad


Seguimos maniatados a la espera de una normalidad que tarda en llegar. Una normalidad que se promete nueva o diferente de la que nos arrebataron a principios de marzo pasado con la pretensión de protegernos de una epidemia que, es cierto, ha asolado países confiados en sus dotaciones sanitarias o que respondieron con menos celeridad al envite. Por lo que fuere, la epidemia ha castigado a España con saña, dejando un reguero de cerca de 30.000 muertos en el cómputo de víctimas de una infección vírica de origen animal.

La “joya de la corona” de nuestro Estado de Bienestar, el Sistema público de Salud, ha estado a punto de colapsar, más por la reducción de recursos materiales y humanos que padeció cuando hubo que ahorrar para “salvar” a los bancos, que por la fuerte demanda sanitaria que la pandemia ha ocasionado. Carpas y pabellones feriales tuvieron que ser acondicionados para convertirlos en improvisados hospitales en los que atender el incremento inusitado de pacientes. Pero la peor parte se la llevaron las residencias de ancianos que han sufrido en sus carnes la crueldad de una situación sanitaria para la que no estaban preparadas: dispensar tratamiento médico a abuelitos sumamente vulnerables que caían como moscas ante una enfermedad que se cebó en ellos. Cerca de la mitad de todos los fallecidos han sido estas personas mayores que, en su mayor parte, se les impidió el ingreso en los hospitales. Desde esa anormalidad asistencial hemos ahora de transitar hacia una nueva normalidad. ¿Cuál? ¿Hospitales para todos u hospitales para unos cuantos, más allá de su titularidad?

La única receta aplicada para enfrentarnos a esta emergencia sanitaria ha sido el aislamiento social, con todo lo que ello conlleva. Confinamiento de la población y parón de la actividad económica. Con cuenta gotas se están levantando las prohibiciones, para desesperación de todos, salvo de los que se erigen, sin que nadie los nombre, en tutores legales y morales de sus vecinos: gente que exige responsabilidad a los demás, sin reparar que tal exigencia empieza por uno mismo, haciendo una interpretación interesada de los titulares de normas o recomendaciones que no leen ni entienden en su totalidad. Desde esta anormalidad social hemos de desembocar en una nueva normalidad. ¿Cuál? ¿Una sociedad de personas con criterio o una sociedad de menores de edad que precisa de la tutela cívica y moral?

El país ha tenido que centralizar en un mando único el control epidemiológico de la pandemia para imponer normas y actuaciones al conjunto de la nación. Controlada la propagación de la infección, el Gobierno se resiste devolver a los gobiernos regionales la responsabilidad de ordenar en sus territorios el tránsito hacia esa prometida nueva normalidad. Desconfía de órganos autonómicos que son parte consustancial del Estado. Pretende tutelar la administración territorial de un Estado funcionalmente federal, cuando cada comunidad se distingue por características y peculiaridades distintas, no sólo culturales sino también económicas y geográficas. También, políticamente, se exige ya esa nueva normalidad que tanto se retrasa. Pero ¿cuál? ¿La de un Estado cuasi federal, que confía lealmente en sus instituciones, o la de un Estado centralista que recela de los poderes periféricos?

Desde el ámbito que sea, la normalidad tantas veces anunciada no acaba de aparecer por el horizonte. En cambio, lo que sí abundan son esos “profetas” de la buena nueva que, mientras tanto, procuran dirigir la vida de todos, imponiendo su particular y discutible criterio de “normalidad” que sólo ellos saben interpretar con fidelidad de converso. Como no recuperemos pronto la autonomía de nuestro comportamiento y responsabilidad, acabaremos prefiriendo morir por el virus que por la paliza insoportable que hemos de aguantar de tantos “protectores” plastas.      

miércoles, 20 de mayo de 2020

Aforismos (8)


>La felicidad no es una emoción espontánea que nos sobrecoge de forma involuntaria, como la ira, el miedo o la alegría, sino un placebo o simple “descansillo” sentimental racionalizado por nuestro afán de hacer más soportable una vida de lucha, frustraciones y desgracias. Buscamos, en medio de las dificultades, cualquier asidero que nos ofrezca una sensación de beneficio o seguridad y nos proporcione cierto alivio y placidez. Los optimistas hallan felicidad hasta en la enfermedad. Los pesimistas desprecian incluso las puestas de sol.

>La filosofía no ofrece respuestas, sino que incita hacer preguntas, a dudar de ti mismo y de lo que te rodea, impulsándote a rastrear continuamente las causas de cuanto es y acontece. También de lo que eres y persigues. La filosofía cuestiona toda afirmación y certeza.  

>Por mucho que me acerque al origen de lo existente, siempre tropiezo con una explicación irracional: Dios o una explosión. Al parecer, no estamos capacitados para racionalizar lo absolutamente inimaginable e incomprensible.

>¿Qué es el mal? Un convencionalismo, lo mismo que el bien.

>Profundicemos sobre el mal, ¿realmente existe? Depende de cómo se defina o se entienda. Para los creyentes, el mal es la ausencia de Dios. Para los descreídos, una condición de la libertad y un acicate del egoísmo. Para todos, es mera consecuencia de la conciencia humana, que no sólo interroga su existencia, sino que atribuye significados y valores a la vida y al mundo. Un león no se entretiene en tales disquisiciones: mata por instinto, sin conceder enjuiciamiento moral a su conducta. Pero el hombre se convierte en encarnación del mal si se comporta como los animales. El mal es una convención establecida para protegernos de nosotros mismos y garantizar seguridad a nuestra convivencia y nuestras posesiones.

martes, 19 de mayo de 2020

El año del murciélago


El presente año de 2020 siempre será recordado por su excepcionalidad, no se diluirá en esa nebulosa en la que se pierden en nuestra memoria las fechas intrascendentes y anodinas que, por su reiteración, se confunden unas con otras. 2020 será especial y caracterizará nuestra época, no sólo por su bonita y cacofónica -que no capicúa- expresión numérica, sino por ser la fecha en que nos alcanzó una inaudita peste en el siglo XXI. Este año, probablemente, podría ser tachado como “el año del murciélago”, emulando al calendario chino, a causa de la pandemia provocada por un virus nuevo, desconocido, sumamente contagioso y de cierta mortalidad que contagió al ser humano desde un animal, presumiblemente un murciélago, un vulgar Rhinolophus ferremequinum (por su hocico en forma de herradura), de los que se comercializan en un mercado, precisamente chino, de la ciudad de Wuhan. Un modo realmente cutre de contraer una infección que acabó extendiéndose por todo el planeta.

Esta nueva enfermedad zoonótica (de procedencia animal), denominada Covid-19, tiene de particular su inaudita capacidad de contagio, facilitada por un mundo globalizado, altamente intercomunicado, que permitió la propagación de la epidemia, tras el brote inicial confundido con gripe estacional y a través de portadores asintomáticos, a un gran número de países que se vieron sorprendidos por un patógeno que no respetaba aduanas ni culturas ni sistemas políticos. Sin embargo, no era la primera vez que un germen infeccioso animal se transmitía al hombre. Otros virus similares, pertenecientes a la amplia familia de los coronavirus, habían dado un salto semejante anteriormente, como el SARS-CoV-2 y el MERS-CoV, causantes de patologías respiratorias leves o severas parecidas a la que provoca la Covid-19, y que emergieron también en Asia a principios de siglo. Hasta la fecha se han descrito hasta seis patógenos de similares características (según un estudio del Ministerio de Sanidad) que, a partir de un reservorio animal, infectan al ser humano provocando cuadros, principalmente en el aparato respiratorio, más o menos graves, en función de las patologías previas del enfermo, su sistema inmunitario y otras circunstancias, como la edad.

Esta última pandemia ha sorprendido, sobre todo al mundo occidental, por su explosiva propagación incontrolada y -hay que reconocerlo- por la soberbia humana, incapaz de prever lo imprevisible, aunque existan precedentes de epidemias semejantes que han tenido repercusión mundial por su morbilidad y letalidad, como el ébola. Y, lo que es aún peor, por no disponer de instrumentos de defensa necesarios, no sólo por la inexistencia de fármacos o vacunas, para proteger eficazmente a la población de cada nación amenazada por la epidemia. Ante la inminencia de verse contagiados, ningún país se ha visto exento de improvisar distintas medidas más o menos drásticas para enfrentarse a un enemigo invisible, casi indetectable, pero muy peligroso por venir transportado en el aire que respiramos. Y como en las viejas fábulas del lobo feroz, se ha optado por encerrarse en las casas hasta que el enemigo se canse, se extinga o se habitúe a convivir con nosotros, más bien nosotros con él, domesticado como un simple resfriado.

Aparte del colapso sanitario que ha evidenciado las carencias de nuestros sistemas de salud, otra consecuencia indeseada de la actual pandemia ha sido la crisis económica que ha desencadenado, al obligar, durante más de dos meses, al confinamiento estricto de la población y el consiguiente e inevitable parón de la economía, sin precedentes por causas naturales, mucho más grave que la última recesión de 2008, cuyas heridas, en cuanto a precariedad laboral y desigualdad social, todavía hacen sangrar a colectivos vulnerables y desatendidos.

