miércoles, 28 de febrero de 2018

Mordaza a la libertad de expresión

El sacrosanto derecho a la libertad de expresar y opinar lo que pensamos, un derecho fundamental reconocido no sólo por la Constitución española, sino consagrado incluso por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, está siendo limitado poco sutilmente en España de un tiempo a esta parte. Se viene produciendo un retroceso de la libertad de expresión en tanto en cuanto se constriñe incesantemente el marco en el que es posible ejercer este derecho. Cuando no es la seguridad nacional, es la delicada sensibilidad de algunos lo que coacciona la libre expresión. Y es que cada vez son más frecuentes las imputaciones y las condenas penales a personas o entidades por exponer ideas (a través de artículos, canciones, fotografías, redes sociales, etc.) que, aun pudiendo generar discrepancias y hasta un rechazo generalizado, gozan de la legitimidad de estar amparadas por la libertad de expresión. Sólo así es concebible que la transgresión artística, la provocación e incluso el mal gusto, aunque no los compartamos, no sean constitutivos de delitos sino productos de ese derecho a la libre expresión con que se cuestiona lo establecido y se exploran aspectos y visiones diferentes de la realidad, más allá de los convencionalismos, por mucho que los mojigatos bienpensantes se solivianten y exijan su inmediata represión y castigo.

Es preocupante la dificultad creciente que existe en nuestro país para ejercer el derecho a pensar por libre y a expresar tales pensamientos sin que alguna persona, colectivo o autoridad no se sienta cuestionado, ofendido o atacado y enseguida solicite el silencio de quien osa proferir opiniones tan heterodoxas y controvertidas. Rápidamente, se denuncia ser víctima de un ataque intolerable a los sentimientos religiosos, a la intimidad y hasta de incitación al odio o apología de la violencia que ha de ser inmediatamente castigado. Lo más grave es que los supuestamente ofendidos cuentan a su favor con un Código Penal sumamente restrictivo que posibilita, gracias a normas y sanciones administrativas de nuevo cuño, poder castigar al discrepante y poner mordaza a un derecho inalienable. Herramientas represoras que fueron reforzadas por el Gobierno con la Ley de Seguridad Ciudadana, todavía vigente, que permite “amordazar” cualquier crítica, manifestación incluso de estudiantes o protesta callejera. Es decir, cada vez es más poderosa la capacidad para poner limitaciones y cortapisas a la libertad de opinión y expresión, hasta el extremo de recuperar la vieja censura, esa herrumbrosa pero eficaz hacha que corta por lo sano toda libertad no permitida ni tolerada. Retrocedemos a la época del miedo a la libertad, auspiciado por lo “políticamente correcto”.

Cuán lejos quedan aquellos tiempos en que unos humoristas podían parodiar a un redicho presentador de canción española, al que hacían decir: “¡Qué fea eres, Paca, cabrona!”, sin que surgiera ningún colectivo de pacas ni de cabronas a exigir la reparación de su dignidad ofendida y la eliminación del sketch televisivo. Hoy, tal humor sería impensable. Y no es que nos hayamos vuelto más respetuosos, sino que somos más intolerantes, gracias a la senda que ha abierto el Gobierno con su ley Mordaza para impedir ciertas conductas y manifestaciones que considera críticas con su gestión o alteran el orden público. O atentan contra la “sensibilidad” de determinados y bien instalados colectivos sociales, los cuales imponen “sus” gustos” y prejuicios a la sociedad en su conjunto.

Raro es el día en que no se registra un caso nuevo contra la libertad de expresión. Cuando no es una multa a un joven por hacer un montaje fotográfico con el rostro de un Cristo Despojado, es la condena a un rapero por incitar al odio y hacer apología del terrorismo con las letras de sus canciones. O el secuestro de un libro sobre el narcotráfico en Galicia a instancias de un alcalde local, o la censura y retirada de una obra en la feria de Arte Contemporáneo (ARCO) en la que se calificaba como presos políticos a los encarcelados catalanes. O el año de cárcel a una chica que se burló en las redes sociales del atentado sucedido hace cuarenta años contra Carrero Blanco. Y, así, hasta hacernos con una relación cada vez más larga de limitaciones a la libertad de expresión que, sólo en contadas ocasiones, traspasa el mal gusto para adentrarse en el insulto, las injurias y la calumnia.

Como sigamos por este camino, recortando libertades, limitando derechos y utilizando el Código Penal para reprimir opiniones que contradicen la verdad oficial, cuestionan los cánones establecidos y reniegan de los gustos imperantes, retrocederemos al país gris, monótono y aburrido que creíamos haber dejado atrás gracias a la democracia y el abanico de libertades que nos reconocía. Tal vez sea lo que algunos pretenden, con sus denuncias y sus sensibilidades a flor de piel, pero con seguridad no serán mayoría. Esa mayoría que no quiere que ninguna mordaza le impida su libertad para expresar lo que le venga en gana, tanto si a usted le gusta como si no.

