Apoyarse en la tradición para mantener y fomentar, ahora con
estudios básicos, una práctica en la que se da muerte a un animal por mera
diversión es un argumento falaz. Ninguna apología de la violencia, como la
ablación femenina, maltratar animales o el derecho de pernada, puede admitirse
y mantenerse por el mero hecho de constituir una “tradición”, puesto que en tal
caso se está perpetuando la barbarie. Ni siquiera la posibilidad laboral y el
interés económico justifican costumbres y prácticas que atentan contra derechos
reconocidos a los animales, la dignidad de las personas o los valores de una
sociedad civilizada. Por muy rentable que sea la prostitución y la trata de
mujeres –quizás más “rentable” que las corridas de toros-, no es admisible su
existencia ni consentimiento en función de tales valores éticos y morales.
No hay ninguna necesidad de instaurar un título de
tauromaquia para apuntalar -como advierte Carlos Moya, impulsor de una recogida
de firmas en contra del proyecto ministerial- “una tradición en declive creando
artificialmente un relevo generacional que ya casi no existe”. El progreso de
España no se basa en el mantenimiento de tradiciones arcaicas y bárbaras, sino
en potenciar la más exigente preparación de los jóvenes y posibilitar que la
investigación, el desarrollo y la innovación caractericen nuestro tejido
industrial, tecnológico, científico y cultural. No es derivando fracasados de la ESO hacia la Formación Profesional
para convertirlos en banderilleros o monosabios como compartiremos lugar entre
las naciones más poderosas y avanzadas del mundo, sino ayudando que esos niños
completen sus estudios y participen de los esfuerzos y actitudes que hacen
progresar al país.
Puede que sea más fácil políticamente crear un nuevo título
profesional, de dudosa eficacia laboral pero que contenta a sectores sociales
afines, que potenciar una política de becas en la educación, en cuantía y
extensión, que ayude a la formación de todos los jóvenes. Lo que sí está claro
es que esta iniciativa del ministerio pone de manifiesto la consideración que
le merece al Gobierno la educación de las nuevas generaciones, tras los
recortes y las “reformas” que ha emprendido en el sector: que se dediquen a
matar toros. ¡Olé!
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