Rato fue vicepresidente segundo para Asuntos Económicos en
la primera legislatura de Aznar y vicepresidente primero durante la segunda
(2000-2004), siendo en ambas el autor de las medidas que permitieron una
recuperación de la economía española, mediante recetas liberales de bajada de
los tipos de interés y el control (momentáneo) de la inflación. Ello supuso
cumplir con la promesa del Partido Popular de sanear las cuentas públicas, basándose
en la rebaja fiscal y las reformas estructurales, medidas que recuerdan la
actual política de Rajoy.
Pero este heredero de una saga familiar de empresarios
asturianos presenta también zonas oscuras que ensombrecen su gestión, allí donde
vaya. Ya su padre y un hermano terminaron en la cárcel por un asunto de evasión
de divisas, bajo la cobertura del Banco Siero, en 1997. En ese primer año como
ministro, Rato se vio implicado en la querella criminal que se interpuso contra
la empresa de su familia, Rebecasa (Refrescos y Bebidas de Castilla, S.A.), por
una fraudulenta suspensión de pagos. Sin embargo, el escándalo de mayor
envergadura en el que se ha visto envuelto ha sido en el “caso Gescartera”, una
agencia de valores que fue intervenida en 2001 por la Comisión Nacional
del Mercado de Valores (CNMV) a causa de una estafa por más de 20.000 millones
de pesetas, una trama que recuerda a la Gürtel de actualidad, por las implicaciones que
supuso para el PP, pero a escala más modesta, y en la que figura HSBC, un banco
que operaba con la sociedad y que concedía créditos en condiciones muy
ventajosas a Muinmo, una empresa participada por su familia.
Nada de ello, sin embargo, eclipsó la imagen de brillante
economista que exhala Rodrigo Rato, hasta el extremo de que, nada más el PSOE
arrebatara el poder al PP, es designado director gerente del Fondo Monetario
Internacional (FMI), un cargo con mandato de cinco año de duración y posibilidad de reelección, que goza del rango
de un jefe de Estado, con derecho a participar en las cumbres de las economías
más desarrolladas (G-8) y en diversos foros mundiales. Pero del que Rato,
sorpresivamente, dimite a los tres años (2007), por razones nunca aclaradas,
aunque existen informes internos que denuncian que el organismo no supo prever
la enorme crisis financiera que estaba gestándose en sus propias narices y que
todavía nos afecta.
Ese es
el Rodrigo rato que aterriza en Bankia para acometer el saneamiento de una Caja
Madrid obligada a “dimensionarse” y adquirir capacidad de financiación ante su
elevada exposición al “ladrillo”. No
dura ni dos años, descubriendo un “roto” de 23.500 millones de euros, casi 4
billones (con b de bestialidad) de las antiguas pesetas, y que deja a España a
las puertas de la intervención europea, lo que tanto teme Rajoy, pero más
cualquier ciudadano, al que todos estos “agujeros” lo empobrecen cada día más.
Así se
teje la brillante alfombra de la reputación de Rodrigo Rato, cubierta de “rotos”
que la deshilachan, aunque continúe siendo sumamente rentable, en vista de los millonarios
beneficios, blindados naturalmente, que proporciona a su propietario y de las
exenciones de responsabilidad con que le protege. Esos sí que son “rotos” y no
los descosidos de la sanidad y la educación que nos quieren hacer pagar, sin
comerlo ni beberlo.
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