viernes, 23 de febrero de 2018

Satélite espía español

Ayer, día 22, España puso en órbita, con ayuda de un cohete norteamericano, su primer satélite espía. Se trata de un “cacharro” de forma hexagonal capaz de hacer fotografías de la Tierra mediante un radar de apertura sintética (sea lo que sea que ello signifique). También podrá identificar buques en alta mar o hacer mapas de la superficie terrestre de alta resolución sin que las nubes entorpezcan la visión.. Tendrá aplicaciones civiles y militares, por supuesto. No en vano el ingenio estará controlado desde el Centro de Datos de Defensa para rastrear toda la Península Ibérica y aguas territoriales con fines de inteligencia, seguridad, investigación y meteorológicos. Curiosamente, al satélite le han puesto de nombre PAZ, y a partir de ahora, con su ayuda, será más difícil invadir Peregil sin que no nos percatemos o huir a Bélgica y Suiza sin que veamos el flequillo de los prófugos. ¡Chico adelanto!

jueves, 22 de febrero de 2018

La última viñeta


Hoy, la sonrisa matutina con la que la prensa nos saludaba cada día se ha transformado en un rictus de amargura, desolación y orfandad por la muerte del dibujante de humor gráfico más grande, querido e influyente del país durante décadas: el genial Forges. Esta madrugada, sin avisar ni molestar, ha fallecido Antonio Fraguas de Pablo, más conocido por Forges, la firma que aparecía en la esquina inferior derecha de esas viñetas que han acompañado la existencia de varias generaciones de españoles y que hacían de este rancio país un lugar más llevadero y menos intolerante, en el que podíamos reírnos de nuestras manías, de las acrisoladas tradiciones más espantosas y de las preocupaciones y limitaciones que por un instante parecían de chiste.

A partir de hoy nos quedamos huérfanos, como sus Blasillo, Concha, Mariano y demás personajes siempre narigudos, con gafas y miradas sarcásticas, y sin esa válvula de escape que aligeraba la presión de un país, paisaje y paisanaje a punto de estallar, a ratos, o demasiado circunspecto y gris, la mayoría de las veces. Quedan para el recuerdo aquellos “monos” que publicaba diariamente en la prensa, que con un par de trazos constituían un editorial sobre la actualidad mucho más claro y preciso que los elaborados con palabras, y sus inolvidables colaboraciones en La Codorniz, Por Favor, Hermano Lobo y tantos otros semanarios y publicaciones que nos hicieron soportable el final de la dictadura y las incertidumbres de la democracia. Se ha ido un artista que consideraba el humor “un bien democrático”, contribuyendo así al arraigo de la democracia en España. Adiós, Forges, y gracias por hacernos feliz con tus monigotes. Ahora tendremos que aguantar a los de carne y hueso. Descansa en paz, sin esperar el merecido reconocimiento de tus desmemoriados e ingratos coetáneos.

Viñeta que dedicó a su colega Mingote. 

miércoles, 21 de febrero de 2018

Otra batalla: la de la lengua

Ahora que controla la Generalitat de Cataluña, intervenida en virtud del Artículo 155 de la Constitución por la deriva independentista del Ejecutivo regional, el Gobierno central quiere implantar en esa Comunidad el español (o castellano) como lengua vehicular, junto al catalán, en los usos comunicativos cotidianos, tanto en las relaciones con la Administración regional como en la enseñanza. De esta manera, el Ejecutivo conservador de Mariano Rajoy intenta, aprovechando la excepcionalidad de la actual tesitura política, frenar la inmersión lingüística que todos los gobiernos autonómicos de cualquier color (desde la antigua CiU hasta el PSOE y ahora los independentistas) han venido llevando a cabo en Cataluña, y hacer que se cumpla la efectiva cooficialidad de las dos lenguas en aquel territorio. Relegar el español a un uso residual para los no hablantes del catalán nunca ha sido del agrado de los conservadores mesetarios. No hace tanto tiempo que el exministro José Ignacio Wert intentó introducir una alternativa en español a la enseñanza en catalán con su deplorable “reforma” educativa de 2012: Pretendía “españolizar a los alumnos catalanes”. Los efectos de aquella nefasta reforma son de sobra conocidos, pues hasta el Tribunal Constitucional acaba de anular el plan de becas que preveía para garantizar la enseñanza del castellano en Cataluña. Tras aquel fracaso, ahora vuelve el Gobierno a intentar el “resurgimiento” de la lengua española en la Comunidad catalana.

