No es que esté en contra de estas celebraciones que permiten
a los políticos mostrar su perfil más humano y demostrar efusivamente su
solidaridad con las mujeres que sufren este tipo de cáncer, a las que animan a
seguir luchando. Ni reniego de las campañas que persiguen sensibilizar a la
población acerca de la importancia que tiene esta grave enfermedad en las
sociedades modernas, en las que a tantos cancerígenos estamos expuestos. Lo que
critico es la utilización propagandística de estas conmemoraciones como
campañas de imagen para responsables políticos y personajes públicos que, aparte
de hacer emotivos discursos y exponer buenas intenciones, podrían proporcionar,
desde sus respectivos puestos o cargos institucionales, los recursos y medios necesarios
para combatir con mayor eficacia ésta y otras enfermedades que aun hoy amenazan
a la población y se cobran un porcentaje de muertes nada despreciable, muchas
de ellas perfectamente evitables.
Visualizar la existencia de una enfermedad, que se ceba con
la mujer y puede acabar con su vida, no resuelve en absoluto el problema. Entre
otros motivos, porque performances, lemas y manifestaciones callejeras no parecen
instrumentos adecuados para tratar y erradicar ninguna patología. Sino que hay
que abordarla como un problema de salud que las autoridades deben enfrentar con
los medios que la ciencia permite. Y es que sólo con políticas sanitarias para
un diagnóstico precoz, estudios epidemiológicos que establezcan una posible
prevalencia hereditaria y tratamientos médicos y quirúrgicos que combatan el
cáncer y logren eliminarlo, se emprenderá el camino más seguro para vencer una enfermedad
de esta naturaleza. Más que espectáculo, hacen falta médicos, centros de salud,
mamógrafos y planes sanitarios que consigan que la población femenina esté
controlada frente a la incidencia de esta enfermedad y tratada sin demora,
llegado el caso. Del mismo modo que con pancartas y lazos no se erradica el sarampión
y otras enfermedades de la infancia, sino con planes y calendarios de
vacunación, igual deberá hacerse con el cáncer de mama en la mujer. Son las
autoridades sanitarias y los responsables políticos quienes deberían estar
concienciados contra esta enfermedad para que faciliten los medios oportunos,
en investigación científica y pautas de tratamiento protocolizadas, que hagan
posible minimizar la incidencia de la enfermedad en nuestra sociedad.
Es curioso que, aparte del componente patológico de este
tipo de cáncer, que en absoluto es la primera causa de muerte en la mujer,
parece concitar más atención el hecho de que afecte a la mama de la mujer y en las
repercusiones que conlleva, no sólo físicas sino también psíquicas, su
extirpación si fuera necesario. La mayor parte de los reportajes periodísticos
elaborados ese día giraron sobre cómo la mujer sobrelleva la amputación de un
seno, más desde un punto de vista estético y social que biológico. Una
preocupación comprensible en la mujer por cuanto esa glándula simboliza la
feminidad y la maternidad que las distingue del hombre. Pero enfocar este
asunto primando las consideraciones estéticas es desviar la atención y
confundir a las propias mujeres.
Porque sería inaceptable que se utilizara el aspecto vivencial
y estético de la mujer mastectomizada como la mayor preocupación que generta una
enfermedad que, en realidad, es la séptima causa de muerte en la mujer, por
detrás de las enfermedades cerebrovasculares, el infarto de corazón, la
demencia, la insuficiencia cardíaca, el Alzheimer y la hipertensión -según estadística del INE en 2014-, sin que
ninguna de ellas motiven campañas tan mediáticas como el cáncer de mama. Montar
un espectáculo propagandístico utilizando reclamos emocionales y conmiserativos
para que gobiernos e instituciones alardeen de su sensibilidad y preocupación
ante los problemas que aquejan a los ciudadanos, es un acto de manipulación
cuyo objetivo no es resolver el problema sino engañar a la población, a la que
se le siguen negando los recursos que verdaderamente permitirían combatir un
problema sanitario.
Es por ello que el Día Contra el Cáncer de Mama resultaba
excesivamente rosáceo, demasiado colorista en lo superficial y anecdótico, sin
apuntar a las verdaderas causas del problema: hay que destinar recursos, no
discursos, para organizar planes sanitarios que combatan con eficacia éste y
otros problemas de salud de los ciudadanos, afecten a las mamas, la próstata, el
pulmón, la sangre o el cerebro, tanto en la mujer como en el hombre. Todo lo
demás es propaganda.
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