lunes, 20 de marzo de 2017

Madres abuelas o maternidad en la senectud


Siempre se ha dicho que para todo hay una edad. Son refranes o dichos que nacen del sentido común y la experiencia, y que, de alguna manera, nos sirven para conducirnos por la vida con cierta seguridad y evitando algunos riesgos. Pero, como en todo, estos consejos no se deben seguir a rajatabla ni tampoco eludirse por sistema, pues, o bien nunca descubriríamos nada nuevo, o bien estaríamos constantemente estrellándonos contra la realidad o cayendo repetidamente en los mismos errores. Existe un término medio que la mesura y el raciocinio nos indican cuando alcanzar, sin pasarnos ni quedarnos cortos, cada vez que lo aplicamos. No obstante, hay que tener en cuenta, además, que todo depende de lo que se trate.

No es lo mismo dar a luz un hijo a los 64 años que ponerse a estudiar a esa edad. La biología dicta sus normas y hace que unos órganos estén obsoletos en la vejez y otros, en cambio, en perfecto estado de uso, incluso mejor entrenados para su función. Pero lo que no es posible biológicamente, de forma “natural”, la ciencia puede posibilitarlo. Y si la menopausia –la imposibilidad de fabricar óvulos-  impide que ninguna mujer que ya no es fértil pueda quedarse embarazada, técnicas de fecundación in vitro lo hacen viable. Como hacen plausible otros hallazgos, como la investigación y experimentos de clonación humana, que la ética aconseja no poner en práctica por conllevar riesgos insospechados y suponer un grave atentado contra la dignidad singular de las personas, sean originales o duplicadas. No todo lo posible se puede llevar a cabo porque surgen derechos de terceras personas que deben ser tenidos en cuenta, tanto si se trata de un clon como de un hijo de abuela.

Todo este preámbulo viene a cuento por el hecho reiterado de una mujer que tuvo gemelos a los 64 años de edad gracias a la implantación de dos embriones en una clínica de fertilidad norteamericana. Es decir, incubó dos óvulos donados, fecundados e implantados en un país donde no existen impedimentos morales, sólo económicos, para poder sentirse madre en una edad en que la mayoría de las mujeres aspira acariciar y ver crecer a los hijos de sus hijos, a sus nietos. Los abuelos ven en los nietos una segunda oportunidad para aportar ayuda y experiencia en una crianza que es responsabilidad de los padres, no sólo por el hecho de serlos, sino también por disponer del tiempo y las fuerzas para ejercer como tales durante toda la etapa de crecimiento hasta que los hijos se conviertan en adultos. Y ahí es donde radica mi crítica a la decisión de esa madre abuela que tuvo que acudir a una clínica extranjera donde no ponen límites de edad para realizar una fecundación asistida. Pensó y satisfizo sus deseos antes que valorar lo mejor y los derechos de ese hijo tardío del que le separa más de una generación.  

Aunque la ciencia permita la maternidad en la senectud, los hijos exigen una dedicación, una seguridad y una vitalidad que una anciana no puede proporcionarles por mucho que lo desee y se empeñe. No es cuestión sólo de hacer posible la fecundación y el alumbramiento –que ya sabemos que es posible para resolver problemas de esterilidad-, sino de criarlos, educarlos, batallar con ellos todos los retos a los que se enfrentarán, orientarles con disciplina y ejemplo en su formación y conducta, y tener tiempo para garantizarles en lo posible todo lo que necesiten hasta que accedan a ser adultos y autónomos en sus vidas. Y con 64 años difícilmente se tiene vigor y futuro para, salvo en situaciones extremas, dedicarles toda una atención como padres de manera responsable. Más que un hecho extraordinario de amor maternal, esta abuela madre ha demostrado un profundo egoísmo personal al dar viabilidad a una obsesión que lleva años persiguiendo, máxime cuando ya en 2014 le fue retirada otra hija, también alumbrada por fecundación asistida, al considerar los servicios sociales que no le proporcionaba las condiciones adecuadas a causa de su trastorno psicológico.

Pero, aunque estuviera en su sano juicio, la calidad y “cantidad” de crianza que podría ofrecerles nunca sería equiparable a la de una madre que tiene a sus hijos con edad, fuerzas e ilusión como la que tiene la mayoría de las madres o tuvieron nuestros padres. Y es que una cosa es ser padres y otra, ser abuelos. Para todo hay una edad que la biología se encarga de recordar. Por más que nos pese.

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