Esta nueva e inesperada iniciativa del Gobierno causa extrañeza por abrir otro frente de confrontación con Cataluña en una materia que es potestad legislativa de la Generalitat. Y es que surge espontáneamente sin ni siquiera responder a una situación especialmente relevante de rechazo o conflictividad por la política de inmersión lingüística que del catalán hace la Generalitat desde el primer día en que se configuró el Estado de las Autonomías y se le cedieron competencias en ésta y otras materias. Una extrañeza alimentada por el hecho de que, ni cuando disponía de mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, nunca impulsó medida alguna para evitar la discriminación y exclusión del castellano en el espacio público catalán. Tampoco se abordó el asunto cuando el presidente del Gobierno de entonces, José María Aznar, presumía de “hablar catalán en la intimidad” para contar con el apoyo parlamentario de los diputados catalanes. Y ello a pesar de que el arrinconamiento del español y su forzosa marginación, sin respetar la cooficialidad de ambas lenguas, fue emprendido desde el primer momento por todos los gobiernos de la Generalitat, en aras de hacer del catalán, no sólo la lengua hegemónica y prioritaria de Cataluña, sino también, y fundamentalmente, para convertirla en el signo determinante de la identidad nacional. Es decir, por convertirla en seña de identidad aun más poderosa y aglutinante que los relatos históricos o las apelaciones a un pueblo “sometido” que no se corresponden con la realidad. De hecho, el idioma es el único distingo diferencial, verdadero y constatable, de la identidad catalana. De ahí, pues, esa política de inmersión del catalán, excluyente y totalitaria.

Pero si, cuando pudo evitarlo, no lo hizo, ¿por qué lo intenta ahora el Gobierno? ¿Por qué cuando está en minoría y no cuenta con apoyos suficientes promueve esta iniciativa? Es posible que ello no tenga nada que ver con los asuntos judiciales que tienen al Partido Popular, un día sí y otro no, sentado en el banquillo de los acusados, ni por las declaraciones de los investigados que abiertamente reconocen la implicación de altos cargos del partido en las distintas tramas de corrupción que se ventilan en los tribunales. Es probable que, cuando más acorralado está el Gobierno y el partido que lo sustenta a causa del frente judicial que le afecta, y más solitario y en minoría se halla en el Parlamento, donde no es capaz siquiera de conseguir apoyos para aprobar los Presupuestos del Estado, tal situación no tenga relación con la apertura de este otro frente de batalla, a causa de la lengua, con Cataluña. Es sorprendente, pero es probable que todo sea producto de la casualidad.

Como también puede ser pura coincidencia que, en el momento en que Ciudadanos, la formación que rivaliza con el partido en el Gobierno por el mismo nicho electoral, consigue mayor confianza en las encuestas por su firme rechazo a las veleidades independentistas de Cataluña, la iniciativa gubernamental parezca surgir con simular maniqueísmo catalanofóbico. Es posible, incluso, que el batacazo electoral de los conservadores en las últimas elecciones catalanas y la conquista como primer partido votado en aquel territorio por Ciudadanos no guarde ninguna relación con la imprevista y sorprendente propuesta del Gobierno. Puede que la reclamación del español como lengua vehicular en Cataluña, en momento tan inoportuno, sea en verdad ajena a los intereses partidistas de ambas formaciones en aquella Comunidad y a los cálculos electoralistas que ya realizan a escala nacional. Todo es posible, pero es muy extraño. 

Porque exigir ahora el uso del español en igualdad de condiciones que el catalán, décadas después de dejar que se imponga la hegemonía del segundo en detrimento del primero, no sólo es hacerlo tarde y mal, sino hacerlo por otros motivos aviesos, no confesados, que en nada guardan relación con la defensa de la pluralidad social y cultural del país ni con la riqueza plurilingüística de España. Ni siquiera con el respeto a la democracia y sus instituciones, gracias a las cuales los gobernados eligen a sus gobernantes y ratifican las políticas que éstos se comprometen aplicar, según sus programas electorales. Tanto en Cataluña como en el País Vasco, y en menor medida Galicia, Baleares y Comunidad valenciana, se prioriza la lengua vernácula del territorio en detrimento del español, sin que ello suponga ninguna discriminación ni afrenta, salvo en casos concretos de intransigencia entre los hablantes de una y otra.

Y por mucho que convenga al Partido Popular abrir otro frente de confrontación con Cataluña que desvíe la atención de los enjuiciamientos por corrupción que le afectan y distraiga al personal sobre qué formación representa con más rigor el nacionalismo español centralista, no cabe duda de que el momento es el más inoportuno para ello. La excepcionalidad de la situación política en aquella Comunidad, con políticos soberanistas encarcelados por quebrantar la ley y proclamar la independencia, otros huidos a Bélgica y Suiza por el mismo motivo, con la población radicalmente dividida, enrabietada y frustrada por el sentimiento identitario, y el funcionamiento de la autonomía suspendido y teledirigido desde Madrid, nada de esto aconseja echar más leña al fuego y anunciar que se impondrá el castellano en los usos comunicativos en una Comunidad con la sensibilidad a flor de piel. A menos que se persigan otros fines y no importe el precio a pagar por empeorar aún más las relaciones y la situación catalanas. En tal caso, me callo. Pero disiento

