sábado, 12 de agosto de 2017
Despacito
La calma, el hacer las cosas despacio, sin prisas ni agobios, es una virtud que pocos consiguen asumir, salvo en contadas ocasiones. Siendo incluso de natural calmos, lentitos en reacciones y en capacidad de entendimiento, acabamos por lo general dominados por esa constante de nuestro tiempo, la velocidad y la instantaneidad en cualquier asunto, cualquier apetito, cualquier exigencia. Todo ha de ser ya, para ayer, consumido enseguida, sin demora. Nada dura mucho tiempo, ni siquiera se diseña para perdurar, sino con la obsolescencia programada en su funcionamiento para que sea sustituida inmediatamente por otra nueva, más moderna, más rápida, más eficaz aunque sirva y haga lo mismo que la anterior. Intuimos que hacer las cosas o comportarse con tranquilidad es bueno y necesario, pero no podemos evitar correr, adelantar al lento, ponernos nerviosos con los que se entretienen demasiado, con los que se paran por nada y en cualquier sitio, con los parsimoniosos. Pretendemos aprovechar todas las oportunidades con el vértigo de no disponer tiempo suficiente, lo que nos impide disfrutar o apreciar con detenimiento ninguna de ellas. Nos precipitamos en todo lo que hacemos, acostumbrados a correr sin desmayo. Hasta lo que escribimos, por pura diversión, apenas es reelaborado porque enseguida ha de ser publicado. Como este comentario, que de despacito tiene sólo el título. Y se nota, a pesar de que tiendo a la indolencia.
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