En Sevilla, el 1º de Mayo llenó la Puerta de Jerez de gente
con ganas de protestar contra todo eso, contra esta situación y sus
contradicciones, portando las banderas que distribuían UGT y CC OO para
expresar su disconformidad con lo que Mariano Rajoy persiste en aplicar de cualquier
manera: sus reformas de los viernes que empobrecen a la población con la excusa de una
austeridad en las cuentas del Estado que, en palabras de Paul Krugman, es una “doctrina
económica destructiva”, puesto que “la austeridad en plena depresión sólo logra
que la depresión empeore”.
Sin otras alternativas de las que echar mano, ni por parte
del Gobierno –que no admite más objetivo que el de la austeridad- ni de los
ciudadanos –las elecciones quedan muy lejos-, resta el recurso a la pataleta, a
la pacífica manifestación reivindicativa con la que exteriorizar el hartazgo contra lo que se
ha demostrado equivocado e inútil: la sumisión de la política a los mercados.
Es triste celebrar por lo que se carece (ayer, trabajo;
mañana, libertad de prensa), porque pone en evidencia la existencia de unos derechos que,
aunque reconocidos formalmente, no se pueden ejercer plenamente. Por eso, mientras
paseaba entre los manifestantes del 1º de Mayo de Sevilla me embargó el
desconsuelo, a estas alturas del Estado Social, Democrático y de Derecho, por tener que reclamar lo que la Constitución garantiza como
derechos de los españoles y ansié el día en que estas manifestaciones sólo conmemoren
la conquista y disfrute de los mismos.
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