martes, 9 de abril de 2019

Espejismos


A veces noto que me están mirando, que unos ojos extraños observan cuánto miro y escudriñan lo que hago. Ojos que no veo pero que siento detrás de mí, como si me interrogaran con la mirada y reclamaran mi atención. Pero cuando trato de localizarlos, girando con curiosidad la cabeza hacia ellos, por conocer quién me observa y cruzar mi mirada con la suya, no los encuentro, no hallo nadie que me mire ni muestre interés por mí. Sólo vacío.

En otras ocasiones, distingo con claridad, entre el ruido ambiente y el murmullo de la gente, una voz que me llama, me interpela. Una voz que parece conocida y que, por supuesto, me conoce. Pronuncia mi nombre u opina sobre lo que estaba a punto de acometer, para desaconsejarlo la mayoría de las veces. Es una voz que me sorprende, por inesperada, pero no asusta, por la tonalidad familiar y pacífica. Pero que tampoco descubro de dónde procede cuando intento identificarla. Nunca conozco quién me habla entre una multitud de desconocidos que ocupa el espacio de donde procedía una voz que ha enmudecido. Sólo silencio en medio de la algarabía.

También siento, rara vez, es cierto, una presencia que me sigue o espía. Ni me mira ni me habla, pero me acompaña y perturba. Como si alguien me arrebatara la intimidad, impidiéndome estar solo, y se empeñara en estar conmigo cuando no deseo estar con nadie. Porque esa presencia la siento en los sitios solitarios en que voluntaria o casualmente me hallo. Una sensación que me hace sentir paranoico porque jamás se hace corpórea ni manifiesta. Sólo soledad.

Mis sentidos, por lo que parece, me engañan porque no responden sólo a los estímulos de la realidad, sino también a la fuerza de los deseos y las ausencias que nos mortifican. Juegan conmigo provocándome espejismos para que conozca el vacío, el silencio y la soledad de una existencia que me domina y desborda.

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