domingo, 18 de febrero de 2018

Buscándote desesperadamente


Eres mi Susan y te busco desesperadamente. Te necesito siempre a mi lado porque me haces sentir seguro, me infundes confianza como si fueras un bastón en el que puedo apoyarme para no resbalar o caerme, para corregir mi cojera emocional. Cualquier duda te la consulto y cualquier dolor me lo consuelas. Los problemas y las preocupaciones parecen más livianos cuando los afrontamos juntos y encaramos el futuro sin miedo, formando una piña sólida que puede con todo. No hay desafío que contigo no sea asumible, ni derrota que no podamos superar u olvidar entre risas y nuevos proyectos. Las noches las compartimos entre sábanas, confidencias y caricias, y los días nos dan la oportunidad de confabularnos para tener motivos de seguir unidos cada hora, cada minuto, cada segundo. Pero, aunque nos mantenemos inseparables uno junto al otro, los años me han aflorado cierta intranquilidad, un desasosiego imperceptible pero constante. Me han despertado el temor a una soledad a la que no estoy, ni estamos acostumbrados. Un miedo al vacío de una existencia solitaria, sin sentido, sin ti. Por eso te echo constantemente de menos a pesar de que te hallas a mi lado. Como si estuviera buscándote desesperadamente y no te encontrara. Una sensación absurda que sólo con tu mirada se calma. Porque eres mi Susan y no dejo de buscarte desesperadamente.


sábado, 17 de febrero de 2018

Niños violentos, ¿verdugos o víctimas?


Asistimos con preocupación, aunque con escasa sorpresa, a un fenómeno que no por infrecuente es totalmente novedoso: el de la violencia que ejercen niños o adolescentes todavía barbilampiños. No es la primera vez que surge este tipo de conductas agresivas en niños que todavía no alcanzan la juventud pero creen haber superado ya la infancia y, por ende, la sujeción o tutela de sus padres, educadores y adultos. No parece necesario recordar que siempre han existido pandillas de jóvenes que se dedican a patrullar la ciudad haciendo gamberradas y soliviantando la paz y el orden de las almas cándidas. Pero es llamativo el sarampión de noticias actual sobre menores de edad, con la cara cubierta de granos, que optan, en el mejor de los casos, por la delincuencia de pequeños hurtos o, en el peor, por mostrar una violencia y una maldad que evidencian un claro desprecio por la vida, la autoridad, las leyes, la propiedad y la moralidad a la hora de ejecutar sus fechorías. Son menores que roban, agreden, destruyen, abusan y violan a quienes consideran presa fácil para satisfacer sus desviados instintos. Cometen o participan, así, en delitos que constituían episodios aislados o infrecuentes de actos de suma violencia ejercida por niños, a los que no estábamos acostumbrados. Hasta ahora.

Porque ahora, en el plazo de pocas semanas, se han sucedido en España casos de agresiones inconcebibles producidas por niños y jóvenes todavía aniñados, que se comportan precozmente como criminales. Son los casos, por ejemplo, de dos menores de 14 años que, el pasado mes de enero, asesinan a cuchilladas y a golpes a dos ancianos de 87 años, vecinos suyos del mismo barrio, para robarles en su domicilio. También, en la misma ciudad vasca, el de una menor violada, en diciembre pasado, por un grupo de jóvenes, en el que dos de los cuatro implicados eran menores de edad. O el de Jaén, donde niños de 12 a 14 años sodomizan en grupo a un compañero de nueve en el patio del colegio durante el recreo. Incluso el de un exjugador de fútbol de Baracaldo que falleció, también en el último diciembre, tras ser atacado y golpeado por dos menores para robarle en plena calle. Y, un último ejemplo, el de una niña de once años, en Murcia, que dio a luz un bebé cuyo padre era su hermano mayor, joven de edad no especificada. Los ejemplos citados sirven de botón de muestra sobre esa proliferación de casos de desatada violencia ejercida por menores de edad que aflora en los medios de comunicación. Unos comportamientos impropios que causan alarma y preocupación por producirse en un contexto histórico de máxima protección y mayores derechos reconocidos a quienes transitan por la infancia y la adolescencia.

Causa alarma comprobar que, cuando más derechos, atenciones y libertades disfrutan, algunos chavales deciden recorrer el camino de la maldad y la violencia para convertirse en delincuentes. Cuando están, en teoría, mejor formados que antes (con la educación obligatoria) y más consentidos que nunca (menos prohibiciones y privaciones en el seno familiar y social), optan por el delito, sin motivo ni razón. ¿Acaso no tienen posibilidad de evitar lo que les conduce, inevitablemente, a un callejón sin salida de reformatorios, cárceles, castigos y repudio social? No es fácil determinar las causas por las que niños y menores de edad se criminalizan hasta el punto de convertirse en verdugos de la violencia. Psicólogos y sociólogos estudian este fenómeno y apuntan algunas circunstancias que favorecen la aparición de estos brotes de violencia infantil y juvenil en las sociedades modernas.

Es evidente que un primer factor lo constituye el núcleo familiar. Muchos trastornos conductuales en los niños son provocados por un entorno de violencia en el seno familiar y social. Emulan la violencia que sufren o de la que son testigos en su ámbito más cercano. La agresividad en las relaciones familiares y las familias desestructuradas favorecen la deriva radical de los niños hacia la violencia. Máxime si son objeto de maltrato infantil, abusos o cualquier otra agresión, por parte de padres, tutores u otros adultos, que pueden ocasionarles un daño físico o psicológico que altera su salud y desarrollo. No es de extrañar que, en tales casos, estos niños se comporten según lo aprendido en casa o el barrio y repitan la violencia, la falta de valores y los desarraigos con los que han vivido. Y es que es sumamente fácil que, cuando la infancia se desestabiliza, aparezcan los desórdenes y la violencia.

