De Mariano Rajoy a Pedro Sánchez
El período socialista de los gobiernos de Rodríguez Zapatero
se agotó al cabo de su segunda legislatura como consecuencia de la crisis
económica de 2008. Las medidas de preciso escarpelo para combatirla, reduciendo
partidas de gasto del Presupuesto para equilibrar el déficit público, pesaron
más que los avances en derechos y libertades conquistados bajo su mandato. Los
electores prefirieron que la derecha administrase la austeridad a la que
abocaba una crisis económica que la derecha supo utilizar como ariete del Gobierno.
Así, en las elecciones de noviembre de 2011, el Partido Popular obtendría
mayoría absoluta y sentaba a Mariano Rajoy en el sillón del Gobierno de España,
el sexto presidente, desde 1978, de la democracia (contando a Leopoldo Calvo Sotelo, elegido presidente tras la dimisión de Adolfo Suárez, en 1981, hasta el triunfo socialista de 1982. Fue un presidente de transición). Se producía, así, un nuevo vaivén del bipartidismo español que posibilitaba que la derecha recuperase, una vez más,
el poder.
Mariano Rajoy Brey, un político gallego de amplio recorrido
desde los tiempos de la AP de Fraga, además de abogado y notario, había sido un
ministro “todoterreno” (Administraciones Públicas, Educación, Interior,
Portavoz y vicepresidente) en los ocho años de Gobiernos de José Mª Aznar,
hasta que este lo designó para sucederle como candidato del Partido Popular a
las elecciones de 2004, en las que el PP perdió el poder. Es en las anticipadas
del año 2011 cuando Rajoy consigue al fin, después de perder también las de
2008, acceder a la Presidencia del Gobierno, rodeándose de figuras destacadas
de la derecha española y de colaboradores suyos en el partido. Su mandato, a lo
largo de tres legislaturas (una de ellas non nata), se interrumpe
abruptamente con la moción de censura que le presenta el nuevo líder del PSOE,
Pedro Sánchez, tras una sentencia del caso Gürtel.
Tal como había prometido, una vez formado su Ejecutivo, Mariano
Rajoy comienza a aplicar su plan neoliberal para sanear la economía española de
la recesión en la que había entrado desde finales de 2009. Tarda sólo dos
semanas, desde su nombramiento, en anunciar el primer “hachazo” presupuestario,
de casi 10.000 millones de euros, y la subida del IRPF. Empezaba, así, a
cumplir e incumplir sus promesas electorales de ahorrar gasto, reducir las
administraciones públicas, volver a las privatizaciones y bajar impuestos.
Excepto esto último -que los subió-, cumplió con todo lo demás.
Era evidente que el Gobierno de Rajoy tenía, como más
importante reto, afrontar la grave crisis económica del país, y en ello se
empeñó con todas sus fuerzas, mediante las clásicas recetas del neoliberalismo.
Frente al bisturí de Zapatero, Rajoy propinó tijeretazos al gasto público y al
Estado de Bienestar. Y para reducir el desempleo, hizo una reforma laboral que
flexibilizó el despido y precarizó el mercado del trabajo, desvinculando los
acuerdos de empresa de los convenios colectivos sectoriales, todo ello bajo una
fuerte contestación por parte de los colectivos afectados.
En lo económico, por tanto, las primeras iniciativas del
Gobierno conservador fueron inmediatas y drásticas a la hora de reducir el
gasto público y el tamaño de las administraciones. Continuaba, así, pero con
mayor dureza aun, la senda de restricciones que había emprendido el anterior
mandatario socialista, presionado por la UE y los mercados hasta el extremo de tener
que acometer una enmienda a la Constitución que contemplaba priorizar el pago de
la deuda frente a cualquier otro gasto público. Sin embargo, estas medidas
iniciales de Rajoy no lograron frenar el peligro de rescate y la escalada de la
prima de riesgo, que se disparó a cifras históricas insostenibles, de más de
600 puntos porcentuales. Ese escenario lo obligó a aplicar nuevas medidas
impopulares, como la subida del IVA, la reducción de las prestaciones por
desempleo, la supresión de la paga extra de Navidad de los funcionarios, la
reducción de las plantillas en las administraciones públicas (la tasa de
reposición por jubilación en Sanidad fue del diez por ciento), la práctica
congelación de las pensiones (incremento anual de sólo el 0,25 por ciento), la
subida de impuestos medioambientales y un nuevo recorte al Estado de Bienestar,
como el copago farmacéutico, dejar sin dotación la partida presupuestaria de la
Dependencia, exigua financiación a la investigación científica, la innovación y el desarrollo, entre otros recortes.
