domingo, 29 de abril de 2018

Fotoperiodismo

Que una imagen vale más que mil palabras es frase archirrepetida cada vez que tenemos oportunidad de contemplar algunas de las fotografías que se publican en los medios de comunicación y nos hacen estremecer con los detalles visuales que resumen la magnitud de un acontecimiento. Los estragos de una guerra, el rostro del dolor o la miseria, las consecuencias de la avaricia del hombre sobre la Naturaleza o la belleza de la inocencia y el amor en personas y animales son los encuadres que orientan el objetivo capaz de ofrecernos el relato más real y sensible de lo que sucede en el mundo, desgraciadamente más malo que bueno en la mayor parte de los casos.

World Press Photo convoca cada año, desde 1955, un Concurso Mundial de Fotografía de Prensa que selecciona las mejores fotografías que, de forma individual, se publican en los medios periodísticos. De las miles de imágenes enviadas por fotógrafos de más de cien países, un jurado selecciona seis fotografías finalistas de entre las cuales se escoge la ganadora.

Aunque ya la hemos recomendado en esta bitácora, en Sevilla tenemos oportunidad de recorrer una exposición con las mejores fotografías de la 61 Edición Worlf Press Photo, correspondiente a este año de 2018, que, a punto de finalizar el próximo 17 de mayo, se exhibe en la Sala Murillo de la Fundación Cajasol (calle Francisco Bruna, 1). No es una exposición muy extensa, pero sí intensa, de la que salimos impactados por unas imágenes que nos muestran la maldad, la locura y también la bondad del ser humano. Les adelanto algunas de las fotos para abrir boca. No se la pierdan.





viernes, 27 de abril de 2018

Transcurre abril


Transcurre abril como la primavera y como la vida, con inestabilidad. Se producen días luminosos con otros nublados y tormentosos, del mismo modo que vivimos momentos rebosantes de salud y felicidad con ocasiones de achaques y quebrantos que nos hacen doler el alma. El sol brilla esplendoroso algunos días para ocultarse el siguiente tras nubarrones que hacen retumbar el cielo gris con truenos y relámpagos que asustan a niños y adultos. Así también amanecemos radiantes y vigorosos algunas mañanas, ignorando que en otras permaneceremos en la cama inquietos por las dolencias y los impedimentos. Las estaciones sufren la misma inestabilidad que cualquier período de la vida de las personas. La primavera es tan proclive a los vaivenes atmosféricos como la juventud a la desorientación y el inconformismo. No son extraños los días frescos en verano como los calurosos en invierno. Las canas otoñales pueden brotar tempranamente en la primavera de la vida igual que el furor juvenil en el ocaso de la existencia. Nada es inmutable ni estable aunque se rija por ciclos imparables. Así transcurre abril, inestable como la primavera y poco fiable como la vida misma. Porque todo es transcurrir, simplemente, sin dar nada por establecido. ¡Buen día, y que transcurra bien!

jueves, 26 de abril de 2018

El “perdón” de ETA


ETA, la banda terrorista nacionalista vasca, ha anunciado su pretensión, a comienzos de mayo próximo, de disolverse como organización criminal tras dejar pasar siete años desde su declaración del cese de la “lucha armada”, es decir (dejándonos de eufemismos), de dejar de asesinar a personas inocentes como método para conseguir objetivos políticos, aterrorizando a la población vasca, en particular, y española, en general, durante las más de cinco décadas de su mortífera existencia. Salvo el reguero de sangre de las 853 personas muertas que deja como balance de su macabra actividad, la organización terrorista no ha logrado coronar ninguna de las metas que decía perseguir en su locura criminal. Su legado son recuerdos horripilantes de coches bomba, tiros en la nuca, ejecuciones, secuestros, sabotajes, extorsiones, violencia callejera, miedo y odio. ¡Como para no arrepentirse y pedir perdón!

Vencida en todos los frentes en que se la combatió, desde el policial (captura de comandos y cúpulas dirigentes) hasta el social (cada vez menor apoyo popular) y político (rechazo unánime de los partidos y frente antiterrorista), pasando por el de la financiación (obstáculos a las extorsiones y control de las herriko-tabernas) y el judicial (colaboración con Francia y extradiciones), ETA, a la que se le había ofrecido en diversas ocasiones y por distintos gobiernos (Felipe González, Aznar y Zapatero) un diálogo para que dejara de matar pero que siempre ha despreciado y roto en el último momento –optando por volver a lo único que sabía hacer: seguir matando-, no ha tenido más remedio que cesar su actividad armada, silenciar las armas para finalmente disolverse y entonar un perdón tan forzado y justificativo que a nadie ha gustado y, menos aún, convencido. Es lo que se desprende del comunicado que el viernes pasado difundió en los diarios vascos Gara y Berria, en el que reconoce haber “provocado mucho dolor” y querer “mostrar respeto a los muertos, los heridos y las víctimas” de sus acciones, aunque limita ese perdón a los “ciudadanos y ciudadanas sin responsabilidad alguna” que han sido perjudicados por causa de las “necesidades de todo tipo de la lucha armada”.

Al parecer, ETA considera que existían víctimas que sí eran responsables y, lo que es lo mismo, culpables de su propia muerte. Vamos, que se la merecían. Tal vez se refiera a los miembros de la Guardia Civil, la Policía Nacional, el Ejército y otros funcionarios del Estado que fueron asesinados al ser considerados “objetivos” de los pistoleros de ETA y “dianas” de sus bombas. O, quizás, también aluda a los magistrados y jueces, catedráticos, políticos electos, empresarios y “ciudadanos y ciudadanas” vascos contrarios a la violencia como responsables y merecedores de las consecuencias a las que la banda los sentenció con un tiro en la nuca, una bomba lapa o cualquier otra forma de asesinar. ¿Es eso pedir perdón, haciendo distinción entre las víctimas?

ETA ha sido despiadada y cruel en el medio siglo en que se dedicó a usar la violencia sanguinaria como vía para imponer sus ensoñaciones independentistas y crear una imaginaria nación vasca que incluiría a Euskadi, parte de Navarra y algunos territorios franceses del otro lado de los Pirineos. A tal fin se autoproclamó organización de “liberación nacional” y pretendió justificar sus acciones reescribiendo la historia e inventándose una supuesta invasión española de Vascongadas, cuyo pueblo habría soportado, así, una opresión y un sufrimiento sin límites, males contra los que ETA estaba dispuesta a defenderlo y liberarlo mediante el asesinato y las bombas a mansalva e indiscriminadamente. Desde su fundación en 1958, allá por el tardofranquismo, y la realización de su primer atentado en 1961, hasta el cese definitivo de su actividad armada en 2011, ETA ha sembrado de muerte, odio, enfrentamientos y división, no sólo al pueblo vasco, sino al conjunto de la sociedad española, con un saldo de cerca de mil personas asesinadas, muchas más “exiliadas” de su propia tierra, por haber sido objeto de acusaciones y amenazas, y un número incalculable de familias condenadas a reprimir sus opiniones, guardar un prudente silencio en lugares públicos, evitar relaciones y amistades con el “enemigo” vecinal, hacer alarde de equidistancia e incluso convivir diariamente con sus verdugos para poder vivir “en paz” donde nacieron o trabajaban. Esa es la atmósfera que refleja con escalofriante fidelidad la novela Patria de Fernando Aramburu, de lectura obligada para quienes no vivieron, no conocieron o quisieron ignorar los años terribles del infierno de ETA, una página negra de nuestra historia.

