Agosto trae recuerdos que destilan sensaciones infantiles,
de horas eternas de pegajoso silencio, noches insomnes por el sudor y las
sombras y de alegrías vacacionales que nos hacían olvidar el colegio y los
libros. Los agostos de la vida se acumulan en una mezcolanza de postales que
combina vivencias e ilusiones, en la que hechos y recuerdos no son indiferentes
y se funden en las memorias del niño, el joven y el adulto. Se rememoran
selectivamente, con una confusión de espacios y tiempos, los momentos más
gratos que hacen de agosto, de todos los agostos, una aspiración jamás satisfecha
de fugaz felicidad terrenal. Porque agosto se desparrama en tantas memorias
como gotas en un vaso de agua, todas semejantes y fragmentadas de un sueño
inalcanzable, en el que calles vacías y silencios vespertinos repiten
imágenes de agostos ya olvidados, enterrados en el polvo del pasado y la
nostalgia. Volvemos a los mismos recuerdos de cada agosto para configurar
nuestro yo surcado por el tiempo, como diría el filósofo. Memorias de agostos que
dulcifican el presente y hacen esperanzador el futuro de la historia que escribimos mientras soñamos.
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