Por todos estos motivos, será difícil olvidar una estación que no pudo disfrutarse con plena libertad, la primavera del año del murciélago, por cerca de esa mitad de la humanidad que se ha visto recluida en sus domicilios a cal y canto, haciendo acopios de alimentos y otros artículos de primera o ninguna necesidad, sufriendo un paro forzoso por culpa del cierre de todo trabajo no considerado esencial (sanidad, alimentación, energía, transporte y poco más), sintiendo temor, parapetados tras mascarillas y guantes, a la hora de salir a la calle por el peligro a tropezarse con cualquier semejante contagioso y extremando el uso de desinfectantes y el lavado de manos de manera compulsiva.

Los efectos de esta moderna versión de la peste están siendo devastadores para la salud, la economía y el estilo de vida al que estábamos acostumbrados. Empezando por una crisis sanitaria que ha mostrado la debilidad de un servicio público gestionado con criterios mercantiles de rentabilidad y cuyo abastecimiento dependía de proveedores transnacionales que enseguida se dedicaron a especular debido al aumento urgente de la demanda. Por una letalidad del virus que se ha cebado con los asilos, segando la vida de ancianos indefensos, biológica e institucionalmente, residentes en unas instalaciones creadas con afán de lucro en vez de para prestar la debida asistencia y seguridad.  Y por una crisis económica, previsiblemente, de dimensiones incalculables, la peor jamás sufrida en tiempos de paz, que golpeará con inusitada dureza a las economías más endebles del planeta, como la nuestra. Sin olvidar, por supuesto, por la quiebra de un estilo de vida hedonista y derrochador, confiado en el disfrute multitudinario y el consumismo, que hacía oídos sordos a las amenazas al medio ambiente, a la explotación desenfrenada de recursos y a la sostenibilidad global de un mundo compartimentado en áreas afortunadas, emergentes y pobres, como si existieran realmente un primer, segundo y tercer mundo independientes y no un único mundo interdependiente. Todo ello ha sido puesto en cuestión por un minúsculo virus imprevisto.

Esta primavera impredecible del año del murciélago será, cómo no, catastrófica en lo laboral, pues según la Organización Mundial del Trabajo se perderán 198 millones de empleos por las horas que no se han podido trabajar a causa del confinamiento de la población. Todas las economías del mundo retrocederán en mayor o menor porcentaje y se verán obligadas a endeudamientos que lastrarán su posterior recuperación. A pesar de que, al principio, muchos dirigentes subestimaron los riesgos de la pandemia y actuaron con demora y casi a empujones, o algunos populistas -como Trump, Johnson y Bolsonaro, por ejemplo- se mofaron abiertamente y despreciaron su gravedad, nadie en verdad, ningún profeta ni organismo internacional, pudo imaginar nada semejante en el mundo. Tampoco en España. La Organización Mundial de la Salud declaró pandémico el 11 de marzo el brote epidémico de la Covid-19 surgido en China, con la sospecha de que procedía de un murciélago, a finales de diciembre del año anterior. Nuestro país, por su parte, declaró el estado de alarma el 14 de marzo, cuando ya contabilizaba 120 muertos y 4.231 personas contagiadas. Italia inició antes el confinamiento, pero después de 463 fallecidos y 9.172 personas infectadas. En general, la respuesta de los Gobiernos ha sido la única posible y conforme se veían amenazados: confinamiento poblacional, parálisis de la economía no esencial y medidas presupuestarias con las que paliar los efectos más perversos de la crisis, según la capacidad y fortaleza de cada país.

Y en esa seguimos: vamos cautelosamente “desescalando” el confinamiento, recuperando con tiento la actividad económica, diseñando nuevas pautas de comportamiento colectivo, prometiendo reorientar el modelo productivo nacional, improvisando cómo gestionar la interrupción educativa en todos los niveles, agradeciendo al personal sanitario su esfuerzo sin garantizar ninguna mejora del sistema, valorando cómo modificar la titularidad mixta de las residencias de ancianos para proteger mejor a nuestros mayores y recabando socorro financiero a instituciones comunitarias que permitan aliviar el fuerte endeudamiento al que obligó esta crisis sanitaria. Es decir, ignorando qué va a pasar mañana ni sabiendo cómo saldremos de esta endemoniada primavera del año del murciélago que jamás olvidaremos, pues será la del año en que cambió bruscamente nuestras vidas.

viernes, 15 de mayo de 2020

El mapa de la Luna

Ahora que ya no los usamos habitualmente, como los de aquellas guías Michelín que casi todo el mundo llevaba en el coche para orientarse cuando se iba de viaje, los mapas vuelven a estar de actualidad. Por lo menos, el mapa de la Luna. Así, con artículo determinado porque se trata del mapa más completo de la Luna, no de un mapa cualquiera. Y aparece justamente ahora, cuando la Tierra se ha quedado pequeña gracias a la globalización y es difícil perderse en ella, ya que donde quiera que vayas, por remoto que sea, siempre encontrarás lo que se te antoje a través de la pantalla del móvil: desde la ruta de acceso hasta un McDonald o el monumento típico frente al cual hacerte un selfie (autofoto) que deje constancia virtual de tu estancia en el lugar. Lo dicho: justo cuando los mapas no sirven para nada, ha sido noticia mundial la realización del mapa más riguroso de la Luna.

Pero el que acaba de hacer público la NASA es, en realidad, otra cosa. Se trata de un mapa cartográfico de la superficie de nuestro satélite natural, ese al que aúllan los gatos en sus rondas nocturnas cuando están inspirados o haciendo correrías detrás de las hembras de su especie. Porque esa es otra: la Luna ya no es lo que era. Ha perdido toda su aureola de misterio desde que el hombre mancillara su polvorienta superficie con las botas de astronauta y hasta condujera entre cráteres un cochecito estrafalario que dejaron allí abandonado cuando se agotó la batería. Ese plato blanquecino que destaca en el cielo nocturno, capaz de elevar las mareas y acelerar partos, lo tenemos ya tan escrutado y analizado, que sólo faltaba un mapa para no extraviarse en él.

El Mapa Geológico Unificado de la Luna, que ha elaborado el Servicio Geológico de EE UU en colaboración con la NASA y el Instituto Lunar Planetario, es una cartografía muy completa, realizada con toda la información disponible del satélite, en la que se detalla, con suma precisión, cada cráter, elevación o planicie (los mares) que conforman su superficie, tanto de la cara visible como de la oculta. Para ello se han necesitado más de 4.000 millones de mediciones, realizadas por un altímetro láser en órbita que ha barrido toda la superficie lunar hasta registrar cualquier “arruga” existente en ella. Además, se han utilizados mapas antiguos junto a datos recopilados recientemente que actualizan toda la información disponible. Evidentemente, no se trata de un mapa turístico, sino de un instrumento topográfico destinado a la industria astronáutica para facilitarle la selección de lugares de exploración, escoger objetivos rentables de cara a futuras misiones que ya no irán allí de “visita”, sino a explotar yacimientos y obtener materiales.  Es por ello que el mapa distingue, mediante colores, los lugares en los que abundan distintos tipos de rocas (gabroicas, kreep y regolitos, etc.) que, por su composición, podrían ser de enorme utilidad en la fabricación de componentes tecnológicos y para el conocimiento de la formación tanto de la Luna como de la Tierra. Cualquier interesado puede acceder a la versión digital del mapa para admirar la geología lunar con increíble detalle.  

Si no descarta poder viajar a la Luna cuando se abra la veda -y sus recursos económicos se lo permitan-, ya sabe que tiene a su disposición un mapa detallado, que podrá guardar en la guantera del vehículo, con todo lo que podrá hallar allí, no vaya a ser que se tropiece con bases ocultas y minas desconocidas que hagan peligrosa su aventura selenita.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Aforismos (7)


>De noche, cuando me dispongo a dormir, no puedo evitar percibir el eco de los latidos de mi corazón zumbando contra la almohada como el tic-tac de una bomba que está a punto de estallar. Me desvelo aguardando el final de una cuenta atrás que hace explotar mis nervios de angustia hasta que caigo vencido por el sueño.

>Siempre he llegado tarde a las encrucijadas históricas de mi época. Cuando los hippies practicaban el amor libre y se dejaban melena, yo era un barbilampiño que se iniciaba en el onanismo como fiebre de soledad. Y cuando los Beatles se disolvieron a causa de las rencillas de sus parejas, me hice fan de su música al escuchar su “Let it be”. Sólo el pisotón del hombre en la Luna me cogió despierto para ser testigo de la hazaña. Y es que nunca he sido puntual con mi generación. De hecho, sigo vivo cuando muchos de mi quinta ya se han largado al “otro barrio”.