Claro que esos chicos disfrazados de “gudaris” también tenían cómplices que “comprendían” su lucha y se beneficiaban, directa o indirectamente, del “conflicto” que sólo ellos provocaban, como esa parte envilecida aunque minoritaria de la población que los aclamaba y apoyaba en manifestaciones y algaradas; esos partidos nacionalistas o de izquierda radical que mostraban connivencia con los fines de la banda, obteniendo réditos electorales o políticos; esa gente que homenajeaba a los asesinos cuando retornaban o eran enterrados como héroes; esas personas a las que les parecía mucho más insoportable la política de dispersión penitenciaria de los condenados que los crímenes que habían cometido; y hasta algunos de esos jerarcas de la Iglesia católica que mostraban una especial sensibilidad ante el fenómeno etarra en forma de ambigüedad, omisiones e incluso complicidad manifiesta. No es de extrañar, por tanto, que, ante el anuncio de la próxima disolución de la banda, los obispos del País Vasco, el arzobispo de Navarra y el prelado de Bayona (Francia) emitieran un comunicado pidiendo disculpas por el silencio y las “complicidades” eclesiásticas con ETA, pero exhortando “atender las peticiones de los familiares de los presos inmersos en diversas necesidades humanitarias”. Otro perdón que llega tarde y que tampoco parece totalmente sincero en esa equidistancia exquisita de padecimientos humanitarios entre víctimas y verdugos, además de demostrar divergencia con la posición oficial de la Conferencia Episcopal, que dos horas antes había expresado, a través de su portavoz, su satisfacción por la disolución de ETA, indicando que “la gran tarea que queda es la reconciliación” (…) a la que “la Iglesia ha ayudado y seguirá ayudando para que sea posible un clima de entendimiento y convivencia del pueblo vasco y la sociedad española”. Una de cal y otra de arena o, como ellos dirían, una vela a Dios y otra al diablo.

ETA, a la que ni la democracia consiguió aplacar pero sí doblegar (el 90% de sus asesinatos los cometió durante la Transición y en plena democracia), y que va a acabar sus días con el triste “mérito” de ser la última banda terrorista de Europa, pretende ahora, camuflándola en la retórica de un simulacro de disculpa, reivindicar la legitimidad  de su “trayectoria armada” debido a la existencia de un “conflicto político e histórico” con el Estado, que “no debió prolongarse tanto en el tiempo”, y a causa del cual “en estas décadas se ha padecido mucho en nuestro pueblo”. Llegado el momento de su disolución, expresa en el comunicado su “compromiso con la superación definitiva de las consecuencias del conflicto y con la no repetición”, por lo que espera que “todos deberíamos reconocer, con respeto, el sufrimiento padecido por los demás”. Es decir, ETA no admite haber provocado ni infringido el padecimiento “en nuestro pueblo”, como tampoco reconoce como víctimas a todas las personas por ella asesinadas inocente e inútilmente. Exonera y contextualiza la violencia sanguinaria que ejerció, donde la vida humana valía menos que su ideal político nacionalista, en la supuesta existencia de un “conflicto histórico y político” que ella no reconoce haber provocado con el Estado español. Todo es ajeno a su voluntad, por lo que su arrepentimiento es siempre y únicamente parcial.

No cabía esperar otra cosa cuando no se renuncia a proyectos utópicos, que no tienen amparo ni en la Historia ni en las leyes, y no se reconocen los errores cometidos, como matar indiscriminadamente y pretender justificarlo, simplemente, por hacer valer una idea. No se asume la equivocación ni se predica el perdón cuando se cree estar en posesión de la verdad. Los errados son, entonces, los demás, los otros. Es a lo que inducen las creencias, sean religiosas o independentistas: a caer en el sectarismo y ser excluyentes, porque precisan siempre de un “enemigo” contra el que luchar y justificar sus acciones, especialmente si son execrables e irracionales. Y cuando se ha asesinado a más de 800 personas inocentes, con la excusa de las “necesidades de todo tipo de la lucha armada”, no se puede reconocer el gravísimo error cometido ni todo el daño irreparable y el sufrimiento infligido, sobre todo, a las víctimas, pero también a toda la población atemorizada durante décadas por una banda de desquiciados asesinos. De ahí ese “perdón” tardío, insuficiente e hipócrita que entona ETA antes de desaparecer definitivamente del mapa. Son cobardes hasta para reconocer la inutilidad de su locura criminal.

lunes, 23 de abril de 2018

Día del Libro

Hoy es el Día Internacional del Libro y estoy celebrándolo con la mesita de noche abarrotada, como el resto del año, de estas fascinantes obras encuadernadas, que mezclan títulos de literatura, poesía y ensayo, y que reflejan mi gusto ecléctico en la lectura, puesto que en realidad soy de los que leen hasta los prospectos de los medicamentos. Por destacar algunos libros, en este Día dedicado al fruto de Gutemberg y el ingenio del hombre, señalaré los que acabo de leer -y están en proceso de una vuelta a sus páginas para revisar sus enseñanzas (los libros siempre me enseñan algo) y asentar lo subrayado por mí (tengo la manía de subrayar y hacer anotaciones cuando leo)- y los que pacientemente aguardan turno, invitándome constantemente desde sus portadas a que les hinque el diente, es decir, la vista. Son estos:

La obra completa de Miguel Hernández, edición a cargo de J. Riquelme y C.R. Talamás, editorial Edaf.

Ricos y Pobres. La desigualdad económica en España, de Julio Carabaña, editorial Catarata.

Jardín nublado, de Francisco Brines, edición de Juan Carlos Abril, en la colección La Cruz del Sur de la editorial Pre-Textos

Todo lo que hay que saber sobre poesía, de Elena Medel, Editorial Ariel.

Ordesa, de Manuel Vilas, editorial Alfaguara.

La expulsión de lo distinto, de Byug-Chui Han, editorial Herder.

Autorretrato sin mí, de Fernando Aramburu, editorial Tusquets.

Hay muchos otros alineados y amarilleándose con el tiempo en mi biblioteca, en una de cuyas estanterías, a la altura de la vista, descansa un cartel que reza: “Leerse todos los libros del mundo es imposible, pero hay que intentarlo”. A ello dedico instantes felices de mi vida.

sábado, 21 de abril de 2018

Doctor Luis Montes, in memoriam


Acaba de fallecer (el día 19 a causa de un infarto), a la pronta edad de 69 años, el doctor Luis Montes, conocido anestesista del Hospital Severo Ochoa de Leganés (Madrid) que fue injustamente acusado, tras una denuncia anónima, de causar la muerte a enfermos terminales del centro hospitalario mediante sedaciones irregulares. La persona que soportó con dignidad y firmeza aquella carnicería mediática y judicial de la derecha madrileña hasta conseguir, años después, salir absuelto de todas las imputaciones, fue el doctor Montes, por aquel entonces coordinador de Urgencias del hospital madrileño.

