Hace muy poco, el 25 de junio pasado, falleció Ana María Matute, una escritora que aún a sus 88 años barruntaba palabras para seguir inventando una realidad diferente y sana. la de su literatura.
Del Centro Virtual Cervantes extraigo el siguiente párrafo del discurso que pronunció Matute cuando recibió el Premio Cervantes, máxima distinción de las letras españolas, en 2011, en recuerdo emotivo de tan gran novelista:
"Érase una vez un hombre bueno, solitario, triste y soñador: creía en el honor y la valentía, e inventaba la vida. San Juan dijo: «el que no ama está muerto» y yo me atrevo a decir: «el que no inventa, no vive». Y llega a mi memoria algo que me contó hace años Isabel Blancafort, hija del compositor catalán Jordi Blancafort. Una de ellas, cuando eran niñas, le confesó a su hermanita: «La música de papá, no te la creas: se la inventa». Con alivio, he comprobado que toda la música del mundo, la audible y la interna —esa que llevamos dentro, como un secreto— nos la inventamos. Igual que aquel soñador convertía en gigantes las aspas de un molino, igual que convertía en la delicada Dulcinea a una cerril Aldonza. Inventó sensibilidad, inteligencia y acaso bondad —el don más raro de este mundo— en una criatura carente de todos esos atributos. (¿Y quién no ha convertido alguna vez a un Aldonzo o Aldonza de mucho cuidado en Dulcineo o Dulcinea...?)".
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