>Mi vida empezó a fraguarse un mes de septiembre de 1928, cuando nació mi padre.

>Si lo piensas bien, ni la Historia tiene sentido ni la Humanidad, futuro. Si no desaparece antes el planeta por esas colisiones cósmicas del metabolismo universal, nosotros mismos nos destruiremos tarde o temprano. No es ninguna novedad: esto ya lo habían deducido todas las filosofías desde hace siglos. Aunque sigamos aquí.

>Dios no es una realidad, es un concepto o, si se quiere, un consuelo. Pero sobre él se ha erigido toda una estructura humana de poder para “reinar”, precisamente, en este mundo, y no en el más allá. Es lo que conocemos como religión. Y son tan humanas que incluso ha habido guerras entre ellas, sin que intervenga ninguna deidad a poner orden.  

lunes, 11 de mayo de 2020

Vivencias de un enclaustrado (y 20)


He visto cosas que jamás hubiéramos imaginado. Gente encerrada en sus casas durante semanas, con miedo de acercarse al prójimo, recelosa del vecino y hasta de sus propios familiares y amigos. Poblaciones enteras atrincheradas en sus domicilios, devorando horas frente al televisor y aburrimiento tras las ventanas. Supermercados en lo que se agotaba el papel higiénico y no la leche o las legumbres. Automóviles con telarañas en los bajos y polvo sobre los cristales. Niños deseando ir al colegio en vez de quedarse con sus padres en el hogar. Bares cerrados y centros comerciales sin un alma. Calles desiertas y parques en los que nadie molestaba a los patos ni tiraba papeles al suelo. Chimeneas apagadas y negocios en silencio, con las persianas bajadas. Cielos limpios para que los rallaran las aves con sus piruetas y no las estelas de los aviones. Días de fiesta y grandes celebraciones sin público ni ruido, carentes de pancartas, tambores o fuegos artificiales. Ambulatorios y bancos donde el temor a atender a los usuarios se percibía detrás de carteles y mascarillas, donde la desconfianza se olía desde la calle. Sólo las moscas merodeaban centros culturales y educativos, sin que nadie las espantase, atónitas ante cuadros, estatuas o pupitres silentes y en perpetua penumbra. He visto un país acobardado ante un enemigo microscópico, refugiado en sí mismo para esquivar sus ataques traicioneros. Un enemigo extraño pero cruel, que se cebaba con los indefensos que carecían ya de fuerzas y de ganas para luchar, que era mortal con los viejos. Y que ponía en cuestión nuestro modo de vida y nuestra confianza, rayana de soberbia. Un simple virus me ha hecho ver cosas que nunca creeríais que haríamos. Y que recordaremos el resto de nuestras vidas como las vivencias de un enclaustrado.

sábado, 9 de mayo de 2020

Repaso ideológico de los Gobiernos de España (y 3)


De Mariano Rajoy a Pedro Sánchez
El período socialista de los gobiernos de Rodríguez Zapatero se agotó al cabo de su segunda legislatura como consecuencia de la crisis económica de 2008. Las medidas de preciso escarpelo para combatirla, reduciendo partidas de gasto del Presupuesto para equilibrar el déficit público, pesaron más que los avances en derechos y libertades conquistados bajo su mandato. Los electores prefirieron que la derecha administrase la austeridad a la que abocaba una crisis económica que la derecha supo utilizar como ariete del Gobierno. Así, en las elecciones de noviembre de 2011, el Partido Popular obtendría mayoría absoluta y sentaba a Mariano Rajoy en el sillón del Gobierno de España, el sexto presidente, desde 1978, de la democracia (contando a Leopoldo Calvo Sotelo, elegido presidente tras la dimisión de Adolfo Suárez, en 1981, hasta el triunfo socialista de 1982. Fue un presidente de transición). Se producía, así, un nuevo vaivén del bipartidismo español que posibilitaba que la derecha recuperase, una vez más, el poder.

Mariano Rajoy Brey, un político gallego de amplio recorrido desde los tiempos de la AP de Fraga, además de abogado y notario, había sido un ministro “todoterreno” (Administraciones Públicas, Educación, Interior, Portavoz y vicepresidente) en los ocho años de Gobiernos de José Mª Aznar, hasta que este lo designó para sucederle como candidato del Partido Popular a las elecciones de 2004, en las que el PP perdió el poder. Es en las anticipadas del año 2011 cuando Rajoy consigue al fin, después de perder también las de 2008, acceder a la Presidencia del Gobierno, rodeándose de figuras destacadas de la derecha española y de colaboradores suyos en el partido. Su mandato, a lo largo de tres legislaturas (una de ellas non nata), se interrumpe abruptamente con la moción de censura que le presenta el nuevo líder del PSOE, Pedro Sánchez, tras una sentencia del caso Gürtel.

Tal como había prometido, una vez formado su Ejecutivo, Mariano Rajoy comienza a aplicar su plan neoliberal para sanear la economía española de la recesión en la que había entrado desde finales de 2009. Tarda sólo dos semanas, desde su nombramiento, en anunciar el primer “hachazo” presupuestario, de casi 10.000 millones de euros, y la subida del IRPF. Empezaba, así, a cumplir e incumplir sus promesas electorales de ahorrar gasto, reducir las administraciones públicas, volver a las privatizaciones y bajar impuestos. Excepto esto último -que los subió-, cumplió con todo lo demás.

Era evidente que el Gobierno de Rajoy tenía, como más importante reto, afrontar la grave crisis económica del país, y en ello se empeñó con todas sus fuerzas, mediante las clásicas recetas del neoliberalismo. Frente al bisturí de Zapatero, Rajoy propinó tijeretazos al gasto público y al Estado de Bienestar. Y para reducir el desempleo, hizo una reforma laboral que flexibilizó el despido y precarizó el mercado del trabajo, desvinculando los acuerdos de empresa de los convenios colectivos sectoriales, todo ello bajo una fuerte contestación por parte de los colectivos afectados.

En lo económico, por tanto, las primeras iniciativas del Gobierno conservador fueron inmediatas y drásticas a la hora de reducir el gasto público y el tamaño de las administraciones. Continuaba, así, pero con mayor dureza aun, la senda de restricciones que había emprendido el anterior mandatario socialista, presionado por la UE y los mercados hasta el extremo de tener que acometer una enmienda a la Constitución que contemplaba priorizar el pago de la deuda frente a cualquier otro gasto público. Sin embargo, estas medidas iniciales de Rajoy no lograron frenar el peligro de rescate y la escalada de la prima de riesgo, que se disparó a cifras históricas insostenibles, de más de 600 puntos porcentuales. Ese escenario lo obligó a aplicar nuevas medidas impopulares, como la subida del IVA, la reducción de las prestaciones por desempleo, la supresión de la paga extra de Navidad de los funcionarios, la reducción de las plantillas en las administraciones públicas (la tasa de reposición por jubilación en Sanidad fue del diez por ciento), la práctica congelación de las pensiones (incremento anual de sólo el 0,25 por ciento), la subida de impuestos medioambientales y un nuevo recorte al Estado de Bienestar, como el copago farmacéutico, dejar sin dotación la partida presupuestaria de la Dependencia, exigua financiación a la investigación científica, la innovación y el desarrollo, entre otros recortes.

De la contundencia de sus duras medidas económicas es relevante que, durante el primer año de su Gobierno, Mariano Rajoy hiciera uso de 29 decretos-ley, una fórmula legal que se justifica por motivos de urgencia, aunque no fuera necesario al disponer de mayoría absoluta en el Congreso para aprobar cualquier iniciativa gubernamental.  

A pesar de todo, Rajoy no pudo evitar la tutela de la Unión Europea en las cuentas públicas ante el riesgo creciente de recaída en la recesión. Bajo el eufemismo de “préstamo”, España solicitó formalmente un rescate por más de 80.000 millones de euros a Europa para ayudar a las entidades financieras y al FROB, el “banco malo” creado para asumir la deuda privada de las entidades nacionalizadas, como Bankia. Tan grave era la situación que, durante buena parte de su primera legislatura, las políticas de austeridad del Gobierno contribuyeron a profundizar y prolongar la crisis económica, aumentando las cifras de desempleo, que a finales de 2012 había alcanzado la cota más alta de la historia, un 26 por ciento de la población activa, y los índices de pobreza y exclusión social, que pasaron del 23 por ciento de la población a cerca del 28 por ciento, de lo que daba muestra el número de familias que fueron desalojadas de sus viviendas al no poder pagarlas.