Hoy muere la persona, pero su memoria y el recuerdo de su inquebrantable lucha por la Sanidad pública, el derecho a una muerte digna y contra los embates privatizadores en la Sanidad, perdurarán en el tiempo mucho más que las ofensas y el nombre de quienes intentaron desprestigiarlo, con una campaña de linchamiento moral e injurias, para derribar a través de su persona un modelo público sanitario.

Luis Montes, un médico sensible y coherente, era la cabeza visible de un grupo de facultativos madrileños que perseguía una práctica médica de servicio público y carácter progresista. En los cargos de responsabilidad que ocupó durante su trayectoria profesional, apostó porque los hospitales asumieran la realización de abortos, que en aquellos tiempos de ilegalidad se relegaba a clínicas privadas o centros poco fiables, facilitaran el derecho de una muerte digna a los pacientes terminales que así lo dejaran establecido y combatió con denuedo la privatización de hospitales que promovía el Gobierno conservador de Madrid.

Ante la altura moral y profesional del doctor Montes, la expresidenta Esperanza Aguirre (apartada de todo cargo por sus relaciones con la corrupción) y su mamporrero Manuel Lamela, exconsejero de Sanidad, (en empresas privadas como premio por laminar lo público) quedarán en esta infamante historia como autores materiales de unas acusaciones falsas y la cacería de brujas que tuvo que padecer el Jefe de Urgencias del Hospital Severo Ochoa por oponerse, desde sus convicciones y su dignidad, a los arrebatos neoliberales de unos gobernantes sin escrúpulos para privatizar los servicios y prestaciones públicos, como la Sanidad.

Descanse en paz este médico leal que ejerció al servicio de los ciudadanos y al que la Justicia reconoció, demasiado tarde como siempre, que no había actuado mal.

jueves, 19 de abril de 2018

Entre lonas, arena y montes

Estamos en plena semana festiva de Sevilla, los días en los que se celebra la festividad anual de la Feria de Abril, la fiesta grande, divertida, derrochadora y multitudinaria en que la ciudad se transmuta en su doble de casetas de lonas y calles de albero por donde discurren en aglomeración mujeres ataviadas con ceñidos trajes de flamenca y flores en el pelo y pasean jinetes enhiestos sobre hermosos caballos, sujetando con una mano las riendas del animal y apoyando la otra sobre el muslo o asiendo una copa de manzanilla, para que un millón de visitantes participen del espectáculo de beber, cantar, comer y bailar en familia, amigos, conocidos y desconocidos hasta que el cuerpo aguante y el bolsillo lo permita. Es la primera fiesta del calendario con que se da carpetazo al invierno y se inauguran los cielos azules y los primeros calores con el fragor infernal de una calle de “cacharritos” ruidosos que levantan el estómago, tómbolas en las que siempre toca y circos ambulantes con sus enanos, trapecistas y elefantes. También son siete días de atascos imposibles en la ciudad, hoteles repletos de turistas y trenes abarrotados que vomitan visitantes en la estación, atraídos como moscas por los colores, sonidos y aromas de la gran fiesta por antonomasia de Sevilla.

Otros, también muchos en la diversidad, optan por sustituir el bullicio, el ruido y la obligación imperativa del jolgorio y la diversión con el sosiego de una playa inmensa, silenciosa y plácida como el amor de una madre, aprovechando la bondad de una primavera caprichosa. O las caminatas sin prisa entre matorrales y quebradas para entablar diálogo silente con las aves cantoras, las llamadas lejanas de animales que no se ven pero se adivinan o el suave murmullo del viento entre las ramas de los árboles. Incluso para huir al sillón favorito, al abrigo de una habitación en soledad, en el que abandonarse a la lectura siempre dispuesta o la cabezada ocasional, sin que nadie te chille ni empuje.

Son posibilidades de disfrutar estos días, entre lonas, arena y montes, que se nos brinda para quebrar la cotidianeidad rutinaria del año y que cada cual aprovecha a su antojo, mientras la ciudad se entrega por sevillanas y hedonismo a su impetuoso florecer primaveral. Salud y que los disfruten como gusten.

lunes, 16 de abril de 2018

Misiles de distracción

El magnate que habita la Casa Blanca de Washington, que para eso ha ganado Donald Trump la presidencia, anunció a “twitter y platillo” que iba castigar a Siria con “misiles nuevos, bonitos e inteligentes”. Y aseguró que el severo castigo se haría en cuestión de horas en respuesta al ataque que, con gas cloro, el títere que oprime al país árabe había lanzado contra Duma, una población cercana a Damasco, en la que se atrincheraba un reducto rebelde. En el ataque murieron asfixiados niños indefensos, de entre los 40 muertos y centenares de heridos. Las imágenes de algunos de esos pequeños, bañados con mangueras de agua para intentar eliminar los restos del gas, habían dado la vuelta al mundo, despertando el rechazo general. El imprevisible presidente norteamericano aprovechó al vuelo la oportunidad para mostrarse indignado y reaccionar furioso con esa amenaza a Al Assad porque el dictador sirio había hecho caso omiso a su advertencia, de hace sólo un año, de que no sobrepasara la línea roja de hacer la guerra con armas químicas, como ya había hecho más de una decena de veces.

Los 105 misiles Tomahawk mandados por Trump -ni tan nuevos ni tan bonitos, pero sí inteligentes-  cayeron sobre un Centro de Estudios e Investigaciones Científicas, en las afueras de Damasco, donde se producen y fabrican armas químicas, y en dos almacenes militares, en la ciudad de Homs, que se usaban como sendos arsenales para este tipo de armamento. Eran objetivos identificados, conocidos y consentidos hasta la fecha, sin que ninguna inspección internacional de los organismos competentes ni la presión de las potencias mundiales obligaran a su clausura y al abandono de sus actividades fabriles de sustancias letales, excepto un primer ataque intimidatorio, en abril del año pasado, también con misiles, contra una base aérea del Ejército sirio en el desierto, que no llegó a intimidar al dictador guerrero, como los hechos actuales demuestran.

Tras más de siete años de guerra en Siria, donde se lucha en múltiples frentes (local, regional y geoestratégico) y por múltiples actores (Daesh, rebeldes sirios, turcos, kurdos, iraníes, rusos y norteamericanos, todos ellos bajo la estrecha vigilancia de Israel), los que pueden hacerlo decidieron que era inconcebible matar con armamento no convencional –con armas químicas, aunque nada se dice de los barriles explosivos, cargados de metralla, lanzados desde helicópteros), y menos aún cuando el enemigo está prácticamente derrotado y sólo reductos rebeldes se niegan a entregarse. Tras ser gaseados, éstos finalmente se rindieron.

