Este país llamado España lleva una temporada haciendo bueno aquel eslogan que publicitaba el turismo de nuestras costas y que los maliciosos decían que servía para reflejar la particularidad política de ser la última dictadura que quedaba en Europa. Ya con una democracia más o menos asentada, volvemos a destacar por nuestra manía de ser poco serios y tomarnos las cosas importantes con desgana, por no decir con chufla. En ello es experto el propio presidente del Gobierno en funciones, ya que lleva así, en funciones sin hacer nada, cerca de un año, aunque en esta semana podrá, al fin, conseguir que le dejen repetir mandato, no gracias a sus habilidades para negociar los pactos que posibiliten su investidura, sino por la responsabilidad de su mayor adversario, el Partido Socialista, que opta por abstenerse en vez de forzar unas terceras elecciones generales. Si más de trescientos días sin un gobierno que acate la voluntad popular y resuelva los problemas de los ciudadanos no es “tipismo español”, que venga el espíritu de Fraga, el que decía que la calle era suya con ese sentido de la propiedad con que Rajoy exige gobernar, a ponernos de acuerdo.
Mientras en el Parlamento de la nación juegan a que legislan
y el ejecutivo en funciones se niega a ser controlado por sus señorías porque no
se considera elegido por ese Parlamento, en la calle se preparan
manifestaciones otoñales y otras alharacas para ejercer un derecho al disenso y
la crítica que algunos grupos parlamentarios no pueden hacer prevalecer en la Cámara Baja. Votarán que no al
candidato Mariano Rajoy y, no conformes con ello, visibilizarán su negativa mediante
megáfonos y concentraciones multitudinarias a las puertas del Congreso y en las
avenidas de la
Constitución de las principales ciudades. Quieren revivir el
espíritu del 15M. Todo un ejemplo de democracia genuina de la buena, entre
venezolana y griega, más semejante a nuestra bulla. Una bulla asamblearia que después
ha de acatar las directrices del “Politburó” correspondiente, que decide en
nombre del pueblo, de los de abajo, pero desde arriba, a través de sus peones.
Otros, en cambio, se rasgan las vestiduras estatutarias por
no aceptar lo que sus propios órganos federales acuerdan, y amenazan con
desobedecer lo votado según las normas. Es decir, a algunos las estructuras de
los partidos les parecen bien mientras les sirven para llegar adonde han
llegado, pero cuando adoptan estrategias que no les interesan, rechazan seguir cumpliendo
las reglas. Si no convencen -y no ganan-, rompen la baraja. Algo, también, bastante
típico de los pobladores de esta “piel de toro”. Pero algo contagioso: hasta
Trump advierte de que cuestionará un resultado adverso en las elecciones
norteamericanas. El del flequillo rubio parece hispano.
Tan típico español –y casi tópico- como ganar dinero sin
hacer nada y por la cara bonita. De esta peculiaridad del capitalismo patrio
andamos sobrados. Sobrados de listillos que, creyéndose más inteligentes que
nadie, piensan que tienen todo el derecho del mundo a saquear lo que no es suyo
pero que quieren para sí. Abundan los ejemplos. Una figura insigne fue y es
aquel personaje que llegó a ser banquero, gracias a sus habilidades
especulativas, y hundió el banco, pagando con unos pocos años de cárcel antes
de intentar enredar con la política y sufrir un sonoro batacazo. Luego le dio
por las tertulias televisivas para aconsejar desde su altura moral la mejor
manera de conducirse por la vida y ejercer en los negocios. Todo un modelo de triunfador
para los jóvenes y no tan jóvenes de las escuelas y arrabales de la economía
que aspiran a dar pelotazos como el suyo para vivir como reyes, dicho sea sin
ánimo de señalar. Cuando casi nos habíamos olvidado de él, vuelve Mario Conde
por dónde solía y es cazado intentando repatriar sus “ahorros” del extranjero,
allá donde los había ocultado del fisco y la policía españoles. Pero “manos
rotas” como las suyas hay muchas en este país de pícaros. Vean, si no, a ese
patrón de patronos todavía entre rejas por la contabilidad imaginativa de sus
empresas y, ahora, juzgado también por disfrutar de una Tarjeta Black que los
malhechores se repartían entre ellos para gastos corrientes: una calderilla de
miles de euros, libres de justificación, y a costa de los esquilmados ciudadanos,
que son los que pagan con sus impuestos esas regalías de los que quiebran
bancos y los rescates para sanearlos, y que encima siguen votando mayoritariamente
al partido que los ampara, los agrupa y los coloca en las poltronas adecuadas desde
las que seguir afanando. ¿Quieren nombres? Blesa, Rato, Bárcenas, Soria,
Barberá, Fabra, Camps, Matas, Blasco, Granados, etc., etc., etc., y un larguísimo
etcétera. Para no ser sectario, citaré también corruptos que se lo llevaron
calentito en el otro bando del bipartidismo, tan dispuestos todos al “y tú
más”: Roldán, Urralburu, Hormaechea, Hernández Moltó y algunos más, entre los
que sisan para enriquecerse y abrir cuentas en Suiza, como hace todo buen padre
"typical" de la patria.
Todos ellos forman parte del paisanaje típico español, como
las chapuzas, la tortilla de papas, las corridas de toros, escupir o tirar
papeles al suelo aunque haya papeleras cada diez metros. Pero nada más “typical
spanish” que las chapuzas, sobre todo si las paga un ingenuo cliente, al que
dejan sin el servicio que espera y sin dinero en la cartera, tanto a escala
“autonómica” (del profesional autónomo) como de las PYMES (pequeñas y mediadas
empresas) y las públicas. Todas se caracterizan por hacer mal su trabajo o no
acabarlo en condiciones, ya sea instalar un grifo que gotea, construir un
edificio sobre arcillas expansivas, hacer un aeropuerto sin aviones o amputar una
pierna sana. La Marca España , esa que
patrocina el Gobierno cuando quiere demostrar que hace algo, destaca por la
cantidad de “pepe goteras y otilio” que actúan en representación de ella. Salvo
excepciones: no hay que ser pesimista.
Salvo excepciones, porque en este país también hay gente de
construye catedrales, compone sinfonías, escribe novelas, pinta monas y hasta
viaja al espacio como astronauta. Son poquitos, pero son. Raros ejemplares que
se levantan cada mañana para ir a trabajar con honestidad y dar todo lo que
pueden de sí por amor al arte y con el desprecio de quienes los toman por
tontos por no aprovecharse, como hacen los listos, de los peces de colores.
Ellos no forman parte del paisaje típico español y resultan extraños, como si
fueran alemanes que hablan castellano y cuidan la calidad en lo que hacen.
Incluso son puntuales y no se comunican con sus semejantes a grito limpio, leen
libros, compran prensa y no aparcan sus vehículos invadiendo aceras o pasos
cebra. Portan un DNI que certifica que son tan españoles como usted y yo aunque
se conduzcan con educación, respeten al prójimo y cumplan con su deber, sin
intentar engañar a nadie, mucho menos a Hacienda. Anónimos y discretos cuando
te los tropiezas porque no esperas que haya en este país gente eficaz y que no
sepa quién es Belén Esteban ni esté al tanto de la liga de fútbol. Una pena.
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