domingo, 31 de mayo de 2020

Habermas, un pensador comprometido


Empecé oír hablar de Jürgen Habermas muy tarde en mi vida, rebasada la cincuentena, cuando me dispuse a estudiar una segunda carrera. Y si lo había oído, no le presté demasiada atención por estar ocupado con objetos volantes no identificados, por estar en babia. Pero durante una asignatura sobre comunicación, en la que citaron a este autor de la “teoría de la razón comunicativa”, ubicándolo entre los filósofos contemporáneos más influyentes de la “Escuela de Fráncfort”, junto a Theodor W. Adorno, Max Horkheimer y Herbert Marcuse, su pensamiento atrajo de inmediato mi interés. Aquellos investigadores alemanes que aunaban filosofía y sociología, partiendo de las ideas de Hegel, Marx y Freud, no se limitaban exclusivamente a elaborar aporías con finalidad académica, destinadas a alumnos de sus cátedras universitarias, sino que conjugaban la elucubración filosófica, en especial su concepto de razón, con el análisis crítico de la sociedad moderna para elaborar teorías de carácter práctico, basándose, entre otras cosas, en el lenguaje, que es el medio que posibilita la interactuación en sociedad a la hora de ponerse de acuerdo en sus intereses enfrentados y alcanzar consensos sobre la mejor forma de vida en común.

Aquella asignatura me reveló a un teórico que creía en el poder de la comunicación y en su radical importancia en toda sociedad democrática, en la que los ciudadanos, si no quieren que la democracia sea un mero decorado, han de participar en la vida pública, aportar sus puntos de vista y abrir debates acerca de los asuntos que les preocupan o interesan para, en conjunto, acordar, argumentativamente y sin restricción, el modelo de vida o convivencia que hace posible una sociedad libre y democrática.   

Habermas emergió ante mí como un filósofo de la modernidad que, además, actuaba como un intelectual ante los problemas sociales, políticos y culturales de su tiempo, capaz de intervenir de buen grado en los debates de la esfera pública que más le preocupaban. De hecho, en alguna ocasión ha reconocido que “es la irritabilidad lo que convierte a un sabio en intelectual”. Esa irritabilidad del pensador que no está encerrado en la burbuja de cristal de su objeto de estudio, sino que sigue con atención los acontecimientos que le han tocado vivir hasta convertirse en un influyente intelectual público que asume el compromiso político inherente a tal actitud, en especial su identificación inequívoca con la democracia, de la que afirma que es una forma de vida indisociable de la sociedad libre y de la mayoría de edad de sus miembros. Pero también advierte de la democracia que practica una “política de hechos consumados, en la que el poder del pueblo se limita a asentir decisiones ya tomadas y que trata a los “ciudadanos como si fuera una masa de menores de edad, para que en cuestiones de destino político se decida todo para el pueblo, pero sin el pueblo.” Habermas, pues, no rehúye de la necesaria función de vigilancia que tiene la crítica política y que debiera ser consustancial a todo aquel que se dedica al oficio de pensar.

Es por eso que la labor filosófica de Habermas se ha centrado en determinar las condiciones en las que tanto los problemas morales como los políticos pueden ser dilucidados de forma racional. Y de ahí, también, que el amplio abanico de sus intereses abarque el estudio del sujeto, la racionalidad -que considera dialógica, no fundamentalista-, la dialéctica, los regímenes políticos, la modernidad y la democracia, como hemos visto, entre otros. En Jürgen Habermas se entrelaza, sellado por el compromiso, la labor del filósofo y teórico social con la del intelectual público, desarrolladas ambas de manera tan brillantes y profundas como clarificadoras y atractivas.

Todos esos estudios filosóficos y de ciencia social lo llevan a elaborar una teoría crítica de la sociedad, que articula a través de la complejidad de la “racionalidad comunicativa”, al entender que el mundo que nos rodea sólo puede ser conocido -interpretado- por patrones culturales y sobre todo lingüísticos. Que la realidad sólo existe mediada por el lenguaje. Entre otros motivos, porque la mente y el razonamiento descansan en el lenguaje, es decir, los sujetos piensan y actúan en el entramado del lenguaje. Lo característico del ser humano es esa racionalidad manifestada a través del lenguaje. Gracias al lenguaje podemos comunicarnos, pero toda comunicación que pretenda orientarse hacia el entendimiento precisa cuatro convicciones o condiciones que den validez al habla: inteligibilidad, verdad, rectitud y veracidad, de lo contrario la comunicación sería parasitaria, engañosa, manipuladora. Cuando no se trata de dominar al otro como si fuera un objeto, sino de comunicar e interactuar con él, de comprenderlo, entonces hacemos uso de una racionalidad comunicativa. Tal es la materia de la “Teoría de Acción Comunicativa” de Jürgen Habermas, es decir, una teoría de la sociedad basada en una teoría del lenguaje y en el análisis de las estructuras generales de la acción, que sigue siendo de actualidad porque sirve para entender las bases de una cultura política democrática y deliberativa.

No se trata, por tanto, de cuestiones que nos puedan parecer ajenas o que no nos incumben. Tal vez, sea hoy, precisamente, en que vivimos inmersos en una sociedad confundida y guiada gracias a una saturación de mensajes e informaciones bombardeados por los medios de comunicación y las redes sociales, con la intención de controlar y homogeneizar nuestras ideas, opiniones y conductas, cuando resultan pertinentes las reflexiones de Habermas sobre el poder de la comunicación y la influencia del lenguaje en la acción humana. Tan pertinentes como su empeño por ofrecer claridad a conceptos, contextos y discursos con los que construimos nuestra realidad o damos forma a nuestro modelo de vida en sociedad. Sin embargo, la crítica social de Habermas no persigue la recuperación de un idealizado mundo desaparecido, sino sacar a la luz las contradicciones de la sociedad existente para obtener de ellas los puntos de partida para modificarla, puesto que toda sociedad tiende siempre a transformarse. También hoy es necesaria esa transformación para mejorar nuestra sociedad de tal forma que ofrezca “referencias para superar el sufrimiento y la desdicha que resultan de las estructuras de los contextos vitales sociales”. De ahí la vigencia del pensamiento de un filósofo tan conspicuo y comprometido como Jürgen Habermas, etiquetado muchas veces como “el paladín de la modernidad” o “el maestro de la comunicación”. A mi me gusta más la de pensador comprometido con los problemas reales de su tiempo. Y para comprobarlo, sólo basta leer el soberbio libro de Stefan Müller-Doohm, Jürgen Habermas, una biografía, que recomiendo encarecidamente. O cualquiera de las obras más importantes del filósofo y sociólogo más conocido de la “Escuela de Fráncfort”.

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