Pero el presidente Trump, que participa en esa guerra multilateral en el bando del dictador (2.000 soldados norteamericanos están desplegados en el país) junto a una coalición inverosímil de aliados que se odian, no estaba dispuesto a perdonar que se le tomara el pelo de manera tan descarada y se dejara pasar esa repudiable costumbre de gasear al enemigo -niños y civiles inocentes incluidos-, sin motivos ni necesidad. Era la ocasión para volver a demostrar su capacidad de liderazgo y firmeza ante un régimen que se comporta con bestial crueldad. Podía ejercer de presidente del país más poderoso del mundo justamente cuando más acorralado se sentía en el ámbito doméstico por la investigación del fiscal especial sobre la trama rusa en su elección. Por eso amenazó según suele, urbi et orbi, en 140 caracteres, sin importar caer en el mismo pecado que criticó en el expresidente Barack Obama, cuando lo acusó de ofrecer ventajas al enemigo por anunciar las represalias que pensaba adoptar su Administración, en 2013, en una situación idéntica. En aquella ocasión, el titubeante Obama, ante las promesas rusas de obligar a Siria a retirar su arsenal químico, acabó desechando las represalias militares. Al final, la promesa rusa fue incumplida y la guerra continuó desde entonces con sus inherentes matanzas y atrocidades, dejando un balance de más de 500.000 muertos entre la población y millones de desplazados de un país en llamas.

El caso es que Donald Trump ha repetido lo que hizo Obama: avisar de una acción de represalia inminente, dando tiempo a que el Ejército sirio abandonara las instalaciones más expuestas al ataque y permitiendo que los rusos, que tienen bases navales y aéreas en el país, enviaran sus acorazados a alta mar y sus aviones fuera del espacio aéreo por el que iban a volar los misiles, no vaya a ser que una bomba descarriada les cayera encima y se liara la de Dios. Después de tales avisos tan disimulados, el comandante en jefe del Ejército más poderoso del mundo dio al fin orden de lanzar un bombardeo limitado y circunscrito a las dianas previstas, sin esperar siquiera a la investigación de los inspectores de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas, que ya estaba en marcha, y sin contar, tampoco, con autorización de la ONU, por el veto ruso en el Consejo de Seguridad, lo que resta legitimidad al anunciado castigo norteamericano, aunque actuase en alianza con el Reino Unido y Francia.

Y, como en otras represalias “quirúrgicas” anteriores, las bombas nuevas, bonitas e inteligentes no han servido para variar el curso ni determinado el final de ninguna guerra o conflicto de entre los que ha decidido intervenir el inefable Donald Trump desde que es presidente twittero de Estados Unidos. Ni la superbomba sobre los talibanes en Afganistán ni las dos veces que ha bombardeado Siria han determinado el curso de esas guerras ni erosionado la capacidad de golpear del enemigo. Los terroristas y los dictadores, una vez despejado de polvo los cráteres que provocan las bombas, siguen a lo suyo, matándose con saña como acostumbran, sangrando el país al que oprimen y haciéndolo retroceder hasta su completa ruina y desolación.

Esta vez, con las bombas de distracción que ha lanzado Trump sobre Siria, la situación en aquel conflictivo país sigue igual, con el sátrapa Bacher el Assad en el poder, ganando la batalla a los rebeldes de la primavera árabe siria y a los terroristas del Daesh, en un revoltijo armado que utiliza para afianzarse, y sin que el protagonismo estratégico de Rusia e Irán sufra erosión en la región. Ello no ha impedido que el presidente norteamericano haya proclamado ufano “misión cumplida”, sin cumplir ninguna misión y sin alcanzar objetivo alguno en un conflicto en el que las fichas de juego continúan en manos de quienes ya las poseían. Eso sí: sus votantes más acérrimos aplauden su audacia y decisión al apretar el botón de unos misiles de distracción.  

sábado, 14 de abril de 2018

República sin memoria

Hoy, 14 de abril, se cumplen 87 años de la proclamación de la Segunda República en España, una fecha que ha sido enterrada en el olvido por los autores y herederos de una sublevación de militares fascistas, encabezados por el general Francisco Franco, que se levantaron contra ella e impusieron una dictadura, tras llevar al país a una cruenta Guerra Civil, que anestesió a los españoles contra el recuerdo de un régimen democrático durante todos estos años.

Todavía hoy, derrotado el franquismo ideológico en las urnas y recuperada la democracia formal, la espesa niebla de la desmemoria y el miedo a la verdad impiden que una Ley de Memoria Histórica rinda tributo a las víctimas que defendieron la legalidad republicana y aquella democracia, siendo sacrificadas, enterradas en fosas comunes, despojadas de su dignidad, represaliadas y condenadas al olvido por los vencedores de una guerra fraticida que tildan de venganza a simples actos de justicia y reconciliación.

La Segunda República española, con todos sus defectos y problemas, constituyó el más noble y serio intento de hacer de España un país moderno, progresista y democrático de todos los del entorno en su tiempo. El voto femenino, los derechos sociales, la laicidad del Estado y la separación de poderes no fueron tolerados por los defensores de privilegios que enseguida se confabularon y combatieron contra ella desde la burguesía, la iglesia, los latifundios de los terratenientes, el poder económico y los cuarteles.

Hasta el presente, más de ocho décadas después, la República como forma de Estado, en un país de ciudadanos libres, comprometidos mediante su voto a gobernarse pacífica y democráticamente, sin tutelas de ningún tipo, ni religiosas ni monárquicas, sigue siendo víctima de los herederos de quienes la derrocaron y la amordazaron con pretensión eterna. Por eso hoy es un día para el recuerdo y el homenaje, siquiera individual, de aquella República de valores cívicos que cimientan nuestra democracia.  

viernes, 13 de abril de 2018

Diésel y lluvia

  
En estos días tan impropios de la primavera, en que los fríos no acaban de irse con el invierno y las lluvias insisten en llenar los pantanos, desbordar los ríos y anegar campos y ciudades, negando a la meteorología su rigor como ciencia y confianza en su autoridad predictiva, globos sonda del Gobierno la emprenden contra un combustible ayer subvencionado por intereses industriales y hoy estigmatizado como veneno del aire. En medio del temporal, los ciudadanos que hicieron caso a las recomendaciones de los concesionarios y a la propaganda gubernamental se sienten víctimas de un engaño mayúsculo parecido a la estafa. Los quieren castigar por adquirir coches contaminantes, que enrarecen la atmósfera y favorecen las enfermedades, que les fueron vendidos con el lacito del ahorro y todos los sellitos recaudatorios de la legalidad cada vez que convino, por intereses compartidos, al Gobierno, a la industria automovilística y a la de la energía y derivados petroquímicos. Tan imprevisibles como el tiempo son los cambios de política de las élites que gobiernan con vaivenes nuestra realidad. Ni los diésel eran la panacea ni la lluvia una bendición para todos, pues solamente resuelven la parte del problema que se dignan a contarnos, ocultándonos toda la realidad. Ya casi hay más daños por la lluvia que por la sequía y más perspectivas de negocio con los propulsores ecológicos que con los carburantes convencionales. Y la culpa no es de los ciudadanos, pero tienen que pagarlo. Quedan -quedamos- avisados.

