Les está costando, como digo, evitarse el bochorno de un
presidente de semejante catadura porque son ellos mismos, los propios norteamericanos,
los que favorecen su avance gracias al apoyo que consigue en la América profunda, cateta, ingenua
e intolerante que vota a cualquiera que prometa sacarla de la depresión social
en la que se haya inmersa a causa de las dificultades económicas, la
desubicación de empresas y la carencia de expectativas con las que poder
esquivar los cambios económicos y sociales que se han producido, no sólo en Estados
Unidos, sino también en la mayoría de países del mundo por obra y gracia de esa
globalización que el propio mercado americano ha promovido. La culpa de los
males y dificultades que padecen los rancios conservadores norteamericanos la achacan
a las importaciones comerciales, los inmigrantes que les arrebatan puestos de
trabajo, la excesiva tolerancia racial y cultural, al “establishment” político
que se muestra ciego con sus problemas y, en definitiva, a todo cuanto sea
diferente de sus costumbres y tradiciones y socave los privilegios, en prebendas
o dólares, con que eran tratados.
A esos electores blancos y ultraconservadores, Donald Trump les
parece un ser providencial que está decidido a cerrar las fronteras con muros por
defenderlos, va a expulsar a todos los inmigrantes, ilegales o no, que les quitan
el trabajo y causan desórdenes, va a cambiar el comercio mundial para que sólo
USA pueda producir, fabricar y vender sus productos en el mundo sin que nadie
les haga competencia, va a acabar con el terrorismo a base de bombas y cañones
en la mejor tradición del far west,
va a meter a Hillary Clinton en la cárcel por usar un correo electrónico particular
y no oficial, va a reimplantar la segregación racial para que América sea de
los americanos… blancos y protestantes, naturalmente, va impedir el acceso al
país de toda persona musulmán, latina o cualquier otra condición, confundiendo
religión con etnia, inmigrante con delincuente, musulmán con terrorista, etc.,
sin que nadie le corrija ni le afee el simplismo, y, en definitiva, va a
fortalecer los Estados Unidos de América como nunca antes en la historia,
impidiendo gobiernos débiles, como el de Obama ahora o el de Clinton mañana, que
no defiendan como es debido la primacía imperial yanqui en el mundo. Este es el
eficaz caramelito con el que el candidato Trump atrae a los descontentos y
frustrados con el viejo sueño americano, convertido ahora en pesadilla según
él, y que se han visto marginados por la dinámica de los nuevos tiempos.
El ínclito Trump se ha permitido hasta ahora la desfachatez
de soltar las más ofensivas ordinarieces sin que por ello sea castigado por sus
simpatizantes. Ha podido mofarse de los veteranos de guerra, ha arremetido
contra los correligionarios de su propio partido que le han retirado su apoyo,
ha insultado a periodistas y medios de comunicación por no plegarse a sus
deseos, ha ofendido a naciones vecinas con calificaciones injuriosas, ha podido
mostrarse como el más repulsivo machista al alardear de agredir a mujeres sin
que ellas pudieran evitarlo, ha bordeado incluso la pedofilia al fijarse en una
niña para asegurar que dentro de unos años la conquistaría, se ha permitido
expresar su simpatía por Putin, sin que le importara fuera sospechoso de
interferir en la campaña electoral norteamericana mediante espionaje
electrónico, y, en suma, se ha permitido poner en duda gratuitamente la
nacionalidad del actual inquilino de la Casa
Blanca , simplemente por ser negro, e, incluso, poniendo el
parche antes de que salga el grano, hasta ha mostrado su desconfianza por la
limpieza electoral si no resulta elegido.
A menos de un mes para que los norteamericanos acudan a las
urnas, Trump se revuelve contra los que recelan de él y descubren su nada
modélica conducta, pasada y presente, tan plagada de irregularidades,
mediocridad y chabacanería, que lo hacen
indigno para representar y dirigir no
sólo la única potencia mundial con influencia global, sino cualquier país
medianamente desarrollado, moderno y democrático. Resulta inconcebible, a estas
alturas, que se dirima la presidencia de EE.UU. entre él e Hillary Clinton
cuando lo que les diferencia es abismal en cuanto a preparación, experiencia,
ética, cualidades personales, programas
electorales y modelos de sociedad que ambos representan.
Hay que parar a Trump por decencia política, seguridad
mundial y ética individual del pueblo norteamericano llamado el próximo
noviembre a elegirlo o rechazarlo, y por la tranquilidad de las poblaciones de
las demás naciones que se ven afectadas por lo que sucede en Estados Unidos y
por las normas y valores que de allí se irradian al resto del mundo. Hay que
pararlo porque, aunque la democracia no garantiza el gobierno de los mejores, debemos
impedir a toda costa que posibilite el gobierno de los peores y más chabacanos
representantes de la ciudadanía. ¡Paradlo, por favor, antes de que nos
arrepintamos!
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