viernes, 1 de mayo de 2020

Vivencias de un enclaustrado (17)


En esta distopía que estamos viviendo, más cercana a lo narrado por Orwell que a un Estado democrático, vamos a celebrar, aislados en nuestros domicilios, una efeméride que, para colmo, tiene a la mayor parte de su objetivo padeciendo las carencias que justifican su denuncia: derecho a trabajar. Este Primero de Mayo de 2020, Día Internacional del Trabajo, se conmemora en España con cerca de un millón de asalariados acogidos a un ERTE, mientras otros muchos han sido abandonados a su suerte, sin una prestación que los socorra, por haber caído en las redes de estafas laborales (falsos autónomos, contratos por días u horas, etc.) o, simplemente, eran esclavos de ese trabajo en negro que tanto recompensa a algunos empresarios desaprensivos (sin contratos, sin dar de alta en la Seguridad Social, sin derechos, etc.).

Esta es la segunda “festividad” que conmemoramos asomados a los balcones, sin más implicación que la de aplaudir para convencernos que esta “guerra” la ganaremos unidos, como nos alecciona la propaganda. Una guerra ficticia, como en la novela, con la que nos entretienen mientras estamos confinados y nos hacen confiar en un Gran Hermano que vela y decide por nosotros. La vez anterior no me importó, puesto que para celebrar el Día del Libro no había que salir a la calle sino leer, pero, para deplorar las condiciones laborales que todavía soporta una mayoría de trabajadores en nuestro país, hay que gritar en las calles y frente a las instituciones, hay que asistir con pancartas y lemas a las manifestaciones para echar en cara a nuestros gobernantes su condescendencia con el Capital y su desinterés con la fuerza del Trabajo, con el trabajador. Cuando muchos de los palmeros vespertinos exhiben públicamente su queja por no poder disfrutar de semanas santas y ferias emitiendo la música correspondiente a todo trapo, como si todos compartiéramos gustos tan tópicos y desnaturalizados, yo rumio en la intimidad mi malestar por estar enclaustrado y no tener posibilidad, salvo la que me brinda esta ventana virtual, de unir mi voz a la exigencia colectiva de un trabajo digno y decente. Cuanto más falta hace protestar, más amordazados estamos por culpa de un virus microscópico, pero que revela nuestra verdadera condición.  

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