jueves, 12 de abril de 2018

2001, una odisea inolvidable

El tiempo nos lleva en volandas por la vida sin dejar que apenas nos demos cuenta de su transcurrir hasta que celebramos ciertas efemérides. Es lo que me ha pasado con la película de Stanley Kubrick, 2001: una odisea del espacio, un filme que hace la friolera de cincuenta años fui a ver por primera vez en un cine de mi adolescencia, cuando se estrenó en España, allá por finales de 1969. Ese medio siglo transcurrido es un plazo considerable de tiempo para una película y para una persona, pues hace envejecer a ambas inevitablemente. En este caso, la obra de Kubrick se conserva fresca y sorprendente como el primer día, manteniéndose como referente del cine de ciencia ficción, más “sesudo” que espectacular sin renunciar a los efectos especiales, mientras que yo acuso el paso de los años, acumulando achaques diversos y arrugas en la piel.

Cuando fui a ver la película por primera vez, en mi cabeza bullían ideas y lecturas sobre teorías y explicaciones del mundo y la existencia, libros que devoraba anárquica y atropelladamente. Al cine acudí siendo un adolescente que ya estaba contagiado por la espiritualidad orientalista de Hermann Hesse y su crítica a los valores occidentales, en los que prima el materialismo y el poder del dinero. Y me había asomado a los peligros de Un mundo feliz, guiado por Aldous Huxley, acerca de una sociedad homogeneizada y controladora hasta de las emociones y necesidades de los individuos. E, incluso, andaba enfrascado con el Nietzsche de El eterno retorno y El Superhombre, intentando comprender que “el sendero de la plenitud es curvo porque el tiempo es una perenne repetición en la que todo, incluido el ser, muere y renace continuamente”, o que “el superhombre es la superación del hombre que, tras la muerte de Dios, asume el eterno retorno de la vida”. Pero, sobre todo, estaba fascinado con las ideas del padre Teilhard de Chardin, el filósofo jesuita que proponía una percepción de la evolución en la que tanto la materia como el espíritu logran en todo el Universo mayores niveles de complejidad hasta formar una superconciencia sideral, el llamado Punto Omega.

No es de extrañar, por tanto, que el filme de Kubrick me dejara boquiabierto y me causara una impresión que aún perdura: era la plasmación en imágenes de un compendio de aquellas lecturas e ideas, pues más que aventuras desarrollaba una trama filosófica. Desde la elipsis inicial, que condensa cuatro millones de años de la evolución del primate a los viajes espaciales, hasta el “renacer” del astronauta Bowman, convertido en centinela del Universo como “superconciencia” espiritual, pasando por el monolito precursor y catalizador de la aparición de la vida inteligente, conduciendo al ser humano fuera del planeta hacia una evolución superior, y el desafío de la inteligencia artificial, representado por la computadora Hal 9000 que controla la nave, al adquirir conciencia de su existencia y sufrir una “neurosis” de consecuencias fatales para la tripulación.

Por todo ello, 2001: una odisea del espacio, obra en la que Kubrick invirtió cinco años de su vida, es una película inolvidable y sin precedentes en la historia del cine, que revolucionó la cinematografía de ciencia ficción. Hasta su banda sonora, basada en la música clásica y no compuesta expresamente, guarda tan estrecha relación con las imágenes que ya nadie puede dejar de asociar “Así habló Zarathustra”, de Richard Strauss, con el filme. Pocas películas actuales del género, por no decir ninguna, más allá de la espectacularidad de los efectos especiales digitales que contenga, han llegado aún a superarla y dejar en el espectador tantas inquietudes y reflexiones. Los cincuenta años que han pasado por ella apenas la han hecho envejecer, salvo en algunas transparencias de los efectos especiales que no restan profundidad narrativa y belleza formal al conjunto. Ni qué decir tiene que sigue siendo uno de mis filmes predilectos, hasta el punto de volver a visionarla por enésima vez en cuanto ponga punto final a este artículo.
 
  

martes, 10 de abril de 2018

Titulitis


En España aún no hemos superado la fiebre de la “titulitis”, ese afán por cursar estudios universitarios que enriquezcan la formación y permitan mayores posibilidades de hallar un empleo que nos libere de las condiciones de origen. Durante décadas, familias humildes no dudaron en hacer grandes sacrificios para que algún hijo, al menos, tuviera estudios con los que escapar del destino de privaciones y estrecheces al que, como las generaciones precedentes, estaría predestinado. Con la llegada del desarrollo –económico, el político tardaría más- los padres hicieron lo imposible para que los hijos vivieran mejor que ellos y aspiraran a un futuro halagüeño que, gracias a una carrera universitaria, era factible.

Aquella situación, no obstante, ha evolucionado mucho, y no siempre para mejor. La obligatoriedad de la enseñanza y la posibilidad de becas han abarrotado las universidades. Hasta tal punto se multiplicó el número de graduados que disponer de un título universitario no garantiza, hoy por hoy, la obtención de un empleo, por saturación de la oferta. En la actualidad, muchos titulados soportan una situación de desempleo durante años o desempeñan un trabajo que no requiere los conocimientos adquiridos en una universidad. O, peor aún, hay universitarios que consiguen ejercer su profesión, poniendo en práctica sus conocimientos y formación, pero bajo contratos como becarios o remunerados en categorías inferiores a las que les correspondería por el trabajo que realmente desarrollan.

La verdad es que no existe una fórmula mágica que señale el camino más seguro para conseguir un empleo. Un título no es un cheque al portador para trabajar, ni la falta de esa cartulina certificada por una universidad impide trabajar si la formación, la capacidad intelectual y la experiencia de la persona se adecuan al trabajo buscado. Claro que, también, todo depende de lo qué queremos ser en la vida. Para ser médico, arquitecto o químico, por ejemplo, es obligatorio cursar los correspondientes estudios y obtener el título que faculta al titular como tal. Ese título, empero, no será suficiente para garantizar el trabajo en lo que se ha estudiado, pero es imprescindible para acceder al mercado laboral y profesional con posibilidades de desarrollar la carrera elegida. Estudiar es, en cualquier caso, la vía idónea para materializar unas legítimas aspiraciones, desarrollar al máximo las capacidades y habilidades que se tienen y, en función de las convicciones y valores que nos orientan, enfrentarse a un mundo en el cual, en caso contrario, nos hallaríamos a merced de una ignorancia que nos hace vulnerables a la manipulación y la instrumentalización de cualquier poder social, económico, político, religioso o cultural, y que seríamos incapaces de cuestionar o tan siquiera detectar. Este tipo de titulitis es, simplemente, afán de superación, y es aconsejable.

