Todavía no ha finalizado el verano, ni siquiera el mes de
agosto, y el número de mujeres muertas por violencia de género supera ya la
cifra del mismo periodo del año anterior. Más de 40 mujeres han sido asesinadas
en estos ocho meses de 2019, 12 más que las del curso anterior. Y la macabra
lista no deja de crecer. Superan ya el millar las víctimas, desde que se iniciara
el recuento en 2003, de este tipo de violencia machista que se ceba sobre la
mujer. Y el verano, al parecer. es una estación “mortal” para ellas, y no
precisamente por el calor, sino por ese comportamiento criminal que impulsa a
determinados hombres a acabar con la vida de su pareja o expareja. Además, 23
menores de edad han quedado este año huérfanos y, probablemente, traumatizados
por culpa de un agresor que no sólo destroza un hogar, sino que arrebata la
vida al componente más necesario en una crianza: la madre. Desgraciadamente, los
hijos se convierten también en víctimas de esa mentalidad machista y violenta
que llega hasta el feminicidio cuando no puede mantener una relación
sentimental, como no sea con amenazas, opresión y abusos, con su pareja, y ésta
decide romperla. La mayor parte de las mujeres asesinadas estaba en trámites de
separación, había conseguido el divorcio o dado por finalizado un noviazgo.
No se trata, por tanto, de un problema de violencia doméstica o intrafamiliar, como pretende catalogarlo eufemísticamente la ultraderecha, sino
de estricta violencia machista. No se matan entre sí, tanto hombres como mujeres.
Es el hombre el que ejerce violencia contra la mujer y la asesina, simplemente,
por no dejarse utilizar como un objeto a su disposición y rebelarse contra la
humillación a que se la somete. Reconocerlo no es ideología, sino pura constatación
de la realidad. Lo demuestra empíricamente el Estudio Mundial sobre el
Homicidio 2019, elaborado por la ONU, cuyos datos demuestran que el 90 por
ciento de los homicidios de mujeres los comete el hombre. Y esclarece que son ellas,
las mujeres, las que “soportan la mayor carga de los homicidios cometidos por
sus parejas íntimas y por su familia”. Hablar, pues, de protección a la mujer y
de feminismo (igualdad) no es ideología de género, sino de derechos y respeto de
las personas, además de justicia a las víctimas de un tipo de violencia particular
insoportable: la que se ejerce sobre la mujer por parte de ese machismo que
todavía ciega a algunos hombres hasta convertirlos en asesinos.
Pero, lo que es aún más grave, no toda la violencia de
género es contabilizada en las estadísticas si el asesino no guarda una relación
sentimental con sus víctimas, si la violencia no está provocada por sus parejas
o exparejas. Es el caso de Diana Quer y tantas otras, asesinadas por el solo
hecho de ser mujer y cruzarse en el camino de un depravado machista, sediento
de sexo y sangre. Se persigue, por tal razón, ampliar el espectro de la
violencia machista para que contemple la que se produce más allá del ámbito de
la pareja o expareja, cosa que ya incluye el Pacto de Estado contra la
Violencia de Género, pero que todavía no tiene desarrollo legislativo ni judicial
que permita tenerlo en cuenta.
En cualquier caso, la mate un familiar o un extraño, lo
determinante es que la mujer es víctima de una violencia machista que resulta
de la desigualdad y los estereotipos de género que aún prevalecen en nuestra
sociedad, tan patriarcal, misógina y machista como anhela la extrema derecha y el
conservadurismo más rancio y trasnochado de un sector tradicional de la misma. Una
mentalidad y unas costumbres que hacen del hogar el lugar más peligroso para la
mujer, y del verano, como el actual, la estación más mortífera para su vida. Es terrible
la estampa de una mujer -madre, hija, pareja, expareja o desconocida- asesinada
durante el verano -o cualquier otra época del año- por un hombre todavía
culturalmente dominado por un machismo troglodita. Debemos corregirlo como sea,
ya: los políticos, legislando leyes igualitarias; la justicia, aplicando leyes de protección a la
mujer; y los ciudadanos, votando en contra de los que banalizan y menosprecian la
violencia de género y la igualdad de la mujer. Todos podemos hacer más por
erradicar esta lacra.
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