En los últimos tiempos, como si de una moda se tratase, se
han publicado varios ensayos acerca de la historia de España o, más
concretamente, sobre algunos aspectos del largo liderazgo hispánico en el mundo
y, en consecuencia, del papel que España ha representado para la civilización
occidental. No es de extrañar esta súbita curiosidad sobre una parte destacada
de nuestra historia dado que, durante siglos, el imperio español dominó gran
parte de Europa, América y el Pacífico, dejando un legado cultural, religioso y
social que perdura hasta la actualidad, pero que provocó también la
animadversión de las naciones con las que se enfrentaba y le disputaban su
hegemonía, especialmente las del ámbito protestante o, en expresión del
diplomático Martínez Montes, las del eje “nord-atlántico”.
Un debate libresco que arrancó con la inusitada acogida del
primer libro publicado, Imperiofobia y leyenda negra, de María
Elvira Roca Barea, investigadora del CSIC, que se convirtió enseguida en un
auténtico “best seller”, algo sorprendente en obras de carácter histórico. Su
tesis era la que delataba el título: que el relato negativo de la historia de
España se basa en ideas o sentimientos nacidos de una propaganda eficazmente
difundida desde el ámbito protestante, históricamente enfrentado al español,
cabeza del mundo católico. Así surgiría la hispanofobia, que la autora define
como una variedad del racismo que niega al mundo hispano no sólo sus hitos
históricos, como el descubrimiento de América, subrayando sus excesos militares
y las atrocidades de los conquistadores, o la envergadura de la monarquía
hispánica, que gobernaba vastos territorios de Europa, América y Asia, tejiendo
así los primeros mimbres de lo que hoy es la globalización, sino también toda
manifestación cultural o científica nacida en el ámbito de la lengua española. De
este modo, la Inquisición y las barbaridades americanas constituyen los pilares
sobre los que se sustenta una “leyenda negra” y las deformaciones históricas
que alimentan la hispanofobia. Una propaganda que, por su persistencia, también
ha colado en España y entre los restos de su antiguo imperio, cuando con la
Ilustración una parte de las élites españolas confunde modernidad y rechazo de
lo propio. Incluso utiliza sus tópicos como justificación de los fracasos y la
postración nacional a consecuencia del derrumbamiento de la época imperial y la
pérdida de las colonias ultramarinas. La investigadora Roca Barea busca
demostrar que esa leyenda negra es fruto de una reacción fóbica que también provocan
otros imperios, como los de Roma, Rusia o Estados Unidos, los cuales soportaron
“propagandas antiimperiales que fabrican imágenes arquetípicas con el fin de
perjudicar a las naciones a las que se teme”. Es lo que ella denomina
imperiofobia, un peculiar prejuicio racial que no va de un pueblo poderoso
contra otro más débil, sino al revés, y que cuenta con una incomprensible
inmunidad intelectual.
El éxito editorial de la obra de Roca Barea genera, como
cabía esperar, la contestación de otros estudiosos que creen advertir que, detrás
la supuesta incorrección política e histórica contenida en sus páginas, se
esconde un espurio ejercicio de blanqueamiento y manipulación ideológica: es
decir, un claro ejemplo de populismo intelectual reaccionario. Es lo que
intenta demostrar José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía y ensayista en
el ámbito de la historia de las ideas políticas, con su respuesta en Imperiofilia
y el populismo nacional-católico, donde expone ideas alternativas que contradicen
la tesis de Roca Barea acerca de que la imperiofobia es un complejo racista y una
obsesión esencialmente hispanofóbica. Para ello, cuestiona que el enemigo real
de España, el verdadero forjador de la leyenda negra, sea Alemania, el mundo
protestante o, en realidad, el protestantismo, haciendo hincapié en que no
existe “ni un solo texto -que él haya podido leer- de Calvino ni de Lutero
contra España como país o nación” (…) y que toda “la hostilidad y la amistad se
dirige a actores concretos y sobre todo a los dirigentes. Nunca a los países”. Y
se lanza a desmontar la estructura conceptual, poco rigurosa y científica, sobre
la que, a juicio de Villacañas, se basa Roca Barea para construir su teoría de
los imperios, sin abordar las realidades políticas e históricas de los mismos,
haciendo un revisionismo histórico que le permite aseverar que los hechos de la
Inquisición y el genocidio americano son, según ella, expresiones de la
hispanofobia luterana. Aunque el autor de Imperiofilia se detiene en
consideraciones históricas sobre la Inquisición, cuya fundación y la
estabilización del poder de Fernando el Católico las considera parte de un
mismo programa político, y sobre el genocidio inicial cometido en América, resultante
de la enfermedad, la conquista, la explotación y el choque de civilizaciones, realidades
manipuladas por la leyenda negra, Villacañas concluye que, en realidad, la
productividad de la leyenda negra no fue más allá del siglo XVII, a pesar de
que perduren opiniones más o menos negativas sobre España. Prejuicios que a
veces se comparten para ignorar lo que pasó en realidad, debido a una cierta desidia
intelectual, y no dotarse de criterios para juzgar el pasado y analizar el
presente.
El tercer libro “de moda” no surge de esta polémica, sino en
respuesta a la marginación que se hace de España en un ensayo del historiador
del arte, humanista y publicista británico Kenneth Clark (1903-1983), titulado Civilización
(Civilisation. A personal View), y en la serie homónima producida por la
BBC en 1969, no reconociendo ninguna contribución histórica de España ni del
mundo hispanohablante a la civilización occidental. Se trata de España,
una historia global, escrito por el diplomático, escritor y ensayista
Luis Francisco Martínez Montes, con el propósito de denostar los infundios de
la narración “nord-atlántico” de la historia cultural de las civilizaciones y
que establece una visión del mundo según la cual el eje de la moderna historia
occidental -e incluso de la historia mundial- sigue una línea que conecta la
costa noreste de Estados Unidos, Londres, París y Berlín, al sur de la cual nada
de lo acaecido cuenta en términos de civilización. También le sirve para
demostrar que España y el mundo hispánico son parte integral y consustancial de
Occidente y de ninguna forma ajenos al mismo. Por el contrario, que su
excepcional trayectoria histórica, caracterizada por su capacidad para
absorber, mezclar y transformar culturas diversas, representa una versión
original y enriquecida de Occidente. Tras un repaso por esa trayectoria, que hizo
de España, entre finales del siglo XV y principios del XIX, una de las mayores
y más complejas construcciones políticas jamás conocidas en la historia, el
autor trae en su apoyo el magistral Estudio de la Historia de Arnold J.
Toynbee, donde se reconoce que los pioneros ibéricos (España y Portugal) “expandieron
el horizonte y por tanto, potencialmente, el dominio de la Cristiandad
Occidental hasta que terminó abrazando a todas las tierras habitables y mares
navegables del globo” y que “ gracias en primera instancia a esa energía
ibérica, Occidente ha crecido hasta convertirse en la Gran Sociedad, un árbol
en cuyas ramas todas las naciones de la Tierra han encontrado acomodo”.
Tras conducirnos de manera amena por ese
recorrido de lo que ha sido España a lo largo de la historia, desde los
íberos, celtíberos, romanos y visigodos, pasando por la presencia musulmana, judía
y cristiana de la España de las tres culturas, hasta llegar a los tiempos de
los exploradores, conquistadores, amerindios y mestizos de América, Martínez
Montes llega a la conclusión de que el papel de España en la historia de la
civilización ha sido el de ser un punto de encuentro y una plataforma de
lanzamiento de pueblos y culturas, no sólo de forma pasiva, sino
extraordinariamente creativa. Y que esa
capacidad para absorber, no sólo intelectualmente sino vitalmente,
creativamente, nuevos elementos en su propio ser y para ampliar, además de su
campo de visión, también su propia esencia, constituye la marca característica
del Mundo Hispánico y su principal contribución a la historia de la
civilización. Y por ello invita a sus lectores a no olvidar nuestros orígenes y
a recuperar, estudiar y revivir nuestra historia, en toda su plenitud y en
todas sus dimensiones -amerindia, europea, africana, oceánica, asiática o, con
más frecuencia, mezclada-, no sólo para permanecer anclados en el pasado, sino
para aprender del mismo y situar ese conocimiento en el cauce siempre creciente
y cambiante de nuestra común experiencia humana, y compartirlo. En definitiva, que
estudiemos la historia para conocernos y evitar que nos manipulen.
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María Elvira
Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Ediciones Siruela, Madrid,
2017.
José Luis
Villacañas, Imperiofilia y el populismo nacional-católico. Editorial
Lengua de Trapo, Madrid, 2019.
Luis
francisco Martínez montes, España, una historia global. Biblioteca
diplomática española, Madrid, 2018.
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