A veces me despierto en medio de la noche y te observo
dormida. Estás a mi lado, pero te siento ausente, lejos de mí en tus sueños. Y
te echo de menos. Otras veces es una sensación de soledad que me embarga cuando
me quedo sólo en la casa mientras vas a trabajar. Sé que volverás, pero tu ausencia
me hace estar esperándote con la misma angustia de una pérdida. No puedo evitar
echarte de menos. Incluso, cuando compartimos el sofá en la tranquilidad última
de la tarde, enfrascados en la lectura, levanto la vista para espiarte absorta
en tu libro y percibo la distancia que en esos instantes nos separa. Estando
juntos, tu alma y pensamientos vuelan a los lugares que descubres en los
libros. Son apenas unos segundos fugaces que me hunden en la orfandad y la
desesperación, al imaginar que podría perderte. Y vuelvo a echarte de menos, aguardando
una mirada cómplice o una sonrisa de aliento. Siempre estoy esperándote porque te
echo de menos constantemente, sin motivo.
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