Según el Instituto de Prensa Internacional (IPI, por sus siglas en inglés) -organización creada hace 60 años y que asesora a la ONU-, en lo que llevamos de año (2012) ya son 29 los periodistas asesinados. Antes de llegar a ese extremo, el periodista debe sufrir la censura, la mordaza, la presión del poder, la persecución, las condenas judiciales, la infamia y el desprestigio que buscan dificultar su labor e impedir que su voz sea pública y clara. Antes de llegar a ese extremo, el periodista también es sometido a la precariedad laboral, la escasa remuneración, la humillación profesional y la inmersión en la línea ideológica y editorial de la empresa para convertirlo en “mano de obra” barata y de fácil sustitución, moldeable a las directrices de las corporaciones mediáticas.
Antes de la decapitación, los tiros, el atropello, el envenenamiento, los golpes y las palizas, el misil militar o la bomba, el periodista ha de luchar contra el terror de quien ejerce su poder sin limitación, la manipulación política, la injusticia social, el adoctrinamiento religioso o los intereses económicos y financieros que obstaculizan su función de “cuarto poder”, de vigilancia y denuncia que las democracias precisan para su desarrollo y plena realización, de ser instrumento fidedigno para la conformación de la opinión pública en sociedades complejas y diversas.
Aun hoy, incluso en el llamado “mundo libre”, el derecho a la información es en demasiadas ocasiones vilipendiado y esquivado con los silencios del político y gobernante, con ruedas de prensa sin preguntas, con las imágenes (fotos o vídeos) ya editadas por los partidos, por gabinetes de comunicación que “pastorean” a los medios, por la publicidad, las suscripciones institucionales o las subvenciones públicas que condicionan la viabilidad empresarial y por los temas “tabú” que no son permitidos abordar aunque no sean secretos oficiales.
Todavía hace falta celebrar un Día Mundial por
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