lunes, 18 de mayo de 2015

Palestina en la encrucijada de la paz


Nunca antes en su agitada historia Palestina había estado más cerca de hacer realidad su sueño como pueblo: convertirse en un Estado sin tutelas y con plenos derechos en el concierto internacional de las naciones. Lo tiene al alcance de la mano si no fuera por esa soga que se lo impide con obstinada ceguera por parte de Israel. Palestina, aún estando confinada en unos territorios que poco a poco se estrechan por la fuerza y las barreras bajo excusa israelí de proteger fronteras y los infestan de colonias sionistas que diluyen su población árabe, está dando pasos contundentes en pos de su reconocimiento estatal por toda la comunidad internacional, justamente cuando el ejercicio de la violencia en la lucha por su existencia ha sido sustituido por la diplomacia y la consolidación de sus relaciones multilaterales. Todo ello arrincona a Israel en el inmovilismo de su intransigencia y en el monopolio de una violencia inconcebible entre países limítrofes y condenados a entenderse. Cuanto más se acerca Palestina al modelo de Estado moderno, pacífico y democrático, más se radicaliza Israel en su obstinación por impedírselo y negar todo reconocimiento.

Ese camino alcanzó una cota de no retorno cuando en abril de este año la Corte Penal Internacional (CPI) admitía el ingreso de Palestina entre sus miembros, lo que confería a la Autoridad Palestrina la posibilidad de denunciar al Ejecutivo israelí ante el organismo internacional por crímenes de guerra y genocidio, obligándolo a reconocer al Estado palestino y respetar sus fronteras de 1967 en los diversos foros internacionales a los que acudan en defensa de sus derechos. Ese espaldarazo de la CPI, que no tiene potestad para reconocer estados, ha sido posible cuando la ONU ha otorgado a Palestina el estatus de Estado Observador, no miembro, en la Asamblea General, lo que en la práctica supone su reconocimiento formal, aunque previo, como un Estado soberano más.

El interminable conflicto palestino-israelí se interna, de este modo, en una encrucijada que pasa por el mutuo reconocimiento entre ambos estados, la garantía de la plena soberanía Palestrina sobre sus territorios, el respeto a las fronteras delimitadas por las resoluciones de 1967 y la firma de acuerdos de colaboración, de no intervención militar y de dirimir cualquier controversia por vía del diálogo y la paz. Más peliagudo resulta el asunto de Jerusalén, ciudad que ambos países reclaman como capital de sus respectivos Estados.

La actitud beligerante del Ejecutivo de Netanyahu, volcado en impedir cualquier reconocimiento de Palestina en el ámbito internacional, facilita curiosamente la estrategia de la Autoridad Palestina y su presidente, Mahmud Abbas, de conseguir ese reconocimiento que Israel le niega. El último en hacerlo ha sido el Vaticano, que no sólo ha anunciado el reconocimiento oficial del Estado de Palestina, sino que el papa Francisco recibe en audiencia al presidente palestino calificándolo de “ángel de la paz”. Algo impensable para un miembro de una organización considerada “terrorista” por parte de Israel. Ello no ha sido óbice para que la bandera palestina ondeara por primera vez en el Vaticano, donde apuestan por la solución de los “dos Estados”.

En cualquier caso, el polvorín en el que se halla envuelta la zona y los intereses estratégicos de las potencias de la región, además de ese terrorismo islamista que los países árabes no saben, no quieren o no pueden sofocar, no ayudan precisamente a la conquista de la paz en Palestina, donde todos “meten mano” con la intención de perjudicar a quienes consideran adversarios o beneficiar a los afines. Sin embargo, si alguna viabilidad existe para solucionar este conflicto, ésta pasa sólo por la encrucijada de la paz, el diálogo y la negociación. Un camino que ya ha emprendido Palestina, a la espera de que Israel lo acompañe en el empeño por convivir pacíficamente como dos Estados limítrofes y amigos. ¿Será ello posible alguna vez?

No hay comentarios: