Ha sido noticia (¡todo un acontecimiento!) que una empresa
de Jaén haya implantado la jornada laboral a sus trabajadores de cuatro días a
la semana, respetándoseles íntegramente el sueldo. Acostumbrados como estamos a
una “lógica” (neoliberal, por supuesto) que dicta lo contrario, que haya que dedicar
más horas al trabajo para “producir” más, sin aumento de salario o, incluso,
rebajándolo, lo decidido por la jienense Software Delsol parece una “ocurrencia”
de algún empresario que ha perdido el juicio. Sin embargo, no resulta
descabellada, aunque sí “revolucionaria”, una medida que viene a ajustar la
jornada de trabajo a unas circunstancias dramáticas de carencia de empleo y desigualdad
social. Otras veces en la historia del trabajo se han adoptado restricciones y
regulaciones legales sobre la jornada laboral de los trabajadores para
adecuarla a las exigencias de cada época. Desde el trueque a la moderna economía
de la oferta y la demanda, los obreros han transitado desde la esclavitud hacia
el estatuto de los trabajadores para conseguir una mejora progresiva de sus
condiciones laborales, en función de las necesidades o circunstancias sociales.
El paso dado por la empresa de Jaén es sólo uno más en esa dirección.
Software Delsol únicamente se ha adelantado a una
necesidad que acabará afectando al sistema del trabajo. Desde el presente mes
de enero, sus 181 trabajadores disfrutan de una jornada laboral de 36 horas en
invierno y 28 horas en verano, en vez de las habituales 40 horas semanales. La
mayoría de ellos acude al trabajo de lunes a jueves, y los que tienen que
atender a los clientes lo hacen rotando en períodos de cuatro días de forma que,
cada cuatro semanas, acumulan cuatro días extras de descanso. La empresa, que
se dedica a prestar soporte de software a pymes de España y Sudamérica, ha debido
aumentar su plantilla en 25 trabajadores más. Y todo ello, sin que la
productividad acuse merma alguna. Al contrario, gracias a la mayor implicación de
los empleados ha mejorado la productividad, ha descendido el absentismo laboral
(menos bajas) y se ha valorado la reducción del tiempo de trabajo como una
forma de repartir beneficios entre la plantilla. Además, el buen clima laboral ha propiciado la fidelización de la plantilla, su corresponsabilidad con los
objetivos empresariales y la atracción de talento.
Sólo una mentalidad inmovilista, anclada en el pasado, mantendría
el concepto de productividad por trabajador unido sólo al número de horas que
dedica a su trabajo cada día. Con la revolución industrial, las máquinas y la
electricidad potenciaron tanto la productividad que rebajaron la jornada
laboral desde las 14 horas diarias, sin descanso, a las 8 horas diarias,
con un día de descanso a la semana, lo que arroja un cómputo de 48 horas
semanales. Entonces, también, esa restricción de la jornada supuso toda una
“revolución” que muchos empresarios rechazaron, al considerar que perjudicaba la
“rentabilidad” de sus negocios y beneficiaba exclusivamente a los trabajadores.
Pero no solo fueron factores técnicos los que propiciaron aquella
reducción de la jornada dedicada al trabajo, sino también económicos y
mercantiles. Lo que producían las empresas debía ser vendido para que proporcionara
beneficios, y para comprar (consumir) había que tener dinero (mejora salarial)
y tiempo libre para gastar (ocio). Con la emergencia de la sociedad de consumo
nació la exigencia de 8 horas de trabajo, 8 de ocio y 8 de sueño, que el
mercado transformó en una nueva fuente de negocio y oportunidad de ganancias.
En la actualidad, con las nuevas tecnologías la
productividad no ha dejado de crecer. La nueva “revolución tecnológica”, que la
robótica y la inteligencia artifician impulsan, ha permitido que se produzca
más con menos trabajadores. El desempleo resultante es causa de una de las más dramáticas
facetas de una desigualdad que aflora en las sociedades modernas. Un paro por
escasez de empleo que condena mucha gente a la exclusión social, a la
marginación y al resentimiento, todo lo cual alimenta la conflictividad y los
enfrentamientos en la sociedad.
Trabajar menos para que haya trabajo para todos no es una
medida tan descabellada como pudiera pensarse. Es anticiparse a una necesidad
que más tarde o temprano tendrá que adoptarse en el mundo laboral para combatir
ese paro estructural que genera la revolución tecnológica y que socaba la
cohesión social y el bienestar de la población en su conjunto. En vez de dedicar
recursos a subsidios por desempleo y otras políticas contra la exclusión del
mundo del trabajo, parece más sensato y razonable repartir el tiempo de trabajo,
reduciendo la jornada laboral, para que más gente tenga posibilidades de acceder
al trabajo. Dado que la productividad no está ligada exclusivamente al número
de horas dedicadas al cometido laboral, la reducción de la jornada y el reparto
del trabajo beneficiaría la inserción social de los desempleados, el consumo en
general y la conciliación familiar de todos los trabajadores. Sería adecuar el
mercado del trabajo a las exigencias de una sociedad inmersa en la revolución
tecnológica y que afronta las consecuencias que esa revolución ocasiona, como son
la desigualdad y la marginación por la escasez de trabajo. Visto así, la iniciativa
de Software Delsol es una inteligente apuesta por el futuro y la
preservación del trabajo en un mundo que revoluciona los viejos paradigmas empresariales,
laborales y sociales. ¡Chapeau!
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