Estamos en plena semana festiva de Sevilla, los días en los que se celebra la festividad anual de la
Feria de Abril, la fiesta grande, divertida, derrochadora y multitudinaria
en que la ciudad se transmuta en su doble de casetas de lonas y calles de
albero por donde discurren en aglomeración mujeres ataviadas con ceñidos trajes
de flamenca y flores en el pelo y pasean jinetes enhiestos sobre hermosos
caballos, sujetando con una mano las riendas del animal y apoyando la otra sobre
el muslo o asiendo una copa de manzanilla, para que un millón de visitantes participen
del espectáculo de beber, cantar, comer y bailar en familia, amigos, conocidos
y desconocidos hasta que el cuerpo aguante y el bolsillo lo permita. Es la
primera fiesta del calendario con que se da carpetazo al invierno y se inauguran
los cielos azules y los primeros calores con el fragor infernal de una calle de
“cacharritos” ruidosos que levantan el estómago, tómbolas en las que siempre
toca y circos ambulantes con sus enanos, trapecistas y elefantes. También son
siete días de atascos imposibles en la ciudad, hoteles repletos de turistas y
trenes abarrotados que vomitan visitantes en la estación, atraídos como moscas por
los colores, sonidos y aromas de la gran fiesta por antonomasia de Sevilla.
Otros, también muchos en la diversidad, optan por sustituir
el bullicio, el ruido y la obligación imperativa del jolgorio y la diversión con
el sosiego de una playa inmensa, silenciosa y plácida como el amor de una
madre, aprovechando la bondad de una primavera caprichosa. O las caminatas sin
prisa entre matorrales y quebradas para entablar diálogo silente con las aves cantoras,
las llamadas lejanas de animales que no se ven pero se adivinan o el suave
murmullo del viento entre las ramas de los árboles. Incluso para huir al sillón favorito,
al abrigo de una habitación en soledad, en el que abandonarse a la lectura
siempre dispuesta o la cabezada ocasional, sin que nadie te chille ni empuje.
Son posibilidades de disfrutar estos días, entre lonas,
arena y montes, que se nos brinda para quebrar la cotidianeidad rutinaria del
año y que cada cual aprovecha a su antojo, mientras la ciudad se entrega por
sevillanas y hedonismo a su impetuoso florecer primaveral. Salud y que los
disfruten como gusten.
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