Acabó de la peor manera el secuestro de tres adolescentes israelíes en un asentamiento judío en Cisjordania: acabaron asesinados por sus secuestradores, a los que buscaban, rastreando palmo a palmo la zona, el Ejército más poderoso de la región. Fueron hallados muertos, semienterrados bajo un montículo de piedras, en un descampado cerca de Haldul, un pueblo palestino situado al norte de la ciudad de Hebrón. Israel no lo ha dudado: culpa directamente a la organización islamista Hamás y promete represalias, que ya comenzaron a materializarse con el bombardeo de edificios y otros emplazamientos, tanto en Cisjordania como en Gaza, que se suponen pertenecen a esa facción armada palestina.
Gilad Shaar, Neftalí Fraenkel, ambos de 16 años, y Eyal Yifrad, de 19, habían sido
capturados mientras hacían autostop por los alrededores del asentamiento de
Gush Etzion, que cuenta con controles militares y civiles por parte de Israel,
cuando regresaban de clases de unas escuelas talmúdicas. Se conoció
inmediatamente el secuestro porque uno de los jóvenes pudo llamar con su móvil a
la policía israelí. Desde ese instante se puso en marcha un despliegue militar
que peinó la zona, bloqueó las entradas y salidas de Hebrón e impuso prácticamente
un estado de queda, que incluyó medidas represivas, arrestos y registros, hasta
conseguir dar con los cadáveres de los desafortunados chavales y, de paso,
asestar un golpe de fuerza que debilitase a Hamás, una organización que
mantiene su presencia en Cisjordania, especialmente en las inmediaciones de
Hebrón, y controla toda la franja de Gaza.
Se trata de un sangriento episodio más que viene a sumarse a
los que jalonan el llamado “conflicto” Palestino-Israelí, una guerra que se
recrudece o apacigua periódicamente, pero que nunca consigue llevar la paz a la
zona. En cualquier caso, hay que lamentar estos asesinatos inútiles y gratuitos
que sólo favorecen a los intransigentes de uno y otro bando en su empeño por
mantener las hostilidades y ampliar infinitamente el número de víctimas que
pagan con su vida la espiral de odio y fanatismo de los violentos. Hoy son
estudiantes judíos de una colonia de asentamientos en Cisjordania, y mañana, cinco palestinos
–entre ellos, un chaval de 15 años llamado Mohamed
Dudin- caídos durante las refriegas con el Ejército israelí que peinaba el
área. Por un motivo u otro, se cuentan por miles los muertos de un “conflicto”
que se resolvería con el mutuo reconocimiento de dos Estados condenados a
convivir en paz, estableciendo el diálogo como única forma de afrontar los problemas
y basándose en el respeto a los acuerdos y leyes que les afectan.
No hay que apoyarse en leyendas bíblicas para justificar el
origen de este enfrentamiento entre árabes e israelíes, pues así podríamos
remontarnos a los tiempos de los Cananeos, hace miles de años, hasta llegar al
Imperio Otomano y, más recientemente, a la 2ª Guerra Mundial y el Holocausto de
Hitler. Los hechos de la
Historia , con o sin intervención divina, determinan la
constitución del Estado de Israel, en 1947, dividiendo Palestina en dos
Estados, según resolución de la ONU.
Aquellos acuerdos que consagraban una tierra para el pueblo
judío en medio de un espacio hostil ocupado por árabes, es la fuente desde
entonces de guerras, terrorismo, actos de fuerza y violencia, entre ambos contendientes.
A ello se unen influencias religiosas, fanatismos dogmáticos e intereses
geoestratégicos que acaban configurando un contexto en que dos grupos étnicos
pugnan por expulsarse el otro al otro y en negarse mutuamente el derecho a
coexistir cada cual dentro de sus fronteras.
Dejando de lado lo que sus respectivas cosmovisiones
particulares insten, Palestina e Israel tendrán que resolver el “conflicto” de
su coexistencia de forma pacífica, erradicando los métodos violentos y las
pretensiones de aniquilación mutuas. Los árabes que muestran simpatías por la
causa palestina habrán de aceptar la existencia del Estado de Israel y
establecer relaciones diplomáticas y amistosas con ese miembro de la comunidad
internacional convertido en hogar de los judíos que históricamente han soñado
con regresar a la Tierra
de Jacob. E Israel deberá cumplir las resoluciones de la ONU relativas a fijar sus
fronteras internacionales, retirándose de los territorios árabes ocupados a
Palestina y paralizando su política de asentamientos en territorios palestinos.
Ni todos los palestinos son terroristas ni todos los
israelíes son sionistas fanáticos dispuestos el uno al otro a aniquilarse entre
si. Aprovechar esta desgraciada provocación del secuestro y asesinato de los
tres jóvenes judíos para retomar los enfrentamientos militares o declarar una
nueva Intifada, sólo beneficiaría a los “halcones” sanguinarios de ambos
bandos, no a los ciudadanos que son tomados como rehenes cada vez que se opta
por las hostilidades. Por ello, más que bombardear para demostrar venganza y
aplicar la ley del Talión, lo sensato sería emprender negociaciones sinceras
para la búsqueda de acuerdos, basados en el mutuo respeto y aceptación. Se
desmontaría así la estrategia de los que prefieren la violencia para mover
fichas de dominó en una región donde tantas partidas confluyen, sin que tengan
en cuenta realmente los intereses de los pueblos israelí y palestino. Ya hay
muchos focos de tensión en Oriente Próximo como para volver a encender la mecha
de este inacabable conflicto.
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