Cada alternancia en el Gobierno se acompaña del reproche
acusatorio al equipo saliente y la consecuente promesa de revertir -a mejor,
naturalmente- la “herencia” recibida. Andalucía no iba ser una excepción. Después
de décadas de gobiernos socialistas, cabía esperar que el nuevo Ejecutivo del
Partido Popular (PP) en la Junta de Andalucía denunciase una cascada de “males”
que los recién desalojados del poder provocaron o no supieron o quisieron
resolver. Es lo que acaba de hacer el flamante consejero de Salud y Familias,
Jesús Aguirre, nada más aterrizar en el cargo: declarar que el SAS (Servicio
Andaluz de Salud) ocultaba miles de pacientes de las listas de espera sanitaria
que no figuraban contabilizados como tales. Es decir, que el anterior gobierno
socialista “maquillaba” las cifras, “falseando los números”, para “ocultar” el
número real de pacientes que esperan ser atendidos en la consulta del
especialista (lista de espera diagnóstica) o intervenidos quirúrgicamente (lista
de espera quirúrgica). Para el consejero de Presidencia Elías Bendolo, también
del PP, el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) “ocultaba” más de 500.000
andaluces sin contabilizar en las listas del SAS. Nada de datos oficiales,
estadísticas comparativas ni valoraciones: sólo titulares tremendistas que tan
buena repercusión tienen en los medios de comunicación y morboso interés (y
preocupación) generan en los ciudadanos. Queda, de esta manera, dirigido el
“foco” hacia las listas de espera de la Sanidad pública como índice de una buena o
mala gestión de las autoridades sanitarias y responsables políticos cuando se pretende
desviar la atención sobre el modelo de sanidad pública que se piensa
desarrollar. Y conociendo la “experiencia” sanitaria en las Comunidades
Autónomas donde ha gobernado el PP, el temor, la alerta y la desconfianza
están, cuando menos, justificados. Y, a menos que el PP andaluz sea
genéticamente diferente de sus franquicias regionales y de la matriz nacional,
la sospecha de recortes y privatizaciones, so pretexto, en principio, de
“aligerar” las listas de espera, no sólo no es infundada, sino que es para ponerse
a temblar.
Los “antecedentes” del PP en la gestión de la sanidad
pública allí donde ha gobernado se resumen en dos hechos: deterioro intencionado
y progresivo de lo público e incentivos o implantación de la gestión privada.
Comprometido constitucionalmente, por ley, con el derecho a la salud de los
españoles, el PP procura la provisión de la atención sanitaria, un servicio
público esencial, a la iniciativa o gestión privada. No en valde los que
militan en ese partido están convencidos de que lo privado funciona mejor,
porque su fin es la rentabilidad, que lo público. Va en el ADN de su
ideología conservadora neoliberal. Y así gestionan la sanidad pública cada vez
que gobiernan. Ya lo demostraron en la Comunidad valenciana y lo siguen
evidenciando en Madrid, Galicia, Castilla y León, La Rioja y Murcia. Ahora le
toca a Andalucía.
Cuando el PP gobernaba en Valencia, en los infaustos tiempos
de Zaplana y Camps (aparte de que ambos presidentes estén en el banquillo de
los acusados por corrupción), se ensayó la primera concesión privada de la
sanidad pública española con la construcción del Hospital de Alzira -el llamado
“modelo Alzira”-, que resultó ser una losa para las arcas públicas y un enorme
fracaso, al concebir la sanidad como negocio atractivo a la iniciativa privada.
El procedimiento era sencillo: primero se crea expectativa, alabando las
bondades de un nuevo y moderno hospital para el ciudadano, y después la
Administración encarga a una empresa la construcción, gestión y contratación
del personal del nuevo centro, a cambio de un “canon” anual por cada persona
censada -que no atendida- del área de influencia del hospital. Los sobrecostes
para la Administración fueron tan elevados que el hospital ha pasado, tras 18
años de gestión privada, a la titularidad pública, por ser más económica a la
hora de ofrecer las mismas prestaciones. Y más beneficiosa y respetable con los trabajadores,
dicho sea de paso.
En Madrid, desde los gobiernos de Esperanza Aguirre hasta
hoy, el sistema sanitario ha estado expuesto, a través de concesiones, al
capital y la gestión privados, emulando el “modelo” valenciano. La
privatización de hospitales o la “externalización” de servicios y
procedimientos han sido la característica dominante de la sanidad pública
madrileña, en la que los recortes, la conflictividad laboral, los escándalos
sanitarios (imputaciones de falsas de sedaciones irregulares en el Hospital
Severo Ochoa, caso del ébola, etc.) y la “permeabilidad” hacia lo privado de
sus responsables públicos (Lamela, Güelmes y otros consejeros de Salud
emigraron a consejos de administración de empresas a las que habían adjudicado
concesiones sanitarias) han acabado denigrando, no sólo la sanidad pública,
sino las instituciones del gobierno regional, poniéndolas “al servicio de sus
intereses políticos, empresariales o personales”, como concluye el informe
elaborado por la Comisión de Investigación de la Corrupción de la Asamblea de
Madrid.
