En su Sevilla natal, que dedica calles a cualquier folklórica,
torero o virgen que en nada han destacado por ayudar a los ciudadanos, no se
ponían de acuerdo para nombrar a este abogado laboralista -destacado en la política
nacional para el advenimiento pacífico de la democracia a este país después de una
dictadura autoritaria y sangrienta-, que demostró tener talla de verdadero hombre
de Estado. Será este año cuando, por fin, la ciudad le conceda el título de
Hijo Predilecto en una extraña carambola circunstancial que ha permitido
ponerse de acuerdo a las distintas formaciones políticas que conforman el Ayuntamiento
sevillano. La unanimidad exigida por Felipe González para aceptar dicho
nombramiento hizo imposible el acuerdo cuando la ciudad estuvo gobernada por sus
correligionarios socialistas, debido a la oposición primero del Partido Popular
y Partido Andaluz y luego de Izquierda Unida (comunistas), a pesar de que esta última mantenía
coalición de gobierno con el PSOE de Alfredo S. Monteseirín.
Han tenido que confluir determinadas circunstancias para que
los grupos municipales alcanzasen el acuerdo unánime que permite el reconocimiento
al hijo de la tierra que más altas responsabilidades ha desempeñado en el
ejercicio de la política en España. Pero como buena ciudad ingrata, Sevilla no
acaba de mostrar una gratitud sincera, sino pacata, porque no reconoce como
Hijo Predilecto a Felipe González por haber sido el primer andaluz que consigue
llegar a la presidencia del Gobierno, sino por haber promovido, ahora que se
cumplen veinte años de su clausura, la Exposición Universal
en Sevilla del año 1992, la Expo ´92.
Le honra al actual Alcalde de la ciudad, Juan Ignacio Zoido,
del Partido Popular, haber conseguido finalmente ese nombramiento a tan ilustre
vecino y haber logrado el consenso del resto de fuerzas políticas que lo
posibilita. Es posible que ello se viera facilitado por encontrarse los
socialistas en la oposición municipal e Izquierda Unida en el gobierno de la Junta de Andalucía, en
coalición con el PSOE. Sea como fuere, resulta cuanto menos extraño que la
concesión del título se deba por una de las decisiones de Felipe González en
vez de por la condición que le permitía tomar tales iniciativas, la de ser el
Presidente de Gobierno de España que, además de la Expo , extendió los derechos y
la democracia durante sus reiterados mandatos. Y aunque es cierto que también
existen errores y sombras en su gestión, el conjunto de su obra es
objetivamente meritoria y positiva.
En países con más tradición democrática que el nuestro, a
personajes que ocuparán un lugar destacado en el relato de su historia no
aguardan a la desaparición física de la persona para rendirles el tributo
debido, sin recelos ni reservas. Entre otras cosas, porque una democracia es
precisamente el sistema que concilia la pluralidad de voluntades y opiniones,
aunque sean diferentes, y donde la verdad no es patrimonio de nadie, sino de
todos, surgida del apoyo y la adhesión mayoritaria, pero con respeto a los
discrepantes y las minorías. De ahí que, negarle a Felipe González el mérito de
ser el Presidente de Gobierno que Sevilla ha dado a España, no sólo es de malos
demócratas, sino de miserables. Si además, gracias a la Expo ´92 impulsó la
modernización de una región subdesarrollada, es por lo mínimo para poner su
nombre a una avenida y levantarle una estatua. Como al Papa y la Duquesa de Alba, que ya
tienen todos los reconocimientos que la ciudad otorga, sin ser sevillanos.
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