Se intenta pero no se consigue. Por muy apartado que se esté del mundo, no puede uno abstraerse de la realidad ni de los hábitos persistentes, como ojear las portadas de la prensa en un kiosco costero, prestar oídos al comentario de un comensal contiguo o encender la televisión para visionar el telediario mientras se desocupa el cuarto de baño. Una semana de vacaciones se diluye con sólo pensarlo pero es capaz de acumular acontecimientos que, al enumerarlos, parece increíble que pudieran concentrarse en ese corto período de tiempo.
Al retomar a las rutinas, intento repasar los hechos más llamativos que sucedieron durante esos días de asueto y una especie de vértigo te hace sudar frío al percibir la velocidad de un tiempo que nos envejece aceleradamente y que provoca cambios que alteran el mundo conocido, dejado atrás hace sólo una semana.
Entonces te enteras de que el todopoderoso Murdoch ha tenido que declarar ante la Cámara de los Comunes inglesa por el escándalo de las escuchas ilegales que realizaba uno de sus periódicos para fabricar titulares sensacionalistas, pero sin asumir responsabilidad alguna salvo cerrar el medio en cuestión y dejar en la calle a los periodistas que trabajaban allí. En su alegato dice sentirse avergonzado aunque eso no le impide radicar sus empresas en paraísos fiscales para eludir impuestos ni cambiar la línea editorial de otras cabeceras igual de sensacionalistas pertenecientes a su imperio. El jefe de Scotland Yard, tan eficaz cuando persigue otros delitos, ha tenido que dimitir por un escándalo en el que están implicados empresas mediáticas, políticos y policías, lo que evidencia la connivencia existente entre unos poderes que se benefician mutuamente. La nota negra para una próxima película de intriga la pone la súbita muerte, tan oportuna, del periodista que vinculó al primer ministro, David Cameron, en las escuchas. Mientras tanto, José María Aznar, a sueldo del retorcido Murdoch, aún no ha salido en defensa de su honorabilidad por pertenecer a un tinglado ejemplo de nada, en el que la información es sólo un medio de influencias y poder, al servicio de la ideología de sus compinches.
Tal vez nuestro conferenciante conservador esté apresuradamente tomando lecciones de su correligionario Francisco Camps, el presidente de la Comunidad valenciana que ha presentado su dimisión forzado por el cerco judicial al que estaba sometido por su implicación en la trama Gürtel, en la que está imputado por cohecho. Rajoy, el paciente paciente, el que aguarda tranquilo a que la fruta del Gobierno caiga madura en sus manos, reclama ahora exigencias similares a los demás, sin importarle si están imputados oficialmente o simplemente son objeto de acusaciones formuladas por el Partido Popular en su lid por debilitar al adversario. Ese matiz de “imputado” que aplica un juez no es tenido en cuenta ni a la hora de hacer comparaciones ni para avergonzarse de que cargos importantes de su partido (tesorero del partido, alcaldes, diputados madrileños y ahora todo un presidente de comunidad) se hayan vistos obligados a abandonar las poltronas por delitos de corrupción. Algo huele a podrido en el PP aunque sus dirigentes crean que el hedor proviene del patio vecino. Lo preocupante es que así se harán con las riendas del país.
Pero cosas más graves han ensombrecido esta semana. En la tranquila y civilizada Noruega un neonazi siembra de cadáveres un país que se creía pacífico y a salvo del terrorismo. El mayor asesino en la historia de ese país era un ciudadano aparentemente “normal”, Anders Behring Breivik, de 32 años, enloquecido por el fanatismo ultraderechista que considera al inmigrante, por su color, religión y costumbres, una amenaza para la blanca cristiandad. Una furgoneta bomba contra los edificios donde se ubica el Gobierno noruego y liarse a tiros en una concentración de jóvenes del Partido Laborista, reunidos en una pequeña isla a la que acudió disfrazado de policía, ocasiona la escalofriante cifra de 93 muertos, inocentes vilmente asesinados por quien ve una conspiración marxista-islámica en la diversidad y la tolerancia. Es duro aceptar, tumbado en una playa, que el progreso y la democracia no garantizan la paz y la seguridad de ninguna sociedad en la que pueden incubarse gérmenes de violencia ciega y fanática. Y ese espíritu que anima el rechazo xenófobo recorre actualmente Europa como un vendaval.
Para colmo de desgracias, Amy Winehouse aparece muerta a la mítica edad de 27 años, supuestamente debido a los excesos de los que no se privó en absoluto. Una voz proverbial, un don en una garganta que la cantante no supo administrar, hizo creer a la persona que su frágil voluntad podría desafiar los peligros del alcohol, las drogas o el éxito de su carrera musical. Mira que lo cantaba admirablemente, pero no supo, pudo o quiso hacer caso de su pegadizo estribillo “no, no, no”. Ahora el mercado la engrandecerá como un icono que venderá más discos que cuando estaba viva y haciendo curas de desintoxicación. Una lástima por un talento tan desaprovechado.
Y para finalizar, varias píldoras económicas. La Unión Europea por fin aumenta las ayudas a Grecia y al euro, calma momentáneamente a los mercados y respiran con alivio Italia y España. ¿Cuánto durará la confianza que ni los “stress test” a los bancos logra mantener? El Banco de España nacionaliza la Caja de Ahorros del Mediterráneo, la tercera intervenida en el país tras la Castellano-Manchega y Cajasur. ¿Cuántas siguen en la cuerda floja? ¿No teníamos el sistema financiero más solvente del mundo? Cuando se sepa el déficit real de las comunidades autónomas nos echaremos a temblar de verdad porque en ellas se ha producido una competición por quién gastaba más en cualquier tontería, por astronómico que fuese su costo, como un ave sin apenas usuarios o aeropuertos sin aviones. No, si es que cuando nos ponemos chulos… Que se lo pregunten al senador socialista ese que ha dimitido por la trifulca que montó con la policía en una sauna de madrugada. Sigue en la política. Y yo vuelvo al trabajo tras una semanita tan breve pero densa.
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