El antiguo calendario romano señalaba ciertos días en medio de determinados meses como signos de buenos augurios, lo que no impidió que Julio César fuera asesinado en los famosos Idus de marzo. Agosto de dos mil once, por lo que hemos visto, carece de pronóstico alguno para la esperanza de un futuro venturoso. Antes al contrario, el mes se ha caracterizado por señales que vaticinan un porvenir lleno de dificultades y negros nubarrones.
Los malos presagios ya venían produciéndose desde mucho antes. A finales de julio, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, anunciaba al fin el adelanto electoral para el 20 de noviembre, en macabra coincidencia con el 36º aniversario de la muerte, en su cama, del dictador Francisco Franco. Dar por agotada la legislatura cuatro meses antes de la fecha convenida no es, en cualquier caso, un adelanto propiamente dicho, pero evidencia la impotencia para afrontar las adversidades que acosan la gobernanza del país, especialmente la economía, fuertemente afectada por la crisis financiera que asola a EE.UU. y Europa.
Precisamente es en agosto cuando el diferencial de la deuda se dispara a cifras que supusieron el rescate y la intervención de países miembros del club europeo del que formamos parte, como Grecia, Irlanda y Portugal, e instalaron el miedo en el cuerpo a nuestros gobernantes, que ya antes se habían visto obligados a virar en redondo sus políticas nacionales de gasto social, con reformas laborales y de cajas de ahorro incluidas, como demandaban los mercados. Pero no fue suficiente. Había que certificar el control permanente del equilibrio presupuestario como mandato constitucional para impedir en el futuro, cuando vuelvan las vacas gordas, cualquier “despilfarro”. Cuestión de dineros, que es lo único que ha posibilitado el consenso entre los dos partidos mayoritarios con capacidad de gobierno en España, PP y PSOE, para reformar la intocable Constitución. La igualdad de la mujer a la hora de heredar la Corona, el nombre de las autonomías que constituyen la estructura del Estado y nuestra vinculación a un ente supranacional como es la Unión Europea, siguen estando pendientes de acuerdo para figurar en la Carta Magna.
Las revueltas árabes siguen propagándose por la región, llevando el caos y la muerte a Siria, donde se ignoran todas las exigencias externas de contener la violencia con la que se reprime a los manifestantes. Mientras tanto, la OTAN, pacto del Atlántico Norte, continúa con sus bombardeos “humanitarios” para ayudar a los rebeldes que persiguen a un escurridizo Gadafi. Son tantos los sátrapas del mundo que hay que priorizar. Y lo primero es el petróleo. Por eso, Somalia continúa desangrándose a la espera de nuestro socorro contundente con barcos y aviones.
Eso sí, el Santo Padre se muestra muy preocupado por los males que se ciernen sobre el planeta y organiza unas Jornadas Mundiales de la Juventud en el país que más pecados comete en el mundo, durante las cuales ofrece el perdón a las abortistas que confiesen y se arrepientan de ejercer un derecho reconocido legalmente, librándolas de la excomunión. Es lo bueno de disponer de la exclusiva de Dios. Sectores afines critican la autorización de una marcha laica que cuestiona el dispendio del Estado con la visita del representante de una de tantas religiones existentes. Ese espíritu evangélico fue el que tuvo que contener la policía en un ultra que quiso atentar contra los laicos, como muestra de su fervor religioso. El mismo fervor que el pueblo admira en una Grande de España, la Duquesa de Alba, que aprovecha las canículas de agosto para anunciar su próxima boda en la intimidad estricta de su Palacio de las Dueñas, en Sevilla. Un ímpetu juvenil que, sin embargo, causa recelos cuando se concentra en la Puerta del Sol entre unos indignados que son desalojados como si ocuparan la Bastilla, según expresión de la presidenta de Madrid. A lo mejor infundían desconfianza en los mercados y por ello Rubalcaba defendió la actuación policial por considerarlos violentos... de escribir reivindicaciones de regeneración democrática en pancartas y panfletos. Quién sabe si también influyeron en la rebaja de la calificación que Standard & Poor’s hizo de EE.UU., lo que provocó que Wall Street se hundiera aquellos días y enfadara al negro que ocupa la Casa Blanca, si me permiten el juego cromático, no racista.
Pero los malos augurios de agosto no acaban aquí, sino que un enfermo Steve Jobs dimite de la empresa que fundara y contagia el desánimo sobre el futuro de Apple, la única alternativa consistente al oligopólico poder de Microsoft. Es evidente que sus genes no son iguales a los de la octogenaria Cayetana ni a los de Dominique Strauss-Kant, quien por cierto ha logrado quedar en libertad sin cargos en aquel país, donde “seducía” a camareras de hotel con sus encantos de gerente del FMI, y regresa a Francia para disgusto de sus correligionarios socialistas, enfrentados sobre el candidato que presentarán a las elecciones presidenciales. Están a la espera de lo que pueda contar, como en un folletín.
En este panorama desolador que agosto nos trajo, sólo la petición de multimillonarios franceses y alemanes, siguiendo la idea del norteamericano Warren Buffet, el tercer hombre más rico del mundo según la revista Forbes, de pagar más impuestos y dejar de gozar de exenciones fiscales para ayudar a luchar contra la crisis, supone alguna esperanza. Ningún millonario español ha recogido el guante, por supuesto, aunque es posible que aquí no existan acaudalados con tanta magnanimidad e inteligencia. Seguramente previenen los Idus de marzo que desestimó Julio César.
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