Esta semana se estrena la que será última película, como
actor, de Robert Redford, aquel rubísimo galán al que querríamos parecernos,
capaz de interpretar no sólo papeles de guapo, sino también de atormentado y cínico
villano, eso sí, siempre con elegante porte y comedida expresión, sin los
aspavientos con que sobreactúan otros grandes actores de Hollywood en cuanto
los directores dejan de controlarlos. Es difícil sustraerse al magnetismo de este
artista que, junto a ese otro atractivo y admirable actor, Paul Newman, nos
dejó incrustados en la memoria aquellos memorables films con los que evocamos
la amistad romántica y la picaresca marrullera pero inteligente de Dos hombres y un destino y El golpe.
Este actor, que sabe hasta dónde puede llegar sin ser una
caricatura de sí mismo y cuya filmografía revela a un ser con un don especial
para la interpretación, no se limitó a ejercer su profesión buscando siempre
las cimas de la calidad y la profesionalidad, sino que ha dado muestras de
inquietud y compromiso en lo que sabe hacer, cine, dedicándose a dirigir
películas con las que expresa en imágenes su propio y personal criterio, y a fomentar
y producir un cine alternativo bajo el sello de Sundance. En ambas dedicaciones
ha demostrado, más allá de los resultados logrados, una actitud coherente y de
gratitud hacia una profesión a la que devuelve, en correspondencia, el fruto de
su preocupación e ingenio con la cinematografía. Es de admirar su
responsabilidad profesional así como la corresponsabilidad gremial con la que
muestra su agradecimiento a una profesión que le ha permitido alcanzar el
olimpo donde habitan las grandes estrellas. Y destacar, también, su madurez
personal para alejarse de escándalos y engreimientos a los que sucumben otros
con menos facultades y físico que él.
Robert Redford se despide de la interpretación con una película que no pasará a la historia del cine más que como el testamento de quien, como el protagonista del film, no sabe ni quiere hacer otra cosa distinta de lo que ha hecho siempre. Por eso, y aunque ya no veamos su rostro envejecido pero elegante en las pantallas, nos quedará el consuelo de futuras obras dirigidas o producidas por él. Gracias Redford por ser tan grandísimo y honesto actor.
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