Desde el siglo X hasta el XIII,
los árabes de Andalucía quedaron embelesados con los jardines del Alcázar, conjunto
palaciego real donde se ubicaba la antigua qubba islámica, cuya
fragancia de jazmines inspiraba al rey poeta, Al-Mutamid, tercer y
último rey abbadi de Isbyliyya, el más conocido de los poetas árabes.
Era hijo de Almutadid o Abad II, que consiguió extender el reino de Sevilla desde
el Algarve portugués hasta Murcia, aunque finalmente tuviera que hacerse
tributario de Fernando I, el monarca castellano que entabla conflicto con el
reino nazarí de Granada para la reconquista de estos territorios. Gracias a un
bellísimo poema, Al-Mutamid había logrado el perdón de su padre tras fracasar
en la conquista de Málaga. No en vano, Al-Mutamid había heredado la afición de
su progenitor por la poesía y bajo su corte, que convirtió en centro de la
cultura islámica del momento, gozaron de gran favor los poetas y literatos,
como Ibn Zaydún, Ibn Ammar e Ibn al-Labbana, quienes celebraban en El Alcázar justas poéticas,
denominadas nawdiyyat y nawriyyat, fiestas para cantar a los
jardines y las flores. Según Ibn al.-Qattá, escritor siciliano que visitó esta
tierra, “ninguno de los reyes de la época llegó a reunir tantos poetas ni tan
admirables e importantes literatos como él”.
Y aunque Al-Mutamid sobresale
entre los poetas andalusíes para convertirse en un personaje idealizado y
mitificado, cuya figura ha sido fuente de leyendas u objeto de novelas (Don
Juan Manuel inmortalizó en El Conde
Lucanor la pasión de Al-Mutamid por su bella e ingeniosa esposa), fueron
muchos los que hicieron de la
Sevilla islámica una meca de la poesía. Nombres como Abd a Kassím Mohamed ibn Hani, más
conocido como Ben Hani, nacido en Sevilla en 936, fue autor de Diwan, considerada una de las mejores
obras poéticas en lengua árabe, Mohammed
ibn al-Hassan ibn Allah ibn Mudchak al-Zobaida, erudito y poeta cuya obra
fue seguida por numerosos discípulos, y tantos otros que jalonaron durante
siglos las cimas poéticas de los andalusíes. Sus voces, como ecos apagados,
pueden percibirse en lo más profundo de El Alcázar de Sevilla, en aquellos
patios primigenios, como el Patio del Yeso, espacio abierto con pórticos en
tres de sus lados, los mayores con arcos en herradura, y el menor, el más rico,
con siete arcos mixtilíneos, transformándose el muro en los laterales en una
filigrana calada de rombos realizados en yeso.
Poeta enamorado
Junto a Almutamid está Rumaykyya, la esclava que
conoció a orillas del gran río y convirtió en la reina Itimad, al hacerla su concubina y esposa. Compartió con su esposo
el poder político y su afición a la poesía. Joven bellísima, esclava de un
arriero, supo ganarse el amor del rey al completar un poema que éste
improvisaba durante un paseo por la ribera del Guadalquivir:
“El viento teje lorigas en las aguas...”
Antes de que sus acompañantes respondieran, una voz surgió
entre los juncos completando el hemistiquio:
“¡Qué coraza si se helaran.”!
Así comenzó a
tejerse la leyenda de la joven Itimad, la esposa del rey poeta andalusí de
Sevilla, cuyo recuerdo inmortaliza ese azulejo que se halla en el Barrio de
Santa Cruz, dedicado a quien se conoció en su época como as-Sayyidat al-Kubra
(la gran Señora).
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