Y todo ello a pesar de que la ley ha sido suavizada de las pretensiones originales del Gobierno. La quería más dura y estricta, y mucho más cuantiosa en sus castigos. Por indicación de diversos órganos consultivos (Consejo General del Poder Judicial, Consejo Fiscal y Consejo de Estado, órganos en cuya composición influye e interviene el Gobierno), los aspectos más agresivos de ella fueron modificados para que no resultaran claramente inconstitucionales, aunque sigue manteniendo artículos de dudosa legalidad al castigar las protestas por un desahucio o disolver una manifestación atendiendo sólo el criterio de la policía. Ningún juez dirime la razón entre las partes.
De ahí que, como constata el portavoz de la asociación
Jueces para la Democracia
(JpD), Joaquím Bosch, lo que la nueva ley pretende es “impedir determinadas
críticas que son especialmente incómodas al poder político. Y lo hace a costa
de restringir derechos”.
Este endurecimiento de lo que eran simples faltas
administrativas afectará también al Código Penal, el cual será reformado
siguiendo el espíritu de esta ley para tipificar las conductas punibles en
delitos e infracciones, con lo que el Gobierno se asegura su aplicación
“legal”, dejando que la Ley
de Seguridad Ciudadana se encargue de castigar a estas últimas. Eso sí, siempre
de manera discrecional a criterio policial.
Para el ministro del ramo, Jorge Fernández Díaz, se trata de
“sancionar las acciones violentas, agresivas o coactivas”, como son las que entorpecen
un desahucio, toman imágenes de los agentes durante su actuación o provocan
perturbaciones en el desarrollo de una manifestación. Todas estas expresiones
públicas alteraban, al parecer, la seguridad ciudadana y ponían en grave riesgo
a las instituciones del Estado, que se encontraban indefensas ante esas nuevas
formas de discrepancias callejeras.
Un motivo que rebate el citado portavoz de Jueces para la Democracia , quien
asegura que no existe tal alarma en la población. En un comunicado afirma que
“se trata de una ley innecesaria, que no está justificada por la realidad
social, pues la inmensa mayoría de las manifestaciones que se celebran en
nuestro país se desarrollan sin incidentes”. Una opinión que comparten diversas
ONG, como Amnistía Internacional e Intermón Oxfam, las cuales consideran
que “no existe un problema de seguridad ciudadana” que justifique esta ley ni
la creación de una legislación específica para perseguir la protesta o
restringir el ejercicio de la libertad de expresión, reunión y manifestación.
Hasta Greenpeace visualizó su rechazo
a la ley desplegando una pancarta desde lo alto del Faro de Moncloa, hasta
donde treparon cuatro activistas de la organización ecologista, pues con esta
nueva ley se podrán castigar quienes suban a edificios públicos, se introduzcan
en instalaciones consideradas críticas, como aeropuertos, centrales nucleares,
etc., o entorpezcan su funcionamiento. Es decir, ya no podrá esta organización
colgar un cartel de denuncia en ninguna instalación por muy peligrosa que sea
para los ciudadanos ni por el daño que ocasione al medio ambiente. Sólo falta
declarar como “infraestructura” turística “crítica” el hotel Algarrobico para
que nadie impida la construcción y apertura de aquella mole.
Ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz |
La futura Ley de Seguridad Ciudadana contempla fuertes multas
dinerarias por la comisión de una serie de faltas –a criterio policial-, que
van desde los 100 a
600 euros (faltas leves), de 601
a 30.000 euros (graves) y hasta los 600.000 euros (muy
graves), y que podrían cometerse si una manifestación no cuenta con los
permisos necesarios o no ha sido comunicada. Cualesquiera faltas que no lo sean,
podrían convertirse en muy graves si provocan una “perturbación grave de la
seguridad ciudadana”. Pero quien decide si existe perturbación es la policía,
no un juez.
Y es que esta ley no gusta a nadie que no sea el Gobierno y
su coro mediático. Además de JpD, también el Consejo General de la Abogacía expresó su
desacuerdo porque, según su presidente, Carlos Carnicer, el proyecto presenta
aspectos “inconstitucionales”. Tampoco determinadas asociaciones policiales la
consideran necesaria y tachan al texto de “indeterminado”, “incorrecto” y de no
aportar nada nuevo, según el Sindicato
Uniformado de Policía (SUP). El portavoz de este sindicato, Javier Estévez,
considera que la nueva ley “no aporta beneficios ni para los ciudadanos ni para
los policías.”
El proyecto de ley aprobado por el Consejo de Ministros el
viernes pasado iniciará su tramitación parlamentaria una vez el Ejecutivo lo remita
al Congreso. Y aunque tiene asegurado su convalidación gracias a la mayoría
absoluta con que cuenta el partido gubernamental, la oposición asegura que mantendrá
sus críticas a lo que califica como “ley mordaza”. El PSOE (socialistas) adelanta
que mostrará su rechazo radical porque considera que con esta ley se produce un
“retroceso de muchos años”, pues supone volver al “viejo orden público
franquista”. Por su parte, IU (comunistas) estima que el texto ”criminaliza la
protesta” y “sitúa fuera de la ley al disidente”, subrayando que representa “un
camino peligroso” que puede situar a España entre los países de “peor calidad
democrática”.
La única justificación que hallan todos los que se oponen a esta ley, cuyo proyecto ya ha aprobado el Gobierno, es que sólo sirve para prohibir la protesta. Se trata de otra de las “necesarias reformas estructurales” que el Gobierno conservador del Partido Popular está acometiendo para “moldear” la sociedad española y adecuarla a los parámetros ideológicos que ese partido preconiza. La única libertad que toleran los conservadores es la del mercado y las finanzas, sectores que pueden disponer de las ayudas y los apoyos que el Gobierno pueda concederles, incluso hasta solicitar una intervención limitada de la “troika” de Bruselas para sanear sus cuentas. Los demás sectores (cultura, servicios públicos, prestaciones sociales, derechos ciudadanos, etc.) están sometidos a un fuerte “ajuste” que, en realidad, significa retrotraerlos a épocas preconstitucionales, cuando discrepar era delito y, los derechos, un papel mojado con el que la policía podía torturarte sin dejar huellas en la piel. Así que, ya lo saben, queda terminantemente prohibido protestar. Como el cante en algunos bares.
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