Hoy es el
Día
Internacional del Libro y estoy celebrándolo con la mesita de noche abarrotada,
como el resto del año, de estas fascinantes obras encuadernadas, que mezclan títulos de
literatura, poesía y ensayo, y que reflejan mi gusto ecléctico en la lectura, puesto
que en realidad soy de los que leen hasta los prospectos de los medicamentos.
Por destacar algunos libros, en este Día dedicado al fruto de Gutemberg y el ingenio del hombre, señalaré los que
acabo de leer -y están en proceso de una vuelta a sus páginas para revisar sus
enseñanzas (los libros siempre me enseñan algo) y asentar lo subrayado por mí
(tengo la manía de subrayar y hacer anotaciones cuando leo)- y los que
pacientemente aguardan turno, invitándome constantemente desde sus portadas a
que les hinque el diente, es decir, la vista. Son estos:
La obra completa de
Miguel Hernández, edición a cargo de J. Riquelme y C.R. Talamás, editorial
Edaf.
Ricos y Pobres. La
desigualdad económica en España, de Julio Carabaña, editorial Catarata.
Jardín nublado, de
Francisco Brines, edición de Juan Carlos Abril, en la colección La Cruz del Sur de la editorial
Pre-Textos
Todo lo que hay que
saber sobre poesía, de Elena Medel, Editorial Ariel.
Ordesa, de Manuel Vilas, editorial Alfaguara.
La expulsión de lo
distinto, de Byug-Chui Han, editorial Herder.
Autorretrato sin mí,
de Fernando Aramburu, editorial Tusquets.
Hay muchos otros alineados y amarilleándose con el tiempo en mi
biblioteca, en una de cuyas estanterías, a la altura de la vista, descansa un
cartel que reza: “Leerse todos los libros del mundo es imposible, pero hay que
intentarlo”. A ello dedico instantes felices de mi vida.
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