Cosa distinta son los que se empeñan en obtener títulos académicos con la pretensión de elevarse sobre los demás y vanagloriarse de un supuesto estatus social que los distingue de los que no tienen tales titulaciones. Se trata de una “titulitis” que afecta a aquellos que se creen superiores y supuestamente mejor preparados por poseer una titulación de la que carecen los de su entorno laboral o familiar, aunque ocupen puestos o ejerzan funciones de mayor responsabilidad que ellos con sus diplomas. Se les distingue porque suelen dictar sentencias del estilo: “no sé cómo ha llegado hasta ahí si sólo es…” (completar con la formación del criticado). Y son los mismos que piensan que un máster, por ejemplo, certifica que eres más listo o capacitado que el que no lo posee.

Posiblemente, una actitud semejante es lo que ha empujado a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, a protagonizar un escándalo que pone en entredicho su credibilidad a cuenta de un máster. Nadie entiende cómo una persona con su trayectoria y responsabilidad pone en riesgo su carrera política por un asunto motivado más por la vanidad que le proporciona la “titulitis” que por el supuesto enriquecimiento que puede aportarle a su currículo académico. Una actitud favorecida, además, por esa sensación de impunidad que sobrevuela a las altas esferas para desafiar las normas, los procedimientos y hasta las leyes, gracias a una maraña de relaciones, favores y clientelismo en la que están inmersas las élites de este país.

La señora Cifuentes ha cometido, por lo que parece, irregularidades muy graves por añadir a su formación de Licenciada en Derecho la realización de un máster que no ha cursado en realidad. La investigación periodística de dos medios de comunicación ha revelado múltiples irregularidades y falsificaciones en los datos aportados por la presidenta de Madrid para avalar que realmente cursó unos estudios de posgrado, que exigen 600 horas presenciales. Según revelan los medios y se confirma después, se formalizó la matrícula fuera de plazo (tres meses después de iniciado el curso), el acta de notas de dos asignaturas fue alterada para reemplazar sendos “no presentado” por la calificación de “notable”, dos profesoras afirman que sus firmas han sido falsificadas en un acta que ellas no han firmado, el director del máster reconoce públicamente haber “reconstruido” el acta a instancias del rector, y, finalmente, que no aparece, ni en la Universidad ni en la casa de tan destacada alumna, el trabajo fin de máster (TFM) que debía realizarse para poder aprobarlo. Y como colofón, ninguno de quienes fueron compañeros de clase de Cristina Cifuentes recuerda haberla visto por las aulas ni asistir a los exámenes. En resumidas cuentas, un asunto, más que feo, sintomático de esa patología de la “titulitis” que todavía afecta a personas que no precisan adornar con un título adicional su competencia profesional. O eso creíamos.

Porque la presidenta Cifuentes, empeñada en defenderse a costa de socavar el prestigio de la Universidad y la dignidad de las instituciones, supuestamente cursó ese máster de Derecho Público del Estado Autonómico en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, entre 2011 y 2012. Entre tanto, era nombrada Delegada del Gobierno en la Comunidad madrileña y, tres años más tarde, en 2015, Presidenta del Gobierno de esa Comunidad Autónoma. Para ninguno de esos cargos públicos necesitaba el máster en cuestión, a menos que estuviera preparando con antelación visionaria su currículo para cuando accediera al Gobierno de la Comunidad. No era requisito para su ascenso. Y menos aún cuando, tras los escándalos de corrupción en los que se ha visto envuelto el Gobierno madrileño y los que afectan a otros dirigentes de su partido, Cristina Cifuentes ha pretendido representar la regeneración, la transparencia y la honestidad en una Comunidad que ha visto a una expresidenta dimitir por rodearse de corruptos, y a un expresidente, varios exconsejeros y diversos alcaldes ir a la cárcel por delitos de corrupción. Y que por todo ello, los ciudadanos retiran progresivamente su apoyo al Partido Popular, el partido al que pertenece la señora Cifuentes. De ahí que negar la mayor, pillada en falta, haya sido su primera y errónea reacción. No la han cogido robando, malversando fondos o traficando con contrataciones públicas a cambio de financiación ilegal o sobornos, pero ha sido sorprendida participado de ese hábito corrupto de obtener acreditaciones académicas con amaños y chanchullos. Dejada llevar por la titulitis, no se ha comportado con la honradez y la honestidad que exigía a los demás y de las que pretendía ser ejemplo en política. Ha sido pillada en sus propias contradicciones e hipocresías. Algo muy feo y que le pesará, por culpa de la titulitis patológica que padece.

viernes, 6 de abril de 2018

No me regalaron el título

Cristina Cifuentes
Yo, al contrario que Cristina Cifuentes, me tuve que matricular en el plazo convenido, ir a clases, tomar apuntes, realizar trabajos, asistir a tutorías y presentarme a los exámenes de las asignaturas para poder obtener la licenciatura de Periodismo por la Universidad de Sevilla. Y, al igual que la señora Cifuentes, entonces Delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid, yo también tenía otras obligaciones, trabajaba en la Sanidad pública y tenía una familia a mi cargo. Perno ninguna de esas circunstancias personales, al contrario que a ella, me eximió de acudir a clases ni de los exámenes. ¿Por qué a ella le dieron tantas facilidades, ocupando un cargo político, para obtener un título y a cualquier estudiante sin renombre, mi caso por ejemplo, le exigen seguir todos los procedimientos establecidos, sin excepción?

Ahora, ante las irregularidades del máster que dice haber cursado en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Cristina Cifuentes admite que se matriculó tres meses más tarde de que empezara el curso, que no asistió a las clases y no hizo los exámenes porque se acogió a un tratamiento que le conceden, con “cierta frecuencia” (?), a los alumnos de posgrado que trabajan o tienen especiales circunstancias o responsabilidades. Sin embargo, a mí no me ofrecieron ningún trato especial o distinto, reuniendo, como ella, circunstancias personales un tanto excepcionales a las del resto de  alumnos, salvo unas relaciones con los profesores menos estereotipadas, con algunos hasta amistosas, por aquello de las canas. Por lo que parece, a ella le regalaron el título. A mí no, a mí me lo hicieron sudar y me siento orgulloso de ello. Es la diferencia entre los amaños y el mérito.  

miércoles, 4 de abril de 2018

Otra masacre de palestinos


Israel tiene por norma plantear su enfrentamiento con los palestinos como si de una guerra se tratase, en la que ambos bandos disponen de una capacidad militar equiparable. Pero ello no es así, sino que es un enfrentamiento totalmente desequilibrado que, por enésima vez, ha venido a poner de manifiesto, por si había alguna duda, que del lado hebreo se masacra al palestino sin piedad ni contemplaciones, como si estuviera combatiendo contra un enemigo con una capacidad de fuego poderosa. Y no es así. Allí los que se enfrentan son tanques contra chavales que se defienden tirando piedras, son soldados y francotiradores disparando contra manifestantes civiles que protestan cargados de razones por la ocupación de sus tierras y la opresión a que les somete el Estado de Israel. Y eso es, justamente, lo que acaba de suceder, una vez más, con la marcha convocada el viernes pasado en Gaza para protestar por el 70º aniversario de la creación del Estado hebreo, que se ha saldado con 18 muertos y más de 1.500 heridos por disparos del Ejército judío contra una multitud civil y desarmada.

