Has enfilado el verano siguiendo la cuesta que los demás han recorrido perseguidos por la multitud. No podías dejar de correr si querías huir de quienes te acorralaban en cualquier dirección posible. Los empujones y los resbalones se sucedían en cada curva de la carrera hasta que, a trompicones, entraste en el redondel de cegadora luminosidad. El ruido te permitió escuchar brevemente las pisadas que dejaban una huella más en aquel mar circular de infinitas huellas. Nada era virgen pues otros ya habían ocupado el lugar que hoy tú exploras como si fuera la primera vez. De repente un pájaro sobrevuela la fantasía de un recuerdo, de una melodía. Y te paras en seco en medio de las vacaciones para recuperarla. La manada te arrolla pero tú permaneces un instante sumido en la nostalgia, como si habitaras solitario una tierra de pájaros, sin nadie que guíe tu vida ni conduzca tus pasos. Un lugar de libertad surgido al son de una musiquilla antes de continuar huyendo del calor y de lo establecido. Un espejismo de la canícula en pleno San Fermín.
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