>Desde que lo abandoné siendo niño, siempre tuve irrefrenables deseos de visitar el país en el que había nacido, del que recordaba vivamente el entramado callejero de mi pueblo y momentos luminosos de mi infancia. Pero cuando, tras toda una vida, por fin pude hacerlo,
me sentí extraño, distante de lo que veía, fueran sus hermosos paisajes o el rostro de familiares que me eran desconocidos. Me sentí embargado por una sensación de exiliado, de no pertenencia. Lo curioso es que esa sensación ambigua la he padecido tanto en relación con mi país natal como con el de
acogida. No hay duda de que, en realidad, soy un apátrida del mundo.
>Nunca he estado conforme conmigo mismo. Quería
ser cualquier otro que creyese mejor que yo, desde un bombero a Supermán
pasando por un astronauta o un bohemio. Esa manía de ser distinto me ha llevado
a no ser, en última instancia, nadie, no ser nada, simplemente, un disconforme que no ha cultivado
sus supuestas cualidades. No he podido emanciparme de mi mediocridad.
>Soy apóstata de todas las religiones, incluso de
las paganas, puesto que no he sido bautizado en ninguna ni me han atraído sus teorías de trascendencia, meras supersticiones para crédulos. Por ello, me considero el más
laico de los ateos.
>La lluvia en la noche, esa percusión en medio de la
oscuridad: el más eficaz narcótico para los insomnes y los poetas.
>Decía Chesterton que “a quien no se le ablanda el
corazón acaba ablandándosele el cerebro”. Hay gente por ahí que es enteramente una
gelatina de idiocia y cinismo.
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