Con ese balance de víctimas, lo que allí se produjo fue un viernes negro que jalona de sacrificios la historia de Palestina por el derecho a su supervivencia y a vivir en la tierra de sus antepasados. Ello dio motivos para otra masacre de palestinos que las autoridades hebreas tienen el descaro en calificar de acto de legítima defensa por celebrarse a escasos 300 metros de la frontera y suponer, al parecer, una “amenaza” para Israel. El Ejército ya ha avisado que actuará de igual forma (repeliendo con disparos a los manifestantes) ante las nuevas marchas anunciadas y que abrirá fuego contra los que arrojen piedras y se acerquen a la frontera. Causa vergüenza el silencio y la inacción de la comunidad internacional ante una tragedia recurrente y previsible por la violencia con la que actúa Israel. A pesar de los muertos, nadie condena el uso de una fuerza desproporcionada ni la desfachatez de un gobierno que autoriza a su Ejército a disparar de forma indiscriminada contra la multitud de una marcha pacífica. Ningún gobierno europeo u occidental, y menos aún el norteamericano, ha elevado su voz ni convocado el Consejo de Seguridad de la ONU para criticar un capítulo más de la política de aniquilación y limpieza étnica que está perpetrando el Estado sionista contra el pueblo palestino, al que arrincona en territorios cada vez más estrechos que asemejan las reservas indias de Norteamérica. Tal política de ocupación y proliferación de asentamientos judíos, de arrinconamiento territorial y levantamiento de muros que exceden las fronteras establecidas, de control militar y limitaciones a la libre circulación de personas y bienes, y de ejercer una violencia injustificada contra la población civil, tal política de hechos consumados, como decimos, no respeta las resoluciones de la ONU y hace caso omiso de las convenciones para casos de conflicto armado. Es decir, que Israel hace lo que le da la gana contra los palestinos sin que nada ni nadie se lo impida.

Israel se comporta como un matón, actitud que comparte con quien lo arma y lo protege, desde el instante mismo de su creación, en 1947, tras la partición de Palestina en dos estados: uno judío y otro árabe, lo que daba fin al mandato británico que administraba aquellas tierras pertenecientes al antiguo Imperio Otomano. Así nació el Estado de Israel, que los palestinos rechazaron pero que ya aceptan, poblándose con judíos de la diáspora y expulsando a palestinos de un territorio cada vez más colonizado y reducido. Es el comienzo del llamado “conflicto” palestino-israelí que perdura hasta hoy. Y es que, sin ese apoyo incondicional que EE UU le presta, difícilmente podría Israel imponerse en una región rodeado por países árabes y dominar una situación de hostilidad y franca desconfianza entre las partes.

Esa historia de beligerancia llega hasta nuestros días con un Estado sionista que niega reciprocidad a los palestinos para construir su propio Estado soberano, que comparta con un estatuto especial la ciudad de Jerusalén, en virtud del mandato de la ONU y conforme a las fronteras establecidas según resoluciones de la organización internacional que las autoridades hebreas no respetan ni cumplen. De ahí que estén previstas movilizaciones multitudinarias hasta el próximo 15 de mayo, fecha en que los palestinos conmemoran la Naqba o catástrofe que les condujo al exilio. También se manifiestan contra el 70 aniversario de la fundación de Israel y contra la decisión de convertir la ciudad santa de Jerusalén en capital del Estado hebreo. Para añadir leña al fuego, EE UU aprovechará ese aniversario para trasladar su embajada a Jerusalén, mostrando así un apoyo explícito al “matonismo” sionista.

Con tales movilizaciones, los palestinos persiguen dar a conocer a la opinión pública mundial la situación de opresión en la que viven y el derecho que les asiste de regresar a su tierra. De hecho, estas movilizaciones se convocan con el nombre de Marcha del Retorno para exigir que se reconozca el derecho de los refugiados palestinos (entre 6 y 11 millones de personas exiliadas en Jordania, Líbano y Siria) a retornar a su país. Pero es un derecho que Israel no reconoce al considerar que pondría en peligro la identidad judía del Estado, a pesar de que ellos también hicieron un llamamiento a la diáspora judía para repoblar el Estado de Israel. Y es que la pretensión israelí, desde un primer momento, ha sido la de expulsar a la mayor parte de los palestinos de sus territorios, infestándolos de colonias judías e impidiéndoles volver a sus casas.

Cuenta para ello con el beneplácito y la aquiescencia de EE UU, que le facilita todo el armamento que necesita, le financia su extraordinaria maquinaria militar y de seguridad y comparte y consiente su estrategia de imponer los intereses del sionismo aun violando las leyes internacionales y la soberanía de otros estados de la zona. Con Donald Trump en la Casa Blanca, esa relación de complicidad es todavía más estrecha y descarada, al reducir las aportaciones económicas que a través de la ONU se facilitaban como ayudas a la población palestina y permitir sin cuestionar todas las atrocidades cometidas por Israel.
 
Con las manifestaciones previstas pueden derivarse nuevas tragedias, como la del viernes negro del 30 de marzo, por la voluntad de unos de no cejar en la reclamación de sus derechos y el empeño de otros en impedirlo como si se tratara de una guerra, esgrimiendo excusas baldías para usar la fuerza y la violencia. Unos, dispuestos a morir y otros, a matar, sin que nadie lo remedie. Curiosamente, sólo una asociación israelí de defensa de los derechos palestinos, Adalah, se ha atrevido hacer oír su voz para advertir de que “el uso de munición real contra civiles viola la legislación internacional, que obliga a distinguir entre civiles y combatientes”. Ha sido como clamar en el desierto porque nadie parece dispuesto a mover un dedo para impedir otra masacre de palestinos.

Actualización (Sábado, 7 de abril)

Como temíamos, ayer se ha producido otro viernes sangriento en Gaza por el enfrentamiento en la frontera entre manifestantes palestinos y el despliegue militar israelí. Siete palestinos, entre ellos un niño de 16 años, murieron por disparos del Ejército hebreo y se contabilizaron más de 1.000 heridos, de los cuales 293 eran por impactos de bala. Se trata del segundo viernes, de los seis previstos, en que la Marcha del Retorno, convocada por los palestinos para reivindicar el derecho a regresar a sus tierras, provoca una matanza de civiles por parte del Ejército de Israel. Son los incidentes más trágicos desde la guerra con Israel del verano de 2014, y la suma de muertos y heridos continúa...