De la contundencia de sus duras medidas económicas es relevante
que, durante el primer año de su Gobierno, Mariano Rajoy hiciera uso de 29
decretos-ley, una fórmula legal que se justifica por motivos de urgencia, aunque
no fuera necesario al disponer de mayoría absoluta en el Congreso para aprobar
cualquier iniciativa gubernamental.
A pesar de todo, Rajoy no pudo evitar la tutela de la Unión
Europea en las cuentas públicas ante el riesgo creciente de recaída en la recesión.
Bajo el eufemismo de “préstamo”, España solicitó formalmente un rescate por más
de 80.000 millones de euros a Europa para ayudar a las entidades financieras y al
FROB, el “banco malo” creado para asumir la deuda privada de las entidades
nacionalizadas, como Bankia. Tan grave era la situación que, durante buena parte de su
primera legislatura, las políticas de austeridad del Gobierno contribuyeron a
profundizar y prolongar la crisis económica, aumentando las cifras de desempleo,
que a finales de 2012 había alcanzado la cota más alta de la historia, un 26
por ciento de la población activa, y los índices de pobreza y exclusión social,
que pasaron del 23 por ciento de la población a cerca del 28 por ciento, de lo
que daba muestra el número de familias que fueron desalojadas de sus viviendas al
no poder pagarlas.
En lo social, como no podía ser de otra manera, las
restricciones y el “austericidio” provocaron estragos en los servicios esenciales
que provee el Estado a los ciudadanos, poniendo en cuestionamiento la
viabilidad del Estado de Bienestar. La Educación, por ejemplo, sufrió recortes
que mermaron su plantilla y aumentaron la ratio de alumnos por aula. También supusieron
la reducción de la dotación para becas e investigación, el incremento del
número de horas docentes del profesorado y la “racionalización” de las
titulaciones, etc. En Sanidad, aparte de la reducción y congelación de los
salarios, los recortes significaron la disminución de la plantilla de
sanitarios de todas las categorías, la imposibilidad de seguir activo más allá
de los 65 años, el copago sanitario y farmacéutico (recetas, traslados de
enfermos, medicamentos, etc.) y la retirada de la tarjeta sanitaria a inmigrantes
en situación irregular. En Dependencia, como se ha señalado, no se proveyeron recursos
para mantener su aplicación y atender a los nuevos demandantes de ese derecho. Y
las pensiones, en contra de lo insistido por el Gobierno, estuvieron técnicamente
congeladas, cuyo raquítico incremento fue siempre inferior al coste de la vida,
la inflación, durante todos los años del mandato de la derecha. Además, el
desajuste de la Seguridad Social fue tan desorbitado que prácticamente vació la
“hucha” de las pensiones, el remanente acumulado durante la época socialista de
Rodríguez Zapatero para garantizar su financiación.
En resumen, hay que señalar que las medidas implementadas
para sanear la economía golpearon con especial dureza, dadas la austeridad y
las restricciones que suponían, a los colectivos más vulnerables y
desfavorecidos de la sociedad, al reducir o eliminar prestaciones sociales y
servicios de los que dependían para su subsistencia. Y es que esos estratos
débiles, sin apenas ingresos, tuvieron que enfrentarse a la subida del impuesto
del IVA, del 18 al 21 por ciento en el tramo general y del 8 al 10 por ciento
el del tipo reducido; ver reducida su prestación por desempleo; ser castigados
por la supresión de la deducción por vivienda en el IRPF; pagar por hacer uso
de la Justicia (reforma de tasas judiciales); etc., y ser víctimas del resto de
recortes descritos más arriba. Sin apenas acceso a los servicios esenciales de
un Estado de Bienestar mermado, aquellas reformas económicas, que despreciaron a
los más vulnerables, hicieron que los pobres sean más pobres todavía. Y los
ricos más ricos.