En lo social, como no podía ser de otra manera, las restricciones y el “austericidio” provocaron estragos en los servicios esenciales que provee el Estado a los ciudadanos, poniendo en cuestionamiento la viabilidad del Estado de Bienestar. La Educación, por ejemplo, sufrió recortes que mermaron su plantilla y aumentaron la ratio de alumnos por aula. También supusieron la reducción de la dotación para becas e investigación, el incremento del número de horas docentes del profesorado y la “racionalización” de las titulaciones, etc. En Sanidad, aparte de la reducción y congelación de los salarios, los recortes significaron la disminución de la plantilla de sanitarios de todas las categorías, la imposibilidad de seguir activo más allá de los 65 años, el copago sanitario y farmacéutico (recetas, traslados de enfermos, medicamentos, etc.) y la retirada de la tarjeta sanitaria a inmigrantes en situación irregular. En Dependencia, como se ha señalado, no se proveyeron recursos para mantener su aplicación y atender a los nuevos demandantes de ese derecho. Y las pensiones, en contra de lo insistido por el Gobierno, estuvieron técnicamente congeladas, cuyo raquítico incremento fue siempre inferior al coste de la vida, la inflación, durante todos los años del mandato de la derecha. Además, el desajuste de la Seguridad Social fue tan desorbitado que prácticamente vació la “hucha” de las pensiones, el remanente acumulado durante la época socialista de Rodríguez Zapatero para garantizar su financiación.

En resumen, hay que señalar que las medidas implementadas para sanear la economía golpearon con especial dureza, dadas la austeridad y las restricciones que suponían, a los colectivos más vulnerables y desfavorecidos de la sociedad, al reducir o eliminar prestaciones sociales y servicios de los que dependían para su subsistencia. Y es que esos estratos débiles, sin apenas ingresos, tuvieron que enfrentarse a la subida del impuesto del IVA, del 18 al 21 por ciento en el tramo general y del 8 al 10 por ciento el del tipo reducido; ver reducida su prestación por desempleo; ser castigados por la supresión de la deducción por vivienda en el IRPF; pagar por hacer uso de la Justicia (reforma de tasas judiciales); etc., y ser víctimas del resto de recortes descritos más arriba. Sin apenas acceso a los servicios esenciales de un Estado de Bienestar mermado, aquellas reformas económicas, que despreciaron a los más vulnerables, hicieron que los pobres sean más pobres todavía. Y los ricos más ricos.

Las grandes cifras macroeconómicas, gracias a las recetas y políticas neoliberales  implementadas para su exclusivo beneficio, es decir, para sanear sus cuentas y nacionalizar las pérdidas, junto a unas condiciones externas favorables (viento de cola) por el descenso del precio de los productos energéticos, un euro devaluado respecto al dólar y, sobre todo, las facilidades del Banco Central Europeo para abaratar el precio del dinero y dar liquidez al mercado financiero, posibilitaron la vuelta al crecimiento y la recuperación económica, fundamentalmente durante los últimos años de la segunda legislatura de Rajoy, pero a costa de crear una crisis social sin precedentes, en la que la desigualdad y la precariedad ensancharon enormemente las brechas sociales.

Y no sólo eso: en cuanto a derechos y libertades, la derecha con Rajoy volvió a sus fueros de regresión y autoritarismo.  Bastan tres ejemplos para demostrarlo. En primer lugar, la reforma de la Ley del aborto, que Rajoy encargó a su ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, y no al de Sanidad, y que endurecía los requisitos y eliminaba, incluso, la malformación del feto como supuesto para llevar a cabo la intervención, con la pretensión de satisfacer a su electorado más conservador, a los colectivos antiabortistas y a la Iglesia, se saldó con la dimisión del ministro y la no aprobación del proyecto de reforma. La contestación social, incluida la del sector conservador moderado, hicieron recular a Rajoy y retirar -de momento- aquella reforma. En segundo lugar, la nefasta “ley Wert”, como se llamaba a la LOMCE, la séptima ley de educación de la democracia, impulsada en solitario y sin consenso por el ministro que da nombre a la ley, el que aplicó los mayores recortes de la historia en educación. Aparte de reducir “gastos”, la ley suprimió la asignatura de Educación para la ciudadanía por la de Religión, con peso curricular en la nota del alumno. Además, el ministerio recentralizaba el diseño curricular, reduciendo el margen de las autonomías para configurar sus contenidos. Y, por último, la “ley mordaza”, Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana, que deja en manos de la Administración el ejercicio de derechos y libertades fundamentales, en aras de garantizar el orden público y la seguridad ciudadana, y que prohíbe, por ejemplo, tomar imágenes de la actuación y presuntos abusos de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado en su cometido. Faculta a la policía a ser juez y parte en sus conflictos con los ciudadanos a la hora de valorar la “desobediencia o resistencia a la autoridad” o la “falta de respeto o consideración a las fuerzas del orden” público, etc. Todavía sigue vigente.

En política exterior, el mandato de Rajoy no se distinguió por su quehacer diplomático, salvo las debidas relaciones habituales con Europa y su aparente cordialidad con la canciller alemán, Angela Merkel, de quien dependían, en buena medida, las condiciones impuestas por Bruselas a la economía española. España seguía sin recuperar el peso perdido en Europa, como se demostró con el fracaso de la candidatura de Luis de Guindos para presidir el Eurogrupo. Con EE UU mantuvo buenas relaciones, consiguiendo un nuevo acuerdo sobre las bases militares de utilización conjunta, pero sin llegar a los niveles de servilismo pronorteamericano de la época de Aznar. Lo mismo puede decirse de las relaciones con Latinoamérica y los países árabes, donde la preocupación se centraba en la región del Sahel y la amenaza del terrorismo del Daesh o Estado islámico.  

Sin embargo, era en política interna en lo que los gobiernos de derecha de Mariano Rajoy fueron claramente deficientes, y con respecto de la corrupción, deplorables.

El otro gran problema al que Rajoy debía enfrentarse, aparte del económico, era el “conflicto” catalán. El desafío soberanista de Cataluña no fue abordado con la habilidad y la mano izquierda requeridas por parte de Rajoy. Enrocado en la legalidad, no supo o no quiso explorar vías políticas para acercar posturas y evitar lo que de hecho sucedió, el choque de posiciones maximalistas monolíticas. El recurso que había promovido su partido al Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006, aprobado con modificaciones por el Congreso de los Diputados y sancionado en referéndum por los catalanes con el 73,9 por ciento de los votantes, con una participación del 49,4 por ciento, es decir, casi la mitad de la población con derecho a voto, fue la mecha que encendió el rechazo y las protestas en aquella comunidad contra España, dando alas a los partidarios de la independencia.

En 2010, se celebró en Barcelona una manifestación con el lema Som una nació, nosaltres decidim, que sirvió de ensayo para la celebración multitudinaria, en 2012, de la Diada de Cataluña, bajo el lema Catalunya,nou estat d´Europa. La deriva de todo aquello es de sobra conocido: referéndum ilegal, leyes del parlamento catalán para “desconectar” la Constitución y aprobar la independencia de Cataluña, la aplicación del artículo 155 para suspender la Autonomía, la huida al extranjero de parte de los miembros de la Generalitat, incluido su presidente Carles Puigdemont, aun prófugo en Bruselas, las condenas judiciales a los políticos responsables de aquellas decisiones que se quedaron en España y, como colofón, el actual presidente vicario de la Generalitat, Quim Torra, dedicado a incordiar todo lo que puede, etc.

En buena medida, el agravamiento de este conflicto se debe a la incapacidad de Rajoy, y de la derecha ideológica en su conjunto, de hallar y transitar vías políticas de diálogo y negociación para encauzar y moderar el problema, como supuso en su día la reforma el Estatuto catalán. El peligroso y desleal comportamiento de esa derecha, en la oposición o desde el gobierno, no sólo para ayudar a contrarrestar la extensión del independentismo, sino incluso para utilizarlo en la confrontación y como munición política que le deparaba réditos electorales en toda España, menos en Cataluña, ha sido bochornoso. Es una de las herencias del concepto de servicio al país que deja la derecha de Rajoy.

La otra es su deplorable actuación contra la corrupción que ha afectado gravemente a su partido, y lo que, tras seis años detentando el poder, ha causado su expulsión como presidente del Gobierno por culpa de una sentencia judicial que condenaba al Partido Popular por financiación ilegal y trama delictiva. La condescendencia de Rajoy con los chanchullos del tesorero de su formación ("Ánimo Luis, sé fuerte", le decía), la trama corrupta de la Gürtel, los sobres que recibía el propio Rajoy con sobresueldos en negro del partido, más las múltiples ramificaciones que no dejaron de aflorar en su formación sin que él moviera un dedo, han conducido al presidente Mariano Rajoy a ser el primer presidente de la democracia en comparecer como testigo en un juicio contra su partido y el primero en ser expulsado del Gobierno por una moción de censura del Congreso de los Diputados, presentada por un PSOE, precisamente, en sus horas más bajas. Una vez más, la manipulación y los abusos condujeron la derecha a la oposición. Pero no fue una caída rápida, sino que requirió de varias elecciones generales y una moción de censura para derribarla del poder.

A partir de 2015 vendrían años en los que se inicia la época de mayor inestabilidad política en España y los del fin del bipartidismo clásico que ha caracterizado a la democracia desde 1978.

