A raíz de la aprobación de una ampliación del gasto en el Presupuesto estatal de EE.UU., los dos grandes partidos norteamericanos, Demócrata y Republicano, andan dirimiendo una confrontación ideológica que, de no acabar en acuerdo, llevará al país a la suspensión de pagos, lo que sin duda afectará a las demás economías, ya de por sí deterioradas, de los países periféricos, como España. Que la primera potencia mundial no pueda asumir sus compromisos financieros, cayendo en una quiebra, es algo que afectará a toda su zona de influencia, prácticamente el mundo entero, en el que se desenvuelve y expande el mercado norteamericano. No en balde la moneda USA es el patrón monetario internacional y la pérdida de esa referencia significaría el principio del declive, medido en décadas, del imperio yankee tal y como lo conocemos en la actualidad. No hay que olvidar que otras potencias emergentes, como China y en menor medida Brasil, están dispuestas a sustituir en el mundo el liderazgo que EE.UU. ha mantenido durante el último siglo. Y esos liderazgos se erigen sobre la capacidad económica, de la que se deriva la militar y todas las demás, que tales imperios pueden generar. No sería la primera vez que veríamos languidecer uno de ellos, como en su día fue la extinta Unión Soviética, o, adentrándonos en la Historia, los imperios de España, Inglaterra, Roma, Egipto, etc. Durante siglos dominan el mundo que conocen hasta que, más por contradicciones internas que por enemigos externos, se desintegran y vienen a ser sustituidos por otros con renovada pujanza.
EE.UU. está dando muestras en los últimos años de cierta debilidad para afrontar sus compromisos económicos, militares y culturales como superpotencia. Las guerras en las que se halla sumida para mantener su hegemonía mundial son cada vez más difíciles de mantener sin recurrir a alianzas -a la fuerza obligan- con países “amigos” entre los que repartir gastos y cargas. Incluso su primacía en el espacio ha sido superada al abandonar los vuelos de los transbordadores espaciales, otra vez por problemas económicos, para dejar en manos de Rusia los vuelos tripulados a la Estación Orbital Internacional.
La punta del iceberg de todo este declive sería la bancarrota de las cuentas estatales de EE.UU. Bien es verdad que se trata, como decíamos al principio, de discusiones ideológicas para orientar las partidas de gasto, pero tal discusión evidencia los problemas para disponer de recursos con los que gestionar el imperio, sin estrecheces que obliguen establecer prioridades, y que pueden dar lugar a la asfixia económica del país. Que el presidente de la todopoderosa nación USA no pueda sacar adelante una ampliación del gasto en los presupuestos de su país es un hecho sintomático de ese deterioro que empieza a cuartear las antaño sólidas estructuras del imperio yankee. Y los cascotes que caigan pueden lesionar a las colonias que continúan sometidas a su autoridad (económica, comercial, cultural, etc.), de las que extrae –no volvamos a olvidar la historia- su fuerza (materias primas, energía, etc.).
El desarrollo histórico de las civilizaciones no se mide en tiempo humano, pero sufren idéntica evolución: nacen, crecen y acaban extinguiéndose. Los imperios cada vez perduran menos, comparados con los más de cuatro mil años que duró el egipcio. Parece que estamos asistiendo a los primeros síntomas del envejecimiento del actual imperio estadounidense, cuyo final puede tardar siglos en producirse. Lo más preocupante de ello no es su desaparición, sino el desconocimiento preciso sobre qué modelo lo sustituirá. Es también lo característico de toda crisis: no se sabe qué deparará cuando estamos inmersos en ella. Siempre se avanza aunque a veces con retrocesos: es a lo que hay que estar pendientes.
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