Para ello esgrimen múltiples causas demográficas y
económicas que centran la culpabilidad en los pensionistas y el creciente gasto
que acarrean a las cuentas públicas. Por un lado, advierten de que los
jubilados son un colectivo cada vez más numeroso y sobreviven como pasivos
durante mucho más tiempo, hasta el extremo de invertir la pirámide de edad y
hacer que la punta (de jubilados) sea más gruesa que la base sobre la que
descansa (nuevas generaciones). ¡Malditos
jubilados: no se mueren!, sería la conclusión de este planteamiento.
Por otra parte, se emiten y difunden informes o estadísticas
(la última, de la OCDE )
que indican que la renta media (pensiones) de los pensionistas de 66 a 75 años es mayor que la
renta media (salarios) nacional. Es decir, que cobran más que lo que gana un
trabajador hoy en día. ¡Malditos
jubilados, viven de lujo!, sería la segunda conclusión tras este dato.
Tanto es el dispendio que el déficit que generan las pensiones (diferencia
entre ingresos y gastos) alcanza ya cifras astronómicas, en torno a los 18.000
millones de euros, y no deja de crecer, a pesar de que las cotizaciones a la Seguridad Social
también remontan a máximos históricos. Esto parece una contradicción, y lo es,
pero no se explica lo suficiente porque conviene dejar entrever que es el
“elevado” nivel de vida de una cantidad ingente de jubilados lo que quiebra el
sistema. Interesa ocultar que son otras las causas (reales) del déficit en las
pensiones para, así, poder “criminalizar” a los propios pensionistas del
insoportable gasto que suponen y “mentalizarlos” de que acepten sin rechistar
la devaluación de sus rentas y la congelación técnica (incremento de sólo el
0,25 % anual) que sufren desde hace años.
Ante todo ello, lo primero que hay que subrayar
constantemente, para desmontar el argumento torticero del “gasto” que
representan los pensionistas, es que el dinero de las pensiones lo han
adelantado los propios jubilados durante sus años de vida activa como
trabajadores. No es el Estado el que paga las pensiones, son ellos mismos los
que sufragan con sus cotizaciones la “suficiencia económica en la tercera edad”. El
Estado, simplemente, administra tal recurso y hace frente a las obligaciones
contraídas con los trabajadores cuando alcanzan una jubilación anhelada pero no
siempre disfrutada. De todas las estadísticas que periódicamente se publican
para advertir de la carga económica que suponen las pensiones, echo en falta la
que cuantifique los jubilados fallecidos tempranamente y cuyas cotizaciones
quedan en manos del Estado, el cual, como la banca, siempre gana. Del igual
modo que se divulga el número de nuevos pensionistas, se debería ofrecer también
el de fallecidos antes de los 70 años que alivia el sistema. Y es que no todos
los jubilados son “gastos” para la Seguridad
Social , algunos constituyen beneficios. ¿En qué proporción y cuantía?
También habría que aclarar en sus justos términos el
problema de la longevidad de los pensionistas. Es cierto que la pirámide "invertida" de
edad engorda por la cúspide gracias, afortunadamente, a la mayor longevidad de
nuestros mayores, que sobreviven una media de 80 años, lo que hace de España el
segundo país del mundo de más alta supervivencia. Pero ello debería alegrarnos
en vez de representar un problema. Tampoco debiera ser un quebranto para las
finanzas de las pensiones, por cuanto significa, grosso modo, que una persona
que ha estado cotizando una media de 40 años, disfrutará unos 13 años (desde
los 67 a
los 80 años de edad) como pensionista. ¿Es demasiado larga esa esperanza de
vida para nuestra sociedad y economía? Quienes así lo piensen, deberían
exponerlo y aportar propuestas justas y sensatas.
Porque el verdadero problema se da en la base de la
pirámide, en esos trabajadores actuales cuyos salarios se han deteriorado
considerablemente, sus condiciones laborales han empeorado una barbaridad y los
empleos que consiguen resultan, en gran parte, precarios y temporales. Sin
estabilidad laboral y con sueldos de miseria es imposible mantener unas
cotizaciones a la Seguridad Social
en la cuantía y duración que requiere el sistema de reparto de las pensiones.
Con un salario mínimo de 825 euros no se puede financiar una pensión media de
920 euros, aunque sean tres por cada pensionista los trabajadores necesarios
para que el sistema sea sostenible, ya que esos tres trabajadores no gozan de
un salario digno ni duradero. Es precisamente el resultado de una política de austeridad
suicida en el mercado laboral, sólo ventajosa para el empresariado y la fuerza
del capital, lo que ha puesto en
peligro, no sólo las pensiones de los hoy jubilados, sino también las de los pensionistas
de mañana. Así que quienes han convertido en un problema la jubilación han sido
los que han impulsado reformas laborales que han precarizado el mundo laboral
en España, favorecido y abaratado despidos y depreciado los salarios. Esos
políticos que han conseguido que los hijos ganen menos y vivan peor que sus
padres son los que han erosionado intencionadamente los cimientos de la Seguridad Social
hasta hacerla casi inviable, y ahora claman medidas (curiosamente, fondos
privados, progresiva reducción de las pensiones y endurecimiento de las
condiciones para jubilarse) para que el sistema sea sostenible.
Y ha sido el actual Gobierno el que, encima, ha metido mano
en el Fondo de Reserva de las Pensiones hasta agotarlo y poner en dificultad el
abono puntual de las pagas a los pensionistas. Esa “herencia recibida” de más
de 66.000 millones de euros de la “hucha” de las pensiones, ha sido
“esquilmada” cada año por parte del actual Gobierno para hacer frente al
déficit de la Seguridad Social
y ajustes del sistema que él había provocado con sus políticas de
empobrecimiento del trabajador. Sin ese “colchón” financiero, creado en el año
2000 para combatir los efectos de los ciclos económicos bajos, la “solvencia”
de la Seguridad Social
se ve seriamente comprometida, y no por culpa de los jubilados ni de los
precarios trabajadores que no disfrutan de unas condiciones laborales dignas para
equilibrar con sus cotizaciones el sistema.
El panorama futuro es desolador por la progresiva pérdida del
poder adquisitivo de las pensiones y por la inviabilidad de un sistema involutivo
de reparto, mortalmente herido por unas políticas nefastas que parecen
diseñadas para hacerlo quebrar. Hasta el Fondo Monetario Internacional se ha
visto obligado a aconsejar al Gobierno modificar este sistema que conduce a las
pensiones a seguir perdiendo capacidad de compra, si se mantiene la
revalorización de las mismas en sólo el 0,25 por ciento anual. Y es que con
unos objetivos de inflación cercanos al 2% hasta el año 2020, como persigue el
Banco Central Europeo, queda claro que las pensiones seguirán por la pendiente
de la pérdida de valor en relación con el Índice de Precios al Consumo, aunque
la ministra de Empleo, Fátima Báñez, asegure que durante la década de 2007 a 2017 los pensionistas
han mantenido su capacidad adquisitiva. Cosa que ni los propios pensionistas se
han creído. ¡Malditos jubilados, parecían
tontos!, podría ser otra conclusión a la que llegase la ministra.
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