El periodismo es una profesión poco admirada por quienes la desconocen. Muchos periodistas han ayudado a que se generalice ese desconocimiento y cunda el poco aprecio cuando se prestan a cualquier cosa menos a hacer periodismo. Es más, existe mucha desconfianza en el periodista y no se valora la importancia de su labor en una sociedad democrática y libre como la que gozamos en nuestro país. Es verdad que es un trabajo, una forma de ganarse la vida, pero tiene mucho de vocación. El periodista verdadero ama su profesión y sintió esa atracción desde mucho antes de decidirse a estudiar la carrera. Todo buen periodista siente el placer de contar, de “contar a la gente lo que le pasa a la gente”, como explicara en su día un maestro del periodismo, Eugenio Scalfari, el fundador del diario La Repubblica de Roma.
Hoy día abundan los falsos periodistas, los que creen que
cualquiera puede ser periodista si dispone de un instrumento para transmitir su
mensaje. Ello lo ha posibilitado la existencia de Internet, que pone al alcance de todo el mundo los recursos para
elaborar un blog con forma de periódico. O un móvil para tomar una fotografía y
grabar un vídeo. Son aprendices que confunden el medio con el mensaje y se limitan a
transmitir contenidos que rebotan en las redes sociales, sin respetar las
reglas deontológicas de la profesión ni las básicas para la redacción de una
noticia. Cortan y pegan cualquier información sin preocuparse en confirmar la
teoría de las W (del inglés What, Who,
Which, How, When, Where y Why) que se refieren al Qué, Quién, Cómo, Cuándo,
Dónde y Por Qué de todo suceso. Pasan olímpicamente de la debida diligencia y
de contrastar los hechos antes de ser publicados.
Hay otros que, sencillamente, se prestan al espectáculo en
las múltiples tertulias y programas dedicados a gritar e insultar al contrario
en una competición sobre quién pronuncia la más elevada boutade o coloca la banalidad más contundente que luego será retuiteada miles de veces. Nada de eso
es periodismo en su digno nombre. Será lo que se consume masivamente hoy día, lo que deja
dinero, pero no es buen periodismo ni cumple sus objetivos, que son los de
explicar lo que sucede a la gente de la manera más clara y completa posible,
sin aportar elementos de nuestra cosecha, de nuestras fobias, de nuestra
ideología o de nuestros intereses.
El buen periodismo no se presenta sólo en papel, sino que se
vale de cualquier soporte (prensa, radio, televisión, Internet) para difundir
el producto elaborado: información. Información precisa, exacta y veraz, sin
tergiversaciones que camuflen parte de los hechos al lector, oyente,
televidente o internauta, ni manipulaciones en la confección que conduzcan a una
determinada interpretación torticera. Ser buen periodista no es fácil para
quien no sea auténtico periodista, pero sumamente grato para quien vive la
profesión, para aquella persona que siente placer por contar lo que le pasa a
la gente y disfruta explicando la realidad con nobleza y honestidad. Esa es
otra condición del periodismo, como señalaba Kapuscinski, premio Príncipe de Asturias en 2003 de Comunicación y Humanidades: Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Lo dejó escrito en "Los cínicos no sirven para este oficio".
Sin embargo, es fácil percibir el buen periodismo: su
calidad y profesionalidad impregnan cada página, cada texto, cada titular,
cada fotografía, cada línea del producto que ofrece al público. El buen
periodismo genera credibilidad y confianza, se cubre de prestigio porque nunca
engaña al lector, nunca lo defrauda con medias verdades ni le oculta datos
relevantes. El buen periodismo no alecciona al lector ni le dicta cómo pensar,
sino sobre qué pensar y le explica los motivos por los que esos hechos
concretos pueden interesarle en estos momentos, le presenta la actualidad a
través de los sucesos que la conforman, sin interpretaciones tendenciosas ni
mezclando opinión con información.
Los buenos periodistas asumen estos retos y cada día los
vencen con esfuerzo, dedicación y entusiasmo. Saben ser pacientes, cautelosos,
rigurosos y perseverantes a la hora de investigar un suceso, de reunir datos. Y
son honestos cuando han de elaborar cualquier información, dejándose llevar por
la premisa de la diligencia, sin claudicar ante ninguna presión que pueda
condicionar su trabajo. No se prestan a ser portavoces de ningún poder, ni
comparsas de ninguna fuerza, sea económica, política, religiosa o social.
Cuentan lo que saben, lo que descubren, lo que entienden de interés general para
la opinión pública; no lo que le dicen que diga o lo que le pagan para que
diga.
El buen periodismo sigue existiendo y se materializa diariamente de múltiples maneras, incluso a través de los medios digitales. Es fácil descubrirlo porque aporta lo que los ciudadanos demandan: saber lo que les pasa. Sólo basta con ver (leer) y comparar, como pedía aquel anuncio antiguo. Y si lo halla, disfrútelo, tanto como lo disfrutan quienes lo hacen. Y agradézcaselo: gracias al buen periodismo y a los buenos periodistas conocemos lo que pasa y nos conocemos todos un poco mejor.
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