2ª Actualización (Miércoles, 11 de abril)

A través de las redes sociales se ha conocido un vídeo, grabado por militares israelíes, que muestra a un francotirador del Ejército hebreo que dispara contra un palestino desarmado de los que se manifiestan cada semana en la frontera. La secuencia, que desde ayer inunda las redes, exhibe la frialdad con la que un soldado apunta a varios jóvenes mientras se escucha una voz que le ordena que lo derribe en cuanto lo tenga a tiro. Tras oírse un disparo, un palestino cae desplomado mientras se oyen gritos de admiración y entusiasmo que surgen desde las filas militares: “¡Le ha dado en la cabeza!”, dice un soldado. “¡Vaya videoclip legendario, hijo de puta!”, exclama otro. La cruel ejecución de un civil desarmado que no representa ninguna amenaza demuestra el grado de vileza con la que actúa el Gobierno de Israel en su enfrentamiento contra el pueblo palestino, sin que la ONU ni la Corte Penal Internacional inicien ninguna investigación al respecto. ¿Hasta cuándo?

3ª Actualización (Domingo, 29 de abril)

En el pulso que mantienen los palestinos de la franja de Gaza con Israel, que cada viernes concentra, desde el 30 de marzo pasado y hasta el próximo 15 de mayo, a miles de manifestantes en cinco puntos fronterizos para protestar contra la creación del Estado judío y reivindicar la “Gran marcha del retorno”, es decir, el derecho de regresar a las tierras de las que fueron expulsados, vuelven a producirse muertes de niños y adolescentes árabes por disparos del Ejército israelí. Un menor de 15 años fue abatido el viernes pasado, de un disparo en la cabeza, por un francotirador del Ejército judío. La semana anterior, otro francotirador asesinó también a otro menor de la misma edad. Con ellos, ya son 44 los muertos y más de 5.000 los heridos por la inhumana respuesta del Ejército de Israel de abrir fuego contra manifestantes palestinos desarmados que no representan ninguna amenaza a la seguridad ni a la integridad del Estado sionista.

4ª Actualización (Jueves, 16 de Agosto)

Al cabo de cinco meses de desigual enfrentamiento entre civiles palestinos y militares israelíes, un conflicto que se iniciaba el pasado 30 de marzo con protestas semanales ante la valla que separa Gaza de Israel, y en el que han perdido la vida 160 palestinos por disparos del Ejército hebreo contra manifestantes desarmados y otros 17.000 resultaran heridos, 600 de ellos por impactos de bala, el Estado sionista se aviene, al fin, a aprobar una tregua y el cese de hostilidades, que ha entrado en vigor el pasado día 10 de agosto, poniendo fin, aun de manera precaria y provisionalmente, al peor enfrentamiento registrado en la Franja de Gaza desde el conflicto de 2014. Dos millones de personas viven confinadas en el enclave palestino, de las que dos terceras partes sobreviven gracias a la ayuda que presta la comunidad internacional y de la que se ha desenganchado EE.UU. para empeorar aun más las condiciones de vida de los confinados. Tan crítica es la situación en Gaza que la ONU prevé que la Franja dejará de ser habitable en 2020.

lunes, 2 de abril de 2018

Hurgando en el cerebro


El hombre siempre ha sospechado que en su cabeza se alojaba el control de su cuerpo, que dentro del cráneo se ubicaba el órgano que dirigía todas las funciones y el comportamiento de su ser, a pesar de que en ocasiones creyera que tal labor directriz correspondía al corazón, por ser más evidente su existencia y su estrecha vinculación con la vida. Los egipcios hacían trepanaciones para tratar algunas enfermedades y, cuando fallecía algún faraón, vaciaban la masa encefálica, junto a otras vísceras, para conseguir la conservación momificada del cadáver. Es decir, tenían un conocimiento del cerebro como para extirparlo por consideraciones mágicas. En Occidente se ha pasado de tenerlo como un fluido cuya alteración provocaba enfermedades “nerviosas” a mapearlo en localizaciones cerebrales que determinaban la forma la cabeza, lo que se conocía como frenología craneológica.

Afortunadamente, la ciencia y la investigación médica han avanzado lo suficiente como para tener constancia científica de que el cerebro es el órgano rector del organismo, controlando los aspectos conscientes e inconscientes de nuestro comportamiento. Las sospechas primigenias estaban, pues, fundadas. Aún hoy se sigue hurgando en el cerebro para conocer su funcionamiento y tratar de comprender cómo realiza ese control del cuerpo, en el que interviene eso que hemos dado en llamar “mente”, la facultad que nos permite pensar y elaborar ideas abstractas. Se trata de una historia fascinante en la que interviene la neurología, la neurocirugía, la psicología y la psiquiatría, demasiadas ciencias que intentan descubrir los enigmas y misterios del “segundo órgano más importante del cuerpo”, según el “ranking” de Woody Allen.

Justamente, es de lo que trata un libro ameno, escrito por el profesor Esteban García-Albea, veterano divulgador de la neurología, titulado Su majestad el cerebro, historia, enigmas y misterios de un órgano prodigioso (La Esfera de los Libros, S.L., Madrid, 2017). No es un ensayo para entendidos ni tampoco una novela de entretenimiento, sino una síntesis de divulgación y narrativa (incluye biografías de científicos como Ramón y Cajal, Penfield y otros junto a cuentos breves del autor) con la que consigue atraer la atención de lector sobre la historia, siempre sorprendente y plagada de dogmas, supersticiones y avances científicos, del cerebro, además de enfatizar el lado humano y singular de un órgano que se resiste a desvelar todos sus secretos. Lo dicho, una historia fascinante.

domingo, 1 de abril de 2018

Todo lo que me haces


Me haces despertar hurtándome la posibilidad de quejarme, saludarte o expresarte mis sentimientos cada mañana al levantarme. Me haces no hallar consuelo en unas sábanas siempre frías y mudas. Me haces enfrentarme a un estúpido cepillo de dientes solitario en el cuarto de baño. Me haces apagar luces y cerrar la puerta detrás de mí cuando acudo al trabajo porque de lo contrario dejaría todo abierto. Me haces salir de una casa que pretendió ser hogar sin ningún entusiasmo por regresar. Me haces entregarme al trabajo como terapia que me ayude a olvidar mis preocupaciones y problemas. Me haces perderme en unos aposentos que se han vuelto extraños y vacíos, como esas conchas en las que se oye un mar que no existe. Me haces desbaratar proyectos de vida que habíamos compartido para recuperar otros en los que lo importante vuelve a ser mi salud, mi trabajo y mi familia. Me haces sufrir un dolor insoportable que contribuye a endurecerme y prepararme para la frustración, los desengaños y la desconfianza que todavía puedan sobrevenirme. Me haces olvidarte más pronto de lo que tú tardarás en arrepentirte de la oportunidad que has perdido para moldear tu vida con tus propias manos, con responsabilidad y sin tutelas, junto a quien no ha dudado nunca en mostrarse cómo era y entregarse sin reservas. Me haces ser yo mismo otra vez a pesar de las cicatrices. Y me obligas a replantearme la vida para afrontarla con más ganas y fuerzas, si cabe. Por eso, me has hecho un favor del que jamás podrás disculparte porque esa oportunidad no la tuviste en cuenta. Porque ignoras, en tu egoísmo y ceguera, todo cuanto me haces y te haces. Y lo lamento.