sábado, 8 de octubre de 2016
El saber no ocupa lugar….
Pero necesita espacio para poder retenerlo, para tenerlo siempre disponible y
poder consultarlo cuantas veces sea necesario; para disfrutar de él y recrearse
con el conocimiento que nos proporciona;
para ojearlo, inmóvil y silente, a través de los títulos de las obras que lo
condensan, alineadas en las estanterías; para recordar viejas lecturas y volver
a sorprendernos con lo que nos hizo sentir y nos aportó; para disfrutar
acariciando cada tomo, admirar viejas tipografías y encuadernaciones, sentir el
tacto y el leve crepitar de las páginas y descubrir párrafos subrayados en esos
libros donde se oculta y que nos contagiaron un poco de su
sabiduría y nos prepararon, ensanchando nuestro pensamiento, para enfrentamos
al mundo y cuestionarlo. En definitiva, para seguir persiguiendo cual enamorado,
nostálgico incomprendido del soporte papel, un saber que requiere espacio donde
reposar hasta que volvemos a requerirlo. Son mis libros que mudan a una nueva biblioteca
para que me entregue feliz a ellos. Me brindan un placer que disfruto como niño
con juguete nuevo cada vez que me encierro en ese espacio en el que habita el
saber del que me rodeo. Un placer gratificante y duradero: me hace feliz y lo
disfruto desde que aprendí a leer. A la lectura y los libros les debo lo que soy.
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