Las grandes cifras macroeconómicas, gracias a las recetas y
políticas neoliberales implementadas para
su exclusivo beneficio, es decir, para sanear sus cuentas y nacionalizar las
pérdidas, junto a unas condiciones externas favorables (viento de cola) por el
descenso del precio de los productos energéticos, un euro devaluado respecto al
dólar y, sobre todo, las facilidades del Banco Central Europeo para abaratar el
precio del dinero y dar liquidez al mercado financiero, posibilitaron la vuelta
al crecimiento y la recuperación económica, fundamentalmente durante los
últimos años de la segunda legislatura de Rajoy, pero a costa de crear una
crisis social sin precedentes, en la que la desigualdad y la precariedad ensancharon
enormemente las brechas sociales.
Y no sólo eso: en cuanto a derechos y libertades, la derecha
con Rajoy volvió a sus fueros de regresión y autoritarismo. Bastan tres ejemplos para demostrarlo. En
primer lugar, la reforma de la Ley del aborto, que Rajoy encargó a su ministro
de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, y no al de Sanidad, y que endurecía los
requisitos y eliminaba, incluso, la malformación del feto como supuesto para llevar
a cabo la intervención, con la pretensión de satisfacer a su electorado más
conservador, a los colectivos antiabortistas y a la Iglesia, se saldó con la
dimisión del ministro y la no aprobación del proyecto de reforma. La
contestación social, incluida la del sector conservador moderado, hicieron
recular a Rajoy y retirar -de momento- aquella reforma. En segundo lugar, la
nefasta “ley Wert”, como se llamaba a la LOMCE, la séptima ley de educación de
la democracia, impulsada en solitario y sin consenso por el ministro que da
nombre a la ley, el que aplicó los mayores recortes de la historia en
educación. Aparte de reducir “gastos”, la ley suprimió la asignatura de
Educación para la ciudadanía por la de Religión, con peso curricular en la nota
del alumno. Además, el ministerio recentralizaba el diseño curricular, reduciendo
el margen de las autonomías para configurar sus contenidos. Y, por último, la
“ley mordaza”, Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana, que deja
en manos de la Administración el ejercicio de derechos y libertades
fundamentales, en aras de garantizar el orden público y la seguridad ciudadana,
y que prohíbe, por ejemplo, tomar imágenes de la actuación y presuntos abusos
de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado en su cometido. Faculta a la policía
a ser juez y parte en sus conflictos con los ciudadanos a la hora de valorar la
“desobediencia o resistencia a la autoridad” o la “falta de respeto o
consideración a las fuerzas del orden” público, etc. Todavía sigue vigente.
En política exterior, el mandato de Rajoy no se distinguió
por su quehacer diplomático, salvo las debidas relaciones habituales con Europa
y su aparente cordialidad con la canciller alemán, Angela Merkel, de
quien dependían, en buena medida, las condiciones impuestas por Bruselas a la
economía española. España seguía sin recuperar el peso perdido en Europa, como
se demostró con el fracaso de la candidatura de Luis de Guindos para presidir
el Eurogrupo. Con EE UU mantuvo buenas relaciones, consiguiendo un nuevo
acuerdo sobre las bases militares de utilización conjunta, pero sin llegar a
los niveles de servilismo pronorteamericano de la época de Aznar. Lo mismo
puede decirse de las relaciones con Latinoamérica y los países árabes, donde la
preocupación se centraba en la región del Sahel y la amenaza del terrorismo del
Daesh o Estado islámico.
Sin embargo, era en política interna en lo que los gobiernos
de derecha de Mariano Rajoy fueron claramente deficientes, y con respecto de la
corrupción, deplorables.
El otro gran problema al que Rajoy debía enfrentarse, aparte
del económico, era el “conflicto” catalán. El desafío soberanista de Cataluña
no fue abordado con la habilidad y la mano izquierda requeridas por parte de Rajoy.
