La pista de aterrizaje del aeropuerto sevillano está
orientada en dirección Este/Oeste, para aprovechar los vientos de Levante y Poniente
que suelen soplar en esos dos sentidos y que barren la llanura aluvial del
Guadalquivir en la que se asientan aquellas instalaciones. Dependiendo de la
dirección de las masas de aire, procedentes del Atlántico o el Mediterráneo, los
aviones realizan sus maniobras de despegue y aterrizaje de cara al viento, lo
que favorece la sustentación de la nave, haciendo la aproximación desde el Este
(si el viento es de Poniente) o desde el Oeste (si el viento es de Levante). Cualquier
pasajero que arribe habitualmente en el aeropuerto de Sevilla está acostumbrado
ver aterrizar el avión viniendo desde Carmona (Este) o enfilando la pista desde
el Aljarafe y sobre el puente del Alamillo (Oeste), en función de la dirección
del viento. El despegue del A400M se hizo, precisamente, en dirección Este
(hacia Carmona), por lo que levantó el vuelo sobre un club de campo situado
casi en cabecera de pista y de las numerosas urbanizaciones campestres desperdigadas
a ambos lados de la Autovía
de Madrid. Por fortuna, se trata de una zona mucho menos poblada de la que, si
hubiera despegado en dirección Oeste (hacia Sevilla) –como suele ser lo más
habitual-, habría hallado al sobrevolar barrios de la ciudad (Parque Alcosa) o
localidades limítrofes del sector norte de Sevilla (Valdezorras). Entonces las
consecuencias hubieran sido catastróficas. Hay antecedentes que advierten del riesgo: en 1962, un avión que cubría la línea Barcelona-Valencia-Sevilla se estrellaba cerca de Carmona, muriendo sus cuatro tripulantes y los catorce pasajeros que transportaba. Una avioneta, en 2004, se precipitaba contra el suelo en Valdezorras. Y en 2006, una aeronave de la compañía Air Argelie se salía de pista al aterrizar, tras romper el tren de aterrizaje, sin que se produjeran víctimas mortales.
Esta cercanía del aeropuerto a la ciudad, provocado por el crecimiento urbano hasta las mismas vallas del recinto aeroportuario, en vez de comodidad supone un riesgo que se deberá abordar con rigor si en verdad se quieren evitar nuevos percances. Son factores que deberían tenerse en cuenta en la investigación del accidente del Airbus militar siniestrado, a pesar de que, hasta la fecha, no parecían representar ningún peligro inminente para la seguridad de la población. Y hay que replanteárselos porque el aeropuerto de Sevilla seguirá siendo la base desde la que se realicen los primeros vuelos de pruebas de las naves militares que Airbus ensamble en sus instalaciones de San Pablo. Y porque el aeropuerto de Sevilla, por su ubicación en una llanura sin obstáculos geográficos y una climatología benigna la mayor parte del año, también se utiliza para las prácticas de tráfico (aterrizar y despegar sin detener el avión) de los pilotos que deben acumular horas de vuelo y que sobrevuelan el aeropuerto en círculos, aterrizando y despegando tras cada vuelta hasta que completan el horario de instrucción. Todo ello se suma a la actividad comercial de un aeropuerto que ya ha avisado de los riesgos que representa su cercanía a la ciudad de Sevilla. Y aunque es uno de los más seguros del país, no está exento de peligros y accidentes, como el sufrido hace unos días por el avión militar. No es cuestión de confiar siempre en la buena suerte, sino de detectar sus puntos débiles y adoptar cuántas medidas los solventen, con la principal preocupación de proteger vidas humanas, no intereses industriales, económicos o políticos.
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