El segundo asalto electoral del año, tras el primero de la llamada a las urnas en marzo en Andalucía -aún pendiente de que ganadores y perdedores acaten el resultado de los votos-, confirma todos los pronósticos sobre el fin de un bipartidismo puro, el de dos únicos partidos que se relevan el sillón gubernamental donde quiera que se ubique el Poder, y la aparición de otras formaciones políticas que amplían el abanico a cuatro en una especie de bipartidismo impuro, de dos más dos, en el que actuarán de bisagras a la hora de pactar alianzas que hagan posible gobernar en un escenario sin mayorías absolutas. Era lo que estaba cantado de antemano y es lo que ha resultado de las elecciones de hace unas horas. La España de las mayorías hegemónicas ha desaparecido para dar lugar a una España de las minorías que, con voz y voto en el concierto de la pluralidad, viene dispuesta a que se la escuche, tenga en cuenta y se atiendan sus demandas. Tal es la traducción inmediata de lo que acaban de expresar las urnas.
Este 2015 es un año con inflamación electoral que ayer volvió a convulsionar con los comicios municipales y autonómicos. Más de 34 millones de ciudadanos estaban convocados a elegir alcaldes y concejales en 8.122 municipios, a la par que cerca de 20 millones de ellos podían también votar al partido que desean asuma la responsabilidad de gobernar en las 13 comunidades autónomas convocantes. Nunca antes unas elecciones habían sido tan inciertas, tan llenas de incertidumbres, por lo que los nervios de unos y las expectativas de otros apenas pudieron contenerse a lo largo de la campaña electoral. Tanto se jugaban todos en estas elecciones que la formación de gobierno en Andalucía se ha visto obligada a esperar estos resultados para poder formalizar los acuerdos que permitan la investidura de la única candidata que se ofrece a ello: la de la socialista Susana Díaz. Allí, ahora sí, tras tres votaciones en contra, a la cuarta será la definitiva.
Y los resultados de ayer no dan lugar a equívocos. Emerge la España de las minorías, de los matices, de la variedad de puntos de vista, de la verdad fragmentada en versiones que deben ceder y acordar para, mediante el diálogo, satisfacer los intereses de todos, de la mayoría. Se acabaron los rodillos parlamentarios y las mordazas a toda discrepancia y cualquier disenso. Se cerró el ciclo de las verdades indiscutibles y las imposiciones dogmáticas de los partidos hegemónicos con instintos absolutistas, para abrirse una nueva era determinada por la política de verdad, la que dialoga, argumenta, convence y pacta para buscar acuerdos que beneficien al interés general, no el particular de quien gobierna. Por fin las minorías, en las que todos los votos son útiles, consiguen la representación de su pluralidad y pueden aportar criterios más cercanos a los ciudadanos, a los problemas cotidianos de la gente, a las necesidades que atender antes que las grandes cifras macroeconómicas que interesan sólo a los mercados, de centrar el foco en las personas y no en el dinero y la lógica del capital, y en gobernar con equidad y transparencia, no para los poderosos y las élites.
Tal parece la tendencia surgida de las urnas, en la que la gran "mancha azul", que hace cuatro años se extendió por todo un país atemorizado por la crisis, se torna variopinta y multicolor en la búsqueda de soluciones que de verdad alcancen a los ciudadanos. Ayer se quebró el monopolio del Partido Popular, ganador aplastante de aquellas elecciones, al incumplir sus promesas, socorrer a la banca y abandonar en la orilla a los desfavorecidos, legislando para las empresas y contra los trabajadores, desmantelando derechos y saqueando recursos, como el fondo de las pensiones, para saldar deudas de los especuladores y de aquellos sectores, como el financiero, que han provocado la ruina de la población, el empobrecimiento de la gente. La corrupción y los recortes le han pasado factura.
En municipios y comunidades autónomas se ha producido un cambio profundo, una nueva forma de entender la política, menos mesiánica y si se quiere más desconfiada: aparecen las minorías, la voz de los descontentos, y avisan de que, en las próximas elecciones legislativas de otoño, esa tendencia se acentuará aun más, la queja será más contundente. Queda avisado el actual Gobierno de la Nación, obsesionado en ajustes que empobrecen a los humildes pero alivian la cuenta de resultados de los pudientes y de los grandes conglomerados, de los que piensan que un trabajador, un sueldo o un derecho sanitario, educativo o social son gastos insostenibles, no esas tarjetas opacas que remuneran su avaricia.
Toca la hora de dialogar y responder a las demandas reales de los ciudadanos, que no piden mucho en su sensatez, pero repiten el grito eterno de antiguas revoluciones: pan, tierra y libertad, que en la actualidad se traduce por trabajo, casa y derechos sociales, justo lo que el Gobierno ha socavado y hasta negado con tal de ganarse el favor del Capital, con el que las "ingenierías financieras" facilitan medrar y abrir cuentas en Suiza, patria de los patriotas con fortuna. ¿Y aun se extrañan de los resultados? Han resultados ser los que vaticinaban las encuestas y que ahora confirman las urnas con veredicto inapelable. Pierde el Partido Popular, más de tres millones de votos, donde más descarada ha sido su gestión, mayores tropelías ha cometido y más escándalos ha protagonizado. Pierde esa mayoría absoluta que lo facultaba, en creencia errónea, a hacer lo que le daba la gana, y ganan los que estaban hartos de aguantar tantas mentiras y tantos atropellos contra los de a pie, los indefensos y vulnerables de la sociedad. Ganan las minorías en esta España dispuesta a afrontar con civismo un nuevo ciclo de la democracia. Habrá que tenerlo en cuenta, en función de estos resultados. Marcan una tendencia en la que sobran la soberbia y la intransigencia y faltan el diálogo y la transparencia. Como describe Errejón, líder de Podemos, nada más conocerse los resultados: "España es un país diferente después de que entren nuevos partidos". Confiemos que para bien.
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