Enrocado en la legalidad, no supo o no quiso explorar vías políticas para
acercar posturas y evitar lo que de hecho sucedió, el choque de posiciones
maximalistas monolíticas. El recurso que había promovido su partido al Tribunal
Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006, aprobado con
modificaciones por el Congreso de los Diputados y sancionado en referéndum por
los catalanes con el 73,9 por ciento de los votantes, con una participación del
49,4 por ciento, es decir, casi la mitad de la población con derecho a voto,
fue la mecha que encendió el rechazo y las protestas en aquella comunidad
contra España, dando alas a los partidarios de la independencia.
En 2010, se
celebró en Barcelona una manifestación con el lema Som una nació, nosaltres
decidim, que sirvió de ensayo para la celebración multitudinaria, en 2012,
de la Diada de Cataluña, bajo el lema Catalunya,nou estat d´Europa. La
deriva de todo aquello es de sobra conocido: referéndum ilegal, leyes del parlamento
catalán para “desconectar” la Constitución y aprobar la independencia de
Cataluña, la aplicación del artículo 155 para suspender la Autonomía, la huida al
extranjero de parte de los miembros de la Generalitat, incluido su presidente Carles
Puigdemont, aun prófugo en Bruselas, las condenas judiciales a los políticos
responsables de aquellas decisiones que se quedaron en España y, como colofón,
el actual presidente vicario de la Generalitat, Quim Torra, dedicado a
incordiar todo lo que puede, etc.
En buena medida, el agravamiento de este conflicto se debe a la incapacidad de
Rajoy, y de la derecha ideológica en su conjunto, de hallar y transitar vías
políticas de diálogo y negociación para encauzar y moderar el problema, como
supuso en su día la reforma el Estatuto catalán. El peligroso y desleal
comportamiento de esa derecha, en la oposición o desde el gobierno, no sólo
para ayudar a contrarrestar la extensión del independentismo, sino incluso para
utilizarlo en la confrontación y como munición política que le deparaba réditos
electorales en toda España, menos en Cataluña, ha sido bochornoso. Es una de
las herencias del concepto de servicio al país que deja la derecha de Rajoy.
La otra es su deplorable actuación contra la corrupción que
ha afectado gravemente a su partido, y lo que, tras seis años detentando el poder,
ha causado su expulsión como presidente del Gobierno por culpa de una sentencia
judicial que condenaba al Partido Popular por financiación ilegal y trama
delictiva. La condescendencia de Rajoy con los chanchullos del tesorero de su
formación ("Ánimo Luis, sé fuerte", le decía), la trama corrupta de la Gürtel, los sobres que recibía el propio
Rajoy con sobresueldos en negro del partido, más las múltiples ramificaciones
que no dejaron de aflorar en su formación sin que él moviera un dedo, han
conducido al presidente Mariano Rajoy a ser el primer presidente de la democracia
en comparecer como testigo en un juicio contra su partido y el primero en ser
expulsado del Gobierno por una moción de censura del Congreso de los Diputados,
presentada por un PSOE, precisamente, en sus horas más bajas. Una vez más, la
manipulación y los abusos condujeron la derecha a la oposición. Pero no fue una
caída rápida, sino que requirió de varias elecciones generales y una moción de
censura para derribarla del poder.
A partir de 2015 vendrían años en los que se inicia la época
de mayor inestabilidad política en España y los del fin del bipartidismo
clásico que ha caracterizado a la democracia desde 1978.
Comienzan cuando el presidente Rajoy convoca elecciones, al agotar su mandato, en 2015, en las que el PP obtiene un magro
resultado de 125 diputados, 63 menos que en 2011, lo que hará imposible, por
tanto, gobernar si no logra reunir apoyos suficientes. Pero su mayor oponente,
el PSOE, tampoco consigue la confianza de los electores, obteniendo un
resultado aún peor, de sólo 90 escaños, bajo la dirección de un nuevo líder,
Pedro Sánchez. El PSOE pugnaba en dos frentes distintos: contra el PP y contra
Podemos, la formación emergente a su izquierda, que concurría por primera vez a
unas elecciones generales y que se había marcado el objetivo de dar “sorpasso”
al PSOE. Casi lo conseguiría, pues se estrenó en el Congreso de los Diputados con
42 diputados. Vistos los pocos apoyos, Rajoy renuncia finalmente a proponerse
al rey, Felipe VI, como candidato a la investidura de presidente de Gobierno. Y
Sánchez lo intenta mediante un acuerdo establecido con Ciudadanos, la nueva
formación de derecha liberal, confiando en la abstención de Podemos. Pero
fracasa en una sesión histórica: por ser la primera en que un candidato que
no ha ganado las elecciones concurre a la investidura, que pierde con los votos
en contra de PP y Podemos, y por dar lugar a la primera legislatura fallida de
la democracia española. El bipartidismo, tal como lo habíamos conocido, saltaba
por los aires.
En 2016 se repiten elecciones, en las que el PP logra mejorar
sus resultados (137 escaños), que dan la oportunidad a Rajoy de continuar al
frente del Gobierno, gracias a los apoyos de Ciudadanos (actuando ya como
partido bisagra) y Coalición Canaria, formación nacionalista. Pero, para ello, sería
necesario que esta vez el PSOE se abstuviera, facilitando que la investidura reuniera
más síes que noes (mayoría simple) en la votación parlamentaria. Y el nuevo
líder del PSOE se negaba a ello en redondo, enrocándose en su lema “no es no”,
a pesar de que bajo su liderazgo el PSOE había cosechado el peor resultado de
su historia: sólo 85 diputados. Tales resultados y su obstinación pasan factura
a Pedro Sánchez y lo obligan a abandonar la secretaría general del partido, que
había ganado en las primeras primarias celebradas en el PSOE, en 2014. También renuncia
a su acta de diputado. El “aparato” del partido optaba por la abstención para acabar
con la parálisis de un gobierno en funciones que duraba ya tres meses. Y forzó
su dimisión. Pero no se dio por vencido: volvió a presentarse a las siguientes primarias,
enfrentándose a la candidatura de la presidenta de la Junta de Andalucía,
Susana Díaz, en las que consigue nuevamente ser elegido Secretario General del PSOE.
La derecha permanecía aferrada al poder con Mariano Rajoy, gracias a
los apoyos parlamentarios que facilitaron su investidura, hasta que, en 2018, la
Audiencia Nacional dicta sentencia de una pieza del caso Gürtel, en la que halla
culpable al PP de mantener una estructura de contabilidad y financiación
ilegal. El PP se convertía, así, en el primer partido condenado por corrupción
en España. Y dejaba a su líder totalmente desautorizado moral y políticamente. Era
la oportunidad ansiada por el líder del PSOE para retomar la iniciativa de
expulsar a Rajoy del Gobierno. Con tal propósito, presenta una moción de
censura que obtiene 180 votos a favor y 169 en contra. Sánchez, por fin, accede
a la presidencia del Gobierno, gracias a la primera moción de censura que
triunfa en la moderna democracia. Pero aquellos apoyos no le permitirían
completar la legislatura, como pretendía. El rechazo parlamentario al proyecto
de ley de Presupuestos que presentó en 2019, cuando apenas llevaba diez meses
en el puesto, lo obliga a convocar nuevas elecciones, que se celebran en abril,
en las que remonta resultados y convierten al PSOE en primera fuerza, con 123
escaños, del Parlamento, tras el batacazo del PP, que cae hasta los 66 escaños,
conducido ahora, tras la dimisión de Rajoy, por un nuevo líder, Pablo Casado.
A pesar de ser el partido más votado, el PSOE no logra cerrar
un pacto de coalición con Podemos, dadas las desconfianzas mutuas, y después de
dos votaciones infructuosas para conseguir la confianza de la Cámara, se
convocan las cuartas elecciones generales en los últimos cuatro años. En
noviembre de 2019, los socialistas vuelven a ganar las elecciones, pero con
sólo 120 diputados. Y lo que antes era imposible, ahora es imprescindible: el
PSOE consigue formar el primer gobierno de coalición de España, junto a
Podemos, aunque por la mínima, por sólo 167 síes frente a 165 noes y 18 abstenciones.
Pedro Sánchez, al tercer intento, logra, definitivamente, ser presidente electo
del Gobierno de España. La izquierda retorna al poder por tercera vez, tras los
gobiernos de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero.
Pedro Sánchez Pérez-Castejón, madrileño, doctorado en
Ciencias Económicas y Empresariales, concejal del Ayuntamiento de Madrid y
luego diputado, con experiencia en asesoría económica en Bruselas y EE UU, es
el primer presidente de Gobierno español que se relaciona sin intérpretes con
sus colegas europeos. Y el presidente del primer gobierno que cuenta con
mayoría de mujeres entre sus 22 miembros.
Durante su primer Gobierno (tras la moción de censura), los
socialistas adoptan decisiones de fuerte impacto social, como autorizar el
atraque en el puerto de Valencia del buque Aquarius, para acoger a los 630
migrantes salvados en aguas del Mediterráneo central que Italia no permitió
desembarcar. También aprobaron una modificación de la Ley de Memoria Histórica que
permitió exhumar los restos del dictador Francisco Franco de la Basílica del
Valle de los caídos para trasladarlos a una sepultura privada donde no fueran
enaltecidos. Esta iniciativa motivó un enconado enfrentamiento jurídico con la
familia del dictador. Al mismo tiempo, se intentó desbloquear el concurso
público para la elección del presidente del ente público de RTVE. Al no lograrlo,
los socialistas designaron a la periodista Rosa María Mateo como Administradora
Única hasta la resolución del citado concurso. También se aprobó la subida del
salario mínimo interprofesional (SMI) a 900 euros al mes, un incremento del
22,3 por ciento, que beneficiaría a cerca de 2,5 millones de trabajadores. En total,
pues, el primer gobierno de Pedro Sánchez impulsaría 13 proyectos de ley que no
pudieron tramitarse por la brevedad de la legislatura, pues tuvieron que
convocarse nuevas elecciones cuando el Parlamento rechazó la ley de Presupuesto
presentada por el Gobierno. Pero hasta su celebración, el Gobierno hizo uso de
reales decretos-leyes, lo que se conoció como “viernes sociales”, para,
entre otras medidas, aprobar con carácter de urgencia la revalorización de las
pensiones, mejorar las retribuciones del sector público, aumentar los permisos
por paternidad, liberalizar el sector de la estiba, autorizar a las autonomías
y ayuntamientos a reinvertir sus superávits, adoptar planes de contingencia
ante un Brexit sin acuerdo, etc.
No todo fueron luces en ese Ejecutivo. También hubo sombras,
como las protagonizadas por el ministro de Cultura, Máxim Huerta, que tuvo que
dimitir por sus problemas con Hacienda. Y la de Carmen Montón, ministra de
Sanidad, por sospechas de plagio en su tesis doctoral. También se produjo el
cese de la Directora General de Trabajo, Concepción Pascual, por avalar la
legalización del sindicato de prostitutas. Además de otras diatribas y
reconsideraciones de promesas efectuadas, como la derogación inmediata de la
Reforma Laboral.
Apenas cumplidos los primeros cien días del segundo Gobierno
de Pedro Sánchez, el de coalición con Podemos, los socialistas se cruzan con
otra crisis imprevista en su camino, esta vez sanitaria, provocada por un nuevo
virus -desconocido, sumamente contagioso y contra el que aún no existe vacuna- el SARS-COV2, que produce la enfermedad Covid-19, y que desata una pandemia global, declarada como tal por la OMS el 11 de marzo de 2020. Esta pandemia, que paraliza países enteros, entre ellos España, confinando
a la población en sus domicilios y deteniendo en seco la actividad económica, se traducirá en una inevitable crisis económica sin precedentes. Como en la mayoría de países por donde se extiende, el Gobierno español declara el Estado de Alarma para combatirla, situación excepcional en la que nos hallamos a la hora de elaborar este artículo.
Lo que haga el Ejecutivo de Pedro Sánchez frente a este y
otros asuntos será objeto de un futuro capítulo de este repaso de los Gobiernos
de España, con el que se ha pretendido comparar la ejecutoria de siete presidentes de nuestra
todavía joven democracia. Adolfo Suárez (1976-1981), Leopoldo Calvo Sotelo
(1981-1982), Felipe González (1982-1996), José María Aznar (1996-2004), José
Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011), Mariano Rajoy (2011-2018) y Pedro Sánchez
(2018- ), con la intención de valorar la diferencia ideológica entre gobiernos de
derechas y progresistas. Las conclusiones que se puedan extraer de la comparativa
depende de cada lector, cuyo juicio hemos buscado, modestamente, ilustrar con datos y hechos.
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