Casi haciendo frontera con Portugal, a sólo 7 kilómetros del río
Guadiana que separa España del país vecino, se halla un bellísimo pueblo que
mira ensimismado al mar Atlántico desde la costa onubense de Andalucía. Rodeado
de salinas, marismas, una ría
y el océano,
Isla Cristina se aferra al continente gracias a un cordón de arena que se
engrosa con los años para milagrosamente impedir con firmeza que este pueblo de
pescadores acabe al pairo de las olas y el viento, elementos de los que, no
obstante, extrae su riqueza y su razón de ser.
La antigua Real Isla de
la Higuerita, fundada por
levantinos y catalanes atraídos por los ricos caladeros de su litoral, es hoy Isla
Cristina –rebautizada así en agradecimiento a la reina María Cristina por los
favores prestados durante una epidemia de cólera-, una ciudad próspera que no
abandona su dedicación tradicional a la pesca y las salinas, pero que mira al
futuro con las lentes del turismo y, en menor medida, la agricultura, salvaguardando
un litoral casi virgen y bendecido por la naturaleza. Quince días disfrutando
de sus encantos es como una inmersión terapéutica en un paraíso todavía no
profanado por ese turismo de masas y bloques de cemento y ruido que tanto gusta
a los horteras. Saben a poco estas jornadas pero se incrustan en la memoria de
manera indeleble. Quedan estas imágenes de lo que, nada más partir, ya se añora,
y estos párrafos con los que se intenta mostrar gratitud con lo único que
disponemos: las palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario