Valladolid es hoy una ciudad moderna y dinámica que conjuga
bien su rico patrimonio monumental e histórico con el crecimiento y las
dotaciones que exige la acelerada vida contemporánea. Grandes avenidas y nuevas
edificaciones y equipamientos conviven y respetan un centro histórico en el que
la Plaza Mayor
y la Catedral
hacen de foco al que desembocan todas
las arterias peatonales y turísticas que logran encauzar al visitante sin que
se pierda por el laberinto de calles y escaparates. Se adentra uno, así, por
plazas y callejuelas donde se conservan las piedras desgastadas de iglesias,
muros y estatuas que atestiguan un paso del tiempo que no hace mella en la
memoria colectiva de los vallisoletanos y foráneos de esta distinguida y
señorial ciudad castellano-leonesa, obligándolos a rememorar a cada paso los esplendores
de un pasado que condiciona los retos del presente y el futuro. Por eso no se
olvida que haber sido sede del reino medieval de Castilla, capital temporal del
Imperio Español y cuna y altar de reyes, son hitos que hacen de Valladolid un
capítulo destacado de la historia de este país. También, y con igual
trascendencia, por ser el lugar donde germinó una cultura representada por José
Zorrilla y Cervantes, entre otros, y cuyas casas-museo guardan fiel testimonio
de la impronta que dejaron en esta ciudad y del arte que irradiaron al resto de
España y del mundo.
Fueron dos días que supieron a poco aunque sirvieran para
sorprendernos con este hermoso rincón rebosante de historia y, sobre todo, para
consolidar aún más la memoria del amigo que, tras hacer aquí el servicio
militar, quería que no perdiéramos la oportunidad de ver algún día Valladolid.
Gracias a su empeño, conseguimos verla cuando ya lo habíamos perdido a él. Ambos,
la ciudad y el amigo al que cautivó, están unidos en lo más profundo de
nuestros recuerdos de manera indeleble.
(Fotografías Lienzo de Babel)
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