Además, en una sociedad hipersexualizada, en la que asistimos a llamamientos explícitos al sexo, a la violencia y a satisfacer todos tus deseos por parte de la publicidad, la televisión, el cine, el espectáculo y los videojuegos, no resulta descabellado que el niño acabe banalizando no sólo el sexo, sino también la violencia e, incluso, la muerte, si no se le filtran estos mensajes. Sin el contrapeso moral de la familia y el formativo de la educación, el niño no podrá cuestionarse la realidad y los relatos fantasiosos a los que está expuesto constantemente gracias a la publicidad, a esos reclamos emocionales. Más aún si, con la mejor de las intenciones, se le brindan tempranamente, cuando todavía es incapaz de administrarlos con prudencia, instrumentos electrónicos que le facilitan el acceso a todo tipo de información -falsa o verdadera, adecuada a su edad o no-, desde la confidencialidad de su dormitorio (ordenador, televisión) o de su bolsillo (teléfono móvil), conectados permanentemente a Internet.

Por todo ello, no es descabellado pensar que, en muchos casos, los niños exhiben una violencia que es ocasionada por la exclusión social, la desestructuración familiar y la falta de una educación que les permita cuestionar los impulsos que reciben del medio ambiente. Más que verdugos, son víctimas de la violencia con la que conviven. De tal modo que, detrás de cada caso de niño que actúa con maldad y violencia, siempre hay que sospechar del contexto de su vida para hallar alguna causa que explique su comportamiento, no que lo justifique. Y, aunque es posible que existan niños malos por naturaleza, es mucho más probable que la mayoría de ellos sean víctimas de una violencia que se les ha inoculada desde la cuna.

miércoles, 14 de febrero de 2018

No hallo respuestas


¿Qué hacemos mal para que pasen estas cosas? ¿Por qué permitimos estas situaciones? ¿Por qué no reaccionamos como sociedad ante estas imágenes? ¿Tan grave es nuestra atrofia social para que estos hechos no nos muevan siquiera a la compasión? ¿No existen mecanismos para socorrer a estas personas y paliar sus desventuras? ¿Qué les empuja a la intemperie, sin más protección que viejas mantas y unos cuantos cartones? ¿Cuáles son las causas que hacen que una persona acabe “sin techo”, durmiendo en la calle, sin que él mismo ni sus familiares, compañeros del trabajo, amigos, conocidos, vecinos, desconocidos, gobiernos y administraciones, organismos u entidades sociales puedan impedirlo? ¿No se puede hacer nada por evitar que nadie termine tirado en la invisibilidad pordiosera de las aceras?

¿No es posible tener vigilantes, como en cualquier zona azul, para detectar a los desposeídos de familia, trabajo y recursos que acaban abandonados a su suerte? ¿Tan descabellado es disponer de medios policiales para, en vez de multar vehículos, denunciar las circunstancias en que se encuentran los “sin techo” de la calle? ¿Para qué sirven tantos ministerios o consejerías sociales, organismos no gubernamentales, las beneficiencias, la caridad hipócrita de las iglesias y todos los impuestos recaudados con la casilla de “otros fines sociales” que no logran impedir la calamidad de los que carecen de dignidad en la subsistencia? ¿Qué ética impera en nuestra sociedad y qué moral guía a los ciudadanos a la inacción y la desafección humanitarias?

¿A qué deidad elevamos nuestras plegarias y a qué poderosos dirigimos nuestras peticiones para que hagan oídos sordos y permanezcan ciegos a tanta necesidad de ayuda y solidaridad? ¿Hasta cuándo nuestra impasibilidad y la de nuestros gobernantes con una sociedad y un sistema económico que beneficia lo material y olvida lo humano, y cuyo único objetivo son las ganancias y no las personas? ¿Hasta cuándo nos doblegaremos ante tamaña injusticia e inmoralidad que deja tirados en la calle a los que nada tienen, ni siquiera un techo bajo el que dormir? ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué consentimos esto que genera más preguntas que respuestas? ¿Por qué, incluso, ya ni hacemos preguntas ni nos planteamos estas cuestiones? ¿Tan ajenos somos a su soledad y desventura? ¿Estamos libres, acaso, de correr la misma (mala) suerte?
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Nota: Curiosamente, estos sin techo se "acurrucan" junto a las dos instituciones imprescindibles de la sociedad: las entidades bancarias y los hospitales. Fotos del autor.     

viernes, 9 de febrero de 2018

Un “camión” espacial privado

Cohete Falcon Heavy
La astronáutica ha dado un paso más, tal vez decisivo, para transportar cargas al espacio sin tener que depender de las agencias oficiales nacionales (NASA, ESA, Ruscosmos, etc.) que, hasta ahora, monopolizaban el negocio del lanzamiento de cohetes. Un nuevo proveedor de estos servicios, la compañía privada estadounidense Space X, perteneciente al magnate Elon Musk –fabricante de los coches eléctricos Tesla-, ha lanzado con éxito hace poco días, desde Cabo Cañaveral, un cohete capaz de transportar 64 toneladas de carga al espacio, a un precio sensiblemente inferior que la competencia. Se trata del cohete Falcon Heavy, el lanzador más potente disponible en la actualidad, en cuyo desarrollo se han invertido unos 500 millones de dólares, y que representa, a pesar de sus limitaciones, un avance importante en el empeño de esta firma por construir un cohete aún más potente, el gigante BFR (Big Falcon Rocket), pensado para elevar al espacio entre 100 y 140 toneladas de carga en órbita baja. Para hacernos una idea, este futuro cohete sería aún más potente que el legendario Saturno V, que llevó el hombre a la Luna.

Starman "circulando" por el espacio.
El ensayo exitoso del Falcon Heavy tiene, no obstante, una finalidad más propagandística que comercial (sí es que ello puede desligarse), subrayada por el hecho de llevar en sus bodegas y dejar flotando en el espacio un modelo del descapotable Tesla Roadster, de la firma de Musk, con un maniquí enfundado en traje espacial, bautizado como Starman, que deja boquiabiertos a cuantos terrícolas y potenciales extraterrestres puedan contemplarlo. Y es que, de esta forma tan espectacular, la agencia privada Space X ha querido demostrar su intención y capacidad para hacer realidad el proyecto del BFR, cosa que hasta hace dos días se ponía en entredicho.

Impulsores laterales aterrizando
Además, este lanzamiento ha certificado la viabilidad de recuperar y reutilizar los impulsores que se utilizan durante la primera etapa del cohete. Tras el despegue, los dos impulsores laterales del Falcon Heavy se separaron y regresaron a la base de lanzamiento, aterrizando suavemente en dos plataformas al efecto de Cabo Cañaveral. Todo un alarde de tecnología y de credibilidad, a pesar de que el impulsor central, que también debía regresar y aterrizar sobre una barcaza, no logró encender dos de sus tres motores y se estrelló en el mar. Estos tres impulsores de la primera etapa del cohete contenían, en su conjunto, nada menos que 27 motores, que se encendieron sincronizadamente y ofrecieron un impresionante empuje al vehículo, convirtiéndolo en el más potente del mundo, actualmente, por su capacidad de carga. 

Por todo ello, no cabe duda de que el negocio astronáutico cuenta con un nuevo “camión” privado para transportar cualquier carga al espacio y entablar, así una dura competencia con las agencias nacionales. Ahí estará Starman, orbitando alrededor del mundo durante años, para recordárnoslo de manera atrevida, pero simpática.

miércoles, 7 de febrero de 2018

Desaparecen dos revistas

Una de las portadas más icónicas de Interviú
Aunque parezca una incongruencia en quien elabora un blog propio del universo virtual, soy un consumidor, desde mi más temprana adolescencia, de medios de comunicación, pero fundamentalmente en soporte papel y olor a tinta de imprenta. Por ello también mi predilección por los libros físicos, los de celulosa, tinta, hilos y cola, con los que me deleito subrayando y haciendo anotaciones en los márgenes de las páginas, mejor que esas tabletas electrónicas frías, insípidas e inoloras donde todos los textos son igual de silenciosos y apáticos, como pecadores en una iglesia. Me encantan las publicaciones “analógicas” de lectura directa y palpable, no a través de una pantalla. Por eso, aunque no fuera seguidor de ellas, lamento la desaparición de dos revistas legendarias de los kioscos españoles: Interviú y Tiempo. Ambas finalizan su extensa existencia mediática por decisión de la empresa editora, el Grupo Zeta, aburrida de acumular números rojos por la imparable pérdida de difusión, de publicidad y de lectores dispuestos a pagar religiosamente cada semana el precio de un producto que es incapaz de competir con la oferta gratuita que se halla asequible en Internet. No es de extrañar que el editor, obligado a buscar la rentabilidad de su negocio, se deshaga de unas agónicas reliquias en papel y apueste por lo digital. Son las nuevas, pero no últimas, víctimas de una muerte anunciada, que pende amenazadoramente sobre todas las cabeceras que siguen aferradas a la vieja usanza que a mi tanto me satisface.

Desaparecen, pues, tras 42 años en los kioscos, Interviú y Tiempo, dos semanarios que lideraron, cada uno a su estilo, una época gris que empezaba a coger color. Fueron adalides de un nuevo periodismo basado en la investigación, los grandes reportajes y cierto espectacularismo epidérmico cuando todo ello era una rareza prohibida o aún no asumida por unos lectores cohibidos por la larga noche de la dictadura y la censura. Eran revistas nacidas de la Transición y la modernidad que ya, en aquella “primavera” de 1976, asomaban por el horizonte de España. Una fue hija de la otra, porque lo que empezó como suplemento político de Interviú, se emancipó como revista de información en 1982, compitiendo con “Triunfo”, “Cuadernos para el Diálogo” y “Cambio16”, entre algunas otras, que acaparaban entonces el mercado de las revistas “serias” de información política.

Nunca fui lector de Tiempo (sí de las anteriormente citadas), pero recuerdo las famosas portadas de Interviú y sus desnudos, que atraían las miradas de cuantos se acercaban a los kioscos. Hoy lamento mi desinterés por unas revistas que supieron hacerse un hueco y participar en el desarrollo de una sociedad hambrienta de libertad, pluralismo y tolerancia, y que recibió la democracia con la ilusión de un niño el día de Reyes Magos. Interviú y Tiempo llegaron hasta hoy, enfrentándose a los nuevos hábitos de lectura, a la sangría de la difusión, a la crisis económica que afectó especialmente al mundo editorial y a los problemas de una empresa que renuncia seguir perdiendo dinero y apuesta por otras cosas..., pero también a lectores como yo que añoran más que contribuyen a la supervivencia de un producto cultural que forma parte de nuestra formación como ciudadanos de un país libre. Por culpa de todos, desaparecen dos revistas relevantes de la historia periodística de España, justamente cuando hacen falta más voces que cuestionen y denuncien los abusos del poder, de cualquier poder. De ahí mi lamento. 

lunes, 5 de febrero de 2018

¡Malditos jubilados!

Hay declaraciones e intervenciones de miembros del Gobierno, de cualquier gobierno pero especialmente del actual, acerca del problema de las pensiones detrás de las cuales se adivina esta interjección. Veladamente parecen acusar a los jubilados del peso que supone a las arcas del Estado pagar religiosamente su derecho a “la suficiencia económica durante la tercera edad” (Art. 50 de la C.E.). Por lo general, enfocan el asunto como un gasto insostenible que, de seguir así, hará inviable en pocos años garantizar el sistema de reparto por el que se financian las pensiones. Más aun, incluso endosan a los jubilados tener que recurrir al Fondo de Reserva hasta agotarlo para hacer frente al abono de las pagas extras de los pensionistas. Todo un dispendio, por lo que parece.

Para ello esgrimen múltiples causas demográficas y económicas que centran la culpabilidad en los pensionistas y el creciente gasto que acarrean a las cuentas públicas. Por un lado, advierten de que los jubilados son un colectivo cada vez más numeroso y sobreviven como pasivos durante mucho más tiempo, hasta el extremo de invertir la pirámide de edad y hacer que la punta (de jubilados) sea más gruesa que la base sobre la que descansa (nuevas generaciones). ¡Malditos jubilados: no se mueren!, sería la conclusión de este planteamiento.

Por otra parte, se emiten y difunden informes o estadísticas (la última, de la OCDE) que indican que la renta media (pensiones) de los pensionistas de 66 a 75 años es mayor que la renta media (salarios) nacional. Es decir, que cobran más que lo que gana un trabajador hoy en día. ¡Malditos jubilados, viven de lujo!, sería la segunda conclusión tras este dato. Tanto es el dispendio que el déficit que generan las pensiones (diferencia entre ingresos y gastos) alcanza ya cifras astronómicas, en torno a los 18.000 millones de euros, y no deja de crecer, a pesar de que las cotizaciones a la Seguridad Social también remontan a máximos históricos. Esto parece una contradicción, y lo es, pero no se explica lo suficiente porque conviene dejar entrever que es el “elevado” nivel de vida de una cantidad ingente de jubilados lo que quiebra el sistema. Interesa ocultar que son otras las causas (reales) del déficit en las pensiones para, así, poder “criminalizar” a los propios pensionistas del insoportable gasto que suponen y “mentalizarlos” de que acepten sin rechistar la devaluación de sus rentas y la congelación técnica (incremento de sólo el 0,25 % anual) que sufren desde hace años.

Ante todo ello, lo primero que hay que subrayar constantemente, para desmontar el argumento torticero del “gasto” que representan los pensionistas, es que el dinero de las pensiones lo han adelantado los propios jubilados durante sus años de vida activa como trabajadores. No es el Estado el que paga las pensiones, son ellos mismos los que sufragan con sus cotizaciones la “suficiencia económica en la tercera edad”. El Estado, simplemente, administra tal recurso y hace frente a las obligaciones contraídas con los trabajadores cuando alcanzan una jubilación anhelada pero no siempre disfrutada. De todas las estadísticas que periódicamente se publican para advertir de la carga económica que suponen las pensiones, echo en falta la que cuantifique los jubilados fallecidos tempranamente y cuyas cotizaciones quedan en manos del Estado, el cual, como la banca, siempre gana. Del igual modo que se divulga el número de nuevos pensionistas, se debería ofrecer también el de fallecidos antes de los 70 años que alivia el sistema. Y es que no todos los jubilados son “gastos” para la Seguridad Social, algunos constituyen beneficios. ¿En qué proporción y cuantía?

