Y mientras estamos enclaustrados para sortear al enemigo, pienso
en las rutinas que hemos abandonado, en la cotidianidad perdida de nuestras
vidas, cuando en una semana como ésta los tambores y las trompetas acompañaban a
las procesiones de Semana Santa. Nunca me gustaron, pero echo de menos salir a
la calle para esquivarlas y encontrar amigos con quienes cuestionarlas. Eran excusa
para unas vacaciones cortas o de ocio que cada cual aprovechaba a su manera.
Unos, integrándose en las aglomeraciones religiosas; otros, huyendo de ellas.
Sea como fuere, prefiero la tradición bulliciosa a este confinamiento
obligatorio. Para colmo, estos momentos de negrura se tornan tristes por la
muerte de un viejo “amigo”, que nunca tuve el placer de conocer personalmente,
pero que hizo con su música que mi vida fuera más dichosa y agradable. Anteayer
murió Luis Eduardo Aute, un cantautor virtuoso, un poeta de canciones y un
pintor de música. Este encierro se está llenando de malos recuerdos.
lunes, 6 de abril de 2020
Vivencias de un enclaustrado (10)
Estos días desangelados transcurren lentamente, sus horas parece que, a veces, se detienen, como si se entretuvieran con una mosca que revolotea confinada, como uno, en el salón.
Ni el insecto ni yo sabemos qué hacer, salvo esperar. Aguardar a que las manecillas
del reloj sigan girando con su parsimonia indiferente y anodina. Llevamos ya
cerca de un mes aislados en nuestros propios domicilios y todavía hay que
apurar dos semanas más que el gobierno ha agregado a este encierro infinito. Las
referencias a la guerra, con la que lo comparan para que se nos haga más
llevadero, son inútiles para quienes no la hemos vivido. Hace más de ochenta
años de la última matanza fratricida en España para que sobreviva alguien que
la recuerde. Por eso a todos nos sorprende y angustia permanecer encerrados
tanto tiempo, guarecidos de un enemigo invisible al que nos enfrentamos con
reflejos bélicos. Nos refugiamos en las trincheras de nuestras casas.
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