Comienzan cuando el presidente Rajoy convoca elecciones, al agotar su mandato, en 2015, en las que el PP obtiene un magro resultado de 125 diputados, 63 menos que en 2011, lo que hará imposible, por tanto, gobernar si no logra reunir apoyos suficientes. Pero su mayor oponente, el PSOE, tampoco consigue la confianza de los electores, obteniendo un resultado aún peor, de sólo 90 escaños, bajo la dirección de un nuevo líder, Pedro Sánchez. El PSOE pugnaba en dos frentes distintos: contra el PP y contra Podemos, la formación emergente a su izquierda, que concurría por primera vez a unas elecciones generales y que se había marcado el objetivo de dar “sorpasso” al PSOE. Casi lo conseguiría, pues se estrenó en el Congreso de los Diputados con 42 diputados. Vistos los pocos apoyos, Rajoy renuncia finalmente a proponerse al rey, Felipe VI, como candidato a la investidura de presidente de Gobierno. Y Sánchez lo intenta mediante un acuerdo establecido con Ciudadanos, la nueva formación de derecha liberal, confiando en la abstención de Podemos. Pero fracasa en una sesión histórica: por ser la primera en que un candidato que no ha ganado las elecciones concurre a la investidura, que pierde con los votos en contra de PP y Podemos, y por dar lugar a la primera legislatura fallida de la democracia española. El bipartidismo, tal como lo habíamos conocido, saltaba por los aires.

En 2016 se repiten elecciones, en las que el PP logra mejorar sus resultados (137 escaños), que dan la oportunidad a Rajoy de continuar al frente del Gobierno, gracias a los apoyos de Ciudadanos (actuando ya como partido bisagra) y Coalición Canaria, formación nacionalista. Pero, para ello, sería necesario que esta vez el PSOE se abstuviera, facilitando que la investidura reuniera más síes que noes (mayoría simple) en la votación parlamentaria. Y el nuevo líder del PSOE se negaba a ello en redondo, enrocándose en su lema “no es no”, a pesar de que bajo su liderazgo el PSOE había cosechado el peor resultado de su historia: sólo 85 diputados. Tales resultados y su obstinación pasan factura a Pedro Sánchez y lo obligan a abandonar la secretaría general del partido, que había ganado en las primeras primarias celebradas en el PSOE, en 2014. También renuncia a su acta de diputado. El “aparato” del partido optaba por la abstención para acabar con la parálisis de un gobierno en funciones que duraba ya tres meses. Y forzó su dimisión. Pero no se dio por vencido: volvió a presentarse a las siguientes primarias, enfrentándose a la candidatura de la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, en las que consigue nuevamente ser elegido Secretario General del PSOE.  

La derecha permanecía aferrada al poder con Mariano Rajoy, gracias a los apoyos parlamentarios que facilitaron su investidura, hasta que, en 2018, la Audiencia Nacional dicta sentencia de una pieza del caso Gürtel, en la que halla culpable al PP de mantener una estructura de contabilidad y financiación ilegal. El PP se convertía, así, en el primer partido condenado por corrupción en España. Y dejaba a su líder totalmente desautorizado moral y políticamente. Era la oportunidad ansiada por el líder del PSOE para retomar la iniciativa de expulsar a Rajoy del Gobierno. Con tal propósito, presenta una moción de censura que obtiene 180 votos a favor y 169 en contra. Sánchez, por fin, accede a la presidencia del Gobierno, gracias a la primera moción de censura que triunfa en la moderna democracia. Pero aquellos apoyos no le permitirían completar la legislatura, como pretendía. El rechazo parlamentario al proyecto de ley de Presupuestos que presentó en 2019, cuando apenas llevaba diez meses en el puesto, lo obliga a convocar nuevas elecciones, que se celebran en abril, en las que remonta resultados y convierten al PSOE en primera fuerza, con 123 escaños, del Parlamento, tras el batacazo del PP, que cae hasta los 66 escaños, conducido ahora, tras la dimisión de Rajoy, por un nuevo líder, Pablo Casado.

A pesar de ser el partido más votado, el PSOE no logra cerrar un pacto de coalición con Podemos, dadas las desconfianzas mutuas, y después de dos votaciones infructuosas para conseguir la confianza de la Cámara, se convocan las cuartas elecciones generales en los últimos cuatro años. En noviembre de 2019, los socialistas vuelven a ganar las elecciones, pero con sólo 120 diputados. Y lo que antes era imposible, ahora es imprescindible: el PSOE consigue formar el primer gobierno de coalición de España, junto a Podemos, aunque por la mínima, por sólo 167 síes frente a 165 noes y 18 abstenciones. Pedro Sánchez, al tercer intento, logra, definitivamente, ser presidente electo del Gobierno de España. La izquierda retorna al poder por tercera vez, tras los gobiernos de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero.

Pedro Sánchez Pérez-Castejón, madrileño, doctorado en Ciencias Económicas y Empresariales, concejal del Ayuntamiento de Madrid y luego diputado, con experiencia en asesoría económica en Bruselas y EE UU, es el primer presidente de Gobierno español que se relaciona sin intérpretes con sus colegas europeos. Y el presidente del primer gobierno que cuenta con mayoría de mujeres entre sus 22 miembros.

Durante su primer Gobierno (tras la moción de censura), los socialistas adoptan decisiones de fuerte impacto social, como autorizar el atraque en el puerto de Valencia del buque Aquarius, para acoger a los 630 migrantes salvados en aguas del Mediterráneo central que Italia no permitió desembarcar. También aprobaron una modificación de la Ley de Memoria Histórica que permitió exhumar los restos del dictador Francisco Franco de la Basílica del Valle de los caídos para trasladarlos a una sepultura privada donde no fueran enaltecidos. Esta iniciativa motivó un enconado enfrentamiento jurídico con la familia del dictador. Al mismo tiempo, se intentó desbloquear el concurso público para la elección del presidente del ente público de RTVE. Al no lograrlo, los socialistas designaron a la periodista Rosa María Mateo como Administradora Única hasta la resolución del citado concurso. También se aprobó la subida del salario mínimo interprofesional (SMI) a 900 euros al mes, un incremento del 22,3 por ciento, que beneficiaría a cerca de 2,5 millones de trabajadores. En total, pues, el primer gobierno de Pedro Sánchez impulsaría 13 proyectos de ley que no pudieron tramitarse por la brevedad de la legislatura, pues tuvieron que convocarse nuevas elecciones cuando el Parlamento rechazó la ley de Presupuesto presentada por el Gobierno. Pero hasta su celebración, el Gobierno hizo uso de reales decretos-leyes, lo que se conoció como “viernes sociales”, para, entre otras medidas, aprobar con carácter de urgencia la revalorización de las pensiones, mejorar las retribuciones del sector público, aumentar los permisos por paternidad, liberalizar el sector de la estiba, autorizar a las autonomías y ayuntamientos a reinvertir sus superávits, adoptar planes de contingencia ante un Brexit sin acuerdo, etc.       

No todo fueron luces en ese Ejecutivo. También hubo sombras, como las protagonizadas por el ministro de Cultura, Máxim Huerta, que tuvo que dimitir por sus problemas con Hacienda. Y la de Carmen Montón, ministra de Sanidad, por sospechas de plagio en su tesis doctoral. También se produjo el cese de la Directora General de Trabajo, Concepción Pascual, por avalar la legalización del sindicato de prostitutas. Además de otras diatribas y reconsideraciones de promesas efectuadas, como la derogación inmediata de la Reforma Laboral.

Apenas cumplidos los primeros cien días del segundo Gobierno de Pedro Sánchez, el de coalición con Podemos, los socialistas se cruzan con otra crisis imprevista en su camino, esta vez sanitaria, provocada por un nuevo virus -desconocido, sumamente contagioso y contra el que aún no existe vacuna- el SARS-COV2, que produce la enfermedad Covid-19, y que  desata una pandemia global, declarada como tal por la OMS el 11 de marzo de 2020. Esta pandemia, que paraliza países enteros, entre ellos España, confinando a la población en sus domicilios y deteniendo en seco la actividad económica, se traducirá en una inevitable crisis económica sin precedentes. Como en la mayoría de países por donde se extiende, el Gobierno español declara el Estado de Alarma para combatirla, situación excepcional en la que nos hallamos a la hora de elaborar este artículo.