Otro tanto cabe decir de la Sanidad en Castilla y León, donde
los recortes, las irregularidades y la mala gestión de unos responsables
políticos, que conciben la prestación de un servicio público como posibilidad de
negocio privado, han posicionado a la Comunidad castellano-leonesa en el
ranking de la que menor número de
personal médico por centro tiene de España. La escasez de médicos rurales (un
médico para 10 municipios), listas de espera de oncología de más de 200 días,
sobrecostes hospitalarios por alquiler de edificios privados, protestas por el
procedimiento “a dedo” para el acceso a puestos directivos y hasta la condena
del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León a la Junta por un doble
fraude en la contratación de personal sanitario interino (encadenan contratos
hasta cerca de 10 años), son algunos de los “logros” de la concepción del PP de
la sanidad pública.
También en la Castilla-La Mancha de Cospedal, que cerraba
centros de salud y despedía personal con la excusa de la crisis económica y los
recortes impuestos por el Gobierno de Mariano Rajoy, o la Galicia de Feijoo,
donde se “experimentó” el sistema de fundaciones hospitalarias que acabó en
quiebra y en la que los jefes de servicio de Atención primaria, los médicos,
usuarios y sindicatos todavía denuncian la mala praxis de la Administración que
provoca una situación caótica del Servizo Galego de Saúde, condenado si no se rectifica
al deterioro sanitario por la precariedad y la saturación, aparecen
inevitablemente los “frutos” de la labor del PP cuando asume la responsabilidad
política de los servicios sanitarios públicos.
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Jesús Aguirre, consejero andaluz de Salud |
Y en Andalucía, último lugar donde “experimentar” su
neoliberalismo sanitario, han hallado el asunto de las listas de espera para
iniciar su labor de zapa de la sanidad pública. Y lo hacen desde la demagogia y
con intenciones inconfesables. Porque, sin tener elaborado aun ningún
Presupuesto para la Comunidad, el Gobierno del PP anuncia un “plan de choque”,
dotado de 25 millones de euros, para reducir las listas y los tiempos de
espera, sin especificar de dónde obtendrá ese dinero o de qué partida lo
quitará. El consejero de Salud, previendo las críticas, asegura que potenciará
los recursos propios (horas extras, extender horarios, contratar personal,
intensificar actividad quirúrgica a tardes y sábados, etc.) antes de reconocer
que se derivará a centros privados concertados lo que no se pueda atender en lo
público. Una medida que ya existía y se utilizaba. Pero se guarda el consejero de
exponer algunas explicaciones que clarificarían el problema, sin demagogia ni
manipulaciones. Y, fundamentalmente, no aborda el problema más grave que aqueja
a la Sanidad pública, cual es el déficit de financiación que le impide ofrecer una
sanidad eficiente, incluso para reducir las listas de espera. Y no lo dice
porque ya sabemos lo que opina el PP sobre financiación de servicios públicos:
austeridad, restricciones, recortes y “adelgazamiento” de todo cuanto suponga
“gasto” social, considerado genéricamente un despilfarro “insostenible”.
Por eso, antes de “meter mano” a la privatización de la
sanidad pública -lo que han intentado en todos los sitios cuando han podido,
como hemos visto-, los gestores del PP han preferido en Andalucía congraciarse primero
con la población -por algo han estado 37 años en la oposición- anunciando
medidas expeditivas para disminuir los tiempos de espera sanitarios, como si
los planes de choque, como demuestra un estudio de la OCDE, no tuvieran sólo un
efecto débil y pasajero que no resuelve el problema. Pero el asunto tiene
repercusión mediática y concita el interés ciudadano, porque quien más o quien
menos tiene un familiar aguardando algún tratamiento por una de esas patologías
que engrosan las listas de espera.
No se reconoce públicamente que las listas de espera son
consustanciales a una sanidad pública que atiende a la totalidad de la
población en función de la necesidad, no de la rentabilidad. Evidentemente, una
cosa son listas de espera y, otra, los tiempos excesivos. Pero ajustar los
tiempos a un plazo racional, sin dejar de atender la actividad ordinaria y las
prioridades que demandan lo urgente y lo grave en los hospitales, es posible con
una racionalización de los recursos, incrementando el rendimiento con
incentivos y coordinación entre centros, fijando objetivos por patologías y
pacientes, según gravedad y estado, y estableciendo topes máximos de espera.
Todo ello era lo que, justamente, se hacía antes de los recortes aplicados por
la crisis económica. Aun no se han recobrado los medios disponibles previos al
“tijeretazo”. Y debería ser lo primero, para no tener que detraer medios de
otras partidas de forma provisional y puntual.
El “talante” privatizador del PP obliga a desconfiar de la
supuesta bondad del propagandístico plan de choque con que pretende eliminar
las listas de espera sanitarias en Andalucía, por cuanto, con el subterfugio de
derivar pacientes a centros privados concertados, puede sucumbir a la
tentación, como ha hecho cada vez que ha tenido ocasión, de “externalizar” otros
servicios y procedimientos que, a la postre, benefician a la iniciativa privada
en detrimento de la pública. Y, aunque es verdad que la gestión privada funciona
en la actividad sanitaria, únicamente es rentable para determinadas
prestaciones. Sólo la pública atiende a la totalidad de la demanda y todas las
necesidades. Por eso existen clínicas muy confortables para dar a luz, pero
pocas con servicios neonatales para atender a niños prematuros o con problemas
graves. Ni con unidades de quemados o de trasplantes de órganos y tejidos como
en la red sanitaria pública de Andalucía. Hay que estar atentos no vaya a ser que,
por una tardanza, siempre criticable, en operarnos de cataratas o hacernos una
resonancia, nos engañen para desmontar una red asistencial que, siempre también mejorable, es la “joya de la corona” de los servicios públicos, posibilitando
un derecho a la salud a todos los ciudadanos, sin importar condición ni
capacidad económica.
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