También habría que aclarar en sus justos términos el problema de la longevidad de los pensionistas. Es cierto que la pirámide "invertida" de edad engorda por la cúspide gracias, afortunadamente, a la mayor longevidad de nuestros mayores, que sobreviven una media de 80 años, lo que hace de España el segundo país del mundo de más alta supervivencia. Pero ello debería alegrarnos en vez de representar un problema. Tampoco debiera ser un quebranto para las finanzas de las pensiones, por cuanto significa, grosso modo, que una persona que ha estado cotizando una media de 40 años, disfrutará unos 13 años (desde los 67 a los 80 años de edad) como pensionista. ¿Es demasiado larga esa esperanza de vida para nuestra sociedad y economía? Quienes así lo piensen, deberían exponerlo y aportar propuestas justas y sensatas.

Porque el verdadero problema se da en la base de la pirámide, en esos trabajadores actuales cuyos salarios se han deteriorado considerablemente, sus condiciones laborales han empeorado una barbaridad y los empleos que consiguen resultan, en gran parte, precarios y temporales. Sin estabilidad laboral y con sueldos de miseria es imposible mantener unas cotizaciones a la Seguridad Social en la cuantía y duración que requiere el sistema de reparto de las pensiones. Con un salario mínimo de 825 euros no se puede financiar una pensión media de 920 euros, aunque sean tres por cada pensionista los trabajadores necesarios para que el sistema sea sostenible, ya que esos tres trabajadores no gozan de un salario digno ni duradero. Es precisamente el resultado de una política de austeridad suicida en el mercado laboral, sólo ventajosa para el empresariado y la fuerza del capital,  lo que ha puesto en peligro, no sólo las pensiones de los hoy jubilados, sino también las de los pensionistas de mañana. Así que quienes han convertido en un problema la jubilación han sido los que han impulsado reformas laborales que han precarizado el mundo laboral en España, favorecido y abaratado despidos y depreciado los salarios. Esos políticos que han conseguido que los hijos ganen menos y vivan peor que sus padres son los que han erosionado intencionadamente los cimientos de la Seguridad Social hasta hacerla casi inviable, y ahora claman medidas (curiosamente, fondos privados, progresiva reducción de las pensiones y endurecimiento de las condiciones para jubilarse) para que el sistema sea sostenible.

Y ha sido el actual Gobierno el que, encima, ha metido mano en el Fondo de Reserva de las Pensiones hasta agotarlo y poner en dificultad el abono puntual de las pagas a los pensionistas. Esa “herencia recibida” de más de 66.000 millones de euros de la “hucha” de las pensiones, ha sido “esquilmada” cada año por parte del actual Gobierno para hacer frente al déficit de la Seguridad Social y ajustes del sistema que él había provocado con sus políticas de empobrecimiento del trabajador. Sin ese “colchón” financiero, creado en el año 2000 para combatir los efectos de los ciclos económicos bajos, la “solvencia” de la Seguridad Social se ve seriamente comprometida, y no por culpa de los jubilados ni de los precarios trabajadores que no disfrutan de unas condiciones laborales dignas para equilibrar con sus cotizaciones el sistema.

El panorama futuro es desolador por la progresiva pérdida del poder adquisitivo de las pensiones y por la inviabilidad de un sistema involutivo de reparto, mortalmente herido por unas políticas nefastas que parecen diseñadas para hacerlo quebrar. Hasta el Fondo Monetario Internacional se ha visto obligado a aconsejar al Gobierno modificar este sistema que conduce a las pensiones a seguir perdiendo capacidad de compra, si se mantiene la revalorización de las mismas en sólo el 0,25 por ciento anual. Y es que con unos objetivos de inflación cercanos al 2% hasta el año 2020, como persigue el Banco Central Europeo, queda claro que las pensiones seguirán por la pendiente de la pérdida de valor en relación con el Índice de Precios al Consumo, aunque la ministra de Empleo, Fátima Báñez, asegure que durante la década de 2007 a 2017 los pensionistas han mantenido su capacidad adquisitiva. Cosa que ni los propios pensionistas se han creído. ¡Malditos jubilados, parecían tontos!, podría ser otra conclusión a la que llegase la ministra.

jueves, 1 de febrero de 2018

Febrero el breve

José Manuel Ortega, fotógrafo.
Doblamos la primera esquina del año y avanzamos por un febrero tan breve como imprevisible, capaz de proporcionar días de calor impropio que heladas inoportunas que hacen tiritar a las prematuras flores silvestres del campo. Extraño mes de transición que nos conduce del invierno a la primavera, sin mostrar particular querencia ni por uno ni por otra. Y anodino todo él en la austeridad de sus fechas y la ausencia de color de sus festivos, que sólo como artificio de la modernidad puede contener. Aun en su brevedad se hace extenso como el común de los meses, a los que iguala en desesperación por agotarlo y arrancarlo del calendario. Su única virtud son las imperceptibles señales de un cambio de estación que pronto se materializará en la limpieza de los cielos y la luminosidad de los días. Si no fuera por el ingenio de don carnal, que aprovecha este mes para desfogarse antes de la represión cuaresmal, febrero sería insufrible e insoportable. Ya sólo queda recorrer sus 28 jornadas sin dejarnos abatir por el desánimo o la impaciencia, puesto que el verano se adivina a la vuelta del próximo recodo.