Lo que haga el Ejecutivo de Pedro Sánchez frente a este y otros asuntos será objeto de un futuro capítulo de este repaso de los Gobiernos de España, con el que se ha pretendido comparar la ejecutoria de siete presidentes de nuestra todavía joven democracia. Adolfo Suárez (1976-1981), Leopoldo Calvo Sotelo (1981-1982), Felipe González (1982-1996), José María Aznar (1996-2004), José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011), Mariano Rajoy (2011-2018) y Pedro Sánchez (2018- ), con la intención de valorar la diferencia ideológica entre gobiernos de derechas y progresistas. Las conclusiones que se puedan extraer de la comparativa depende de cada lector, cuyo juicio hemos buscado, modestamente, ilustrar con datos y hechos.

viernes, 8 de mayo de 2020

Vivencias de un enclaustrado (19)


Nos dejan salir al recreo. Esta es la sensación que sentimos con el alivio, todavía muy discreto, de las medidas que nos mantenían enclaustrados en nuestros domicilios desde hace dos meses. Una sensación de libertad (¡qué verdad que las cosas se echan de menos cuando las perdemos!) al poder respirar aire y sentir su caricia durante los pequeños paseos que ya podemos dar por la calle. E ir agarrados de la mano con la pareja, sin que nadie nos mire como si fuésemos peligrosos o sospechosos de crímenes de lesa humanidad. Todavía falta mucho para que nuestras vidas recuperen la normalidad que perdimos por culpa de un bicho sumamente contagioso que nadie supo cómo combatir, salvo poniéndonos a la defensiva y ocultándonos en nuestras casas. Ni, menos aún, prever su aparición y la intensidad de la enfermedad que provoca. Cogió a todo el mundo distraído y sin defensas, tanto inmunológicas como farmacéuticas y médicas. La naturaleza vuelve a doblegar la soberbia de nuestras capacidades para reinar sobre las especies vivas y el planeta. Con lo menos que se despacha de “vida” (un virus es un puñado de moléculas encapsuladas que ni siquiera puede reproducirse por sí mismo; es decir, no cumple con la definición de vida: algo que nace, crece, se reproduce y muere) se ha puesto en jaque, no sólo a organismos infinitamente más complejos como somos las personas, sino que ha paralizado las sociedades que constituimos, los países que habitamos y la economía que hemos inventado para nuestros trueques y cambalaches.

Mientras disfrutamos de este recreo tan limitado, que nos devuelve la esperanza de una cotidianidad arrebatada, no puedo dejar de pensar en si hemos aprendido la lección. Si dejaremos de luchar por lo superfluo y nos dedicaremos a reforzar lo que echamos en falta cuando nos lo quitan: los seres queridos, los afectos y esas pequeñas rutinas que nos relacionan unos con otros. Si la avaricia y la ambición darán paso a la generosidad y la solidaridad. Y si apreciaremos mejor lo público y común que nos hace iguales o seguiremos persiguiendo lo privado y lo material con los que exhibimos nuestro egoísmo. Me pregunto si, después de esta experiencia demoledora que nos ha hecho renunciar a tantas cosas y que se ha llevado a la tumba a tantos mayores, abuelos abandonados en la soledad fúnebre de unas residencias para despojos humanos y enterrados sin las lágrimas de sus seres queridos, me pregunto, digo, si volveremos a las andadas. Y me temo que, en cuanto se nos pase el espanto, seguiremos tropezando con la misma piedra: la de nuestra soberbia e indiferencia, creyéndonos más listos que un virus.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Aforismos (6)

>Una predicción aforística de Cioran acerca de lo que estamos viviendo: “No dramaticemos. La humanidad ha conocido angustias increíblemente más intensas que las que sentimos hoy; pensemos en las pestes, en la espera del fin del mundo, en las invasiones bárbaras. Sí, seguramente. Pero no tenía los medios para precipitar por sí mismo el “fin del mundo”. Siempre podían intervenir los dioses y, además, de ellos iba a venir el fin. Ahora sabemos que este se prepara en laboratorios y puede surgir en cualquier momento, ya sea por interés o por descuido. Eso es lo que hace tan interesante la aventura humana. Porque ante todo es una aventura”. (Cuadernos 1957-1972, pág.905)

>La ciencia se basa en el pensamiento racional, la deducción empírica, la experimentación metódica y en la demostración o reproducción de hechos, objeto de sus hipótesis, para descubrir que se ajustan a leyes naturales que explican sus causas y hacen posible predecirlos y prevenir sus consecuencias. Entonces, ¿qué es la Teología? Una “ciencia” de lo sobrenatural que, después de más de dos mil años, sigue siendo incapaz de demostrar científicamente nada.

>Somos tan frágiles y vulnerables que la muerte siempre nos sorprende y, lo que es peor, nos vence.

>Escribir profesionalmente es pergeñar páginas sobre asuntos que ignoras o no te afectan, pero de lo que sientes regocijo cuando las publican… y te pagan por ello. Eso no es escribir, es hacer publicidad o periodismo.

>La lluvia, ese eco de mi infancia, esa música de mi niñez.

>La vida es química. Somos moléculas con ínfulas metafísicas

lunes, 4 de mayo de 2020

Vivencias de un enclaustrado (18)


Asoma un rayo de esperanza por el horizonte, una brizna de luz que nos permite adivinar el final del negro túnel de este confinamiento tan largo, que dura ya cerca de dos meses. Las autoridades han anunciado unas pautas para ir reduciendo su dureza de forma progresiva y sumamente cautelosa. Algo es algo. De lo contrario, lo que no se llevó por delante el dichoso virus, ¡y mira que se ha llevado gente por delante!, se lo iba a llevar la depresión, el hartazgo, las manías y la locura que causa permanecer encerrados en nuestros propios domicilios, sin nada que hacer, tanto tiempo. Ya ha comenzado la prometida “desescalada” que nos permitirá ir accediendo poco a poco a nuestras rutinas cotidianas y ocupar las calles con miedo, pero con alegría, hasta alcanzar una “nueva” normalidad. Y eso me escama.

Esa otra normalidad supone un cambio en nuestras costumbres que, al parecer, pasa por que seamos desconfiados y distantes, no vaya a ser que el de al lado nos contagie un virus parapetado en el aire que respira. Acostumbrados a los abrazos y los besos, a agruparnos hasta para ir a desayunar y atestar los bares de manera escandalosa, no sé yo cómo nos comportaremos en esa nueva normalidad a la que nos conducen. Somos un pueblo gregario que vive al aire libre y disfruta del Sol y de las buenas compañías. Pertenecemos a un país que cuenta con más peñas y tascas que la suma de bibliotecas, museos y colegios juntos. Por eso creo que la “nueva” normalidad será un oxímoron con el que pretenden indicarnos que no nos desmadremos. Pero yo lo tengo muy claro. Como no me hagan un trasplante de cerebro, en cuanto me reúna con la familia lo primero que haré es fundirme hasta las lágrimas en esos abrazos que tanto hemos aplazado, y levantar a mis nietos en alto para colmarlos de besos. Se me podrá acusar de irresponsable, pero no soy insensible. ¡Que venga Grande-Marlaska a multarme!

sábado, 2 de mayo de 2020

Repaso ideológico de los gobiernos de España (2)

De José María Aznar a José Luis Rodríguez Zapatero
En 1996 José María Aznar consigue, no sólo el retorno de la derecha al poder, sino liderar una nueva generación de políticos conservadores (sin Fraga ni ninguno de sus “siete magníficos”) que no había participado en la Transición. Su primera legislatura, sin mayoría suficiente, fue relativamente condescendiente con los nacionalistas que apoyaron con sus votos al Gobierno (se refirió a ETA como “grupo de liberación vasco” y aseguró “hablar catalán en la intimidad”), pero tras el brutal asesinato del concejal de su partido Miguel Ángel Blanco, mantuvo una línea de mayor firmeza contra el nacionalismo que amplió el respaldo social a su partido y, por consiguiente, la consecución de una mayoría absoluta en su segunda legislatura.

Aznar, un funcionario del cuerpo de inspectores del Ministerio de Hacienda, había militado en su juventud en organizaciones de ultraderecha antes de desembocar en la Alianza Popular de Manuel Fraga, donde moderó su conservadurismo con el ideario del liberalismo cristiano, que determinaron las propuestas más liberales y menos estatistas del refundado Partido Popular, con el que ganó las elecciones. Desde el principio, sus gobiernos se dedicaron a proyectar una idea nacional de España, un nacionalismo español que definía su patriotismo político, y a aplicar en la economía las fórmulas liberales más ortodoxas, que propugnan la desregulación económica, el adelgazamiento del peso del Estado, la privatización de empresas públicas, bajadas de impuestos y el resto del recetario del liberalismo económico. Heredando una coyuntura favorable, las medidas económicas de Aznar y su equipo produjeron unos buenos resultados, materializados en un crecimiento económico notable y el saneamiento de las finanzas.

En lo económico, pues, la derecha gobernante con Aznar consiguió el mayor crecimiento económico y de creación de empleo en la historia de España, como consecuencia de esa liberalización de la economía y de una fuerte contención del gasto del Estado. Además, la privatización de aquellas empresas públicas calificadas como las “joyas de la corona” propició el ingreso de ingentes sumas de dinero a las arcas públicas. Es notorio que ello significó, por ejemplo, el final jurídico del monopolio de Telefónica, cuya presidencia cedió a un leal amigo de estudios, quien utilizó la fortaleza económica de la compañía para intentar doblegar al grupo de comunicación Prisa, editor de El País, el diario de mayor difusión de España, y propietario de la plataforma de televisión privada Canal+. Otras empresas privatizadas fueron la eléctrica Endesa, la petrolera Repsol, la siderúrgica Aceralia, la bancaria Argentaria, la tecnológica Indra y la manufacturera Tabacalera, entre otras. Excepción aparte fue el ente público audiovisual RTVE, que se conservó, a pesar de su abultado déficit, bajo las directrices del Gobierno, que no dudó en utilizarlo mediáticamente a su favor, recurriendo a procedimientos descarados de manipulación y sectarismo político. Nunca antes la credibilidad y la objetividad de la Televisión pública había sido tan baja.  

En lo concerniente al empleo, el crecimiento económico y la flexibilización del mercado del trabajo se tradujo en una disminución notable del desempleo, pero también en la precarización de los contratos y la austeridad presupuestaria, llegándose a congelar el salario de los funcionarios, en 1997. Además, se procedió a liberalizar el suelo urbanizable, lo que incentivó la construcción de viviendas, pero también el inicio de la llamada “burbuja inmobiliaria”, de efectos retardados. No hay que olvidar que, en lo económico, la entrada del euro y la desaparición de la peseta, con una política monetaria dependiente del Banco Central Europeo, fue sumamente beneficioso para la saneada economía española, potenciando su crecimiento y estabilidad.

En lo social, Aznar emprendió una reforma del gasto rural que contemplaba la paulatina extinción del Plan de Empleo Rural (el conocido PER), que estaba destinado a los jornaleros de Andalucía y Extremadura, y la supresión del subsidio por desempleo agrario, aunque durante las negociaciones aceptó una cobertura alternativa. Durante aquellos años, España fue el país de la UE que menos ayudas ofrecía a las familias más necesitadas y el que menor porcentaje del PIB destinaba al gasto social.

No menos conflictiva, a lo largo de las dos legislaturas, fue la reforma de la Educación, tendente a sustituir la LOGSE socialista por la LOCE (Ley Orgánica de Calidad de la Educación) del Partido Popular. Además de reintroducir la asignatura de religión en el bachillerato, la reestructuración de las Humanidades prevista provocó una fuerte confrontación con los partidos nacionalistas vasco y catalán, por invadir competencias de sus autonomías en la materia y por la “revisión” que hacía de la Historia de España, en la que se ocultaba la existencia de los pueblos que la integran, al tiempo que exaltaba la unidad indeclinable de España como entidad político y cultural monolítica. Igual controversia desató la Ley de Ordenación Universitaria (LOU), por crear agencias de evaluación de centros, implantar la Reválida, eliminar la incompatibilidad de la docencia en la Universidad pública con los centros privados y por vulnerar la autonomía universitaria para elegir a sus rectores, entre otras medidas.

Igualmente, fue muy discutida su reforma de la Ley de Extranjería, al endurecer considerablemente sus condiciones y por la facultad que concedía al Ministerio de Interior de repatriar de manera expeditiva a los inmigrantes indocumentados.

En política exterior, Aznar hizo un viraje hacia el férreo alineamiento atlantista y pronorteamericano, que culminó con el apoyo incondicional de España a la intervención norteamericana en Irak, que motivó una fuerte contestación social. También se decantó hacia posiciones pro-Israel en su conflicto con los palestinos, abandonando las tradicionales relaciones con los países árabes. Su identificación con los postulados del neoliberalismo norteamericano, encarnados por el presidente Bush, lo alejaron de la moderación histórica hacia las naciones hispanoamericanas que practicaba la política exterior española. Endureció sus exigencias a gobiernos de izquierda de aquella región, como el de Cuba, adonde desaconsejó una visita oficial de los Reyes de España.

Al final, sus posturas intransigentes, que evidenciaban formas autoritarias de hacer política, la manipulación mediática para desvirtuar la verdad, la erosión de los servicios públicos, la utilización política de las víctimas del terrorismo, el acaparamiento de la Constitución (proyecto, por cierto, que no votó en su día el líder conservador) y de la unidad de España para arrogarse su interpretación y combatir al adversario político y, sobre todo, la tergiversación del atentado yihadista del 11 de marzo de 2014, cometido en Madrid y que causó cerca de doscientos muertos, intentando adjudicar su autoría a ETA, dieron la puntilla a los gobiernos de derechas de la era de Aznar. La soberbia, sus veleidades imperialistas (la boda de su hija en El Escorial) y los escándalos de corrupción que afloraron también bajo su mandato (Gercartera, la trama Gürtel, el responsable de su “milagro” económico, el ministro Rodrigo Rato, actualmente en prisión, etc.), agotaron su prestigio, alimentaron la desconfianza en su partido y, en menos de cuarenta y ocho horas, lo desalojaron del poder de forma imprevista. La izquierda, contra todo pronóstico, volvía a gobernar España.

José Luis Rodríguez Zapatero, un desconocido abogado vallisoletano que, tras esos vaivenes traumáticos con los que suele el PSOE renovar su cúpula dirigente, consigue liderar el regreso al poder, en 2004, de los socialistas, la segunda vez que acceden al Gobierno en democracia. Y lo retiene durante dos legislaturas que fueron muy distintas entre sí. Si los gobiernos de Aznar podrían distinguirse por el éxito económico coyuntural y la desatención social, los de Zapatero pueden calificarse por sus conquistas sociales estructurales e infortunio en lo económico.

Siendo un anodino diputado sin experiencia, el congresista más joven de aquella época, disputó al histórico José Bono la Secretaría General del PSOE, en el año 2000, tras años de desconcierto en la dirección socialista por la repentina dimisión de Felipe González y las interinidades de Joaquín Almudia. Con ese breve aprendizaje y cuatro años en la oposición, pero con el propósito de brindar un “cambio tranquilo” y un “talante” de permanente diálogo, unido a las dramáticas circunstancias del atentado de Madrid de torticera gestión por parte de la derecha gobernante, Zapatero consiguió el regreso al poder del PSOE, formando el primer Gobierno paritario de la historia de España. Tal cambio constituyó la tercera alternancia de la democracia. Los gobiernos de Rodríguez Zapatero, que se extendieron a lo largo de dos legislaturas, estuvieron rodeados de polémica, incluso desde la victoria electoral, a sólo tres días después del mayor atentado terrorista cometido en Europa. La derecha, confiada en ganar esos comicios, nunca se lo perdonó e intentó cuanto pudo deslegitimar aquel resultado de las urnas. Y es que esa derecha no podía reconocer que había perdido el gobierno al pretender capitalizar el atentado y atribuir su autoría a ETA. Aun hoy mantiene, a pesar de las sentencias judiciales, teorías conspirativas con las que intenta dar validez a su tergiversación de los hechos.

Durante el primer mandato de Rodríguez Zapatero se sucedieron las iniciativas más novedosas en torno a la ampliación de derechos civiles y sociales, el cierre definitivo del diseño territorial, el fin de ETA y el reconocimiento de la dignidad de los vencidos mediante la llamada Memoria Histórica. Pero la polémica no iba a dejar de caracterizar su acción de gobierno. La primera medida adoptada, la retirada de las tropas españolas de Irak, por negarse a participar en una guerra declara ilegal por la ONU, tuvo como consecuencia el enfriamiento y distanciamiento de las relaciones con EE UU, que duró hasta que Bush fue sustituido por Obama en la Casa Blanca. Zapatero (como se le llamaba coloquialmente) emprendía, así, la reversión de la orientación exclusivamente proestadounidense que Aznar había imprimido a la política exterior para recuperar el alineamiento a favor del eje franco-alemán, que ya Felipe González había inaugurado en su tiempo, además de apostar por el multilateralismo en la acción exterior. Tal abandono del seguidismo incondicional norteamericano, practicado por Aznar y fijado en la memoria con la famosa foto de las Azores, no impidió, sin embargo, que el Gobierno socialista aumentara los efectivos españoles en Afganistán y otros lugares, siempre bajo el paraguas legal de la ONU.     

Otras iniciativas de su política exterior también fueron controvertidas, como la Alianza de Civilizaciones establecida entre España y Turquía, de nulos resultados prácticos, y la negativa a formar parte de la coalición para bombardear Libia, que volvió a provocar malestar en los altos mandos de la OTAN y en EE UU. Más “lógica” resultó ser la decisión de finalizar el compromiso militar en Kosovo, cuya independencia Madrid se negó -y se niega- reconocer por su repercusión en la política interna y los conflictos con las autonomías que propugnan su independencia de España. Por otra parte, Zapatero defendió el levantamiento de la posición de dureza de la UE sobre Cuba, que había promovido Aznar, y el afianzamiento de las relaciones con los países iberoamericanos, basadas en principios y en el respeto mutuo, no en lecciones ni tutelajes ideológicos. Asimismo, se preocupó de evitar conflictos con Marruecos y mostró su respaldo al Gobierno de transición de Túnez en apoyo a su proceso democratizador. Gracias a sus buenas relaciones con mandatarios europeos, consiguió que España tuviera una presencia fija en el G-20, el foro de los países más ricos y emergentes del mundo, en calidad de invitado permanente.

Es, sin embargo, en lo social en lo que los gobiernos socialistas de Rodríguez Zapatero descuellan de manera rotunda, posicionando a España en la vanguardia en derechos y libertades del mundo, al promover iniciativas que instituyeron o ampliaron derechos ciudadanos. Así, hay que anotar en su favor la aprobación, no sin el repudio por parte de sectores conservadores de la sociedad y de la Iglesia católica, que hizo una dura campaña de oposición, de la Ley del matrimonio homosexual, pionera en Europa, y la ley que agilizaba los trámites del divorcio (Ley de divorcio exprés). También promovió la Ley de igualdad, para establecer la paridad entre hombres y mujeres en la esfera pública y laboral, y la Ley antitabaco, con la que limpió de aire nicótico edificios y establecimientos públicos y rebajó índices de mortalidad por causa del cigarrillo. Otra de las importantes medidas de Zapatero fue la Ley de Dependencia, establecida como cuarto pilar del Estado de Bienestar, que reconocía derechos de atención a las personas dependientes y ayudas a sus cuidadores. Todas estas iniciativas, de amplio calado, modificaron costumbres sociales de forma definitiva, hasta el punto de que hoy sería inimaginable reconvertirlas.

De igual modo, promovió la Ley de la Memoria Histórica, que persigue el reconocimiento de las víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura franquista, y que todavía sigue siendo tildada de “vengativa” por los herederos de los vencedores y simpatizantes del fratricidio y su régimen. La aplicación de esta ley, que elimina nombres, placas o monumentos que exalten la dictadura y humillen a las víctimas, aun causa debates y confrontación política en la actualidad.  Asimismo, durante la primera legislatura del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero se aprobó la Ley integral de medidas contra la Violencia de Género, que amplía la protección policial y jurídica de la mujer que es víctima de agresiones y asesinatos machistas. También se paralizó la LOCE (Ley Orgánica de Calidad de la Educación) y se introdujo en el currículo la asignatura de Educación para la Ciudadanía, cuya finalidad era impartir valores constitucionales y de tolerancia cívica a los alumnos, futuros miembros de una sociedad plural y diversa, pero a la que se opusieron la Iglesia y el Partido Popular por, decían, promover el “laicismo” en las escuelas y representar un ataque a los católicos y contra la “libertad moral”. Otras de las iniciativas fue la introducción del carnet de conducir por puntos, tendente a reducir los accidentes de tráfico, y la reforma la Ley del aborto, que facilitaba esta intervención sin exigencia de ningún supuesto, entre otras medidas.

Como colofón, se podrían citar dos guindas del amplio legado social de Zapatero, una revocada y otra mantenida, que ponen de relieve su afán por modernizar el país y dotarlo de instrumentos con los que enfrentar los problemas que afectan a la ciudadanía.

En primer lugar, el Gobierno socialista promulgó una reforma integral de la Radiotelevisión pública (RTVE) para que dejara de ser un altavoz del Ejecutivo y no se repitiera la manipulación en los informativos, como la protagonizada por Urdaci. Con ella, el Parlamento designaba por mayoría reforzada al presidente del Ente, y no el Gobierno como en los 50 años anteriores, lo que aseguraba la independencia y la profesionalidad del medio. Además, los sindicatos tenían, por primera vez, representación en el Consejo de la Radio y la Televisión. Y, por si fuera poco, se eliminaba la publicidad en RTVE, a cambio de un canon financiero por los servicios de interés público que prestaba. El modelo seguía el ejemplo de la BBC inglesa. Nunca, antes, la televisión pública de España, en competencia con las cadenas privadas, había sido tan neutral y profesional ni alcanzado mayor grado de prestigio y audiencia como entonces. ¿Qué hizo la derecha cuando volvió al poder? Ya lo veremos.

Y, en segundo lugar, el cuestionado presidente Zapatero tuvo el acierto de crear la Unidad Militar de Emergencias, la polivalente UME que, hoy día, se entrega a desinfectar residencias y hospitales durante la actual pandemia del Covid-19 que asola España. Con aquella iniciativa, el Gobierno socialista proveyó un instrumento indispensable al servicio del país, capaz de intervenir de manera rápida y eficaz para prestar ayuda en caso de catástrofes naturales, incendios y todo tipo de emergencias o calamidades, en cualquier parte del territorio nacional, colaborando, que no sustituyendo, con otras instituciones y fuerzas del Estado. En la actualidad, a pesar de requerirse continuamente los servicios de esta unidad militar, pocos reconocen el providencial acierto del vilipendiado presidente Zapatero en su creación.

Y es que, en lo económico, el Gobierno de Rodríguez Zapatero tuvo la desgracia de tropezarse con una crisis económica, durante su segundo mandato. Esa crisis económica, iniciada en 2008 en EE UU, golpeó de lleno a España. Pocos advirtieron su gravedad, pero a toro pasado muchos profetizaron sus consecuencias. Al ser una crisis financiera generada por los abusos con las hipotecas subprime en EE UU, el presidente español, como muchos en otras latitudes, minusvaloraron sus efectos sobre la saneada economía de España, cuya deuda pública apenas representaba el 36 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB). No supo reconocerla en sus inicios y después tuvo que rectificar. El hundimiento del mercado financiero mundial hizo engordar como una bola de nieve una crisis económica, que sumó sus efectos al estallido de la burbuja inmobiliaria, creada en tiempos de Aznar, y una consecuente crisis bancaria. Todo ello provocó que la capacidad económica del país estuviera prácticamente en quiebra, al elevarse el déficit público a unas cotas inasumibles de más del 90 por ciento del PIB.

Ante tal situación, Zapatero utilizó al principio recetas expansivas anticíclicas, recomendadas incluso por el FMI, para suplir la inversión privada con la pública, destinando grandes sumas de dinero a planes de choque, los denominados Plan E, que no pudieron frenar el deterioro de la economía ni el crecimiento descomunal del gasto público. Las exigencias de los mercados financieros mundiales y de las economías convergentes por reducir el gasto público como sea, obligaron al presidente socialista a tomar medidas contrarias a su ideario, tales como congelar las pensiones, reducir el salario de los empleados públicos, retirar la prestación del “cheque-bebé”, practicar una reforma laboral que enfrentó a trabajadores y patronal en su contra, uniéndolos en una huelga nacional. El paro volvió a escalar cifras espeluznantes, al pasar desde un 8 por ciento a más del 20 por ciento, y la prima de riesgo ponía nuestra economía a los pies de los especuladores financieros, al dispararse desde menos de los 100 puntos, en relación con el bono alemán, a una cota de más de 400 puntos, en el verano de 2011, lo que incrementaba los riesgos de un rescate económico de España por parte de la UE, como los efectuados con Grecia, irlanda, Portugal y Chipre. Todas estas dificultades fueron munición para la oposición en su ofensiva por desgastar la credibilidad del Gobierno (lo acusaron hasta de ser el causante de la crisis económica) y para que algún economista de derechas, futuro ministro de Hacienda, se atreviera confesar que “cuanto peor vaya la economía, mejor para nosotros”.

Esta mala suerte en la economía fue providencial para que la derecha, de la mano de Mariano Rajoy, el delfín designado por Aznar para sucederle, ganara las siguientes elecciones e hiciera fortuna con el lema de la “herencia recibida” a la hora de aplicar las tijeras. Es verdad que Rajoy recibía un país aquejado de una grave crisis económica, con un paro de más de cinco millones de personas y un déficit público desbocado. Pero también es verdad que el presidente Zapatero había logrado librar al país, hasta que perdió el poder, de ser intervenido por los “hombres de negro” de Europa, al contrario de lo que la leyenda ha propalado, con sus medidas de contención del gasto, opuestas a sus convicciones ideológicas. Hasta en eso fue honesto.

Por no querer recordar lo que de positivo tuvo el mandato socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, no se le reconocen siquiera los intentos de negociación con ETA (como los que intentaron anteriormente otros gobiernos de distinto signo) que, aun torpedeados por la propia ETA, culminaron con el fin de la banda terrorista, a pesar de soportar que la derecha pareciera preferir, por su oposición frontal a todo diálogo, que la banda continuase matando a silenciar para siempre las armas. Tampoco se quiere recordar su consensuada habilidad de encauzar las tensiones territoriales, tanto por el “plan Ibarretxe” como por la reforma del nuevo Estatuto de Cataluña, que la derecha combatió con denuedo e impugnó ante el Tribunal Constitucional, aunque fuera semejante al de otras comunidades, como la andaluza. De todos aquellos barros de incomprensión y deslealtad proceden los lodos de la actual deriva secesionista que convulsiona la unidad de España en la actualidad.

Pero ello es materia de otro capítulo.